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IX - La Misión

La joven abogada llevó a Phillip a un hotel para que descansara. Ella pagó la diaria al dependiente. En seguida, subieron por el ascensor porque aún necesitaban tratar algunas cosas en cuanto a la defensa del muchacho.

En el cuarto conversaban:

— Si quieres que cambie las monedas de oro para que puedas usar dinero vigente, puedo hacerlo. Conozco algunas tiendas de antigüedades que pagarían bien por ellas.

— Sí, por favor. Muy gentil de tu parte.

— Voy a darte una cuantía como adelanto porque hoy he recibido mi salario. También tendrás que comprar ropas nuevas y encontrar un empleo. En este tiempo, las personas normales sobreviven de este modo. Piensa en algo satisfactorio que hagas bien y veré lo que puedo conseguir. Conozco a mucha gente influyente por causa de mi profesión.

— Hablo bien varios idiomas. Y aprendí a luchar con escudos y espadas también.

— Creo mejor una plaza como profesor de idiomas. Porque ese tipo de lucha que aprendiste no se usa actualmente. Va a ser difícil encontrar alumnos para eso. Yo vivo aquí cerca. Aquí está mi dirección por si acaso. En la misma calle hay un hotel familiar para estudiantes y personas de todo el mundo. El precio es apropiado para quien está empezando la vida. Si quieres hospedarte, creo que te va a gustar. Yo conozco a los dueños del establecimiento y sé que son buenas personas. Con parte del valor de las monedas, compraré un smartphone para ti. Vas a necesitarlo, en el mundo en que vivimos... Mañana te explicaré cómo funciona. ¡Y créeme! Parece pura magia...

Ellos sonrieron y se despidieron. Alexia se fue a descansar. Ya era de noche y el día había sido intenso.

Por la mañana, el joven casi no probó el desayuno en el hotel y anduvo por las calles de la ciudad observando todo como novedad; las personas, la lengua hablada, los coches que transitaban por la calle y las vestimentas modernas. Vio mujeres usando pantalones ajustados y minifaldas, además de vestidos de vuelo. Hombres con pantalones y bermudas, además de camisas de vestir o trajes. Cada uno que miraba lo comparaba a las ropas que estaba usando.

Decidió entrar en una tienda y comprar algunas piezas nuevas para vestirse mejor.

Cuando salió oyó un ruido ensordecedor que le asustó. Era un avión cruzando los cielos. Phillip miró hacia arriba y lo avistó. Se quedó perplejo con tamaña tecnología.

— Un pájaro mecánico... ¡Es de veras sorprendente!

— ¿Qué tipo es ese que nunca ha visto un avión? — Una joven que caminaba comentó con al colega a su lado al oír las palabras de Phillip.

Más tarde él sabría que aquel objeto volador cargaba a personas dentro de él. ¿Y quién sabe un día no viajaría en uno de esos? Sin atravesar portales mágicos, por lo menos para disimular, al estar junto a personas que no deberían saber de su condición de mago. Había muchas cosas que aprender en el mundo al que fuera enviado.

Mientras pensaba, caminaba observándolo todo. Vio los coches y las motocicletas, y se sintió curioso. A pesar de haber leído sobre aquellas cosas en los libros, nada como contemplarlas en vivo. Sin duda, eran muy diferentes a los caballos. De repente, sintió el estómago rugiendo de hambre y decidió para para comer alguna cosa. Se sentó en una mesa en la terraza de un restaurante.

Cerca de él había una pareja de ancianos.

Él cogió la carta que el camarero le había colocado en la mano e intentaba entender lo que hacer con aquello. Su acento alemán denunciaba el origen y había dificultad en comunicarse, tal vez por timidez.

La señora que conversaba con el marido a su lado, intentó ayudar queriendo ser simpática:

— Hay un plato excelente aquí, con longanizas y patatas. ¡Te va a encantar!

— ¡Gracias señora! — Él agradeció mientras le sonreía a la pareja.

Phillip se comería hasta una piedra, tamaña era el hambre que sentía en aquel instante. Con la vida llena de novedades había olvidado alimentarse.

El marido de la señora preguntó:

— ¿Qué es lo que haces en esta ciudad?

— Estoy aquí como turista para conocerlo todo.

— Nosotros también. — Dijo el señor. — Veo que tienes mucha hambre. Come lo que quieras, muchacho. Es por nuestra cuenta.

Al ver al joven de facciones parecidas al hijo de ellos que había muerto de infarto hacía algunos años, el viejo comentó con la señora:

— ¿Qué te parece, querida? Se parece muchísimo a Alessandro.

— Increíble semejanza, cariño. Ahora he entendido porque tu gentileza con el chico. Te ha recordado a nuestro hijo.

Ella empezó a llorar mientras Phillip devoraba el plato que era parecido a la comida de su tierra natal. Al percibirla llorando, el joven paró de alimentarse y sintió una presencia cerca de ellos queriendo decirles algo.

La apariencia del hijo invisible de la pareja era la misma que Alessandro tenía cuando era de carne y hueso. Pero había una membrana de luz que le envolvía y cuando el espíritu se dio cuenta de que Phillip era capaz de verle, se acercó angustiado.

— ¿Puedes verme?

— Claro que sí. ¿Qué quieres de mí?

Los ojos anaranjados incluso de día mostraban que algo diferente estaba ocurriendo. El puente entre los mundos espiritual y material se abrió.

