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VII - Un Nuevo Amor

Siglo XXI

Una mujer entró en el Departamento de Policía con un mandato de liberación en la mano. El carcelero de plantón llamó a Phillip para comparecer a la sala del comisario.

— Ahora eres un hombre libre gracias a la eficiencia de esta joven abogada. Responderás a la denuncia en libertad y, como pareces ser una persona de buena índole, espero que no salgas por ahí invadiendo museos. No quiero verte por aquí de nuevo.

— Gracias, señor. — El joven agradeció con alivio, contento pro poder ver la luz del día a partir de aquel momento.

El jefe de la unidad policial notó los bellos ojos de la abogada y dijo:

— ¡Buen trabajo! Fue rápida en su servicio. Admirable actuación... debo decirle que estoy sorprendido.

— ¡Gracias, comisario! Sólo cumplí con mi obligación de defensora.

Phillip la observó cuando ella hablaba con altivez y también apreciaba a la joven que era la copia perfecta de Verena, su amor del pasado.

— Coge tus cosas, muchacha, y ten juicio... — El comisario se despidió del chico, que demostró ser muy educado.

— ¿Nos vamos, Phillip? Puedo llevarte a donde quieras. También he separado unas ropas de mi abuelo para que te cambies. Es mejor no llamar la atención con esos trajes medievales. Aprovecha y cámbiate aquí mismo en la comisaría.

— ¡Gracias, Verena! Digo... Alexia... Perdona. Pero es que te pareces muchísimo a alguien que conocí en el pasado.

Él decidió aceptar las ropas y el ofrecimiento de llevarle, pues no sabía adónde ir.

El joven fue al cuarto de baño de la comisaría y se cambió las ropas que le sirvieron bien. Alexia le miró una vez más de arriba abajo intentando recordar si le conocía de otro lugar que no fuera de su pesadilla reincidente. Sin embargo, era en vano, porque él sólo habitaba en sus sueños mientras no hubiera nada a su respecto en la memoria consciente de la joven.

Ella conducía su coche cupé con asientos en cuero blanco, usaba un aplicativo de música tocando melodías suaves cuando preguntó:

— ¿Adónde vas, Phill? ¿Puedo llamarte así?

— Claro que puede, señora. Pero sinceramente, no sé adónde ir. Le dije que se lo explicaría... Es que, la verdad, yo no soy de aquí, de este tiempo.

— ¡Ah, no! ¡Otra vez con esa historia! Mira, ya he cumplido con mi deber y necesito dejarte en algún lugar.

Alexia no le creía, a pesar de que el joven aparentara buena educación.

— Señora, he visto en las revistas que me dejó que hay en este mundo buenos lugares para hospedarse. ¿Puede dejarme en alguno de ellos?

— Por favor, no necesita llamarme señora. Puedes tutearme, llamarme Alexia, como quieras, pero señora me hace sentirme más vieja de lo que soy.

— Doctora, entonces.

— Mejor; Alexia.

— Está bien. Si es así que lo deseas...

— Puedo dejarte en un lugar aquí cerca, sí. ¿Tienes dinero para pagar? Perdona por preguntar, pero con esa charla de no ser de aquí, pensé que tal vez no estés preparado financieramente.

— Entiendo perfectamente; en el poco tiempo que estuve en la celda, leí mucho al respecto de vuestras costumbres, formas de convivencia... Yo siempre llevo conmigo un saco de monedas de oro. Creo que esto es atemporal, ¿verdad?

El príncipe mostró las monedas que con un pase de magia había recuperado del bolsillo de Houdini en el museo. Ella miró de reojo mientras conducía y se puso curiosa.

— Vamos a parar en un café para que conversemos mejor.

Había un lugar en una plaza allí cerca. Alexia aparcó, después entraron y se sentaron en una mesa.

— ¿A ti te gusta el café? ¿Puedo pedir para los dos? Aquí tienen unas galletas de mantequilla muy ricas.

— Sí claro — dijo el muchacho sin saber lo que eran galletas de mantequilla. — Tengo hambre... Aquella comida de la prisión... ¡Horrible! — Exclamó retorciendo la boca.

Ellos sonrieron el uno al otro.

El joven decidió probar la bebida de la cual oyera hablar de que su sustancia dejaba más despierto al que la bebía.

— Entonces, ¿puedes explicarme que ropas eran aquellas que estabas usando? ¿Y las monedas de oro? Parecen ser realmente de la época medieval. Las ropas de mi abuelo te cayeron bien y son mucho más discretas.

— Las monedas eran llamadas Florines y era así que nosotros pagábamos las cosas en la época de donde vine. En cuanto al traje, era así que nos vestíamos en mi tiempo. Pero, al ver el modo en como las personas se visten aquí, me sentí divergente.

— Observa a tu alrededor...

— Creo que ahora estoy mucho mejor y me gusta pasar desapercibido.

— Después puedes comprarte ropas nuevas. Aquí existen varias tiendas para eso.

— Espera un poco. — Phillip decidió resolver el problema.

