XXIV - El Primer Amor
El rey Albert se dio cuenta de que su hijo estaba con la mirada medio perdida, como si anduviese en las nubes. Una noche, Phillip estaba en la muralla del castillo admirando las estrellas y su padre se acercó a él, queriendo ver lo que afligía a su heredero:
— ¿Qué te pasa hijo? Ya no conversas conmigo y con tu madre como antes. Parece que te estás aislando de nosotros.
— No es nada de eso, padre. — Dijo el joven, reluctante en contarle que estaba enamorado de una chica.
El príncipe sabía que el rey no aceptaría que él se enamorase de alguien que no fuera de la monarquía.
— Yo sólo me sentí como tú ahora, cuando me enamoré de tu madre. Sólo conseguía pensar en ella. — Replicó el monarca.
Phillip pensó por un momento si debía contárselo o no. Por fin, decidió hablar:
— Padre, he conocido a una chica y ella es la cosa más linda que he visto en esta vida.
— ¿Una plebeya? — El padre miró a Phillip, serio.
Él asintió con la cabeza.
— Hijo, las mujeres del reino no son para ser tomadas en serio. De aquí a algunos años, tú serás prometido a alguna princesa de un país aliado para aumentar nuestras coaliciones en Europa y fortalecer los lazos de la nación.
— Pero padre, quería tanto poder escoger a la mujer con quien me voy a casar.
— Desde hace mucho tiempo, los casamientos han sido arreglados de esta manera. No podemos cambiar las tradiciones de un momento al otro. Pero dime más sobre esta muchacha... Voy a darte un consejo: si quieres, sólo disfrútala, pero ten cuidado para no crear problemas con su familia.
Frente a la reacción del rey, el muchacho decidió esconder lo que sentía. Tuvo un mal presentimiento en relación a él.
— ¡No padre! ¡Olvida ese asunto! Creo que fue solo una tontería de mi cabeza.
Phillip no estaba de acuerdo con las costumbres de la época y creía que una pareja debía amarse realmente, para quedarse juntos y casarse. A él no le importaban las alianzas, ni las clases sociales. Quería encontrar a la persona ideal, alguien que realmente le gustase.
Al día siguiente, pidió que le trajesen a Espectro del establo, montó en él, a fin de hacer su paseo y encontrar a Verena. Salió escondido, con recelo de que su padre mandase seguir sus pasos.
Pasó cerca del árbol donde la había visto el día anterior y ella no estaba allí. Esperó por horas y nada... Se sintió decepcionado y decidió irse.
Por la noche, en su cuarto, fue al balcón y se quedó mirando las estrellas en el cielo. Ellos ya habían empezado una relación, y habían hecho tantos planes... Pensaba en lo que podría haber ocurrido y algo empezó a apretar su corazón.
— ¿Será que no le gusté? ¿Cómo estaré sin aquellos cabellos castaños, tan lindos y sus ojos, castaño claro como la miel? Quería tanto verla de nuevo. — Pensó y fue a acostarse en su cama, recordando su sonrisa.
Un palomo arrulló en su ventana. Él fue hasta el pájaro y vio que tenía un mensaje preso a su pata. Phillip lo abrió y leyó:
Phillip, he sabido que eres un príncipe, hijo del rey Albert. Creo que es mejor que no nos encontremos más porque somos de mundos diferentes. Esto jamás saldría bien y no me gusta nutrir falsas esperanzas. Fue muy bueno conocerte. Espero que un día encuentres una buena princesa y seas feliz.
Siempre tuya,
Verena.
Él, inmediatamente, escribió una nota y se la puso en la pata al palomo blanco que voló directo al destino de su dueña. El mensaje decía:
Verena, mi mundo es igual al tuyo. Déjame verte mañana una vez más. Me gustas mucho. Te esperaré mañana debajo de aquella higuera donde nos conocimos.
Phillip.
El príncipe fue a dormir, en la esperanza de reencontrarla.
Por la mañana repitió su rutina y esta vez, ella no estaba allí. Se sentó debajo del árbol por un tiempo en la esperanza de que ella apareciera, pero solamente el príncipe y Espectro ocupaban aquel lugar vacío. La moza se quedara en casa y miraba por su ventana la floresta distante pensando en el encuentro, la cabeza llena de dudas. ¿Será que tomara la decisión correcta? Phillip parecía ser tan verdadero en sus sentimientos.
En casa, por la noche fue a cenar cabizbajo y sus padres notaron que algo no estaba bien. Cuestionaron su estado, pero él prefirió callarse y dijo que no se sentía bien, que leería un libro en la biblioteca aquella noche.
Al otro día, el muchacho hizo el mismo recorrido en dirección a su amor y no pudo creerse lo que vio... Allá a lo lejos había una mujer con vestido blanco de encaje, que para él era su princesa. Bajó del caballo, mirándola y la cogió de la mano. Le dio un beso y, sin quitarle los ojos, dijo:
— Qué bien que has venido. He estado toda la noche pensando en ti... En verdad, pienso todas las noches, desde el primer momento en que te conocí.
— A mí también me gustaste, Phillip, pero ¡entiéndeme! Esto no acabará bien para mí. No va a dar en nada bueno y aún seré criticada por las personas de mi aldea.
— Por favor, Verena, para de pensar en convenciones. Si no quieres ser mi novia, entonces vamos a ser amigos.
Ambos empezaron a mirarse a los ojos. Él la atrajo hacia sí y la beso en la boca húmeda, en lo que fue correspondido prontamente. Se quedaron allí por algunas horas, el tiempo engañándoles, pareciendo que no tenía prisa.
— ¡Tengo que irme! Está haciéndose tarde. Me ha gustado pasar estos momentos contigo, Phillip. Pero, no creo que vuelvas aquí de nuevo.
— Entonces, espérame y verás como estaré aquí mañana.
Se besaron una vez más y ella le puso tres dedos de su mano en los labios diciendo:
— Vete ahora. La noche va a caer y tendrás problemas si llegas tarde al palacio.
Phillip llamó a Espectro con un silbido, montó en él y se fue con una sonrisa en el rostro. Ella también se puso feliz con el encuentro.
El príncipe no sabía cómo lo haría a la hora en que sus padres escogiesen una princesa para él. En su corazón, la opción ya había sido hecha. Decidió que noviaría con ella y dejaría el sufrimiento para la hora de decirles la verdad a sus padres. Tal vez el destino le ayudase y la vida permitiese que se quedasen juntos para siempre.
Lo que él no imaginaba era que descubriría muchas cosas nuevas sobre sí mismo. Hechos que cambiarían radicalmente su vida.
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