XVIII - El Tentador
Curioso con el poder contenido en el libro que consiguió robar a los monjes, Klaus estaba sentado en un sillón confortable en la biblioteca del castillo mientras todos dormían. Muchos ejemplares de los manuscritos más antiguos, algunos prohibidos para la sociedad, llenaban las extensas estanterías que se extendían en las alturas en incontables hileras. Candelabros iluminaban aquel que era el más valioso para él, el cual leía atentamente sujetándolo con las dos manos. A su lado, una botella de vino italiano de una cosecha especial. Un cáliz lleno le ayudaba a calentarse en el frío del invierno.
— Aquellos que vivieron y se perdieron en el camino tienen la oportunidad de volver. No en carne y hueso, sino en su forma volátil tan ligera como el aire, hasta encontrar un cuerpo fresco que perdió la vida recientemente. Para eso, hay un hechizo que al ser leído en voz alta puede convocarles del mundo que los vivos temen. — El brujo leía el texto en voz alta deseoso de aprender ya un poco tocado por la bebida embriagadora.
De repente, la puerta se abrió y el viento sopló trayendo consigo algo asombroso. El lector compenetrado se asustó incluso siendo un ser acostumbrado con la muerto y con los encantamientos más sombríos.
— Mi señor, nunca pensé que un día presenciaría el miedo de aquel que tanto terror causó a sus víctimas.
— ¿Entonces eres tú? — Indagó al ver al dueño de la voz que era un soplo de brisa fresca materializándose a su lado.
— Parece que el libro está dejando tus nervios a flor de piel. ¿Algo interesante en él?
— Demasiado... déjame leer un poco más. Mejor en voz alta para que también entiendas el poder que tenemos aquí. Cierra la puerta. Es bueno mantener todo en secreto. Los criados pueden despertar y oír.
El Doppelgänger extendió la mano derecha y el brujo escuchó el ruido del viento cerrando la puerta.
— La llama que un día se apagó puede ser encendida. Sin embargo, después de cesar, ella no podrá durar sin que ocupe un nuevo cuerpo. Una vida por otra es el precio del regreso. "¡Mors similis est ventum. Vos potest redire!" — leyó las palabras en latín: "La muerte es como el viento. Puede volver".
— ¿En ese caso, es posible traer de vuelta a los que se fueron? — La voz terrible indagó curiosa.
— ¡Sí! — Dijo él abriendo los ojos de par en par sintiendo la posibilidad de usar eso en su favor. — Y tengo planes en mente. Voy a leerlo todo porque fue mucha suerte este conocimiento caer en mis manos.
Mientras leía y memorizaba los hechizos tomando algunos tragos del mejor vino de su bodega, algo extraño empezó a ocurrir. La estantería empezó a quedarse más clara hasta hacerse transparente como el vidrio. Miró despacio al lado y la criatura acompañó el movimiento de la cabeza de su amo. Una luz clareó el ambiente y tomo de súbito la pared cercana al brujo cuando un pasaje se abrió. Ambos vieron aparecer a dos seres que caminaban de la mano.
— ¡Klaus, hijo mío! — Sonó una voz altiva que él de pronto reconoció.
— ¿Quieres que haga algo, mi señor? — Fratello se dispuso a intervenir.
— Dile a tu sombra que no puede luchar con nosotros y que sólo debéis oír con atención.
— ¿Padre...? ¿Madre? — Lágrimas de niño fluyeron de sus ojos nacidas de la añoranza hacía mucho tiempo olvidada.
— Somos nosotros, hijo. Mama y papa... ¡Tus padres! — La madre respondió ansiosa por hablar con el hijo.
— ¿Habéis venido porque puedo traeros de vuelta con el poder del libro? ¿Cómo lo habéis sabido?
— No, Klaus. Hemos acompañado tu vida y nos gustaría pedirte que pares con esa locura de meterte con el otro lado. No es bueno romper la línea que divide los mundos, hijo. — Dijo su madre preocupada con el destino de Klaus.
— Lo que es hecho para el bien de la humanidad no puede ser cambiado. La vida es un aprendizaje y la muerte es un descanso. Por eso, los monjes guardaban el compendio con tanto cuidado. No se puede abrir el portal que separa los mundos. Muchos vendrán tras de ti si no paras con eso ahora. — Giancarlo amonestó agobiado con el bien estar del brujo y con lo que podría ocurrir si él continuara.
La bestia se acercó a los dos intentando descifrar si eran alguna amenaza. Arrimó la nariz y olfateó para sentir el olor como un lobo siente el aroma de sus presas, pero no olía a nada, ni miedo, ni dolor. Cosas que podría percibir fácilmente.
— ¡Aparta a ese ser de las tinieblas de nuestra presencia, Klaus! — Ordenó la madre que, desde su vida terrena, era más fuerte que el padre en sus decisiones.
Al recordar la fuerza que las palabras de la madre ejercían sobre todos los de la familia, él prontamente vociferó:
— ¡Sal de aquí, Fratello! Déjanos a solas.
El monstruo se transformó en humo negro y salió por debajo de la puerta.
— Tienes que enseñarle buenos modos a tu esclavo, hijo. — Le advirtió Bianca.
— A él le gusta estar siempre presente. Tiene su utilidad hasta la hora que yo decida.
