XXVIII - El Descubrimiento de la Magia
El muchacho tuvo mucha dificultad en conciliar el sueño aquella noche. La visión que tuviera no le salía de la mente y volvía en ciclos de confusión y dudas. Si lo que aquellos seres espirituales le contaron fuese verdad, él habría vivido toda su vida como una gran mentira. Y el rey y la reina no tenían la culpa, porque tampoco sabían la verdadera historia. ¿Y si él fuese realmente un brujo? Nadie podría saberlo, si no sería condenado a morir en la hoguera ardiente. ¿Y en cuanto a Verena? Ella jamás le aceptaría como novio de nuevo, si supiese todo aquello. ¿En aquel mundo en que vivía, quién será que le aceptaría como era, de verdad?
Los pensamientos dieron una tregua y el joven adormeció.
Al día siguiente, el príncipe veía todo de otra manera. En el desayuno real, la familia se sentaba a la mesa asistida por los criados del palacio. Phillip bajó la escalera viniendo de su cuarto que quedaba en el segundo piso, se dirigió al salón comedor y abrazó a su padre dándole un beso en el rostro. Después hizo lo mismo con su madre, enlazándola con los brazos y besándola también. El rey y la reina se miraron después de vivenciar aquellos momentos llenos de ternura. Phillip agradeció en silencio por sus padres haberle cuidado con tanto amor. Sabía que ellos le salvaron y le proporcionaron una vida digna. El padre dijo:
— ¿Está todo bien, hijo?
— Claro que sí, padre. No podría estar mejor.
La reina miró al marido con desaprobación y dijo:
— Albert, deja a nuestro hijo ser feliz. Por mí él puede abrazarme y besarme cuando quiera.
— Discúlpame querida. Es que como Phillip raramente nos trata de esa forma por la mañana.
— Si queréis no lo haré más — bromeó él.
— Puedes abrazarnos siempre que quieras, hijo — dijo el rey.
Se quedaron en silencio por un momento, mientras la cabeza del rey hervía, pensando si la campesina tendría la culpa de la felicidad del hijo.
— Después del desayuno voy a cabalgar un poco por el reino. — Phillip interrumpió los pensamientos del padre.
— ¿Te gusta mucho cabalgar, no es así hijo? ¿Será que hay alguna campesina siendo el motivo de tantos paseos? — Preguntó el rey.
— Por favor, padre. Para con eso, me gusta cabalgar y está claro que siempre veo a muchachas interesantes por los caminos. ¡Quién sabe un día de estos me enamoró de una de ellas!
— Hijo, no te olvides de que habrá una princesa de algún reino vecino con quien tendrás que casarte. Necesitamos hacer alianzas estratégicas para fortalecer nuestra nación.
— ¡Pero padre, me dijiste que eso sólo ocurrirá cuando sea mayor que ahora! Mientras tanto podría relacionarme con las muchachas de la aldea. ¡Con cuidado!
— Está bien. Es que no me gustaría que te enamorases y después llegases a tener desilusiones amorosas.
— Deja al tiempo resolver las cosas querido. A fin de cuentas, él sólo ha dicho que haría un paseo y es un chico de veinte años — dijo la reina para cortar el asunto. — ¡En cuanto a ti Phillip, no puedes salir por ahí enamorando a las hijas de los otros dándoles falsas esperanzas! Espera el momento adecuado y habrá una princesa de quien te enamorarás.
La reina Mariele se volvió hacia el monarca y dijo:
— Estoy pensando en dar una fiesta e invitar a las cortes de los reinos vecinos. ¿Qué te parece, Albert?
— ¡Sería maravilloso, querida! Tú siempre tienes buenas ideas.
El joven no dijo nada más y salió de la presencia de los padres, sonriendo con las conversaciones que eran siempre repetidas sobre su futuro y el casamiento que su padre le concertaría. En aquel momento, lo que el príncipe quería de verdad era ver a su novia en la villa de los campesinos.
Montó en su caballo Espectro y cabalgó como el viento, atravesando callejuelas y carreteras polvorientas. Sus botas de cuero estaban pegadas al pelaje de su caballo y volaba por los senderos hasta llegar a su amada, que le esperaba en el lugar de siempre.
— Hola Phillip, pensaba que no vendrías hoy.
— Si no te viese hoy, mi día sería vacío.
Ella sonrió.
El muchacho bajó del caballo y la tomó en sus brazos, besándola dulcemente. Estando juntos, enamorados el uno del otro, no vieron el tiempo pasar y ni siquiera la noche dando sus primeras señales. Jóvenes, cuando enamorados, se vuelven bobos, pierden hasta el hambre, alimentándose de besos. El clima sólo fue roto cuando el príncipe notó la presencia de una niña cerca de él. Esta tenía un aspecto cansado, con grandes ojeras. Parecía haber llorado mucho.
— Hola nena. ¿Estás perdida? ¿Dónde están tus padres?
— No sé dónde están... — Susurró ella. — Pero necesito tu ayuda para encontrar a mi hermano. Está desaparecido hace días.
— ¿Con quién estás hablando, Phillip? — Preguntó Verena.
— ¿No estás viendo a la niña del vestido blanco frente a nosotros? — Preguntó, sorprendido.
— Voy a fingir que no he oído eso. Primero dices que hablas con animales. ¿Ahora conversas con niñas fantasmas también? Es mejor parar con estas cosas porque las personas van a empezar a hablar y... eso no es nada bueno. — Ella le miro por un momento y el asombro tomó su rostro. Verena dio un paso atrás y apuntó hacia él. — ¡Tus ojos! ¡Tus ojos están anaranjados! ¿Qué es lo que te pasa en ellos?
