VIII - El Espía
Aunque nadie en el cónclave se diese cuenta, en aquella reunión había un hombre lleno de ambición, que estaba allí para descubrir el máximo de informaciones sobre todos los brujos presentes, a fin de saber cómo derrotarles. Era Klaus, el brujo que trabajaba secretamente para los inquisidores. Se había juntado a los verdugos de su raza hacía muchos años, con el objetivo de convertirse en el único portador de los poderes de la magia. Aquel ser siempre fuera ambicioso y sediento por pujanza, por eso sabía cómo jugar en el lado que le fuese conveniente. Tenía noción, por ejemplo, de que tarde o temprano la Inquisición se volvería contra él. Pero tenía algunos trucos guardados para contraatacar, en caso de que fuera necesario. Mientras tanto, dejaba que ellos pensasen que era una serpiente dócil, sin veneno... Hasta la hora de mostrar sus colmillos y atacar.
Por un instante se quedó pensando en las atrocidades que había practicado contra las personas en nombre del misticismo y los beneficios que disfrutaba de la histeria colectiva que las acusaciones de brujería provocaban en la población. Klaus sentía placer en ver todo aquel sufrimiento ajeno, se alimentaba de las injusticias cometidas como si fuesen miel.
Él transitaba por el mundo de los hombres y de la magia. Era el traidor perfecto, un espía doble. Ganaba un buen pagamento por eso, además de las oportunidades que tocaban a su puerta a causa del intercambio de informaciones confidenciales con los inquisidores, a las cuales tenía acceso fácilmente.
Cuando hacía sus servicios sucios, era recompensado con tierras y, en caso de que ayudase a ejecutar a alguien, recibía una parte del espolio de las víctimas inocentes. Enriquecía cada día, pero quería más.
Por eso, mientras los otros hablaban sobre la amenaza de la persecución, él pensaba en muchas de las maldades que practicara al lado de los inquisidores. Se acordó, por ejemplo, de una pareja de comerciantes a quien acusara de practicar brujería para quedarse con sus bienes. Había sido hacía un año, en Florencia, durante el invierno. Una señora viuda llamada Constanza se había casado nuevamente. Esta vez con un rico comerciante. Su nombre era Alonzo y era dueño de un mercado en la ciudad. Klaus fue al banco a depositar el pagamento que recibió de los inquisidores por su servicio sucio y vio al negociante recibir una gran cuantía por la venta de una propiedad. Arthur invertiría el dinero en su comercio, pero el brujo decidió abordarle en cuanto salieron de la institución financiera. Por ser un espía doble, Klaus escondía su identidad de brujo cuando estaba entre los humanos comunes, incluso porque no quería ser acusado de practicar hechicería. La mayoría de personas le conocían como amigo de los inquisidores y le temían por eso. Cuando estaba en medio de sus compañeros del mundo de la magia, volvía a identificarse como brujo. Se acercó al negociante:
— Alonzo, veo que te va bien la vida... Y los negocios andan prósperos... Pero cuidado, la inquisición está por ahí, de ojo en quien es afortunado en tiempos tan sombríos. Debes tener cuidado para no ser indiciado, y es siempre bueno tener amigos y agradarles si quieres sobrevivir en este mundo. Yo puedo ser tu amigo y protegerte.
Las insinuaciones irritaron visiblemente al comerciante:
— Klaus, yo no quiero ningún tipo de contacto con los inquisidores ni con sus amigos; esto te incluye a ti. He trabajado mucho para tener las cosas que tengo y prefiero que mi vida continúe así.
— Cuidado, Alonzo. Ya debes saber que trabajo para los inquisidores indicando a los practicantes de brujería. Pues bien, quiero que firmes un documento entregando todos los bienes de tu familia a mi nombre. Después, vamos a sacramentarlo en una notaría.
— Pero, señor, he luchado toda mi vida para conquistar este pequeño patrimonio. Di mi sudor y aunque muera ahora, me gustaría dejarle algo a mi esposa. — Respondió el comerciante, bajando la voz trémula frente a tan cruel amenaza.
— No te lo estoy pidiendo. ¡Esto es una orden! En caso contrario, acusaré a tu mujer de brujería. Tenme como a un amigo, no como a alguien que te desprecia...
— Por favor, señor mío, imploro por la vida de mi mujer. Ella es todo lo que tengo.
— Entonces no te va a gustar que se queme en una hoguera.
