XXV - La Fiesta de la Muerte
Veinte largos años pasaron en la prisión del Castillo de los Ausentes y Juan permanecía encarcelado, viejo, con el cabello blanco largo y las vestimentas grisáceas transformadas en harapos. De alguna manera, la magia malvada en ese lugar le impidió crear portales mágicos para escapar de allí. Mientras Phillip descubría el amor, Juan estaba sumido en los fondos de la mazmorra, esperando el momento adecuado para huir o morir intentándolo, a fin de cumplir su misión.
Durante todos esos años, Juan y los otros dos prisioneros fueron obligados a ayudar a Klaus y a su séquito de las tinieblas. Contaban con el auxilio del ciego vidente, Peter Sanford, para que en sus visiones mostrase a los brujos dónde buscar mejor por las víctimas. Janda cuidaba de la cura de los Tauneses que se herían en las luchas; preparaba ungüentos y pociones con venenos de serpientes, arañas y escorpiones para que los brujos asesinos las utilizasen para matar de forma silenciosa. Juan, por otro lado, les enseñaba algunos hechizos poderosos de inmovilización del oponente y dominio de las fuerzas de la naturaleza, además de los encantamientos descritos en el libro.
Después de cierto tiempo, ya no le importaba pasar esos conocimientos. Lo que le mantenía vivo era el deseo de encontrarse con el príncipe Phillip y enseñarle a defenderse de sus enemigos. El mago Juan, silenciosamente, estudiaba los pasos del enemigo, para que un día aquello sirviese como ventaja para su futuro pupilo.
Pero sólo había un problema: no sabía cómo escaparía de aquella prisión. Tenía que engendrar un plan realmente eficaz, pues si le cogiesen nada le salvaría del camino de la muerte.
Un día, el ciego vidente tuvo una premonición y le dijo a Klaus que una gran operación estaba siendo preparada por los inquisidores para acabar de una vez, no sólo con él, sino con todos los magos. Klaus, irritado, pues tendría que resolver eso antes de lo previsto, atravesó un portal junto con su criatura de las sombras y fue al cuartel general de los inquisidores, para descubrir mayores detalles. Acabó volviendo pocas horas después con el jefe de ellos como rehén.
Así que le retiraron el capuz que le cubría el rostro, Lorenzo, este era su nombre, el mismo que matara a la familia de Juan, se aterrorizó viendo de cerca no sólo a los Tauneses, sino también a sus sombríos Doppelgängers. El monstruo de Klaus pasaba sus garras afiladas por el cuello de la víctima, mientras Klaus le hacía las preguntas cuyas respuestas determinarían la muerte de muchos. Él intentó resistir al principio, pero después de seguidas amenazas y de beber una poción que extraía la verdad, preparada por Janda, no consiguió más aguantar y delató la principal operación de caza a las Brujas, que ocurriría en Europa. Sería iniciada en Lion, en Francia, donde había múltiples relatos de hechicería.
— Entonces Lorenzo, criaste fama como el inquisidor que apresó al legendario mago Juan y que mató a su familia sin piedad.
— Eso fue hace muchos años, incluso por esta razón fui ascendido a jefe de la Inquisición, pero, por favor, perdóname. No sé se Juan era tu pariente o amigo, pero ¡perdóname!
— Pídele perdón a él, personalmente, pues el mago está aquí.
— Fratello, trae al mago aquí ahora.
Juan subió las escaleras sin saber lo que le esperaba y salió por la entrada secreta escoltado por la criatura, cuando vio al hombre que matara a su familia. Se quedó estático al enfrentar a aquel ser que le quitara todo. Delgado, con los cabellos cayendo sobre sus ojos, la barba llegando al pecho, dijo con los ojos lacrimeantes:
— ¿Cómo pudiste hacer eso con mi familia? Eran niños y mi esposa Gertrudis que nunca le había hecho mal a nadie.
— Discúlpame mago. Perdóname, te lo imploro. ¿Tú formas parte de este clan? – Preguntó el hombre desproveído de su arrogancia y ahora cubierto de miedo.
Sin responder y con mucha rabia, él miró al hombre y levantó los brazos incluso con las cadenas que los unían. Lorenzo fue erguido y su cabeza se quedó presionada contra el techo de la sala del Castillo de los Ausentes. El mago profirió algunas palabras invocando el poder de la naturaleza. Todos oían trueno y veían relámpagos sintiendo el viento frío ulular. Las cortinas golpeaban los muebles y parecía que Juan partiría al asesino por la mitad cuando uno de los brujos llegó por detrás de él y le golpeó la cabeza con un candelabro, lo que le hizo desmayar.
