XVI - Las Brujas de Salem
Final del Siglo XVII
Estados Unidos, colonia inglesa
Después de atravesar el pasaje que Klaus crio en la sala de su casa por la noche, cuando todos dormían, finalmente llegaron al destino. Salem era una ciudad de colonos ingleses llamados puritanos debido a su religión.
— Me ha gustado la ciudad, Fratello. Creo que haremos muchos amigos...
— ¿O serán víctimas, mi señor? — Respondió enseñando los dientes feroces.
Pronto llegaron a un mesón donde decidieron quedarse por algunos días y sondar sobre los habitantes del lugar. Lo que más le interesaba a Klaus era descubrir quién eran las personas que serían muertas por practicantes de brujería. Si encontrara a algún hechicero entre los reos, él mismo haría el servicio sucio para absorber los poderes mágicos como de costumbre.
En la posada donde se quedó, el asunto preferido era el juicio de las brujas. Varias personas eran acusadas por algunas niñas que empezaron a tener convulsiones y alucinaciones.
Al ver el fanatismo religioso imperar en aquella comunidad, Klaus se disfrazó como un reverendo que visitaba varias ciudades de Massachusetts, entre ellas Salem. La criatura que le acompañaba se hacía invisible para las personas.
En el cuarto, el brujo se pasó la mano sobre el cuerpo y se vistió con ropas típicas de la región. Un hombre que caminaba en la calle, de repente, se quedó en ropa interior al desaparecer sus vestimentas.
— ¡Dios mío! ¿Qué me ha pasado? ¿Será obra de esos brujos que asolan la ciudad? Tengo que esconderme antes de que las personas piensen que he hecho magia para que mis ropas desaparecieran y que soy uno de ellos. — Dijo aquel que era uno de los reverendos verdaderos de la iglesia al quedarse expuesto en aquella condición humillante.
Mientras tanto, en el mesón, el otro se admiraba en el espejo.
— ¿Qué tal, Fratello? ¿Cómo estoy?
— Así así. Creo mejor como eras antes —respondió la criatura con la voz grave.
Klaus le ignoró y después de comer algo hizo una ronda por la ciudad frecuentando bares, estudiando el ambiente y la cultura del pueblo local.
— Descubre lo que puedas al respecto de lo que pasó aquí. Quiero saberlo todo sobre quien está practicando hechicería.
Invisible, como un soplo de viento, a veces sentido por algunos como un escalofrío en la piel, el Doppelgänger hacía el trabajo funesto. Su señor también husmeaba en los lugares que frecuentaba cualquier hecho que llevara al libro a llamar su atención. Algo grande debía estar pasando allí.
— Algunos niños están acusando a un reverendo y otras personas por haberlas influenciado con encantos que las hacen ver cosas y enfermar. Tienen convulsiones, se desmayan y se retuercen sin ninguna otra explicación. — El dueño del establecimiento le contó a Klaus entusiasmado con los hechos.
— ¿Está seguro de que eso está partiendo de simples niñas?
— Absolutamente. Ellas también están poseídas por entidades.
— Que informaciones interesantes me has proporcionado.
— ¿Y usted de dónde es reverendo?
— Estoy visitando ciudades del Condado para verificar como está la obra de evangelización de los no creyentes. En breve aumentaremos el poder de nuestra iglesia para colonizar toda la región, inclusive las tierras de los indios.
— Eso mismo. Los salvajes tienen un pacto con el demonio, porque no creen en la predicación de los puritanos. Tenemos que acabar con ellos y tomar sus tierras. ¿Quién sabe no son ellos los que están lanzando hechizos malignos sobre las mujeres de Salem?
— Puede ser, pero necesitamos unirnos para eliminarles de nuestras colonias.
— Un gran placer conocer a un hombre tan sabio. ¿Cuál es su nombre?
— Klaus Rizzoni.
Después de conversar con el comerciante y otros habitantes, en la piel del reverendo, ya tenía bastante conocimiento de la situación.
Por la noche, en el cuarto del hospedaje, él y su hermano de las tinieblas conversaban:
— Entonces has descubierto cosas interesantes y yo también. Trajeron a la colonia el miedo de la brujería agudizado por el peligro que los indios representan. Hay una histeria colectiva como cuando entregamos a personas inocentes a la hoguera y me parece que los magistrados tienen interés en condenar a esas personas de las que son meros niños los acusadores.
— ¿Por qué no matas a todos en este lugar, mi señor? Puedo ayudarte con facilidad. El lugar se convertiría en una ciudad fantasma. — La criatura sonreía al decir tamaña maldad.