— Dile a mi madre que estoy bien. Ella ha llorado casi todos los días porque se siente culpable con mi muerte. Cree que debería haberme llevado a hacer los exámenes como prevención. Yo fumaba y bebía mucho. Mis arterias quedaron obstruidas, esclerosadas, y ella vive triste por no haberme convencido antes. Se castiga todos los días por no haber salvado mi vida, evitando el infarto. Mi padre intenta consolarla, pero no sirve de nada. Quiero recordarles todo el tiempo cómo les amo, pero mi esfuerzo es en vano. Habla con ella. Se llama Milena y mi padre, Assis. ¡Oh, Dios mío! Quería tanto estar aquí al lado de ellos.

Doña Milena paro de llorar y los dos observaban espantados el fenómeno del joven de la mesa de al lado con los ojos extraños y hablando solo.

— Bien, creo que es mejor que nos vayamos de aquí. Esto no es normal.

— Pienso también que es una buena idea, querida.

Antes de que el hombre pidiera la cuenta, Phillip les interpeló:

— Doña Milena, por favor, necesito hablar con usted.

— ¿Qué es lo que quieres? ¿Y por qué tus ojos parecen haberse puesto anaranjados como si quemaran? ¿Cómo sabes mi nombre?

— Su hijo Alessandro me ha pedido que les diga algo. Me habló sobre usted y el señor Assis.

— Muchacho, te pido que calles. No se bromea con esas cosas. Simpatizamos contigo e incluso sentimos una semajanza tuya con nuestro hijo, pero no tienes derecho a tocar en ese asunto. ¿Cómo sabes su nombre? ¿Eres algún aprovechador o charlatán? — El señor Assis estaba indignado.

— ¡Vámonos querido! — Y se volvió hacia la barra — ¡Camarero! — La señora levantó la mano pidiendo la cuenta.

— ¡Sí! ¿Qué desea?

— Queremos la cuenta. Puede colocar el gasto del joven que lo pagaremos también.

— ¡Sí señora!

Mientras el camarero se dirigía a la barra, la pareja se quedó paralizada, atónita, oyendo las palabras que salían de la boca del muchacho de la mesa de al lado como si él estuviera en trance. En silencio, mientras esperaban la cuenta, escuchaban la pronunciación de los labios de aquel que parecía estar poseído por algún espíritu.

— Diles que les amo mucho y que les dejé un seguro del que no sabían. El peculio está incorporado al plan de previdencia que yo había hecho. Basta que ellos vayan a mi banco que les dejé como beneficiarios. El cordón que ella me dio y los valores que guardé están en una caja dentro del último cajón del armario de mi cuarto. Tiene un falso fondo. No dio tiempo de que ellos lo supieran. Todo ocurrió muy rápido.

Los ojos brillaban y Phillip repetía las palabras una a una según la voz que murmuraba en su oído. Una vez más sentía el escalofrío y la sensación de ligereza al cruzar la línea sutil que divide los mundos. Y sus labios continuaron reproduciendo las palabras ahora dirigidas a los propios padres, que ahora intensificaron la atención. La voz era de Alessandro y el espanto les dejó como estatuas, los oídos atentos, el alma estremecida:

— Vosotros no tenéis la culpa de lo que me pasó. Yo nunca te oía, mamá. No hacía los exámenes que tú y papá me pedíais. Al contrario, solamente quería saber de juergas, cigarros y bebidas. Siempre fuisteis maravillosos y me arrepiento amargamente pro no haberos escuchado. ¿Quién sabe yo estaría vivo ahora? O tal vez os hubiera dado un nieto. Perdonadme... Más que nunca quiero que sepáis que os amo de verdad y estoy esperando el día en que estaremos juntos y podré abrazaros una vez más. Decidle a Julie que siempre la amé y que ella continúe su vida buscando el amor, porque ella es muy joven y todavía siente mi falta. Libertadla con la verdad, queridos padres. Esta vida es un pasaje donde necesitamos aprender y vosotros fuisteis los mejores padres que un hijo puede tener. Si supiéramos la falta que hace estar cerca de quien amamos, pensaríamos muchas veces antes de repetir los mismos errores. Os amo mucho. ¡Adiós!

— ¡Por favor, joven! Dígale que también le amamos mucho. — Doña Milena ahora creía en lo que oía.

— No necesito decir nada, señora. Alessandro la está escuchando en este instante. Está al lado de ustedes. Pero ahora tiene que irse...

— ¡Te amo, hijo! Tú fuiste lo mejor que nos pasó en nuestras vidas. Quédate en paz... — Dijo el señor Assis, lleno de añoranza.

— ¡Gracias Phillip! No te imaginas y bien que me has hecho. El espíritu se despidió con una mirada triste.

— Ve en paz, Alessandro. Ellos te han oído con el corazón y, de esta manera, jamás olvidarán.

Ellos se sonrieron el uno al otro y un túnel de luz se abrió para dar pasaje al hijo de la pareja que estaba más tranquilo a partir de ahora, por tanto seguiría su camino en paz.

El semblante del Hombre Fantasma volvió a lo normal y él también se despidió de los ancianos, que salieron admirados con lo que había pasado. La madre de Alessandro se sentía más ligera, disminuyendo su carga de culpa, y el padre se sintió feliz por saber que su hijo estaba bien.

Una vez más Phillip sintió cuál era su misión al recibir sus poderes. Terminó de comer y chascó los dedos. Un lindo ramo de flores apareció en las manos de doña Milena cuando entró en el coche. La señora dio un breve grito y le temblaron las manos, tocó algunos pétalos y aspiró el perfume; adoró las flores incluso sin entender de dónde vinieron.

— Me parece que él es médium.

— Fue lo mejor que nos ha pasado desde que Alessandro partió, yo me quedaría horas hablando con nuestro hijo.

— Quién sabe un día, querido, encontremos de nuevo a ese joven y tengamos la oportunidad de repetir la maravillosa experiencia.

Phillip vio a los dos irse y se acordó de que también había perdió a personas valiosas en su vida.

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