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XI - Vida Moderna

El joven Phillip continuó andando por la ciudad y llegó al hotel que Alexia le había recomendado. En la entrada encontró a dos estudiantes aparentemente de su edad y empezó a conversar con uno de ellos.

— ¡Hola! ¿Será que hay plazas para extranjeros en este hospedaje? Me dijeron que aquí llegan personas de todos los lugares.

— Creo que sí. ¿Por qué no entras y le preguntas a la mujer que está en la recepción?

— ¡Gracias! Voy a hacer eso mismo.

— Aquí es un estupendo lugar. Has tenido suerte de encontrarlo y no cuesta caro. Olvidé de presentarme. Soy Diego y mi amigo se llama Gabriel.

— Soy Phillip.

Diego estiró la mano para saludarle. Phillip se quedó mirando curios porque no conocía los saludos de aquel tiempo. Sin embargo, después de algunos instantes, pensó en retribuir, apretando la mano del muchacho que era griego. El otro era africano y también saludó al joven mago.

— ¿De dónde eres? Debes ser de Alemania por el acento.

— Soy de Germania.

— ¿Germania? Pero este país no existe desde hace mucho tiempo. — Gabriel sonrió.

— ¿Qué? ¿Destruyeron mi país?

— ¡No! Debes estar de broma... Aquella región ahora se llama Alemania y es uno de los mayores países de este mundo. Hablas como si vivieras en el siglo XV.

"Tal vez no debiera haber salido de allí. Mi coraje desenfrenado hizo que lo perdiera todo." — Pensó triste.

Los chicos se quedaron quietos aguardando las palabras de Phillip que tenía la mirada perdida mientras pensaba en el pasado.

— Perdóname, estoy un poco fuera de onda. Creo que me golpeé la cabeza. — Intentó inventar una excusa.

— Déjame ver. Está herido sí. — Dijo Diego.

— No te preocupes que está sanando.

— ¡Vamos, entra! Hace frío ahí afuera. — Una mujer que estaba en la puerta les llamó.

Los estudiantes vivían en aquella hospedería junto a varios otros que estudiaban en la Universidad Central de Florencia, una de las más antiguas de aquel país. Gabriel era de Angola y hacía doctorado en Ingeniería de Datos. Diego cursaba maestría en Ciencias de la Computación.

Elina, la chica que les invitó a entrar, presentó a Phillip a los propietarios del lugar, que se pusieron felices por tener a un joven más hospedado allí y le dieron un crédito hasta que encontrara trabajo para pagar los gastos.

El joven se despidió de Diego y Gabriel. Prometió encontrarse con ellos más tarde para conversar más. Él estaba especialmente interesado en ver a Alexia de nuevo por la semejanza con su novia del pasado.

Después se acercó a los dueños y les preguntó si había más libros donde pudiera aprender sobre las costumbres de la época. Ellos prontamente le enseñaron una biblioteca sencilla, pero que tenía buenos libros y revistas. Phillip pidió para coger algunos libros, subió a su cuarto, tomó la ducha que tanto necesitaba y empezó a leerlos con avidez. Al día siguiente, buscaría un trabajo.

En el sosiego de su cuarto, hizo un hechizo para absorber el conocimiento de los libros y las hojas pasaban frente a sus ojos enseñándole todo sobre el presente y el pasado, mostrándole cómo la historia transcurriera hasta entonces y cómo era el mundo en el que vivía.

El teléfono sonó cerca de la cama.

— ¿Qué es esto? — Se preguntó asustado.

El aparato continuaba sonando y él decidió encarar el objeto. Lo cogió mirándolo fijamente y se dio cuenta de que había silenciado. Oyó una voz fina salir de él. Lo miró de frente y, al escuchar un sonido agudo saliendo de él, se lo puso en la oreja derecha para escuchar mejor, pero del lado contrario del teléfono. No oyó nada y continuaba saliendo el sonido. Giró el aparato y consiguió escuchar claramente.

— Hola Phillip. Es Alexia. ¡Qué bueno que hayas conseguido hospedarte ahí! He llamado a la portería y me han dado el número de tu cuarto.

