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IV - Caza a los Brujos

Klaus continuaba con su firme propósito de encontrar a Phillip, que en verdad era hijo de Agathor Reinecker. Mientras no le encontraba cruzando los siglos, buscaba a otros seres mágicos alimentándose de sus energías. Su siervo, Luca, ya había fallecido y él contrataba a varios otros empleados para su castillo presenciando la muerte de varias generaciones.

Cierto día, una noticia llegó a los oídos de Klaus: un mago musulmán era el brazo derecho del imperio otomano y le ayudaba a conquistar varias ciudades y territorios. El objetivo del emperador Saluffar era la ciudad de Viena y la cercaba siguiendo la orientación del consejero personal: invadiendo Austria tendría una puerta de entrada a Europa. Después de derrotar a las fuerzas de la marina Veneciana, que intentara invadir Constantinopla, Saluffar se sentía fuerte para atacar a Europa.

— Fratello, hora de actuar... Quiero acabar con ese tal mago poderoso que aconseja al rey de la guerra.

— Tu pedido es mi camino, mi señor. — El monstruo respondió con voz tenebrosa mientras exhibía dientes amenazadores puntiagudos en lo que parecía una sonrisa.

En la gran sala de su castillo, el brujo consultó su bola de cristal. Pasó la mano derecha sobre el objeto que era de color negro e, instantáneamente, se llenó de humo por dentro como si una nube oscura avisara la llegada de una tempestad. Klaus vio exactamente la posición en que el enemigo se encontraba. Analizó las facciones de su blanco. Después, miró a su copia maldita y pasó la mano sobre el aire. Abrió un portal y ambos lo atravesaron yendo a parar en Viena. El sitio ya duraba un buen tiempo y el brujo Osmán estaba en una tienda lejos de la del emperador. Desde allí observaba la organización del campamento de guerra y comandaba sus dos halcones que sobrevolaban la región trayéndole vitales informaciones sobre el enemigo.

Mientras el jefe dormía, Klaus se pasó la mano sobre sí mismo y se hizo invisible. Estaba allí afuera junto a la cosa repugnante mirando la luna y pudo desmenuzar la táctica de los invasores, que era no dejar entrar comida y agua hasta matar a todos los austríacos de hambre.

Aún descubrió una cosa más interesante que el bando de hombres instigados para la batalla. Osmán nunca dejaba a su mujer en casa porque moría de celos de ella. Klaus la vio arreglándose en la tienda mientras el marido dialogaba con su jefe lejos de allí, organizando los preparativos finales para la matanza que estaba por venir.

El brujo musulmán no tenía miedo de amenazas externas porque los animales voladores eran sus centinelas.

— No dejaremos a nadie vivo en esta ciudad. Los austríacos sucumbirán y tendremos una puerta abierta perfecta para Europa. Vamos a mantener el sitio hasta que haya total escasez de víveres. Descubre de dónde viene el suministro de agua para impedir su entrada a la ciudad — Saluffar ordenó a su capitán que también estaba presente. — Y miró a Osmán — En cuanto a ti, mi consejero, usa tu poder de magia y observa el futuro. Quiero saber cuáles son mis posibilidades de vencer esta batalla porque en breve ellos saldrán furiosos para enfrentarnos.

— ¡Sí, gran emperador! Haré un encantamiento de videncia y estaré siempre a tu lado en tus victorias hasta que reines sobre todo el mundo.

Brindaron con sus copas de vino y rieron al pensar en la victoria tan próxima al sofocar los abastecimientos de la ciudad. Prometieron no dejar a nadie vivo. De allí partirían hacia otros países aumentando el área de influencia en los mejores y mayores mercados del mundo. Los habitantes de la ciudad sufrían; el cerco ya duraba algunas semanas. Los niños sentían mucha hambre y los mercaderes que abastecían la ciudad eran muertos o impedidos de entrar mientras sus alimentos y bebidas eran consumidos por el propio personal del campamento sitiador.

Cerca de ellos, un caballo negro permanecía arrimado a la tienda. Así que los guardias vieron al animal, se acercaron, a fin de cuentas debería estar en el establo improvisado con los otros.

— ¿Qué es lo que este animal está haciendo aquí?

— Debe haber escapado. Voy a llevarlo a su lugar.

El jefe de la guardia observaba al soldado llevar al caballo y mantenía la vigilia sobre la tienda del rey. Cuando estaba en medio de los animales, la bestia trotó hasta un rincón oscuro y se transformó en su real forma — el Doppelgänger.  Después, como humo oscuro, fue hasta donde estaba su amo y le contó todo lo que oyera.

