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I - El Futuro

Siglo XXI – Florencia – Italia

Phillip, un joven que siempre fuera impetuoso, aprendía a un alto precio que el coraje necesita unirse a la sabiduría, a fin de cuentas, había perdido a personas que amaba. Verena, su amor verdadero que nunca más vería; Juan, el mentor que le salvara en el último momento y cuya vida se desvaneciera delante de él a manos del maligno Klaus Rizzoni. Sí, el joven Phillip era inexperto para enfrentar el mal. Se sentía culpado por ambas muertes. Se dio cuenta de que estaba solo a partir de ahora.

Su mayor deseo era encontrar a su amor y al maestro amigo una vez más, aunque fuera en el reino espiritual, ya que era capaz de cruzar la tenue línea que segrega el universo de los vivos y el mundo de los muertos. Con ese poder, sabía que podría ayudar a las personas, como había hecho con la niña Laigner salvando a su hermanito. La necesidad de hacer el bien traería un poco de paz al alma del joven, realizándole.

Perdido y solitario, quería entender en que época se encontraba, levantó los brazos y se asustó al ver las esposas que domaban sus manos.

Miró alrededor y se quedó impresionado con cómo el mundo había cambiado. Imaginó que el maestro le enviara a algún lugar en el tiempo futuro, pues las cosas estaban muy diferentes. ¿Será que se adaptaría a la nueva vida?

El mago le había avisado que tuviera cuidado en la confrontación con Klaus, y tuvo que aprender que el coraje, a veces, puede echarlo todo a perder. Así, con los ojos humedecidos, recordaba las palabras del sabio maestro. ¿Y sus padres humanos?

— ¡Dios mío! Que añoranza de mi madre y mi padre. Tan buenos y preocupados con mi futuro. Espero que hayan sido felices ...

Pensó en su espada y, con un chascar de dedos, hizo que la Furia de la Noche desapareciera de la mano del policía que la llevaba a la pericia envuelta en un paño, creyendo que esta fuera robada del museo por el joven que escoltaban en aquel momento. Hizo también desaparecer una bolsa de cuero con monedas de oro, que siempre llevaba consigo, para poder disponer de ellas cuando las necesitara. La preciosa hoja  apareció empuñada por la estatua de un guerrero vikingo dentro del museo y la bolsa fue a parar en un bolsillo de la ropa de una figura del mago Houdini. Después Phillip las recuperaría, ya que las dejara escondidas en un buen disfraz.

Allá en el museo, al día siguiente, durante la visita de la excursión de una escuela, un alumno adolescente miró el sable empuñado por el guerrero y se quedó maravillado:

— ¡Mira aquello! Parece una espada vikinga de verdad, igual a la que vi en una película.

La profesora aprovechó la oportunidad para explicar sobre el pueblo guerrero:

— Pues verás, Carlos, ellos eran eximios guerreros y navegantes. Hay gente que cree que ellos llegaron a las Américas antes que los españoles.

— Que interesante, profesora. Quería entrar en esa vitrina y poder coger la espada con mis manos. Y mira aquellos dibujos en ella. Son increíbles... — analizó el muchacho entusiasmado.

Los colegas miraban la Furia de la Noche y las estatuas con admiración.

— Ni pensar... las cosas están aquí para ser admiradas. Vamos a continuar el paseo — llamó la educadora, guiando a los alumnos hacia otro ambiente.

Y siguieron la caminada por el museo con miradas atentas, mientras en otro lugar de recopilaciones antiguas, o sea, en los recuerdos de la mente de Phillip, los pensamientos maquinaban una salida para aquel lío. Sin embargo, tras sus pérdidas, él había aprendido que debía actuar con calma. ¿Será que sería precipitado nuevamente o realmente cambiara?

Preocupado con lo que le ocurriera, dejó que le llevasen hasta que supiera dónde estaba y cómo resolver las cosas con sabiduría, sin herir a nadie. No podía dejar que supieran quién era hasta que conociera a sus enemigos.

Dentro del coche de policía; se sentía triste, sumergido en la soledad por estar lejos de su familia y amigos:

— Verena, mi querida. Perdiste la vida por mi causa. ¡Aquel brujo desgraciado! Y el maestro Juan... ¡Era tan bueno! No merecía morir. Y mis queridos padres, por causa de aquel maldito, nunca más les veré.

