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XV - La Magia del Bien

El joven mago deseaba estar al lado de Alexia y, cuando estaban juntos, se sentía realizado. Ella le enseñaba a vivir en los días actuales y él había aprendido a usar las funciones del smartphone para conectarse, como todos hacían, además de otras tecnologías que parecían verdadera magia, principalmente para un ser venido de una época tan diferente. Incluso sabiendo hacer cosas maravillosas, como crear portales para ir a otros lugares, hacerse invisible, hablar con los animales, interactuar con la naturaleza y hasta volar, lo que quería de verdad era estar cerca de la mujer que le hacía feliz.

A la abogada también le gustaba el chico y, como todo principio de noviazgo, ella quería verle siempre que sobraba un tiempo en su vida agitada. Aunque trabajara en la defensoría pública, también estudiaba con el fin de presentarse a concurso para magistratura. El curso era nocturno, tres veces por semana, y el grupo tenía nueve alumnos con excelente formación el área de Derecho, cosa que la candidatura al cargo de juez exigía.

Entre esos alumnos, estaba Nico, que era un poco mayor y tenía por Alexia una gran admiración. Cuando ella respondía a las preguntas del profesor, el abogado se quedaba atento como si oyera su música preferida.

Una noche, cuando los alumnos estaban merendando, se acercó a ella.

— ¿Cuándo vamos a salir para ver aquella película que prometiste ver conmigo?

— Nico, he andado muy ocupada últimamente. Tú que también eres abogado y estudias para un concurso difícil como este sabes cómo es. Son siete mil personas para doscientas cincuenta plazas. Sin querer ser ruda, porque nos conocemos desde la facultad, tengo que decirte también que estoy saliendo con un profesor que conocí los otros días.

— ¿Pero cómo encuentras tiempo para salir con alguien, con tanto trabajo y estudio?

— Para eso, una siempre encuentra un tiempecito. Hace falta alguien para dividir la vida.

— ¡Uy! Sin querer entrometerme... ¿He oído hablar en boda? — Su amiga, Gabriele, entró en la conversación cuando llegó cerca de ellos.

Nico sintió celos porque le gustaba Alexia hacía mucho tiempo, desde cuando estudiaban juntos en la universidad.

— ¡No exageres Gabi! Sólo estamos saliendo juntos.

— ¿Y quién es el afortunado?

— Se llama Phillip. Es recién llegado a la ciudad y da clases de alemán. No conocimos el otro día en una situación inusitada. Cualquier día os cuento más detalles.

— ¡Quiero oírlo todo! — Dijo la amiga sonriendo.

El hombre que quería salir con Alexia se decepcionó con la revelación y decidió intentar en otra oportunidad. Quién sabe ella no terminaría con aquel. Él era persistente y le gustaba mucho ella.

Sin saber lo que ocurría lejos de allí, una vez más Phillip llegaba al hotel con sus gafas de sol.

— ¿No vas a comer nada, Phill? — Preguntó doña Anette mientras él subía observado por todos los que cenaban en aquel momento.

— Hoy no. Si me da hambre pido algo en el cuarto después. ¡Gracias!

Y subió apresurado.

— ¡Qué tipo raro! — Comentó Diego sonriendo.

Los otros rieron y el señor Franz dijo para cerrar el asunto:

— Dejad en paz al chico. Debe estar cansado de dar clases. Yo también era así de joven hasta conocer a Anette, que me hacía salir todas las noches.

— Y bien que te gustaba...

Todos rieron con la pareja que siempre hacía comentarios graciosos durante la cena.

En su aposento, después de tomar una buena ducha caliente, sin camisa y con una toalla circundando la cintura, Phillip se acercó al espejo y giró la mano sobre este; enseguida tuvo un mal presentimiento. Cuando usaba magia, su cuerpo se escalofriaba como si la energía circulase para cada una de sus células. Quería ver a su novia y la imagen de ella apareció frente a él.

