II - El Duplicado del Mal
Siglo XV – Florencia
El adversario prisionero del pasado permanecía furioso. Además de perder el Libro de las Almas que tanto anhelaba, también se sentía arruinado con la ausencia de su copia perversa, que le hacía el trabajo sucio – el Doppelgänger – a quien llamaba Fratello, su hermano, su alma gemela.
Klaus era ahora un caballero solitario. Después de matar a todos los brujos que le servían con el veneno de la muerte, exterminando el clan de los Ausentes. Desproveído de parientes, que le exiliaron de sus vidas, sin la compañía de sus iguales y perseguido por los Inquisidores, ponderaba si había alguna manera de crear otra réplica para sí. Alguien que le obedeciera ciegamente, siempre listo para ayudarle a practicar la iniquidad que planeaba con tanta astucia, con el objetivo único de adquirir poder y riquezas.
Además, necesitaba también un lugar para vivir ya que el príncipe que escapara de sus garras había destruido su Castillo. Así, busco una ciudad en la región de Toscana, denominada Siena. Con el dinero que ganara trabajando para los inquisidores, Klaus compró un gran castillo medieval donde decidió montar su Cuartel General.
Después de terminar la negociación de compra usando una identidad falsa, a fin de cuentas, era buscado por las autoridades de toda Europa, decidió usar la magia prohibida para volver a crear a su hermano gemelo. Compró un espejo en el mercado y lo colocó frente a sí en el cuarto que escogiera entre tantos que había en el castillo.
La noche gélida traía un soplo frío de viento a su piel arrugada. Anduvo hasta la ventana de madera y miró la luna llena, propia para el ritual de magia de la creación. Conjuró un hechizo volviendo el espejo negro, trayendo una superficie tan brillante que el reflejo de su cuerpo era completo. Velas fueron cuidadosamente colocadas en candelabros frente a él y recipientes con mirra perfumaban el local. Después de decir palabras mágicas que no podían ser dichas por alguien de buena índole, vio una mancha aceitosa, de olor fétido, en contraste con el aroma del incienso atravesando sus vestimentas al encuentro de la superficie negra.
— De las tinieblas ocultas, del mundo sumergido más sombrío, cuyos lugares jamás fueron visitados por el hijo del hombre, germine la energía del mal duplicado. ¡Ordeno que emerja de las profundidades y que sea cómplice de mis deseos!
Las velas se apagaron con un soplo de aire que silbó al pasar por las grietas. La oscuridad se apoderó del cuarto y la ventana se cerró de un modo abrupto.
El reloj en el salón principal sonó; era media noche. Sus ojos se abrieron de par en par. ¿Habría alguien más en el castillo?
Antes de que decidiera salir para confirmar alguna presencia, algo se movió en la superficie del espejo. Dos manchas rojas parecían acercarse venidas de algún lugar allá en el recóndito trasfondo del objeto.
Palabras fueron oídas por Klaus, que empezó a descifrarlas aunque aparentaran estar distantes y en otro idioma.
— ¿Quién me ha llamado de las profundidades del infierno? Debe haber un motivo importante para tal, o pagará un precio muy alto... — dijo la criatura.
— Calma. ¿No estás viendo que somos iguales? Te he llamado para que me ayudes a encontrar al maldito brujo que destruyó al que vino antes de ti.
— En ese caso puedo ser de gran valía.
— Soy Klaus, un brujo del antiguo clan de los Tauneses. Debe haber pocos como yo y quiero destruir a cualquiera que pueda restar en la faz de la Tierra para que seamos los únicos en este mundo.
Una sustancia viscosa negra resbaló por la superficie vítrea del espejo hacia el suelo, elevándose en el formato de un hombre, y Klaus percibió que estaba frente a sí mismo, una vez más. Pero los ojos eran diferentes; rojos con la pupila felina y se fijaban en los suyos como si fueran capaces de ver su alma sombría. El espíritu errante parecía disfrutar de eso. Con la voz tenebrosa, murmuró al oído del brujo:
— Y bien, ¿Cuándo vamos a poner las garras en ese maldito que extinguió a mi hermano? — Indagó, transformándose en una criatura horrenda de piel rugosa; tenía un capuz que se unía a la vestimenta negra, sus garras estaban visibles, apuntadas hacia arriba.
— No sé si en años, décadas o siglos, pero el tiempo no será problema porque nosotros somos inmortales.
El brujo rio después de decir las palabras, celebrando su dominio sobre la muerte, y el otro le imitó. Después empezaron a carcajearse juntos, la alegría compartida por hacer el mal resonaba por el castillo.
De repente, el ente encapuchado se acercó a la ventana, movió la mano suavemente e hizo con que esta se abriera despacio. Miró la luna por algunos instantes y se volvió hacia el brujo:
— En el lugar de donde vengo comentan sobre el Hombre Fantasma. Dicen que es capaz de matar a cualquier ser espiritual por más fuerte que sea y que vive, aumentando su poder cada día.
— Él es quien mató a tu hermano. Su nombre es Phillip y ya cruzó mi camino. Casi le destruí, pero consiguió huir con la ayuda de un viejo mago. Cuando le encuentre, no le dejaré escapar. Quiero absorber todo su poder y dominar el mundo espiritual de una vez por todas.
— Estaré a tu lado para ayudarte.
Klaus meneó la cabeza y se retiró a descansar. Su nuevo hogar era una fortificación con ocho torres dispuestas paralelamente teniendo la estructura cercada por un área alagada. Las piedras eran yuxtapuestas con tierra y madera. En el piso superior, había una gran sala cuyo ambiente era oscuro y humedecido. Pequeñas aberturas en medio de los ladrillos rústicos permitían ver la luz del día.
El brujo contrató a un siervo que ya había trabajado para él para vivir en el castillo y cuidar de las tareas de alimentación y de los pequeños animales, incluso del vino.
El nombre del empleado era Luca, un muchacho que le conocía hacía mucho tiempo desde que Klaus le salvara de las manos de los inquisidores. Eso porque quería tener a alguien que trabajara para él a cambio de migajas.
Siendo así, a veces le daba algunas monedas por sus servicios. Luca se sentía agradecido a su señor por haber sido salvado y sabía de sus maquinaciones maquiavélicas y de su condición de brujo perseguido por la inquisición. Dormía en una de las torres y cuidaba de la comida y bebida almacenadas en la planta baja. Había una despensa de trigo para hacer pan y carnes conservadas en sal, así como quesos y otros alimentos.
El propietario dormía en una cama con tiras de cuero, donde era colocado un colchón de plumas de aves, mientras el siervo Luca Saviotti dormía en una de las torres en el suelo, sobre paños de ropas usadas.
El Doppelgänger se recogía en su espejo negro y desaparecía como una sombra. Allí se quedaba despierto por toda la eternidad esperando el llamado de su señor.
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