XXII - El Diamante Negro
Siglo XX – Botsuana, África
El reloj giraba acortando el tiempo que el destino separaba el cazador de su presa. Klaus continuaba viviendo en su castillo, sediento por riquezas y poder, esperando ansioso por el momento en que encontraría su caza principal: Phillip. Miró por el espejo negro que mantenía en su cuarto y alguien caminaba allá en el fondo como si saliera de un túnel.
— ¿Quién puede ser, amo? Después de mí, jamás hubo una presencia venida de ese objeto.
— Parece que ya conozco quien surge de él.
— Estoy curioso.
Al acercarse más, la entidad se reveló. Era Silene que estaba aprisionada del otro lado en la más completa oscuridad.
— ¿Qué será que hace ella en el mundo espiritual si yo mismo la envié a la tierra de los vivos?
Él conjuró un pasaje recitando palabras que leía en el Libro de los Muertos observado de cerca por Fratello.
— ¡Libértate ahora y ven aquí afuera! ¡Te lo ordeno!
Una niebla oscura se formó en la entrada del espejo y ella apareció materializándose, la imagen cada vez más real frente a ellos.
— Pensé que no volvería jamás... Mi señor, te agradezco haberme sacado de allá. Estoy acostumbrándome a vivir de nuevo en este lado. Y me gusta mucho eso.
— Déjate de tonterías, Silene. Desembucha pronto por qué no estás en el futuro donde te envié.
Ella empezó a contar todo lo que pasó y el motivo de haber vuelto. Después de oír atentamente las palabras de la bruja taunesa, Klaus dijo irritado:
— Sólo existe una explicación para que Juan esté vivo. Yo mismo acabé con él. Ningún ser escaparía del golpe que le deferí. Él hizo el hechizo de la inmortalidad en sí mismo.
— Mi señor, está claro que sí. Él poseía el Libro de las Almas y fue él quien le dio al amo el poder de vivir para siempre. No perdería la oportunidad de usar un hechizo tan poderoso.
— Juan es el único mago que conozco que sabe crear portales de tiempo fue al futuro a ayudar a su pupilo. Un motivo más para que yo vaya hasta allá. Voy a acabar con los dos y quien se ponga en mi camino.
Los tres se carcajearon después de las palabras llenas de maldad del brujo de las tinieblas.
Silene continuó contándole sobre los monjes y el nuevo amor del joven mago que ellos no podían imaginar que podría tratarse de Verena. Él comentó:
— Será fácil para mí como lo fue en el pasado. Si él ama a alguien, tendrá un punto débil más para que yo ataque. En cuanto a Juan, aunque tenga algún poder, es un viejo y puedo acabar con él de nuevo. Los monjes son hormigas para que yo las pise. — Miró a la criatura sonriendo y vio cuando mostró los dientes puntiagudos feroces. — Ya hicimos eso y podemos repetirlo, ¿verdad, Fratello? Con facilidad...
— ¿Puedo tener otra oportunidad de acompañaros cuando llegue la hora, mi señor Klaus?
— Tienes suerte de estar muerta, Silene... Así no puedo matarte de nuevo. Es lo que hago con quien me falla.
— Prometo que no cometeré ningún error más y tengo mis poderes, que pueden ser de gran valía, mi señor.
— Está bien. Pero voy a continuar convocando a más tauneses para que preparen mi camino en el futuro.
— ¿Puedo liderarles?
— ¡No! Prefiere tenerte cerca. Quiero que me cuentes todo sobre mis enemigos.
En ese instante la pirámide de cristal emitía un brillo rojo indicando que había magia en el siglo XX, donde vivían ahora.
Uno de los siervos del castillo, oyendo la conversación, tocó a la puerta.
— ¡Entra!
El monstruo y la finada se ocultaron con magia.
— ¡Señor Klaus! Oí un ruido y pensé que tal vez esté necesitando algo.