La joven le acompañó con la mirada, curiosa. Él encontró dónde era el cuarto de baño y caminó hasta allí de modo tranquilo.

Phillip se puso frente al espejo. Recordó lo que las personas vestían en las calles y dijo algunas palabras mágicas en alemán, su lengua natal.

— ¡Ich brauche neue Kleider! (¡Yo necesito ropas nuevas!)

De repente, frente a él en el espejo, estaba un joven vestido de modo sencillo, pero elegante, pantalón vaquero, camisa polo y una chaqueta de cuero negra, los zapatos de cuero del mismo color, combinando con el cinturón.

Allí en la calle, un joven miraba las ropas en un maniquí frente a un escaparate, entró para pedirle al vendedor que las cogiera para probárselas. Cuando los dos volvieron, el dependiente dijo:

— Creo que ya las han vendido. El modelo está desnudo. Vamos a entrar que creo que tengo otras parecidas a las que has visto.

— ¿Pero, cómo las ropas han desaparecido si acabo de verlas cuando estaba en la acera?

— No sé decirte. ¿Qué tal probar otras dentro de la tienda?

— ¿Qué le vamos a hacer? Vamos. — El chico entro en la tienda mosqueado mirando el modelo desnudo en el escaparate.

El vendedor abrió la caja registradora y vio una valiosa moneda de oro. Un pago del mago por la ropa.

En el café, el joven volvió al encuentro con Alexia. Se sonrojó cuando ella le dijo:

— ¡Phill, estás mucho mejor con esas ropas nuevas! — Ella le miró de pies a cabeza admirada.

— No te preocupes que de ahora en adelante me vestiré así. Toma las ropas de tu abuelo y gracias por el favor.

— De nada. ¿Pero, cómo has conseguido cambiarte ten rápido y sin salir de aquí? ¿Dónde has conseguido esas ropas? ¿Las has cogido de algún tendedero?

— ¿Tendedero? No sé mentir. Soy un mago. Puedo hacer magia – respondió de una vez.

— Además de ser del tiempo medieval, también eres un mago. Vale... ¿Vas a decir que tienes un dragón en el cielo como en Juego de Tronos y que me vas a invitar a dar una vuelta? — Dijo ella sonriendo por no creer una palabra.

Tal vez alguien hubiera olvidado aquellas ropas en el servicio... ¿Quién sabe? Pero ella pensó que Phillip era un verdadero mentiroso.

— Tengo mucho más que decir, pero creo que no sirve de nada porque no me creerías.

— ¿Qué tal intentar? Mi mente es abierta y si los argumentos fueran sólidos, puedo dar un buen veredicto.

La abogada estaba llevando la conversación como un desafío y empezaba a pensar que él estaba flirteando con ella por medio de chistes y jueguecitos de seducción. Parecía divertido.

— Dame la mano, por favor... — dijo él mirándola a los ojos.

— ¿Qué vas a hacer? ¿Quiromancia? ¿Vas a leerme las líneas de la mano?

— ¡No! Voy a llevarte a otro lugar aquí en la Toscana.

Ella sonrió sin creer en lo que le era dicho, pero dejó la broma seguir adelante.

Tocaron las manos. Por un momento ella sintió una energía diferente recorrer su cuerpo. Un escalofrío agradable que hacía que Alexia no quisiera soltar aquel contacto. Phillip también sintió algo bueno... Vio los momentos que pasara con Verena en los encuentros vespertinos, regados a amor de verdad.

"¡Qué cosa extraña! ¡Qué añoranza!" — Pensaba con los ojos humedecidos.

— ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está la prueba?

— Perdóname... He acabado por salir de mí mismo por un instante, perdido en buenos recuerdos.

— ¿Puedes contarme cuáles son esos recuerdos?

— En otro momento, quien sabe... Pero ahora, agárrate firme.

De súbito, ambos desaparecieron de allí, las personas que estaban cerca de la pareja miraron la mesa.

— ¿Tú has visto eso? — Una niña le dijo a su madre cuando les vio desaparecer.

— Qué cosa rara. La pareja ha desaparecido, cariño. — La esposa habló con el marido mientras la hija estaba boquiabierta.

— Debe haber sido alguna cosa en el bocadillo o en el refresco que causó una alucinación colectiva. Vamos a pedir que nos cambien la bebida y la comida.

Ellos se miraban no entendiendo de hecho lo que ocurría.

Allá lejos Alexia observaba el horizonte desde la cima de una torre, la más alta de la región de la Toscana, en Italia.

— ¿Cómo has hecho eso? — Los ojos de ella abiertos de par en par por varios segundos, la mente perpleja.

— Yo te dije que podía hacer esas cosas.

— ¡Pero eso es extraordinario!

Ella empezaba a creer en el joven.

— Mira la vista desde aquí. ¡Qué cosa más deslumbrante!

— ¡Maravilloso, Phill!

— ¿Puedo preguntarte una cosa? — Indagó él, un poco avergonzado.

— Sí, claro.

— ¿Cómo te hiciste esa cicatriz en la cara?

— No lo sé. Mi madre decía que era de nacimiento.