¡Estaba ocurriendo nuevamente! El muchacho intentó desdecirse, quería huir de aquella situación, pues tenía miedo de lo que Verena pensaría de él. Aún no entendía bien qué poder era aquel que poseía.
Phillip cerró los ojos, intentando hacer que aquello parase, pero sus ojos continuaban llameantes, viendo el mundo espiritual. Verena se quedó impresionada con lo que veía y empezó a pensar que el príncipe tenía realmente poderes mágicos. Ella continuaba mirándole con espanto.
— ¡Qué cosa extraña Phillip! Me sorprendes a cada momento.
— También me he sorprendido. Lo más extraño es que no siento ninguna diferencia. Sólo veo todo con mucha claridad. Pero vamos a dejar la cuestión de los ojos de lado, Verena. Necesito entender lo que la niña tiene que decir.
— ¿Vas a empezar con esa historia de nuevo?
— ¿Tú estás bromeando conmigo con que no ves a la niña?
Verena sonrió y miró hacia arriba.
— ¡Ay, Dios mío, este príncipe está chalado!
Él la ignoró. Si no la estaba viendo debía haber un motivo.
— Cuéntame tu historia, niña. ¿Cuál es tu nombre?
— Mi nombre es Laigner. Soy hija del jefe de esta villa. Mi hermano desapareció hace algunos días y mi madre está desesperada. Necesito encontrarle. ¿Me ayudas?
Phillip asintió antes de indagar.
— ¿Dónde estaba él la última vez que le viste?
— Estaba jugando cerca del río. Su nombre es Petrus.
— Entonces vamos a buscarle.
Antes de salir, Phillip decidió explicárselo a Verena.
— La pequeña es hija del jefe de la villa. Ella quiere que la ayudemos a encontrar a su hermano. Dice que su nombre es Laigner.
Verena miró a todos los lados y no vio a la niña. Ella conocía a Laigner y sabía que la niña había desaparecido hacía algunos días, porque todos en la villa comentaron sobre eso, pero el hecho de que su hermano también desapareciera era novedad para ella.
— Phillip, la hija del jefe de la villa está desaparecida hace algunos días... Pero la noticia de la desaparición de su hermano es nueva para mí...
— Vamos a buscar a Petrus con su ayuda.
Verena intentó mantener la calma antes de replicar.
— Ocurre, Phillip, que ella no está aquí. Yo no la estoy viendo. Lo que significa que tú estás en este momento hablando solo o con un fantasma. Y me estás asustando. ¿Quieres parar con esta broma? Mis brazos están erizados — comentó ella, enseñándole los brazos. — ¿Cómo conoces el nombre de esos niños? Por favor, no creo que debas jugar con estas cosas. Y para empeorar, esos ojos ardiendo... ¿Has hecho algún tipo de magia?
— Creo que me voy de aquí rápido — concluyó Verena, pensando en salir corriendo de allí.
— Por favor, Verena. Quédate conmigo... Tú me conoces. Sabes que yo no practico magia. Así como tú, no entiendo lo que está pasando. La cuestión es que ahora estoy viendo a la niña de verdad. Ella tiene cabello castaño oscuro, ojos azules y cerca de 10 años de edad.
— La descripción es correcta.
— Entonces vamos a seguirla. Tenemos que saber también porque ella desapareció...
— Tú no entiendes, Phillip. La niña está desaparecida y yo no la estoy viendo. Laigner sólo puede ser un fantasma. Debe haber muerto y no lo sabe aún.
Verena pensó que él se iba a asustar, pero su rostro no demostró ninguna sorpresa.
— ¿Y piensas que no lo sé? Por eso, lo mínimo que puedo hacer es intentar ayudarla a encontrar a su hermanito. ¡Ven conmigo!
— No, Phillip, prefiero no ir contigo. Esta situación es muy extraña y si no eres tú quien está haciendo magia para cambiar el color de tus ojos, puede haber una bruja cerca.
— Está bien, Verena. Tú sabrás lo que es mejor para ti. De todas maneras, yo voy a seguir a la niña.
Verena se espantó con la tranquilidad de Phillip frente a hechos tan inusuales y asustadores. Pero después de pensarlo dos veces decidió ir con él, incluso un poco contrariada. No se quedaría allí sola.
Laigner empezó a andar y llamó a Phillip para acompañarla. Verena le dio las manos y ambos entraron en el bosque, buscando al niño que desapareciera. Ella fue a disgusto, ya que no veía a la niña que su novio estaba siguiendo. Todo aquello le parecía muy extraño. ¿Pero cómo él podría saber sobre la desaparición de la niña y su descripción completa? Ella también estaba intrigada.
En cuanto al príncipe, estaba tan obcecado en ayudar a la niña que ni le importaba si era una persona o un fantasma. Y lo más impresionante, sus ojos parecían arder desde el primer instante en que vio a Laigner.
Llegaron cerca del río y había un pozo con la tapa cerrada, cerca de un árbol. Había también una pequeña casa deshabitada allí cerca. Se aproximaron al lugar escoltados por la niña.
— Por favor, abre la tapa, Phillip — Pidió la niña.
Él hizo mucha fuerza y Verena también le ayudó, ambos siendo observados por la niña. Un ruido de piedra moviéndose fue oído cuando finalmente consiguieron abrir el pozo. Y así hicieron el más triste de los descubrimientos.
— ¡No puede ser! — Dijo Verena, asustada, con la mano tapándose la boca. A pesar del día que se acababa, aún era posible ver lo que había en el fondo del pozo. Algo que nunca más olvidaría, no importa cuántos años pasaran...
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