— ¡Empleado despreciable! Si yo necesitara cualquier cosa avisaría con la campanilla. Ahora retírate de aquí. Y báñate. Está apestando como una mofeta.
Alessandro se olió las axilas para confirmar el olor y se desvaneció rápido, temiendo la severidad de su patrón.
En seguida, el brujo curioso fue hasta la pirámide y puso las dos manos sobre ella absorbiendo la energía del objeto para que se manifestara. De inmediato, vio a una mujer negra que hacía un ritual dentro de una caverna. En su mano, había un cayado con cabeza de serpiente pitón de presas afiladas curvadas hacia dentro. Ella vivía en un país africano y su mayor poder era la alquimia. Rodeada por los hombres que la veneraban, la mujer usaba una falda colorida y una blusa de color rojo. Collares de oro circundaban su cuello en forma de argollas yuxtapuestas y ponía las manos sobre diversas piedras. Después aspergía un líquido curtido en un recipiente de cerámica marrón lleno de hierbas.
Klaus pudo ver cuando ella levantó una de las pequeñas rocas y la juntó a las otras mezclándolas al frotar las manos; y después de decir algunas palabras en un idioma que él jamás oyera, allí estaba en su mano un diamante bruto. Uno de los hombres se acercó y cogió la piedra preciosa. Calmamente la colocó dentro de un pote grande de vidrio donde ya había varias otras en su compañía.
— No me creo que haya una hechicera africana alquimista... — Dijo con los ojos casi saltándosele de las órbitas oculares.
Los ojos curiosos del Doppelgänger y de Silene estaban detrás de él todo el tiempo acompañándolo todo entusiasmados con tal descubrimiento.
— ¡Qué valiosa presa ella será, amo! — Comentó Fratello — ¡Y qué guapa es!
— Una mujer mandando. Eso me gusta. — Dejó escapar Silene exaltada.
— Por poco tiempo. Voy a obligarla a transformar simples guijarros en diamantes para mí. Seré aún más rico... Y tendré todo lo que más quiero... ¡Poder!
— ¿Hora de viajar, mi señor?
— Parece que puedes leer mi mente, Fratello. Voy a dormir un poco y mañana temprano partiremos rumbo a Botsuana donde me espera un gran tesoro.
Alla lejos, en el continente africano, al próximo blanco del mal estaba en una comunidad donde había muchas personas enfermas. Ella distribuía alimentos y medicinas gratuitamente junto con sus seguidores. Los niños jugaban felices en el vecindario. Recibían juguetes que les alegraban; también había un programa educacional, desarrollado con los recursos financieros proporcionados por los diamantes.
— Gracias, Diamante Negro, por todo el bien que le has hecho a nuestro pueblo. — Dijo una joven de una tribu beneficiaria de los programas de asistencia de su líder.
— Me considero un ser humano como todos vosotros, porque lo que hacemos es lo que define nuestro valor y hago eso por amor a mi pueblo.
— ¡Viva Shamma, nuestra reina de la generosidad! — El jefe de la tribu gritó, haciendo que todos la ovacionaran juntos.
Aun en aquel tiempo contemporáneo, no era común una mujer africana tener tanto empoderamiento. Pero a la hechicera no le importaba eso y hacía su magia liderando al pueblo de su tribu en lo tocante, principalmente, a los métodos contraceptivos que evitaban el crecimiento desordenado de la población, lo que podría dificultar la calidad de vida. Patrocinaba también programas de salud para curar y prevenir las enfermedades que asolaban a la población de su país.
En la capital de la ciudad, Gaborone, un pasaje creado por magia era el camino de llegada para el brujo, su criatura sombría y la nueva compañera de maldades de ellos.
— Vi en el mapa que la tribu en que vive esa mujer, llamada por el pueblo Diamante Negro queda aquí cerca. Vamos para allá lo más rápido posible.
Llamaron un taxi y fueron al lugar ansiosos por el encuentro.
