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V - Contacto

En la cárcel, despierto por la noche, Phillip leía algunos libros y revistas que Alexia le había dejado para que pasara el tiempo. Él lo hojeaba todo, sediento por saber los secretos de aquel mundo nuevo que habitaba. Otro preso, también sin sueño, observaba curioso los movimientos de mago. Decidió acercarse a él.

— Te estoy viendo leer varios libros y revistas hace horas. ¿Estás realmente entendiendo todo lo que está escrito?

— Si quieres puedes preguntarme. — El joven sonrió intentando ser amigable.

— No tengo cabeza para lecturas. Prefiero quedarme aquí esperando el tiempo pasar y tengo que tener paciencia porque sé que seré condenado y tendré muchos años de cárcel por delante.

— Creo que sería muy bueno para ti, Paoli, si empezaras a leer muchos libros e incluso que aprendieras una profesión. El buen comportamiento, el trabajo y la lectura ayudan a atenuar la pena. Acabo de aprender eso en uno de estos libros.

— ¡Qué interesante! Voy a hacer lo que dices. ¿Puedes prestarme una revista o un libro?

— ¿Qué asunto prefieres?

— Sobre profesiones mismo... Quien sabe tengas razón y, cuando salga de aquí, voy a poder ayudar a mi familia.

El joven mago chasco los dedos y apareció un libro sobre ebanistería, entonces se lo regaló al compañero de celda.

— Gracias, Phill. ¿Puedo llamarte así?

— Sin problemas. Haz buen uso del libro y recuerda: nadie va a negarse a darte un ejemplar como regalo. La lectura y el trabajo son los mejores caminos para ayudar a tu familia.

— Te lo agradezco, amigo. Voy a descansar un poco ahora. Tú también deberías, porque tu vista se va a agotar se continúas leyendo con ese resquicio de luz que viene del pasillo.

— Dentro de poco dormiré.

Cuando todos dormían, incluso el carcelero, los ojos de Phillip empezaron a modificarse. Una vez más, se pusieron anaranjados y enseguida una presencia fue sentida por el muchacho dentro de la celda, en la penumbra del ambiente. Un niño que aparentaba tener 12 años, vistiendo pantalón y camiseta, se acercó al joven.

Acostumbrado a ver espíritus, sabiendo que era el único despierto, preguntó curioso:

— ¿Qué pasa chaval? ¿Estás perdido?

— ¿Tú eres el hombre fantasma?

— Sí. ¿Cómo lo sabes?

— Todos están comentando en el mundo de donde vengo que tú ayudas a las personas a resolver problemas terrenos que no las dejan irse. Y yo no aguanto más estar aquí sin mi padre. Mi madre vive con mi hermana y mis abuelos quieren que me quede con ellos en el otro lado.

— ¿Y por qué no vas con ellos? Ciertamente cuidarán bien de ti, pues conocen el mejor camino y te aman.

— Necesito hablar con mi padre. Llevo tiempo viendo la culpa que él carga por mi muerte. Cuando la policía le cogió, el coche en el que estábamos fue ametrallado y varios tiros me acertaron. Intentaron correr conmigo al hospital mientras llevaban a mi padre preso, pero de nada sirvió. Perdí mucha sangre y ahora estoy aquí, como estás viendo.

— ¿Cuál es tu nombre?

— Me llamo Pedro.

— ¿Y tu padre quién es?

El niño apunto suavemente el dedo a una de las camas donde uno de los hombres dormía.

— Por favor, tócalo para que yo lo identifique.

El espíritu sobrevoló los encarcelados llegando hasta aquel que tenía los brazos tatuados. El hombre se movió con el toque y se revolvió balbuceando algunas palabras como si estuviera soñando.

— Mi padre el Geovani. ¡Cómo lo amo!

— No te preocupes, Pedro. Mañana conversaré con él y le contaré lo que me has pedido. Vete en paz y sigue el camino con tus abuelos — Phillip hizo una pausa y, de repente, tuvo una idea. — Espera, he pensado una cosa. ¿Por qué no hablas con tu padre personalmente y le cuentas lo que sientes?

— ¡Pero es imposible! He intentado varias veces acercarme a mi familia. Lo único que consigo hacer es asustarles cuando dejo caer algo cerca de ellos o si hago algún ruido de una manera que no sé explicar; ni sé cómo ocurre.

— ¿Te has olvidado de quién soy? Puedes hablar con tu padre a través de mí. Quédate aquí mientras le despierto. Vamos a aprovechar que todos duermen en este momento.

El joven se acercó al padre del niño y murmuró después de tocarle:

— ¿Puedo hablar contigo?