Aunque hubiera conocido a sus verdaderos padres en la biblioteca real en el pasado, aún tenía dudas y consideraba a sus padres terrenos, el rey Albert y la reina Mariele, como sus progenitores. ¡Cuánto les echaba de menos!

Volviendo en sí, oyó a los policías conversar en italiano. Desde pequeño, Phillip fue entrenado a hablar en varias lenguas europeas, y aquella era una de ellas, así como el latín, el francés y el inglés. Estudió los diversos dialectos para que pudiera negociar con otras naciones cuando fuera el gobernante de su país. La familia real poseía varios profesores de idiomas. En aquel momento, además de no ser ya el príncipe germánico, tampoco sabía dónde estaba, ni siquiera qué tiempo era aquel al que Juan le enviara.

— ¿En qué año estamos? ¿Puede decírmelo, señor? — Preguntó.

— ¡Pero qué pregunta más tonta! ¿De verdad no lo sabes? ¿Qué te parece, Giuseppe? ¿Será que está loco? Pero tenemos que tener cuidado porque puede ser un mago. Viste que estaba diferente cuando le prendimos. Cabello blanco, ojos dorados... ¿Tú viste aquello?

— Enrico, fue una ilusión. Las luces que le iluminaban desde arriba dieron esa impresión. Mira al chico. Es igual a cualquiera. Tal vez estuviera con alguna máscara del propio museo y se libró de ella cuando nos vio – el policía se volvió hacia el joven. — Estamos en el año 2025. Pareces confuso y perdido. ¿Qué hacías dentro de aquel museo?

— Si os lo contara, no os lo creeríais.

— Entonces tendrás que contárselo a los investigadores. O dormirás por un buen tiempo tras las rejas. Invasión es crimen y el museo es patrimonio público.

— ¿Y esa ropa de la época medieval, dónde la has conseguido? — indagó Enrico curioso.

— Está claro que las ha cogido en el museo. Nadie va por ahí vestido de esa manera — comentó Giuseppe, con convicción. — Tendrás que devolverla, pero primero vamos a presentarte al comisario del departamento de policía de Florencia.

— No sirve de nada el que yo responda. Prefiero quedarme callado como me dijeron al arrestarme.

— Sabia decisión, muchacho — Enrico enterró el asunto.

Sin saber lo que aquello significaba, decidió quedarse en silencio y empezó a pensar en lo que había dejado atrás.

Aunque no tuviera noción, estaba siendo llevado a una comisaría de policía. Al llegar allí, fue hecho un registro con impresiones dactiloscópicas y fotografías digitales de frente y de perfil. Los policías le dejaron en la sala del comisario, que se presentó e hizo sólo una pregunta inicial:

— Bueno, Phillip, este es el nombre que consta en el registro. Quiero saber qué diablos estabas haciendo en el museo por la noche. ¿Eres un asaltante, por acaso?

Reconociendo que el hombre se trataba de una autoridad local, el muchacho respondió:

— Señor, la verdad es que yo no soy de este país. Vengo de muy lejos y no sé cómo fui a parar allí.

— Comisario, había una espada que parecía ser de vikingo, estábamos trayéndola como prueba del hurto, pero repentinamente desapareció de mis manos. Pensamos que este tío es un mago.

— ¡No diga tonterías, Enrico! ¿Quiere convencerme de que, incluso esposado, el chico consiguió quitarle un instrumento como ese, debajo de sus narices? — Miró al joven de nuevo y continuó. — Para refrescarte la memoria y saber de dónde has venido, vas a dormir en la cárcel. Después volveremos a conversar. Pero antes una pregunta: ¿Acaso eres algún mago de circo que hace las cosas desaparecer?

— Discúlpeme señor, pero no sé de lo que está hablando.

— ¿Entonces podemos llevárnoslo? — preguntó el detective de plantón que acompañaba la investigación.

— Sí, pero avisen a la defensoría pública, si no tendremos problemas con Asuntos Internos, que no sale de mis talones.

— Sí, comisario. Déjelo de mi cuenta.

Phillip fue a la prisión y tuvo derecho a una defensa. Suerte suya, ya que no conocía a nadie en aquel lugar. Prefirió no usar la magia hasta que supiera cómo funcionaban las leyes de aquel país.

En la celda, fue observado por otros presos. Uno de ellos se le acercó.

— ¿Qué pasa chaval? ¿Qué mierda has hecho para venir a parar aquí? ¿Robaste, mataste o qué?