— ¿Cuándo vamos a vernos de nuevo?

— Tengo bastantes quehaceres los próximos días. Pero en el fin de semana podemos encontrarnos. Pasaré por ahí el sábado a eso de las siete de la noche. ¿Puede ser?

— ¡Claro! Ya te echo de menos...

— No seas tonto. Ten una buena noche de sueño.

— Lo mismo para ti.

Al lado de la joven, en la sala, su abuelo estaba cenando y oyó la conversación. Tenía el cabello blanco grisáceo, el rostro un poco arrugado y bien afeitado.

— ¿Estás relacionándote con alguien, Alexia?

— Conocí a un joven el otro día, abuelo. Me gustó a pesar de ser mi cliente. Pero parecía ser tan inocente en su manera de ser. Me impresionó por ser diferente a todos los hombres que he conocido.

— No es bueno relacionarse con clientes, querida mía. Pero sé que si este te atrajo debe tener algo muy especial, porque tú eres singular.

— Realmente me cautivó. Pro vamos a ver si él es lo que el corazón está diciéndome.

— Ten cuidado, nieta mía.

La abogada no quiso abrir el juego con su abuelo totalmente, pues sabía que él se quedaría lleno de dudas. Quien sabe más adelante le contaría. No le gustaba esconderle cosas al viejo que era una especie de padre para ella. Su Jonathan era paciente y listo. Imaginaba que ser el noviazgo avanzara, poco a poco lo sabría todo.

Allá en el hotel, alguien tocó a la puerta de Phillip:

— ¿No vas a bajar para cenar? Ya es la hora. — Dijo la bella joven de ojos castaños.

— Sí, claro. ¡Tengo hambre!

— ¡Mucho gusto! Me llamo Elina.

— ¡Phillip! El gusto es mío.

El joven bajó rápidamente. Durante la cena, conoció mejor a la pareja de alemanes, Franz y Anette, que eran los propietarios del establecimiento. Conversaron bastante juntamente a los otros huéspedes y se sentía bien en compañía de ellos. Doña Anette era quien daba todas las órdenes en el albergue y él pronto se dio cuenta de la fuerza y sabiduría administrativa de aquella mujer.

"Tiempo diferente este en el que las mujeres son respetadas y tiene igual o mayor poder decisivo que los hombres." — Admiró lo que en el fondo sabía qué era lo correcto y una pena que no era así desde el comienzo del mundo.

Al otro día, Phillip salió para buscar una plaza de empleo y consiguió una oportunidad como profesor de alemán. Era en una escuela del amigo del señor Franz, que le había dado una carta de recomendación al darse cuenta de que el joven dominaba bien el idioma. Ellos concertaron un buen salario y así pudo pagar por su estancia sin emplear su poder mágico.

Continuó viviendo en aquella ciudad, pero la magia le llamaba. Cultivaba dentro de sí un sentimiento de culpa por no haber conseguido salvar a los que amaba y decidió que a partir de aquel día se empeñaría en ser un gran mago y hacer el bien a la humanidad.

Intentaría no llamar la atención de las personas porque entendió que había periódicos, internet y radios que esparcían las noticias rápidamente; y lo mejor en su condición era pasar desapercibido. Leyó en los libros de historia que la Inquisición ya no existía; que el hombre pasara a un nivel espiritual más evolucionado, pero también vio las noticias sobre los problemas que la humanidad enfrentaba, las guerras, el hambre, la destrucción de la naturaleza que él tanto amaba y las enfermedades. De alguna forma, él necesitaba emplear los poderes para el bien de los seres humanos.

Durante todas las noches, bajaba, cenaba y conversaba con los otros huéspedes. Después se iba a su aposento para leer un poco. Empezó a recordar todos los hechizos que el Libro de las Almas dividía con él y aprovechaba la facilidad de adquirir conocimiento. Leía y releía todo el contenido de los manuscritos encerrado allí en su cuarto como si estuviera en otro mundo.

A las personas les extrañaba que cuando él subía era como si no existiera.