— ¡Ja, ja, ja! Debes estar bromeando. ¡Qué sed de sangre amigo mío! Quiero víctimas, pero que me traigan poder. Y veo que no hay magia aquí. Sólo intereses y tal vez enfermedades mentales. Pero, voy a continuar buscando lo que el libro me reveló. La ley de las colonias no me permite tomar las poses de los acusados, ni quiero tierras en este lugar. ¡Quiero poder, Fratello! Poder...
Decepcionado con lo que le fuera revelado, el maligno Klaus decidió intervenir para acabar pronto con la historia e irse de aquel lugar. Investigaría se había algún mago o hechicera allí.
Al otro día, puso un poco de una poción en las casas de las niñas que acusaban a las personas de practicar brujería. Janda, la bruja que él había aprisionado en el Castillo de los Ausentes, se la había dado.
— Pon un poco mezclado con el centeno y la persona tendrá visiones y te contará todo lo que sabe. — Recordó lo que la bruja especialista en hierbas y pociones le dijera.
Sin embargo, no era un veneno, sino una especie de hongo con el cual contaminó el pan de centeno. La sustancia hacía que la persona tuviera alucinaciones y revelara los secretos que había en su mente.
Después de que la criatura contaminara la comida acompañando a cada uno de los acusados por el tribunal del Condado y percibir que no había brujos, ni magia para que su amo la absorbiera, Klaus decidió que haría el servicio que le gustaba. Mataría a su antojo. No se iría de allí sin dejar su huella.
Entró en el tribunal de justicia y le preguntó al escribano:
— ¿Sabes dónde puedo encontrar al juez responsable por la comarca?
— Su Excelencia se encuentra en su despacho. Tiene una audiencia en este momento sobre el caso de las brujas y no podrá recibirle. Tendrá que agendar una reunión, de preferencia con su abogado.
— No tengo tiempo para tonterías. Mátale ahora.
— ¿Qué quiere decir con eso? ¿Está amenazándome? ¿Y con quién está hablando? No veo a nadie más aquí. — Dijo al darse cuenta de los ojos del brujo hablando con alguien.
— No quiero hablar con un muerto. ¡Acaba con él! — Una vez más el reverendo forastero habló con alguien a su lado.
Fue entonces que una sombra pasó alrededor del hombre y este sintió un olor extraño de incienso. Alguna cosa acariciaba su barbilla como que escogiendo un lugar para aplicar el mejor golpe. Quería encontrar la carótida y sintió sus latidos acelerados por el miedo.
El escribano intentó llamar a los guardias, pero no le salía la voz. El terror se la había llevado. Sin titubear, el corte de la carne fue hecho de modo quirúrgico. Todo el cuello fue decepado. Y el monstruo se materializó sujetando la cabeza de la víctima con la mano derecha.
— Siempre te gusta impresionarme. No necesitabas degollar al sujeto.
La criatura tiró la cabeza en un cesto de basura que había cerca de la mesa.
En seguida, para limpiar los vestigios, Klaus hizo un hechizo que retiró la sangre esparramada por la antesala. Lo que sobró del cuerpo se convirtió en polvo y la brisa se lo llevó todo.
— Ahora toma su lugar.
El brujo recitó algunas palabras mágicas y le dio al Doppelgänger que despertara del infierno, el poder de transformarse en humanos y animales. Era lo que le faltaba para aumentar su deseo de ser como su señor.
La bestia acataba todas las órdenes, pero en el fondo quería ser como Klaus y le miraba de un modo diferente como si le envidiara. De alguna forma, se sentía preso a su amo y quería libertad. ¿Pero cómo? Una vez más el deseo de ser humano recorría el núcleo de su alma e incluso sin entender a la razón, se entregaba cada vez más a ese sentimiento.
Klaus salió y fue a tomar una bebida en la taberna que se ubicaba en la misma calle. Esperó que la audiencia terminara y volvió así que la criatura le avisó que sólo el magistrado ocupaba la sala.
— No puede entrar aquí sin ser presentado, señor. Quiera retirarse o llamaré a los guardias.
— Pero necesito resolver un asunto serio con el señor juez.
— Vuestra excelencia es el pronombre de tratamiento adecuado, señor. Quiero que me respete por el cargo que ocupo.
El brujo sonrió con las palabras del togado.
— Tengo que llevarme tu alma al infierno. Soy el diablo y he venido a llevarte.
— ¡Qué osadía! Blasfemia...