La joven conducía su coche oyendo música tranquilamente cuando fue cercada por dos automóviles. Los bandidos querían robar el suyo. Eran traficantes de drogas y necesitaban un vehículo hurtado como disfraz para transportar los narcóticos.

Los ojos de Phillip se abrieron de par en par cuando vio la escena. Los neumáticos chirriaron con el frenazo y ella fue abruptamente cercada por los marginales peligrosos. En un instante, él movió las manos sobre sí y estaba vestido. A algunas manzanas de allí, el crimen ocurría.

— ¡Quieta! No hagas ni un movimiento siquiera o vas a llevar plomo.

Nerviosa, ella colocó las manos donde podían ser vistas, temiendo una reacción intempestiva. Salió lentamente del coche rezando para que no le hicieran daño.

— ¿Qué tal llevárnosla con nosotros? Si hubiera algún mecanismo de alarma o corte de la ignición, no será accionado teniendo a la cordera en nuestras manos. Después acabamos con ella y la descartamos en el lugar de siempre. — Le dijo uno de los compinches al jefe de la cuadrilla.

Eran seis hombres fuertemente armados. Uno de ellos tenía un fusil punto doce, y los otros están con pistolas semiautomáticas.

— ¡Me ha gustado la idea, Carlo! Vamos a llevárnosla. Tu conduces el coche y la chica va con nosotros.

— Por favor, podéis llevaros lo que queráis. Tengo dinero en la cartera, tarjetas de crédito, pero dejadme aquí. No tengo ningún dispositivo de alarma ni corte de ignición. Ni siquiera sé lo que es eso. Por al amor de Dios... ¡Dejadme ir!

El corazón ya con taquicardia acompañaba al sudor frío que le resbalaba por la piel.

— Calma, chica. Mi amigo dice muchas tonterías. No te vamos a matar. Te prometo que te llevaremos y te dejaremos en algún lugar más adelante. Tenemos que estar seguros de que no harás nada contra nosotros.

Ella cerró los ojos como que haciendo la última oración imaginando que era su muerte, principalmente después de las palabras del tal Carlo.

Cuando abrió los párpados, la imagen de un hombre extraño apareció. ¿Sería un ángel respondiendo a sus plegarias? Contra la luz de los faroles sólo conseguía ver su sombra.

Un hombre que acabara de aparecer de la nada miraba a los bandidos.

— Mira eso jefe. ¿Quién será ese sujeto?

— No lo sé, pero acabad con él. No podemos dejar testigos.

Los tipos empezaron a tirar sin piedad. Phillip levantó el brazo e hizo que las balas parasen en el aire y cayesen al suelo. En ese momento, Alexia le reconoció y se quedó atónita, sin palabras, con miedo de lo que les podría pasar a los dos. ¿Pero será que ella necesitaba temer?

Los hombres se abalanzaron sobre él. Uno le dio un puñetazo en el estómago y otros dos le agarraron por detrás. Le dieron varios golpes en la cara, mientras otro sujetaba a la joven abogada y uno más se preparaba para dispararle al muchacho inmovilizado. Como en un pase de magia, él desapareció de la vista de todos. Uno miraba a la cara del otro sin acción. Espantados, no entendían lo que pasaba, hasta que un viento fuerte empezó a soplar, las luces de los postes estallaban y, mirando para arriba y para todos los lados, los criminales buscaban al ser invisible.

Uno llevó un puñetazo en el estómago. Otro, un sopapo en la cara y uno más caía al suelo después de llevar una zancadilla que no supo de donde vino. Cada vez más asustados, no sabían lo que hacer contra algo asustador y desconocido.

De repente, el joven se materializó. Su cabello se volvió blanco y, como se recibieran electricidad estática, se pusieron de punta. Las pupilas doradas y los ojos llenos de fuego expresaban un poder jamás visto por aquellas personas llenas de terror.

