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XII - El Libro de los Muertos

Siglo XVII – Tíbet

En el pasado, eran los monjes quienes realizaban los rituales de iniciación de los novatos. Mientras les afeitaban las cabezas, ellos oían mantras contados en la ceremonia. Campanas sonaban marcando la entrada de los ancianos en el templo y un monje tocaba el gong para equilibrar las energías de la mente. Su líder, Dalai Lama, asistía todo el ritual con atención mientras se concentraba en los pasos siguientes.

En medio del pueblo, dos individuos curiosos observaban el movimiento. Uno de ellos vestido con ropas tibetanas, incluso con el sombrero acostumbrado, y el otro ser que no podía ser visto, a fin de cuentas estaba invisible, pues si permitiera su vislumbre asustaría a la multitud y los haría correr de allí atemorizados.

— No podíamos haber llegado a lo alto de esta montaña en mejor ocasión, Fratello. Una ceremonia de iniciación. Vamos a aprovechar e invadir el templo principal aprovechando la distracción. Allá está el Libro de los Muertos, mi objeto de deseo.

Solapadamente, ambos caminaban en medio de la multitud cuando Klaus pasó la mano sobre sí con un encantamiento y se transformó en un monje. Usaba un manto de color amarillo, el chogyu que los monjes vestían para expresar sabiduría; la donka en forma de V en el cuello, simbolizando las mandíbulas del señor de la muerte que podía llegar en cualquier momento; cabeza calva como los otros, representando la ausencia de vanidad y el deseo de alcanzar la verdadera paz; el zen o manto purpura sobre el de color amarillo, que era la marca de los que encontraron la concentración.

— Me siento un idiota con esta ropa. — Se quejó Klaus de modo arrogante.

Sin embargo, él haría cualquier cosa para arrancar el libro de aquel lugar. Su sombre era un poco más oscura que cualquier otra, visto que correspondía a dos personas. Era casi medio día y él sabía que era su oportunidad.

Las puertas del templo estaban cerradas en aquel momento, por eso ellos la atravesaron como si fuera una fina pared de agua. El Lama principal, Yan Jin, se dio cuenta de la sombra anormal, bien como una presencia maligna y miró al otro hombre a su lado mostrándole que un espíritu oscuro invadiera el monasterio. Inmediatamente, reunieron a varios de ellos a fin de proteger las reliquias sagradas, principalmente la obra escrita que guardaban para que no fuera robada por alguien con intereses oscuros.

— Chang, Quon, Jet, reunid a los mejores y venid conmigo. Alguien ha invadido el templo santo.

— Sí, maestro Dalai. — Asintió corriendo apresurado.

Cuando el sol iluminó la piedra entre varias otras en la pared que escondía el Libro de los Muertos, Klaus miró la cerámica con los ojos abiertos de par en par y la tocó moviéndola hacia afuera. Detrás de ella, el tan codiciado compendio fue revelado. Él lo cogió, pudo sentir la textura suave de la portada oscura llena de símbolos indescifrables que parecían ser de la escritura antigua.

Una llave se destacaba en medio de los otros gravados, tal vez representara el dispositivo para abrir la puerta del mundo de los finados.

Él entregó el objeto en las manos de la bestia que se transformó en su forma horrenda. No tardó y los monjes, en números incontables, ya les cercaban y el más viejo de ellos, el Dalai Yan Jin, ordenó:

— ¡Dejad aquí lo que no os pertenece, criaturas de las sombras! Volved al reino de los espíritus malévolos.

La bestia se carcajeó acompañada por una sonrisa sarcástica de su señor.

— ¿Tú recibes órdenes de un simple humano, mi señor? — Ironizó la criatura.

— A partir de ahora, este libro me pertenece. — Respondió el brujo, menospreciando al monje supremo.

El Lama se concentró e hizo que el libro se soltara de las manos del monstruo y levitara hasta las suyas. Los ancianos se reunieron allí afuera formando un círculo de oraciones para drenar energía espiritual y fortalecer a sus amigos. Todos situados sentados en concentración excelsa, mientras el Lama enfrentaba a los enemigos allí adentro.