De repente, el silencio y todo se calmó.
— Llevadle de vuelta a la masmorra y mandad a la bruja que cuide de su herida. Aún tengo planes para ese viejo.
— Gracias, señor Klaus por salvar mi vida. Ya empezaba a sentir mis entrañas contorciéndose de dolor.
— No pienses que he hecho eso por ti, inquisidor imbécil. Paramos al mago porque si no destruiría nuestro castillo. Como premio por tu delación, ya que tengo las informaciones que necesito, tendrás una muerte misericordiosa... Serás lanzado a un pozo lleno de serpientes venenosas, de las cuales nuestra curandera extrae los venenos de sus hechicerías.
Lorenzo fue lanzado hacia la muerte dentro de un cubil y gritó de pavor. Klaus sabía que el hombre tenía fobia de las serpientes y lo mató por placer como era su costumbre, pero al mismo tiempo estaba indirectamente vengando el mal que el español le hiciera a la familia de Juan. Sin embargo, eso poco le importaba.
Más tarde, con las informaciones de los inquisidores en manos, Klaus viajó a Francia, junto con algunos amigos Tauneses y sus criaturas. Allá, asesinó a todos los magos y brujos, incluso a las familias de las víctimas, para que no dejasen herederos posibles de seguir el camino de la magia.
Klaus volvió a la prisión del castillo para preguntar al ciego vidente Peter cuáles serían sus próximas víctimas, ya que él y sus amigos Tauneses estarían listos para atacar de nuevo en breve.
Peter Sanford, encadenado en la mazmorra, dijo:
— Mi Señor Klaus, ya no hay ningún brujo en la faz de la Tierra. Puedo asegurar que todos están muertos a no ser los rebeldes del clan que están reunidos hoy en este castillo, y nosotros tres que estamos vivos porque aún somos útiles.
El vidente le mintió a Klaus. Él sabía que aún existía un mago, más poderoso que todos los otros, que sería el único capaz de derrotarle... Y ese alguien era Phillip.
— Es muy bueno saber eso, viejo. Creo que tú no tendrás más utilidad para mí. Eres un inútil ahora. — Vociferó sonriendo.
Él se dirigió al Doppelgänger:
— Ponle cadenas a este ciego y no le alimentes más. Que los gusanos se coman su carne hasta que no sobre nada más.
El espíritu errante pasó como un humo alrededor de Peter y, cuando este miró sus pies, vio que estaban encadenados.
— ¿Esta es la recompensa por haberte ayudado, mi Señor Klaus?
— Yo nunca dije que te compensaría... Pero piensa en la muerte como un piadoso premio. En cuanto a ti, bruja Janda, quiero que me prepares un veneno fatal para esta noche, que pueda ser utilizado en pequeñas dosis. Y Juan, aún pienso que puedes enseñar algunos secretos de magia que no hay en el libro. Entonces, de momento, vosotros permaneceréis vivos. Quiero aprender a conjurar portales del tiempo. Tengo muchos planes en mente. Una cosa más, el español Lorenzo que mató a tu familia fue lanzado al nido de serpientes venenosas.
Dejó de hablar y miró a cada uno de ellos. Luego continuó:
— Piensa en ese favor que te hice como un trueque ya que aún te necesitare de momento. El quitó muchas vidas y no merecía vivir. No soy ningún justiciero, pero creo que él cogió lo que plantó.
Juan se pasó la mano por la nuca sintiendo dolor con el golpe mientras Janda le pasaba una solución de ungüento sobre la cabeza. La bruja se volvió hacia el jefe de los brujos y dijo:
— Sí Klaus, haré el veneno que me has pedido. Tráeme serpientes, escorpiones y arañas ponzoñosas. Pronto tendrás la poción más letal de este mundo — replicó la bruja.
— No sé si aún debo vivir después de todos estos años deseando la muerte. — Dijo Juan — Tal vez quiera una dosis de ese veneno para mí.
La bruja que sabía el mayor deseo de Juan respondió:
— Está claro que debes vivir, mago. El muchacho necesita tu ayuda y piensa en cuantos él salvará si realmente destruye a estas criaturas del mal que habitan este Castillo. Sé que en breve voy a morir, pero me gustaría saber que hay una esperanza para la humanidad y tú formas parte de eso. Voy a aprovechar que estoy tratando tus heridas y cortarte un poco el cabello y la barba.
Ella cogió un recipiente de agua que usaban para lavarse y la calenté con magia agitando sus aguas. Después empezó a cuidar de la apariencia personal del mago.
— También quiero que cuides de mí, Janda. ¿O yo no lo merezco ya que Klaus me ha condenado a muerte?