— ¿Qué está pasando? ¿Es un demonio venido del infierno?

Alexia respiraba hondo para no desmayarse. Creyó que su novio estaba realmente poseído cuando le vio flotar por el aire elevándose por encima de todos.

— ¡Disparad! ¡Vamos! ¡Disparad! — Decía el jefe aterrorizado.

Phillip dijo con los ojos fijos mostrando autoridad:

— ¡Basta!

Levantó las dos manos con las palmas giradas para arriba levantando a los bandidos a varios metros de altura. Miró firmemente las armas que se volvieron incandescentes haciendo que todos ellos las soltaran de sus manos. Después, con un nuevo gesto, torció los cañones del armamento. Como por encanto, hizo que los hilos de los postes próximos se soltaran y amarró a los sujetos unos a los otros.

Ellos se quedaron con las miradas perdidas. Fueron amarrados mientras veían al hombre extender el brazo sobre el coche de la joven haciéndolo desaparecer. En seguida, el mago se acercó a ella.

— No tengas miedo, yo te sacaré de aquí.

La tomó en brazos y entró por un pasaje en el aire desapareciendo de una vez.

— ¿Vosotros habéis visto lo que yo? — Dijo Carlo, incrédulo.

Los otros se miraron meneando la cabeza de modo afirmativo cuando las sirenas fueron oídas en medio a la confusión de cuerpos atados.

— ¡Muy bien! Hace tiempo que queremos poner las manos en esta cuadrilla de traficantes.

— Al comisario le va a gustar está aprensión. — Giuseppe, el mismo que aprisionara a Phillip, dijo satisfecho.

— Y lo mejor es que existe una recompensa buena por estos tipos. — El compañero Enrico avisó contento.

— Ese tipo es un demonio. Apareció de la nada y nos detuvo. Se llevó a la chica al infierno e hizo el coche de ella desaparecer delante de todo el mundo. — Dijo uno de los marginales presos.

Giuseppe, en medio de los otros policías, se acercó a uno de los coches y abrió el maletero. Allí adentro encontró gran cantidad de drogas. Después de ver la aprensión que les haría famosos en la prensa, dijo:

— Ahora entiendo porque dicen tantas tonterías. Deben haber usado mucha droga esta noche.

— ¡Es verdad! El tipo era Belcebú que salió de las tinieblas. Llévenme a la cárcel que creo que estaré seguro allí. — Suplicó otro bandido.

Los policías se rieron entre sí no creyéndose ni una palabra.

— Llevaos a estos tipos de aquí. Ahora van a ver el sol nacer cuadrado.

El coche cupé de Alexia apareció en el garaje de su casa. Los dos se materializaron en seguida en su cuarto.

Aún respirando hondo, después de recuperarse poco a poco del susto y todavía sin creerse lo que acabara de presenciar, dijo:

— ¡Dios mío, Phillip! ¿Qué fue aquello?

— Estoy aprendiendo a controlar mis poderes día a día. Sentí que necesitabas ayuda y conseguí llegar a tiempo. Que bien que estás aquí sana y salva. Te prometo que siempre te protegeré, amor mío.

— ¡Phillip! No sé lo que eres, ni de dónde has salido, pero estoy feliz por estar aquí conmigo. ¡Gracias, querido mío!

Y se besaron sellando una unión con aparente duración eterna.

En la sala, su padre, que en verdad era el abuelo, estaba sentado en el sofá leyendo y paró de repente de leer. Entornó los ojos como si supiera lo que ocurría.

Lejos de allí, en el mundo espiritual, había un murmullo diferente. En los lugares siniestros proferidos como cavernas abandonadas, cementerios, subterráneos inhabitados y en los bosques perdidos, las criaturas perversas y rebeldes se reunían. Percibían que había alguien que podía destruirles o mandarles de vuelta a las profundidades del infierno. Tiempos difíciles para el Hombre Fantasma.

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