— Tendrás que pasar por encima de nuestros cadáveres primero. — dijo Yan Jin ya de pose del utensilio de la disputa.

Algunos más jóvenes entraron por el gran portal con bastones de madera que usaban para luchar a través del arte del Kung Fu. Llevaban también shurikens y nunchakus, armas del arte marcial que practicaban regularmente.

Y la batalla empezó.

Klaus con sus ropas de monje fingía ser uno de ellos, sin embargo, no podía engañar a seres tan evolucionados. Ellos se abalanzaron sobre él defiriendo varios golpes que le dolieron profundamente. Sus labios ya sangraban; su abdomen fue arañado por shurikens que le rozaban cuando se contorcía para huir de los objetos punzantes.

Él continuaba recibiendo muchas patadas y puñetazos do todos los lados, hasta que fue lanzado fuera del templo. El Doppelgänger invisible también atacaba a los defensores con sus armas mortales. Algunos de ellos empezaron a caer muertos por el suelo cuando penetrados por las garras agudizadas del monstruo asesino. El Dalai, que conseguía con su poder ver a la criatura, sopló un polvo que cogió de la mesa de ofrendas y la reveló a los demás ayudándoles a protegerse. Los monjes lanzaban las estrellas shurikens a la bestia, pero estas atravesaban su cuerpo sin causarle daño. Intentaban acertarle con los nunchakus y los bastones, pero el ser conseguía hacerse etéreo evitando las incursiones.

— ¡Basta! — Vociferó el brujo con una expresión llena de ira entrando en el templo.

Sin saber luchar con aquellos monjes y después de recibir muchas envestidas, Klaus juntó las dos manos en un gesto que parecía la oración budista, pero estaba lejos de eso. Él conjuró el aire y el agua levantando los brazos creando una gran tempestad enseguida.

Algunas nubes cargadas cubrieron los cielos. Rayos y truenos oscurecieron el tiempo dejando a todos allí atemorizados con su gran poder. Los templos sufrieron daños con los relámpagos que caían sobre ellos y las personas empezaron a correr para escapar del fuego que lo invadía todo. Algunos monjes se ocuparon de apagar las llamas y otros cercaron al brujo cuando la criatura se puso al lado de su señor, mostrando las garras y los dientes agresivos.

Nunchakus y bastones eran manejados con pericia sobre Klaus y su hermano. Ellos esquivaban torciendo la columna hacia atrás y el cuerpo hacia los lados, dejando las herramientas letales rozar sus cuerpos. El brujo preparó entonces una bola de fuego para lanzarse a los enemigos y Yan Jin pidió que parara, haciendo una señal con la mano al ver a una niña que bajaba las escaleras para ver lo que estaba ocurriendo.

Era la niña prometida, la iluminada, la qué sería la nueva Dalai Lama. Una joya preciosa de gran valor en el templo. Klaus se dio cuenta del modo en como el gran Lama miraba sus pupilas.

— ¡Basta! No quiero luchar, pues tengo algo más importante que hacer. — Dijo el Lama, preocupado con el bien estar de la niña.

— Claro, entrega el libro que nos iremos de tu templo para siempre. — El brujo presenció las miradas protectoras de todos los monjes en dirección a la pequeña.

— No sabes con quien te la estás jugando, brujo. — Yan Jin se sintió aprensivo frente a la codicia de aquel hombre.

— ¿Qué es lo que está pasando aquí, gran Lama? — Indagó la niña curiosa.

— Apártate, dulce niña. Vuelve a tu alojamiento, Mei Ling... ¡Por favor! — Dijo el Dalai casi implorando.

Mientras pensaba en la seguridad de la niña, un viento fuerte pasó cerca de él y se llevó el manuscrito de sus manos por un descuido. Inmediatamente, lanzó un campo de fuerza espiritual y protegió el libro que se soltó de las manos del Doppelgänger. La cubierta de oro del compendio estaba amarrada con una cinta llena de símbolos antiguos, entre ellos una serpiente; también tenía un candado que cerraba las páginas, todo levitaba en el aire siendo observado por todos.

Allí afuera, los monjes más antiguos entonaban mantras y oraban para fortalecer a aquellos que enfrentaban el mal.