— Te voy a arreglar en seguida, Peter. Estoy viendo que la vanidad se apoderó de esta mazmorra.
— Creo que tú también deberías cuidarte para presentarte a tu familia, Janda. Mis poderes clarividentes están dándome buenas noticias.
— Espero que tengas razón. — Ella respondió un tanto incrédula con la revelación.
Mientras Janda cuidaba de Peter cortando sus cabellos con los instrumentos que usaba para preparar las hierbas, Juan con el cabello corto y la barba afeitada se volvió hacia el amigo con quien había pasado largos años en la prisión y le agradeció:
— Gracias por no haberle dicho al brujo que hay alguien el reino de la magia aún vivo.
— Tomé la decisión acertada al esconder la existencia del mago joven. Espero que algún día el joven destruya a este brujo desgraciado de las tinieblas, porque el reloj de la muerte corre contra todos nosotros — dijo Peter sonriendo satisfecho con su decisión.
— Te lo agradezco, amigo Peter. Este muchacho a quien te refieres es la razón de mi existencia. Haré cualquier cosa para ayudarle a destruir al ser maligno y a su séquito de seguidores.
La bruja pensó que el veneno era para ellos, pero no le importaba. Ya estaban semimuertos de todas maneras. Haría como le fue pedido y estaría libre de esa situación degradante. En cuanto a la visión de liberación de Peter, tal vez fuera un delirio suyo, pero ella no tenía muchas esperanzas de salir de allí.
En cuanto al mago prisionero, en el fondo de su corazón ansiaba escapar y salvar al muchacho. Mal imaginaba que la razón de Phillip aún no ser encontrado era que aún no hiciera ningún hechizo. La magia se encontraba adormecida en el joven por el exceso de contacto con el mundo de los hombres, aguardando el momento de ser despertada. Cosa que sólo un mago como Juan podría hacer.
Klaus finalmente se sentía victorioso. Ahora sólo le restaba hacer una cosa: Celebrarlo. Por eso, cuando la noche llegó, misteriosa, el gran señor del clan Tauneses convocó a todos los miembros para comer y beber.
Celebrarían una gran fiesta de victoria. Klaus providenció varios toneles de vino y un banquete grandioso, por todo lo alto, regado a aceite fino. Ellos celebraban el hecho de ser en aquel momento los únicos brujos vivos de la faz de la Tierra, dominando la magia del mundo. El jefe brujo pidió que todos alzasen las copas para hacer un gran brindis a la conquista de las tinieblas.
— En este momento, nosotros los Ausentes, somos los hombres y mujeres más poderosos de la Tierra y tendremos todas las riquezas de este mundo. Quiero agradecer a todos los Tauneses que me ayudaron a aniquilar a los magos, brujas y hechiceros del Viejo y del Nuevo Mundo. Disfrazados, participamos de las expediciones comerciales de navío hasta los lugares más longincuos: las Américas, las Indias y el continente asiático para acabar con todos los brujos vivos. Ahora, en este momento somos los únicos y, además de eso, soy el portador de la inmortalidad, dadiva que dividiré con vosotros en breve.
Él sonrió antes de continuar hablando:
— Garantizaré que el viejo Juan haga un último hechizo, para que todos vosotros seáis inmortales, antes de que yo le corte la cabeza. ¡Un brindis a eso!
Y así el vino fue servido sin freno a los brujos. Lo que no sabían era que la muerte recorría las copas, con el veneno que Janda tan hábilmente había creado. En cuestión de pocos minutos, los brujos empezaron a retorcerse de dolor y falta de aire. Se ponían las manos en el cuello, ahogándose, intentando inhalar el oxígeno precioso, pero no lo conseguían. Sus caras se pusieron rojas y los cuerpos fueron cayendo, morados, uno a uno. Klaus les observaba, viendo sus reacciones en la hora fatal. Algunos intentaban acercarse a él intentando matarle, pero el Doppelgänger le defendía, clavando las garras en sus cuerpos debilitados por el veneno. Las otras criaturas de las tinieblas se contorcían, siendo destruidos por la muerte de sus señores. Por fin, Klaus, saciado en su sed de sangre, salía de la sala dejándoles a todos en lamento.
— ¡Qué estúpidos idiotas! Entonces pensasteis que después de todo este trabajo, yo dividiría todo lo que conquisté con vosotros. Morid, desgraciados y visitad a vuestras víctimas en el fuego del infierno.
Empezó a carcajearse y su replicante también le remedaba, mostrando los dientes puntiagudos de su rostro tenebroso. Los Doppelgängers de los brujos muertos en el castillo desaparecieron como vapor, junto con las vidas de sus señores.
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