— Yo no he hecho nada... Creo que ha sido un gran engaño.

Otro sujeto hablo en seguida:

— Todos los que llegan aquí nunca quieren asumir la culpa, pero siempre hay una razón para ser preso.

— Prefiero ir a lo mío. Con el tiempo todo se resuelve.

Entonces se quedó mudo y quiso descansar un poco. Fue cuando un tipo fuerte se le arrimó y con una de las manos le apretó las mejillas, amenazándole con voz alterada:

— ¿Sabes, granuja? No me has gustado y, si quieres salirte bien con nosotros, vas a tener que obedecerme. Aquí es el lugar de mis reglas... ¡Soy el jefe! ¿Me has entendido bien?

El sujeto tenía la cabeza rapada y los brazos totalmente tatuados con símbolos de la facción criminal a la que pertenecía. Los compañeros de celda rieron y se prepararon para ver una paliza más, porque el individuo siempre imponía su ley a los novatos que llegaban a aquel lugar.

El hombre empujó al joven contra las rejas, hiriéndole la nuca. Phillip le miró con rabia, estresado con aquella situación, a fin de cuentas, lo que más quería era estar solo y no meterse con nadie...

De repente, el tipo empezó a elevarse del suelo, la cabeza fue presionando el techo, los ojos se le abrieron de par en par, el cuello se contorció, el cuerpo rotó en posición horizontal levitando en medio de los otros. Todos se quedaron aterrorizados con el modo en como el nuevo huésped le encaraba y, percibiendo el miedo de estos, de sopetón, le soltó dejándole caer al suelo. Geovani era su nombre.

El hombre, asustado con el cuerpo estirado pegado al piso, se levantó despacio con la mano derecha sobre la cadera, sintiendo el dolor de la caída, y anduvo en dirección al muchacho, cuando un colega suyo le sujetó por el brazo.

— Pelón, deja al chico en paz. ¿No estás viendo que tiene trato con el diablo? O quién sabe está poseído... Mejor no meterse con él.

Geovani se apartó callado al oír el consejo del compañero. Los bandidos prefirieron no meterse más con Phillip a partir de aquel instante.

El joven mago, cansado, se acostó en un rincón y cerró los ojos para recuperar las fuerzas. Poco a poco, el Hombre Fantasma sentía que poseía mucho poder y aquello era sólo el principio de su aprendizaje. Y así consiguió dormir después de todo lo que le había ocurrido.

Por la mañana, el carcelero le llamó por su nombre bien temprano.

— Visita para ti. Tu abogado ha llegado.

— ¿Pero qué es esto? ¿Y quién puede ser ya que nadie me conoce aquí? — Indagó curioso.

— El estado te ha designado un defensor público para que cuide de tu caso. Es común. Acompáñame.

Phillip fue llevado a una sala, donde había una mujer bien vestida, con un traje chaqueta oscuro y una blusa blanca. Él observó que era muy bonita y había algo característico en ella: una cicatriz en el rostro como la de Verena, después de que fue atacada por el Doppelgänger de Klaus.

La bella abogada de indumentaria impecable le encaró y algo le decía que ya le conocía de algún lugar. "¿Sería posible? ¿Pero, de dónde? Actuando de modo profesional, dejó las tentativas de recordar para después.

— ¡Mucho gusto, señor Phillip! Soy la defensora pública indicada para su caso. Mi nombre es Alexia y me gustaría que me contara todo lo que hubo para que yo pueda ayudarle.

Inmediatamente, el acusado también se acordó de las facciones frente a él. ¿Pero cómo podría olvidarse de algo tan profundo en su vida? ¿Podría alguien ser tan parecida a su querida Verena? No podía ser real... ¿O el destino quería enloquecerle?

Alexia tenía un gran misterio en su vida. Desde niña soñaba que caminaba en dirección a un hombre, en un castillo antiguo. Cuando estaba a punto de alcanzarle, sentía un dolor en el pecho. Miraba hacia abajo y veía garras traspasando su cuerpo. Siempre despertaba gritando desesperada. Mientras miraba al hombre frente a sí, oyéndole explicarse, los labios moviéndose traían cada vez más claramente la revelación de dónde le conocía.

La sorpresa es que, cuando llegó a la comisaria, vio al hombre que aparecía en sus sueños. Y su recuerdo se hacía cada vez más real en su mente. Era mucha coincidencia para ser verdad.
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