Allá afuera en el pasillo, alguien escuchaba las palabras de su amo. La criatura entrecerraba los ojos pensando que no podía confiar plenamente en aquel al que servía. Después bajo las escaleras airado con su expulsión del recinto y con lo que oyera. Dentro de sí pensaba que merecía más de aquel a quien dedicaba su obediencia, a fin de cuentas, a Klaus le salían siempre bien las cosas a costa del trabajo sucio de la criatura.
— No sé lo que decir, ni jamás esperé que un día volvierais. Juro que al robar este libro nunca pensé en traeros de vuestro descanso eterno. A no ser que lo deseéis. ¿Os gustaría vivir otra vez? — Insistió con la esperanza de traerles de vuelta.
Finalmente aquel hombre corrompido por el mal se dio cuenta de que era posible haber algún amor en su corazón.
— ¡No! — La mujer fue enfática. — Parece que no has oído ninguna de nuestras palabras. ¡No cruces la línea que divide los mundos! Recuerda que siempre habrá alguien más fuerte que tú y que todo ser humano tiene carne y sangra. Y de este modo, cualquiera pude un día perder la vida.
— ¿Qué es lo que quieres decir con eso, madre?
— Que incluso el inmortal puede morir si encuentra a alguien con más poder que él mismo.
— Bianca tiene razón, Klaus. Sé como aquel niño obediente que yo enseñaba a forjar las herramientas. Abandona esos deseos de ambición arraigados en tu corazón. Sé feliz, hijo. ¡Cásate con una buena esposa y ten hijos! Nosotros estaremos contentos al verte llevar una vida normal como tiene que ser.
A pesar de sentirse bien en presencia de sus padres a quienes tanto echaba de menos, al brujo no le gustó nada lo que oyó. Él ya había diseñado los planes de poder en el mapa de su ambición.
— Tenemos que irnos ahora... No olvides nuestras palabras y quema ese libro antes de que te haga un gran mal o devuélvelo al hogar de los monjes conde estará seguro. Deja a las personas descansar en paz.
Klaus bajó la cabeza pensando en lo que acabara de oír mientras los padres se despedían al entrar en el camino que había en la biblioteca. Bianca y Giancarlo creían que habían cumplido su misión al atravesar la línea divisoria, pero estaban totalmente equivocados. Poco a poco, el pasaje de luz de deshacía y la biblioteca se materializaba, todo volviendo a lo normal, incluso el sentimiento de avaricia que habitaba en el corazón de su hijo.
Esta vez atravesando la pared, la criatura volvió ansiosa por noticias.
— Eran mis padres, Fratello. Me sentí bien al verles de nuevo. Les echaba de menos. Pero desgraciadamente, lo que ellos vinieron a pedir no podré realizarlo porque ya he ido demasiado lejos.
— Siempre estoy de acuerdo con tus elecciones, mi señor. Estaré listo para la misión que designes.
— Entonces escucha bien mi plan.
Después de contar al hermano lo que pretendía y de saber los hechizos que necesitaba para realizar sus planes, ambos fueron al cementerio. En cuanto a los padres, el brujo pensaba que por estar vivo debía seguir sus propios deseos. No acataría consejos de personas muertas, fueran quienes fueran. Frente a la tumba de tres brujos tauneses, cuyas vidas había quitado otrora en el Castillo de los Ausentes, Klaus dijo las palabras que el Libro de los Muertos le enseñara.
— ¡Silene!, ¡Maurizio!, ¡Belami! ¡Ordeno que me obedezcáis! ¡Venid afuera donde no hay oscuridad!
Diciendo palabras mágicas hace mucho tiempo olvidadas, les devolvió la energía que les había quitado después de sus muertes. Tenía a su disposición ahora seres que podían atravesar el tiempo, porque el Libro de los Muertos decía que para los que habitan el reino de Hades, no hay límite de tiempo ni espacio. Podían atravesar las épocas sin problemas, cosas que Klaus no podía hacer. Solamente Juan sabía crear portales de tiempo y respetara los pasajes hasta el día en que lo creó para salvar a Phillip. Enseguida el maestro transfirió sus poderes al joven antes de morir, pero Phillip sabía de los peligros de utilizar tamaña aptitud.
— Mi plan está en acción. Enviaré a los tauneses hasta el futuro para que descubran dónde vive el hijo del rey de los magos. De este modo, podrán preparar el camino para mi llegada triunfal y no dejaré piedra sobre piedra hasta encontrar a mi presa más valiosa. — Celebró junto a la criatura que estaba siempre a su lado.
— Silene, por ser más fuerte, tú dominarás el grupo y quiero que viajes por los siglos hasta encontrar al mago. Cuidad de todo para mi llegada. Tienes tu poder de vuelta y con él podréis fácilmente dominar el reino de los humanos.
— Gracias por traernos de vuelta, mi señor.
Los otros bajaron las cabezas y oyeron quietos las promesas del brujo sobre lo que recibirían al cumplir su misión.
Los planes de Klaus empezaron a estructurarse y él se sentía satisfecho. Allá en el futuro de Phillip, él miraba los cielos oscurecidos de la ciudad y sintió que sus enemigos ya estaban llegando llenos de ira.
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