— ¿Decía?

— Mis padres fallecieron. Sufrieron un accidente de automóvil fatal cuando yo era sólo una niña. Me pongo triste al recordarlo. Desde entonces fui criada por mi abuelo. Yo le llamó papá porque me crio desde niña. ¡Es mi querido Jonathan!

— Perdona, no quería hacerte daño trayendo de vuelta esas memorias. Pero me ha gustado el nombre de tu abuelo, digo, padre...

— Tranquilo. Tú no tienes culpa. No lo sabías. Yo amo a mi padre más que a nada en el mundo.

— Conocí a una persona en el pasado que tenía una marca como la tuya... No he podido dejar de notar la semejanza porque ella era muy especial para mí.

— ¿Era una prometida, como vemos en las películas?

— No, más que eso. Era mi amor.

— ¿Y dónde está ella ahora? ¿Hay alguna oportunidad de encontrarla?

— Desgraciadamente no. La vi perder la vida frente a mí.

Alexia se dio cuenta de que él se había puesto triste y decidió no hablar más del trágico asunto. Sentía una curiosidad sumada a una atracción imposible de controlar. El muchacho le cogió la mano y se miraron por algunos segundos hasta que los labios empezaron a aproximarse lentamente. De repente, ella se apartó porque le conocía hacía poco tiempo y no quería relacionarse con un cliente, pero esa mezcla de curiosidad y misterio, hacía el encuentro bien interesante.

El viento soplaba haciendo que el cabello de la joven abogada volara y Phillip los sujetó con la mano derecha, acariciando el rostro que en aquel momento le dejaba lleno de añoranza. En seguida, buscó una vez más el beso, pero ella le esquivó...

La joven le puso la mano derecha sobre los labios después de soltarse del abrazo y dijo preocupada al volver a la realidad:

— ¿Cómo volveremos al lugar de donde vinimos?

Él sonrió y pasó la mano sobre el aire. La atrajo hacia sí para dar un paso adelante y en el momento siguiente, volvieron al café, sentados en el mismo lugar.

— ¿Vamos a cambiar los bocadillos otra vez papá? — Preguntó la niña cuando presenció la vuelta de la pareja.

— No, mejor pagamos la cuenta y nos vamos. Hija, por favor, no digas ni una palabra de lo que has visto a nadie, pues nos van a llamar locos. — Le pidió la madre, huyendo de lo inexplicable.

— Entiendo, mamá.

La familia paso mirándoles a los dos que no entendieron bien el motivo, pero continuaron conversando.

— ¡Te creo Phill! ¿Y aquella atracción fue magia también?

— Fue una magia diferente, que todos los seres humanos pueden hacer. ¡Se llama amor! Yo siento que algo fuerte en ti me atrae. Déjame verte una vez más, te lo pido.

— También quiero verte de nuevo y no te olvides de que soy tu abogada. De un modo u otro nos veríamos. Pero ahora estoy muy curiosa por saber tu historia. Por otro lado, necesito pensar al respecto porque no debo envolverme con clientes.

Ella se quedo mirando a la pulsera que él usaba y el talismán.

— ¿Este brazalete y el talismán quieren decir alguna cosa? ¿Son objetos mágicos?

— Fueron regalos de mi madre. Eran joyas pertenecientes a la familia real de Germania. Soy un príncipe y en los días en que vivía habría sido el próximo de la jerarquía del reino. Aquí está el blasón que los monarcas herederos utilizan para ser reconocidos en sus tierras. — Dijo mostrándole las figuras grabadas en las joyas.

— No voy a dudar esta vez porque me has probado que eres un mago. Y si te cuestiono podrás hacer que yo desaparezca y surja en el monte Everest hasta congelarme. Está bien... Te creo. — Dijo ella sonriendo.

— Yo jamás haría eso contigo. — Phillip retribuyó la sonrisa.

— Estoy bromeando... Entonces acabé de salir con un príncipe como siempre soñé cuando era una adolescente.

— Perdí a todos los que amaba en mi vida y puedo decir con seguridad que títulos, nobleza y riqueza no tienen valor, principalmente en el lugar adonde las personas van al final de la vida.

— Es una gran verdad. Has hablado exactamente como mi padre Jonathan. Él vive repitiendo eso. Espero que le conozcas un día de estos.

— Será un placer por mi parte.

Después de tantas revelaciones y una noche tan emocionante, se despidieron. De cualquier manera, no había como resistir a un sentimiento tan fuerte.

— Quiero que tengamos mucho tiempo juntos para que pueda contarte toda mi historia.

— Si quieres tardar en contármela, yo espero porque así pasaré más tiempo contigo.

— Entonces ese será el comienzo de una historia que espero que no termine jamás...

— Pero déjame pagar la cuenta. Creo que no aceptarán tu dinero aquí.

Ambos sonrieron sellando el inicio de una amistad que podía fácilmente transformarse en amor verdadero, que el destino decidió unir una vez más. En la mente de él, martilleaba la pregunta: "¿Será que ella era Verena que renaciera en otra persona?"

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