La criatura intentaba coger, pero no lo conseguía, pues había una energía vigorosa sobre el libro. Su señor se acercó para intentar agarrar el objeto, pero dos monjes proveídos de nunchakus le atacaron cuando él cogió su espada para defenderse de las investidas. Otros luchaban con Fratello, sin embargo, él les traspasaba con sus garras mortales acabando con sus existencias terrenas. Klaus recibía golpes de los monjes hasta que levantó las manos usando magia lanzándoles a distancia contra las paredes quebrando los huesos de algunos de ellos.

En seguida, un remolino pasó llevándose a los luchadores con sus armas afuera del templo. De repente, la puerta se cerró bruscamente y, en el interior del templo, restaron sólo la niña, que lo observaba todo, el Dalai Lama y los dos invasores.

— Ahora será entre nosotros dos, monje viejo. ¡Dame el libro ahora mismo!

El monje prestaba atención en el libro donde depositaba su energía, la niña que era el centro de su mayor preocupación y en los rivales.

— ¡Sube, Mei! Escóndete donde siempre te enseñé.

La lucha empezó. El libro flotaba y la criatura miraba a los dos, monje y pupila, cuando Klaus miró a Fratello señalando a la niña.

El monje le dio varios golpes de Kung Fu al brujo, que contraatacaba con su espada intentando acertarle. El Dalai cogió un bastón y se defendía de la lámina cortante. Klaus cortó el bastón en dos y el monje le dio una fuerte patada al brujo lanzándole lejos, dejándole medio atontado, casi vencido.

Al ver que su señor estaba en mala situación, la bestia voló en dirección a la niña para agarrarla cuando el Lama dirigió su campo de fuerza espiritual canalizando las energías de los que estaban orando allí afuera y la protegió del ataque del monstruo. Mei Ling se quedó atónita, paralizada, llena de miedo al ver al demonio cercándola en la tentativa de destruir el escudo que la protegía.

El libro cayó en el piso. El brujo vio su recompensa esperando por él, se levantó poco a poco y, beneficiándose de la preocupación del Dalai con la niña que era atacada, recitó un hechizo.

— Ven a mí, reliquia sagrada. Te lo ordeno con la fuerza que conquisté de los que se fueron. Ven a mí...

El Dalai no sabía si protegía el libro o la niña. La energía debería ser canalizada para uno de los dos. La decisión era inminente y, al pensar, no hubo dudas. Él era el guardián del ser iluminado.

Con los dos brazos llevando energía para mantener la redoma que defendía Mei Ling, vio a Klaus coger el libro en sus manos. La criatura paró de atormentar a la niña. Era el fracaso del monje acompañado de la victoria – la niña era lo más importante para la perpetuación de las grandes enseñanzas de Buda.

— No debemos quedarnos aquí. Vámonos de este lugar, Fratello. Cogimos lo que vinimos a buscar. Además, la energía positiva de aquí es repugnante.

La bestia sólo meneó la cabeza en concordancia.

El brujo pasó la mano sobre el aire creando un portal y entraron en él. Cuando los monjes consiguieron entrar de nuevo en el templo para cogerles, el pasaje se cerró.

El Dalai Lama Yan Jin apretó los labios, anduvo de la mano con Mei Ling hasta la entrada del monasterio, donde el consejo de los ancianos paró de orar en el círculo formado, y les dijo:

— Lo que ha ocurrido aquí no es nada bueno. Nuestros ancestrales nos pidieron que guardáramos el libro siniestro porque tiene un poder extremo. Quien tome pose de él puede hablar con los muertos y romper la divisa entre la vida y la muerte.

— Vamos a intentar recuperarlo. Pero oí una profecía antigua sobre alguien que puede restaurar el equilibrio. Vamos a orar y pedirle a los espíritus más sabios que ayuden a ese ser. — Comentó uno de los monjes más antiguos.

— ¡Sí! Vamos a orar... Lo más importante es que salvamos a la niña. — El Dalai declaró.

El tiempo se quedó tranquilo y las nubes se disiparon. Después de ese primer combate, era hora de unirse en fe y esperanza, pues tiempos difíciles estaban por venir.

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