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XXI - El Castillo de los Ausentes

Atravesaron el pasaje y llegaron a un callejón desierto, en la periferia de la ciudad. El mago miró hacia delante y se deparó con el Castillo de los Ausentes, el sombrío escondrijo de Klaus. Enseguida, Juan recorrió con los ojos la ciudad que aún no conocía: Florencia en todo su esplendor. La cuna de artistas, escultores y escritores.

Vio el tránsito de personas por las calles de la ciudad, las magníficas construcciones como iglesias y edificios con pinturas de grandes maestros. Se quedó maravillado, confuso con tanta gente; con el sonido de los carruajes, la altura de los palacetes y el colorido de las vestimentas. El mago había estado mucho tiempo recogido, aislado del mundo en la Floresta Sombría.

Después de algunos pasos más, el mago estaba delante del gran portón del castillo, pintado de gris oscuro. En la entrada de la mansión, observó el nombre del lugar: Castillo de los Ausentes. Recordó entonces la pesadilla que tuviera sobre la matanza de los brujos del Cónclave, cuando la criatura del mal dijo que "Los Ausentes están presentes". Las letras, por un momento, se embarazaron en su mente y se dio cuenta de que la palabra Ausentes era un anagrama para el nombre Tauneses. ¡Entonces, aquel lugar era el famoso cubil de los brujos del Mal!

El miedo le subió por la espina dorsal al imaginar cuánta energía maligna había impregnada entre aquellas paredes.

- Ahora todo se encaja en mi cabeza. Vosotros usáis el nombre Castillo de los Ausentes para esconder lo que, de hecho, sois: miembros repudiados del clan Tauneses.

- Muy bien, viejo mago. Este es uno de nuestros secretos. Pero es una pena que no se lo vas a poder contar a nadie. ¡Vamos entra! - Dijo Klaus, empujando a Juan.

El portón se abrió, haciendo un ruido estridente. El mago entró mirando a todos los lados, intentando memorizar cada detalle de aquel castillo. Aquel era un lugar fantasmagórico. Había una sala con una escalera de caracol y, en el techo, una cúpula que dejaba entrar ligeramente la luz del día, intentando quebrar las sombras. Telas de araña cubrían los rincones de la sala y Juan vio un lagarto escalando la pared. Candelabros dorados clavados en las paredes clareaban el frío ambiente con sus velas. Había otros candelabros sobre antiguos aparadores arrimados a las paredes.

Oyeron voces y algunos pasos adelante había brujos conversando. Entraron en un salón, donde ellos estaban sentados, tomando un vino tinto. Así que entró, todas las miradas se volvieron hacia él. El silencio fue roto por uno de ellos, que le preguntó a Klaus.

- ¿Este es el mago poderoso que hacía morir de miedo a los inquisidores? No me parece tan peligroso así. Está tan viejo que veo la sombra de la muerte a su lado, con su capuz negro y la guadaña. - Dijo, soltando una carcajada.

Rodearon a Juan y uno de ellos le empujó, haciendo que el mago cayese al suelo apoyándose con las dos manos. Intentó levantarse cuando otro brujo le puso las manos sobre los hombros, dejándole arrodillado. Este brujo dijo, burlándose de él:

- ¿Y ahora? ¿Dónde está el hombre que dicen ser un mago poderoso, digno de una leyenda, que perdura hace años en todo el mundo de la magia?

Juan sabía que podía luchar con aquellos brujos renegados en vez de someterse a tamaña humillación. Pero prefirió contar hasta diez para no replicar. Si actuase, lo echaría todo a perder.

Los otros rieron enseguida, pero Klaus permaneció serio. En el fondo, él sabía que el viejo mago tenía mucho poder. Tenía dudas sobre quien consiguiera luchar y vencer a la criatura de las sombras, ya que el Doppelgänger dijera que fue el niño. En el fondo, creía que Juan escondía algo.

El mago Juan ignoró el comentario irónico del brujo. Él necesitaba saber más sobre sus enemigos y estudiarles para que pudiese ayudar a Phillip a la hora de enfrentarles.

- No os olvidéis: el viejo diablo sabe todo sobre el Libro de las Almas. Le obligaremos a enseñarnos la magia del libro y seremos los brujos más poderosos del mundo - Replicó Klaus.

- Espero que tengas razón. Has traído a este ser aquí, poniendo en riesgo el secreto de nuestro castillo. Tiene que valer mucho la pena realmente... - Dijo otro brujo.

- El primer paso ya ha sido dado: encontramos el libro. Ahora vamos a aprender a absorber sus hechizos, para después acabar con los magos de los otros clanes. En cuanto al viejo, voy a colocarle en la mazmorra del castillo de donde no podrá escapar - Explicó Klaus.

Antes de ir a la prisión, súbitamente, Juan se volvió hacia ellos. Sus ojos se pusieron blancos, perdidos. Un espíritu superior le poseyó cuando empezó a profetizar, tal vez, uno de aquellos que le mostrara el futuro a través de sus sueños. La voz gruesa, irreconocible disparó mensajes mortales:

- Cielos y Tierra son testigos de lo que os voy a decir, amigos de la ruina. Antes incluso de que yo salga de este castillo maldito todos vosotros estaréis muertos, víctimas de vuestra propia avaricia y traición.