Pelón, aún soñoliento, respondió después de ver al enemigo:

— ¿Qué pasa hombre? Quiero estar lejos de ti, lo que querría sería darte unos buenos puñetazos en la cara. ¿Qué fue lo que hiciste conmigo? ¿Quieres que empecemos otra pelea para mostrar algún truco?

— Nada de eso. Tengo un recado de Pedro, tu hijo.

— Ahora las cosas van a quedar mal para ti. No te atrevas a pronunciar el nombre de mi hijo — dijo Geovani, con los ojos llenos de lágrimas — ¿Cómo has descubierto su nombre?

Se pasó el dorso del brazo derecho sobre el rostro para limpiárselo y se sintió débil al pensar en toda la culpa que cargaba por la pérdida del hijo debido a su vida incorrecta.

— Él mismo me ha dicho su nombre.

— Sabes, chaval, no se juega con eso no... él era lo que más amaba en la vida. Soy capaz de matarte por decir su nombre.

— ¡Calma hombre! Voy a contarte un secreto. Pero te pido que no se lo digas a nadie. Soy un mago que consigue incorporar a personas que ya se fueron. Una especie de médium, como dicen los libros de este tiempo.

Pelón miró al muchacho y apretó los labios, incrédulo.

— ¡Está bien! Ahora déjame dormir. Ya ha sido demasiado... Tú estás loco, 22. Piérdete de mi vista.

Sin decir nada más, los ojos de Phillip empezaron a brillar y el espanto se apoderó del alma de Geovani, que empezó a oír, en un puro escalofrío, la voz que no escuchaba hacía mucho tiempo.

Un viento venido de las rejas de la ventana tocó el cuerpo del padre del niño y la entidad susurró palabras de cuyo sonido sentía tanta añoranza:

— Papá querido, no te pongas triste con mi ausencia. Estoy bien y necesito que sepas que la culpa no fue tuya. Ni siquiera reaccionaste a los disparos porque querías protegerme. Todos nosotros vamos al otro lado un día, el abuelo Marcelo y la abuela Paola están cuidándome. Ellos te mandaron recuerdos y un abrazo. Prométeme que vas a cuidar a mamá y a Nina. Sé bueno y sal de este lugar para vivir mejor. Un día nos encontraremos. Te quiero papá.

— También te amo, Pedro.

Geovani creía en lo que oía, pues era la propia voz de su hijo y sabiendo todos los nombres de la familia... sólo podía ser él. Estaba impresionado con aquel fenómeno de los ojos anaranjados ardientes como fuego que presenciaba. ¿Qué era aquello? Era, de hecho, sorprendente.

— Papá, tengo que irme ahora. Mis abuelos me llaman.

— Quédate un poco más. Necesito tu compañía; te echo tanto de menos. No consigo vivir sin ti.

— Tienes que cuidar de los que se quedaron para que al final estemos todos juntos. El abuelo ha dicho eso. Sé bueno, papá, y no le hagas daño a las personas. Así podrás venir con nosotros. Pídele perdón a Dios y sigue nuestro camino. ¡Adiós!

Geovani levantó la mano al despedirse cuando los ojos del joven volvieron a lo normal. Phillip parpadeaba y se recuperaba del fenómeno que parecía haber pasado. Su voz volvió a lo normal, avisando que el hijo se había ido para siempre. Era hora de un cambio verdadero.

— Podrás volver a verle un día si cambias tus actitudes. Esta fue la mayor oportunidad que tuviste en la vida, debes preservarla cuidando de los tuyos y de la familia que restó. Todos tenemos la oportunidad de reencontrar el camino de la felicidad.

Pocas veces en la vida, Geovani se acordaba de haber llorado, pero no hubo manera de contener el dolor que sintió al pensar que todo lo que hiciera hasta allí podía haber sido diferente y, en vez de estar preso, quién sabe estaría paseando o jugando con su hijo. Incluso así, Pedro le perdonó y le enseñó el camino para que cambiara de vida.

— Gracias, muchacho, por concederme un momento tan maravilloso e inolvidable que jamás conseguiría de otra manera.

— No tienes que agradecer... Tu hijo es quien hizo eso. Soy sólo un instrumento y tal vez esa sea mi misión en esta vida. Vuelve a dormir y piensa mucho en lo que él te ha pedido.

El hombre se acostó pensativo. Una vez más, el poder de ver el otro mundo le dio al joven la oportunidad de ayudar a alguien a encontrar su camino. Pero él necesitaba estar atento, porque algunas veces el mal se aprovecha del deseo de hacer el bien para atacar a sus víctimas.

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