— ¡Escribano! Venga aquí. ¡Ahora! — Y continuó nervioso con la situación inédita. — ¡Guardias!
John Taylor entró:
— ¿Qué desea, Vuestra Excelencia?
Los guardias entraron apresurados y se quedaron en pie al lado de la puerta esperando las órdenes del magistrado.
— Prended a este hombre. Quiero que le ahorquen. Expediré la orden ahora. — Colocadle los grilletes.
— Pero quiero tener un juicio justo. — Dijo Klaus con ironía mirando a todos en la sala de audiencia.
— Ni una palabra más. — Y le ordenó a los guardias. — Lleváoslo. No quiero ver más esa cara maldita.
El brujo miró a la bestia en la piel del escribano que, entendiendo el recado, dejó salir sus garras, las uñas se prolongaron en la carne de los dedos adelgazados. El juez Frank Wiltser se quedó pasmado con lo que vio. Un golpe doble, con las dos manos proyectadas hacia atrás, su escribano acertó las yugulares de los guardias que se posicionaron detrás de él. Ambos cayeron al suelo sin vida, la sangre derramándose por el piso de madera.
— ¿Qué eres tú? ¿Un demonio? — Le preguntó a John Taylor que le mostró los dientes afilados.
Súbitamente, la ventana se cerró con un golpe fuerte. El viento pasó ululando sobre el cabello del juez Frank arrancándole la peluca que usaba. Su cuerpo empezó a salir del suelo y el verdugo levantaba la mano jugando con el cuerpo obeso de la víctima desafortunada.
Después de levitar al hombre con su poder, Klaus se transformó en él, igual a un gemelo. Cada vez más aterrorizado con lo que veía, casi infartó cuando la forma real del escribano se presentó ante él.
— ¡Dios mío! ¿Qué sois vosotros?
— Estoy aquí para condenarte y ya tengo el veredicto: ¡Culpable!
— ¿Pero, de qué?
— De afrentarme.
Una cuchilla salió de su muñeca por debajo de la manga de Klaus y este se la clavó directamente en el corazón del juez. Empujó la espalda de la víctima con el brazo izquierdo contra sí para conferir se el puñal había penetrado como quería. Allí acababa su último caso juzgado, esta vez el reo era él mismo.
— ¡Muy bien, Fratello! Estoy muy satisfecho con tu trabajo.
— Tú siempre te reservas lo mejor. Yo quería acabar con él. — Dijo con voz tenebrosa.
— Tendrás muchas oportunidades de satisfacer tus deseos.
Después de transformar los cuerpos en polvo y hacer que el viento se los llevara bien lejos, el brujo empezó a juzgar los casos de los crímenes de hechicería.
Con su podre corrompido, aprisionó a algunos niños, escogió a dedo a las mujeres que más le atraían y durmió con ellas a cambio de la libertad, cosa que nunca más tendrían, porque después las condenó a la horca.
La criatura le observaba, deseando a aquellas mujeres también. Pensaba que podía asumir el cuerpo de un hombre y acostarse con todas. Algunos indiciados del sexo masculino también fueron condenados por Klaus. Tras averiguar que ninguna de aquellas personas era de hecho un ser del mundo de la magia, se dio por satisfecho, aunque no sorbiera sus energías.
Y así murieron más de dos decenas de personas inocentes a causa del fanatismo religioso, del prejuicio humano y del mal que Klaus cargaba dentro de sí. Pobres víctimas inofensivas cuyos caminos se cruzaron con el brujo del mal. ¿Quién sabe tal vez otrora tuvieran destino semejante? Pero él no perdería la oportunidad de dejar su huella en la vida de esas personas.
— Nuestra misión aquí está cumplida. Vámonos a casa, Fratello. — Dijo él después de todo el daño que hiciera.
Dejó que algunos fueran torturados, incluso con piedras pesadas sobre el cuerpo tumbado, sobrepuestas una a una, hasta que confesaran o murieran asfixiados. Un tormento semejante al que hacían en Europa. A fin de cuentas, él aprendiera con los inquisidores experimentados; era un buen alumno. Como magistrado, tenía un gran poder en las manos, el de juzgar a las personas condenándolas a muerte.
"¿Será que fui el instrumento de la profecía contenida en el libro? ¿Y este de algún modo es capaz de instigar a las personas que lo leen para que maten? ¿Será este el motivo del nombre El Libro de los Muertos?", pensó para sí.
Klaus decidió que leería todo el libro con ahínco para aprender más sobre él. Lo que ocurrió en aquella ciudad impelido por la información que leyó en el compendio le dejó más curioso.
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