— No entiendo a ese muchacho. Es tan guapo y no sale con ninguna chica. Va a su cuarto todas las noches, no sale para nada y se queda allí enclaustrado. — Dijo doña Anette.

— ¡Es verdad, querida! Encuentro este joven muy extraño. Sus conversaciones son buenas, pero es muy introspectivo.

Elina, la estudiante que trabajaba para ellos para ayudar en sus gastos, oyó a los dos hablar sobre Phillip y también dio su opinión:

— Perdonen mi intromisión en esta conversación, pero no he podido dejar de notar que hablaban sobre el nuevo huésped. ¡A mí bien que me gustaría que me invitara a salir!

Todos sonrieron enseguida.

— Entonces vamos a brindar por eso. ¿Anette, podrías traernos una cerveza?

— ¿Brindar a qué, Franz?

— Al futuro noviazgo del novato con nuestra huésped y colaboradora. Seremos los padrinos de este casamiento.

— No digas tonterías, amor. Vas a dejar a la chica avergonzada.

— Puede dejarle bromear, doña Anette. Hasta que me gusta. A veces es bueno no llevar la vida muy en serio.

— ¡Entonces brindemos a la vida, vaya!

Los tres levantaron las jarras llenas de cerveza acompañados de picoteo al estilo alemán y se divirtieron durante toda la noche.

Al día siguiente, Phillip caminaba por las calles y pasó por una tienda que vendía gafas de sol. Enseguida pensó que a cualquier hora podría manifestar su poder de ver a los seres espirituales y usaría aquel objeto para esconder sus ojos llameantes. No estaba seguro de si conseguía dominar aquel poder como Juan le había enseñado. Sin pestañear, compró unas gafas para él. A partir de ahí, siempre las llevaría consigo.

Por la noche, cenó y subió las escaleras observado por algunos huéspedes que le encontraban extraño, principalmente ahora que usaba gafas de sol hasta para cenar, tal vez por temer que algún ser espiritual apareciera.

Durmió aquella noche y después de algunas horas empezó a revolverse en la cama. Empezó a soñar con una niña que estaba corriendo en una calle oscura y desierta, Vio a un hombre agarrarla cuando ella gritó alto de modo incesante clamando por ayuda.

— Suelta a la niña, te lo ordeno. — Phillip vociferó.

— Vosotros estáis escuchando lo que el jefe dice. No voy a poder raptar a la niña. — El sujeto rio mirando a los lados.

Cuatro bultos más aparecieron surgiendo del suelo como sombras y se materializaron en Doppelgängers como aquel que matara a Verena. Serpientes hinchadas se arrastraban delante de ellos yendo en dirección al muchacho.

El corazón disparó durante la pesadilla. Fue cuando un lobo negro enorme apareció a su lado izquierdo. Los ojos del animal brillaron cuando tocados por la luz de una farola que se encendió de repente. Y un lobo más, esta vez blanco, surgió a su lado derecho. Los lupinos aullaron juntos.

Las criaturas de las sombras junto a las serpientes se acercaron mientras él podía oír el llanto medroso de una niña cerca de aquellos seres tan horrendos. Entonces el lobo blanco se transformó en Juan, su viejo amigo. El mago sacó de una vaina en su espalda: la Furia de la Noche.

— He venido a ayudarte, Phillip. Nunca te olvides de que esta espada puede cortar a cualquier ser de las tinieblas; y ellos te temerán. Tu nombre será venerado en los lugares más longincuos de la Tierra, donde los ojos del hombre jamás podrán alcanzarte.

Y él empezó a cortar las cobras con un único golpe certero y las criaturas intentaban huir sin éxito. Todas siendo aniquiladas con la fuerza de la hoja de plata. El único hombre era Klaus, que soltó a la niña y la dejó partir. Él huyó y la niña corrió en dirección a Phillip que la cogió en brazos y la entregó a los padres que aparecieron en la oscuridad de la noche.

Sudado, se revolvía en la cama cuando abrió los ojos. Consciente del sueño, pensó en la espada que dejara en el museo. Parecía que alguna cosa estaba para ocurrir y él sentía que necesitaba estar preparado.

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