Los membros del clan de los Ausentes se quedaron atónitos e incluso Klaus que parecía tener tanto coraje se heló. Nadie podía hacer nada o callar al mago, con un escalofrío respiraron hondo para intentar vencer el miedo y sólo oían lo que el espíritu tenía que decirles:

- Años pasarán y vuestras maldades recrudecerán dándoos la sensación de poder infinito, pero nada dura para siempre... ¡Mucho menos vuestras vidas!

Y una carcajada tenebrosa resonó de la voz que se desvanecía de Juan. Los ojos se abrieron de par en par antes de volverse castaños como eran de hecho y el mago que parecía más cansado dijo:

- ¿Qué ha pasado? Por un momento me he sentido como si no estuviera aquí entre vosotros.

En respuesta los que se burlaban de él se quedaron callados, pensativos mirándose los unos a los otros para entender los significados de palabras tan contundentes.

- Vamos a llevarnos a este loco de aquí hasta que le necesitemos. - dijo Klaus no queriendo escuchar nada más.

Después de estirar un candelabro que había sobre un mueble, una puerta secreta se abrió, exponiendo una escalera que llevaba al piso inferior. Allí estaba la prisión donde Juan se quedaría. Klaus le tiró a la mazmorra y cerró la puerta. El mago primero dejó que sus ojos se acostumbrasen a la oscuridad, para sólo entonces observar toda la celda. Encontró un pequeño resquicio de luz, que entraba por una ventana con rejas gruesas. Cuando empezó a caminar para allá, oyó un gemido de dolor. Vio, entonces, que había dos personas presas en aquel calabozo asqueroso: un anciano ciego y una vieja bruja.

Desde su celda que estaba frente a la de ellos, preguntó:

- ¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué fuisteis presos?

- Mi nombre es Janda - la mujer se presentó. - Soy una curandera y cuando aquellos imbéciles se hacen daño, me piden que les haga una poción que salve sus pieles. Ya pensé en preparar un veneno para que se lo tomen, pero siempre me obligan a probar la bebida antes y esperan para ver el efecto... ¿Y tú, quién eres? ¿Cómo has venido a parar aquí?

- Soy Juan, el mago. Vivía en las montañas de Germania en paz en mi caverna hasta que apareció este brujo y me trajo aquí.

- ¿Pero si eres un mago, por qué no les destruiste con el poder sobre la naturaleza?

- Por la sencilla razón de que ellos son brujos poderosos y usan Doppelgängers para atacar a sus rivales. Tienen que ser derrotados no solamente con magia, sino también con inteligencia. Tal vez si yo fuese más joven, les enfrentaría. Ahora prefiero usar la experiencia y el tiempo para actuar con sabiduría. ¿Y quién es el anciano ciego?

La mujer, que tenía los cabellos revueltos, sucios y una verruga en el labio, dijo:

- Este es Peter, un hechicero vidente. Puede ver el futuro.

El mago le miró y vio los ojos blancos, que eran capaces de ver más lejos que cualquier ser humano. Se destacaban en el rostro maltratado por el tiempo de cárcel.

- Mucho gusto, mago Juan. Soy Peter Sanford, antiguo hechicero de la realeza británica. Cuando los brujos empezaron a ser perseguidos, fui expulsado del reinado y vagaba por las calles de Roma haciendo adivinaciones a cambio de algunas monedas para mi sustento. Uno de los brujos Ausentes, como les gusta ser llamados, me prendió después de percibir que yo tenía premoniciones reales y me trajo a este sórdido castillo. Pensé que mi vida iba a cambiar, pero sólo cambié un infierno por otro.

Un ratón pasaba cerca de él en ese exacto momento y el hombre ciego le tiró una piedra acertándole. Después se sentó de nuevo en su cama. Peter cogió la mano de Juan y reveló:

- Tu corazón carga una gran tristeza. Hay una misión que puede hacerte olvidar un poco del dolor que intentas soportar. Aquel que necesita tu ayuda un día sabrá la suerte que tuvo de haber cruzado tu camino, pues tú le protegerás con tu propia vida, en el momento oportuno. - Y repitió - En el momento oportuno...

- Gracias por tus palabras, amigo. Mi corazón está tomado por este deseo y sé bien cuál es mi destino.

Juan abrazó al viejo Peter en agradecimiento con los ojos llenos de lágrimas.

- Alguien está viniendo - Dijo la señora.

Era Klaus. El brujo del mal se acercó, llegó hasta la reja de Juan y, abriendo el libro, dijo:

- Quiero que me enseñes dónde está el encantamiento para que yo me vuelva inmortal. Miró a la bruja curandera - Antes quiero que hagas una poción para curar mi pierna y mis heridas.

El brujo mostró la mordida que el lobo blanco le hiciera. Se quitó la camisa y expuso las otras heridas por el cuerpo, de su lucha casi mortal. Janda le avisó de los ingredientes que necesitaría y algún tiempo después tenía el ungüento listo para curarle. Viendo a Juan también herido, separó un poco para su compañero de cárcel.

El mago subió con el malhechor a una sala reservada y aun contrariado, le enseñó a Klaus cómo debería ser el ritual de magia para que él se hiciese un ser eterno. El brujo ansioso, no quería esperar ni un minuto más para que la ceremonia empezase. Ni siquiera esperó a que sus heridas cicatrizasen por completo.

Si se hiciera inmortal tendría todo el tiempo del mundo, pero ni así quería esperar un minuto más.

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