Sin embargo, Klaus no tenía ojos para otra cosa. Ayla Tabor usaba un camisón de seda y él pronto se interesó por ella.

Con su poder ahora mayor, se transformó en el marido de ella y entró en la tienda. Fratello vigilaba allí afuera.

— Saliste hace poco y dijiste que la reunión sería larga. ¿Por qué has vuelto tan rápido?

El brujo miró las copas de vino y la cena que ella había preparado.

— No conseguí resistir las ganas de estar cerca de mi amor esta noche. Fue imposible hacer algo que no fuera pensar en ti, ni siquiera conseguía raciocinar bien. Pedí para volver más tarde. Amor mío, tú siempre serás mi prioridad.

Se miraron con ternura, era como si hubiera hechizado a la bella esposa. Pero no lo necesitaba porque ella amaba a su marido y la magia del amor ya se había apoderado de su corazón.

Klaus la abrazó sintiendo el calor de aquel cutis suave y perfumado. La mujer estaba dispuesta a entregarse y satisfacer la voluntad del marido. La besó levemente en los labios rosados hasta que la agarró más fuerte sujetando sus cabellos sedosos. Oía susurros de promesas de amor eterno y se maravillaba con aquel cuerpo sinuoso desnudo, listo para ser poseído.

— ¡Espera? Calma, Osmán... Nunca te había visto así. Pareces un animal en celo.

— Cómo te dije... Te necesitaba esta noche.

— Toma un poco de vino. He escogido la cosecha que más te gusta. — La esposa le encantaba intentando aguzar el paladar.

El Doppelgänger se acercó a la entrada de la tienda y les vio besándose. Por un instante, también deseó estar con ella como si fuera parte de su amo. Un sentimiento nuevo se apoderó de su alma. ¡Envidia! Quería estar en el lugar de Klaus. La criatura también podía transformarse en lo que quisiera. ¿Por qué tenía que quedarse vigilando mientras el brujo se regalaba con la bella esposa de Osmán? Era como si vivir en el mundo de los humanos le dejara deseoso de ser uno de ellos.

Sin tener consciencia de lo que ocurría de hecho, Ayla probó la sabrosa bebida mirando los ojos verdes de su marido.

— Tus ojos parecen más verdes que antes.

— Debe ser el efecto del vino. También quiero tomar un poco, quien sabe tus ojos me harán enamorarme más.

Probó un trago, sintió el sabor de la uva fermentada y colocó la copa al lado. Cogió a la mujer en brazos y la llevó a la cama donde se amaron olvidando el tiempo. Los cuerpos calientes se entrelazaban revelándose contra el mundo. Él sentía cosas que dejaba de lado durante su búsqueda ambiciosa por el poder.

Los besos húmedos, con el sabor intensificado por el paladar seco del vino que probara, la suavidad del cutis perfumado con aceites aromáticos, la visión graciosa y más bella que ya hubo a su lado y los gemidos de placer enloquecieron el alma del brujo. Allá lejos, el verdadero marido caminaba en dirección a su tienda. Fue cuando un humo negro pasó cerca de Klaus tocando su rostro. Le susurró al oído mientras la mujer dormía.

— Hora de ir... Él está llegando.

— ¡Gracias, Fratello!

La criatura miró el cuerpo desnudo. Paró por algunos segundos con una mirada distante: de deseo. El brujo se quedó intrigado con la actitud del monstruo y dijo:

— ¡Vámonos! Hay muchas mujeres en la Toscana para que las admires.

Entraron en un portal mágico y salieron de allí, inmediatamente. El marido entró y vio a su mujer acostada de bruces, desnuda en la cama. Sobre la toalla en el suelo, dos copas vacías. Se arrodilló, las olió y se quedó imaginando lo que podría haber ocurrido. Miró a los lados examinando toda la tienda y parecía sentir que había una presencia extraña allí. La cena lista sin que nadie la hubiera tocado.

Decidió hacer un hechizo llamando a los halcones que volaban distantes en el cielo. Al posarse sobre una estaca de madera cerca de la tienda, cogió alguna comida y se la tiró a estos. Después de comer satisfechos, les preguntó:

— ¿Cazadores del aire, habéis visto a alguien acercarse a la tienda mientras estuve fuera?

Las aves negaron la presencia de extraños por no haber visto nada. Osmán les dio permiso para que volvieran al trabajo y entró aún pensativo. Tal vez haya bebido en las dos copas, pero de cualquier modo era extraño. La dejaría que durmiera y por la mañana lo aclararía todo.

Sí, era lo que haría si hubiera un mañana.
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