VIII - La Peste Negra
Hace muchos años, el adversario brujo de las tinieblas, furioso, venía haciéndose más fuerte que nunca. Consumió la energía de los que aniquilara a través de los años. Ahora inmortal, seguía su ambición y sabía que un día encontraría a Phillip en algún lugar del futuro. El pasado que había superado encontraría el presente del joven y la búsqueda de Klaus podría durar la eternidad que él persistiría. Participaba de varios episodios de la historia humana donde procuraba siempre influenciar a los gobernantes de acuerdo a sus deseos.
Mientras tanto, el mal sobresaltado de la mirada capciosa y el perfume amargo de la muerte que exhalaba de sus poros dejaba un rastro de gritos y terror en todos aquellos que contactaba. El sabor salado de las lágrimas de sus víctimas y los gritos de los que probaban su cólera eran los frutos del árbol tenebroso que se enraizaba a través de los siglos.
Sin embargo, en el castillo del taunés, un tiempo tedioso llegaba. Él buscaba noticias de la presencia de brujos en Europa y en el Nuevo Mundo que había sido descubierto por las grandes navegaciones, pero todo estaba quieto y no tenía noticia alguna de su principal objetivo, el príncipe Phillip. Su ira se volcó contra los inquisidores.
Aún tenía que acabar con algunas centenas de ellos para sentirse satisfecho. El protestantismo aguzó la rabia de los inquisidores que tenían un motivo más para perseguir a los herejes.
— Creo que es hora de que aniquilemos a los asesinos de mis padres. Están debilitados con los abusos que cometieron y los reyes de varios países están adoptando el protestantismo, debilitando la iglesia. ¡Vamos a actuar hermano!
— ¿Cuál es el plan? — Preguntó el Doppelgänger sediento de sangre.
Después de que Klaus explicase las coordenadas de las acciones, los dos se prepararon para invadir el cuartel general de los inquisidores en Roma. En cuanto a la iglesia que ordenara las masacres, él ya sabía que se dividiría cada vez más hasta perder la influencia sobre los gobiernos del mundo. Ese espacio vacío, el brujo quería ocuparlo.
Era un periodo festivo en la ciudad y el pueblo estaba enmascarado bailando en las calles. Un castillo enorme abrigaba a los principales jefes de la inquisición y Klaus dio las órdenes a su Fratello, porque esta vez el servicio sería ejecutable sólo por alguien que no tuviera cuerpo humano.
Por la noche, el monstruo arrastraba cuerpos de individuos muertos por las callejuelas de Roma y las personas, viendo aquello, se apartaban debido al olor fétido exhalado por los cadáveres. Los humanos pensaban que aquel disfraz que la criatura usaba, era de la fiesta de máscaras que se realizaba en la ocasión. Llovía; y lo que aparentaba ser un hombre alto con la faz cubierta por una capucha continuaba su trabajo siniestro.
Cuatro soldados italianos osaron cercarle en un callejón cuando él empujaba a dos difuntos llenos de pústulas.
— ¡Eh! Seas quien seas. Muéstranos la cara y dinos adónde llevas a esas personas. ¿Están muertas? — Indagó uno de los soldados, curioso, con los ojos saltones, mientras los otros desenvainaban sus espadas.
El Doppelgänger que estaba de espaldas se volvió. Soltó la carga llena de bulbos en el suelo, con los ojos púrpura brillando en la noche lluviosa, y se acercó lentamente a los hombres.
— ¡Ni un paso más! Somos la guardia real.
— ¡Morid, humanos desgraciados! — Su voz era sombría y escalofriante.
La bestia se transformó en humo y pasó alrededor de ellos como si les acariciara los rostros antes de aplicarles los golpes mortales. Los guardas cortaban el aire con sus hojas inútilmente.
Y él se situó al lado de uno de los hombres materializándose en la criatura horrenda encapuchada. Los dientes puntiagudos destilaban el veneno amargo de la muerte. Pasó las garras afiladas lentamente por el cuello de uno de ellos después de sujetarle con la mano. Se regaló con la pulsación de la carótida porque le gustaba tantearla algunos segundos anes de interrumpir el flujo. Contaba los latidos regresivamente hasta que pararan de una vez. Tardaba un poco al trucidar a sus víctimas; quería sentir el olor del miedo corriendo por las venas.
Los otros se abalanzaron sobre él, pero el compañero cayó al suelo antes de eso, la cabeza salió rodando por la brea del callejón.
La escena horripilante de la sonrisa sombría y aquella muerte terrible hizo que corrieran aterrorizados de modos desordenado, intentando salvar su bien más precioso.
Sin embargo, el monstruo no perdería la oportunidad de cortar más carne fresca. Se lanzó a la busca de las víctimas decepando las cabezas una a una; veía la sangre chorrear y degustaba la escena de los cadáveres degollados caídos en el suelo con un placer cruel.
Su señor también se sentía satisfecho. Bebía unos tragos en una taberna mientras asistía por los ojos de su gemelo el servicio que solamente el espíritu errante podía hacer.
Cuando las personas seguían a la bestia para ver adónde llevaba los cuerpos, esta se hacía invisible, así como su carga, y el destino no se descifraba; era la manera perfecta de cumplir su misión.
Dejados en el sótano del local donde se reunían aquellos que el brujo quería destruir, los cuerpos fétidos empezaron a esparcir la enfermedad tan temida; la peste negra. Ratas transitaban entre los difuntos llevando las pulgas infectadas con los bacilos causadores de la dolencia. Decenas de cuerpos apilados empezaban a esparcir el mal que Klaus planeara. Él salió de la taberna, anduvo hasta llegar frente al cuartel general y, al lado de su aliado, observaba a la élite ser contagiada. Todos sabían que la peste negra se esparcía más que las noticias de la tragedia.
— ¡Vamos, Fratello! De aquí a pocos días, o semanas, estarán todos muertos y una vez más habré vencido a aquellos que tanto dolor me causaron.
Él recordó los ojos de un niño lleno de odio en el corazón, que veían el fuego consumir a su madre tan amada, y los gritos mientras se escondía de los verdugos, aterrorizado por el miedo de la muerte. Su padre traspasado por la espada. Una imagen dolorosa que marcó su alma para siempre.
Después de algunas semanas, se acercó a una pared de la fortaleza. Pasó el dedo en e aire en círculos y volvió a la sede de la matanza en Roma, seguido por la criatura.
— Entra allí y ve se restó alguien.
— No hay seres humanos vivientes en aquel castillo, mi señor, sólo cadáveres llenos de pústulas. — Respondió con la voz tenebrosa sonriendo con el éxito.
Klaus levantó el cayado y gritó después de mencionar algunas palabras mágicas.
— ¡Fuego del infierno! ¡Quémalo todo y llévate las almas a tu morada para que paguen para siempre!
Y la sede de tantas torturas y maquinaciones contra la libertad de pensamiento ardió en llamas. Las personas alrededor miraban espantadas la escena de horror donde el mayor espectador sentía un placer inconmensurable – el sabor de la venganza.
En su mente era poco, cerca de lo que hicieron, pero su desforra no pararía por allí.
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