Llegando allí buscaron informaciones sobre cómo encontrar a la mujer tan famosa por sus hechos sociales y que gozaba del respeto de todos. No podían imaginar que aquel hombre tenía objetivos tan excusos.
En lo alto de la montaña, en una de las cavernas, una vez más Shamma hacía su ritual alquimista. El sonido intermitente de los tambores africanos anunciaba que habría más bendiciones para el pueblo. Algunos seguidores danzaban acompañando el ritmo y otros traían piedras para ser transformadas en la gran ceremonia. Esta vez, un diamante grande apareció hecho de un pedazo de roquedo. Tenía cerca de quinientos gramos y tres mil quilates. Ella agarró el pesado objeto precioso y se lo entregó a uno de los hombres que la asistía.
— ¿A cuál tribu perteneces? Nunca te he visto aquí... — Preguntó ella al extraño hombre que estaba a su lado de pose de la piedra preciosa.
El hombre negro le sonrió con los dientes blancos como si fueran hechos de marfil, mientras un humo gris era traído por el viento que adentraba a la caverna soplando un ruido sibilante. Ella miro a los guardias que la protegían y ellos corrieron para ayudar provistos de sus armas.
Sujetando el diamante con la mano izquierda, Klaus después de transformarse en su real apariencia, levantó la mano derecha y congeló todos los movimientos de los presentes en la gruta, los hombres y mujeres con los revólveres en las manos apuntaban inertes al brujo. Solamente Shamma conseguía moverse. En ese instante, la criatura y Silene tomaron forma al lado de él. La hechicera percibió que estaba en un tremendo atolladero y pronunció algunas palabras mágicas en una lengua antigua intentando reaccionar con un encantamiento, pero no surtió efecto cuando Klaus levantó la mano bloqueándola con su magia poderosa, después de pasar la piedra preciosa a Silene.
— No sirve de nada resistir, Diamante Negro. Te he visto trabajar y me gusta el modo como ejerces tu poder. Quiero que transformes piedras en diamantes para mí.
— ¡Nunca, maldito! ¿Cómo osas querer subyugarme? Soy Shamma y lucho por mi pueblo.
— Puedes hacer lo que quieras. Incluso te daré cierta libertad, pero necesito que hagas esa alquimia para mí.
— Prefiero pudrirme en esta gruta a servirte.
— Como quieras. Este diamante que he cogido ya me satisface. Quería más, pero, tengo más cosas para explotar por los siglos... Pero si es así que tú lo quieres, ¡muere, desgraciada!
Antes de que ella consiguiera sacar un cuchillo de su cintura, la bestia ya le apuntaba a la yugular para darle el golpe fatal.
— ¡No, Fratello! Déjame darle una segunda oportunidad. ¿Entonces, qué me dices Shamma?
— Prefiero morir a servir a un hombre como tú, brujo de las tinieblas.
— Entonces, que sea hecho tu deseo.
Él mismo dejó salir el puñal que siempre llevaba acoplado al brazo y se lo clavó en el pecho a la valiente mujer. Oía los latidos del corazón que se volvían desacompasados poco a poco, de modo placentero, esperó a parar de latir.
— Tengo muchas cosas que hacer durante mi eternidad. No quiero tener a rebeldes como compañía. — Cogió los diamantes que estaban en el recipiente y continuó mirando la pepita gigante que estaban en la mano de Silene. — Hasta que mi viaje fue compensador. Vámonos de aquí...
Antes de irse, colocó la mano en el mentón de la hechicera y acercó la boca a los labios de ella succionando la energía mágica que tanto saciaba su alma.
Después de la partida de los verdugos, el hechizo paralizante acabó y las personas retomaron sus sentidos. Al ver a la generosa hechicera inerte en el suelo, un inmenso llanto resonó en la caverna reflejando el dolor de la irreparable pérdida. Poco tiempo después, la noticia se diseminó por toda la región y la honrada mujer fue enterrada como una heroína.
¿Hasta dónde iría Klaus para satisfacer sus deseos de codicia y poder?
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