El hombre, repentinamente, sacó un cuchillo que llevaba en la cintura y atacó al brujo que, presintiendo el movimiento esquivó. Giró por detrás del mercader, le retorció el brazo haciendo que su arma cayese al suelo y cogió el puñal que siempre mantenía cerca, poniéndoselo en el cuello a la víctima.
— Acabas de adquirir un mortal enemigo, mercader. ¡La próxima vez no tendré piedad! Prepara los documentos y encuéntrame aquí mañana, a esta misma hora o la muerte ira a buscarte a tu casa. Antes yo quería un agrado o una comisión por tus negocios, pero ahora estoy con mucha rabia y quiero todo lo que tienes, ¡comerciante maldito!
El mercader pensó asustado:
"Todos dicen que ser acusado de brujería es el fin para cualquier ser humano y que la muerte en la hoguera es una de las cosas más terribles que una persona puede probar. Creo que es mejor entregar todo lo que tengo a este desgraciado. Se van los anillos, pero se quedan los dedos y yo puedo, junto con mi esposa, construir todo de nuevo. Nosotros ya sabemos cómo funcionan los negocios".
El hombre hizo como él le dijera y, al otro día, firmó rápidamente todos los papeles que Klaus le diera, muriendo de miedo de colocar la vida de su esposa en riesgo. Sus manos temblaban y sentía una mezcla de pánico y tristeza pensando en todo el mal que aquel hombre le estaba haciendo.
Incluso teniendo todo lo que consiguió, Klaus era un hombre caprichoso y odiaba ser desafiado. Aquella afrenta del mercader no saldría impune. Por eso, al día siguiente, el Doppelgänger que trabajaba para Klaus se transformó en la mujer del comerciante y salió corriendo por las calles de Florencia, a voz en grito:
— ¡Todos vais a quemar en el fuego del infierno! Voy a hacer que toda la ciudad muera con la peste...
Ella usaba un vestido y sombrero negros y, mientras andaba, levantaba las manos haciendo que las cosas levitasen a su alrededor. Las bolsas y los alimentos que las personas compraban en el mercado empezaron a volar sobre sus cabezas y la mujer daba carcajadas histéricas. Algunos de los que la miraban se desmayaban, sentían picores y se quedaban ciegos. La magia sombría se manifestaba a través de ella.
La señora Constanza, que estaba en su casa, mal sabía que había una réplica de ella maldiciendo al pueblo y sellando su destino para siempre, mientras el brujo maligno sonreía satisfecho acompañando la escena.
Alonzo seguía a la criatura siniestra, afirmando que aquella mujer que gritaba por las calles no era su esposa. Decía que iría a su casa a buscar a la verdadera Constanza y mostrarles a todos que había una impostora en el lugar de ella. El ser siniestro que tomara la forma de su mujer le enfrentó, cuando él gritaba, con una voz horripilante:
— ¡Calla tu maldita boca! Traeré la muerte para este cuerpo que estás viendo y no hay manera de escapar...
Alonzo huyó como un loco corriendo por las calles de Florencia y entró en un callejón. La criatura le siguió como un humo negro encapuchado y le cercó en el rincón de la calleja. Le agarró la cara al hombre apretando sus garras contra la carne trémula y dijo:
— Desaparece de aquí antes de que acabe contigo.
El comerciante salió de allí directo a su casa para intentar huir con Constanza. Cuando llegó allá, los inquisidores ya habían capturado a su esposa y se la habían llevado. Todo orquestado por Klaus.
Constanza fue quemada en la plaza pública de Florencia, y su marido lo vio todo con gran sufrimiento. El pueblo, eufórico, gritaba:
— ¡Quemen a la bruja!
El marido que sabía de su inocencia tenía los ojos llenos de lágrimas que le caían por el rostro junto con su tristeza. Después de aquel momento, el sentimiento se transformó en odio y decidió vengarse. Empezó a mendigar por las calles y no había más motivos para vivir. Meses después, Alonzo fue a buscar al brujo para tener una revancha. Un viernes por la noche, tocó a la puerta empuñando una espada. Lleno de dolor y de odio golpeó la puerta de Klaus.
— ¿Qué es lo que quieres, viejo miserable? — Preguntó el brujo.
— Tú acabaste con mi vida. Mataste a quien más amaba... ¡Asesino desgraciado!
Embistió contra Klaus para aplicarle un golpe mortal con su arma, cuando un viento frío pasó sobre el viejo helando su alma. El Doppelgänger apareció con los dientes afilados y el capuz negro, levantó la mano saliendo garras de sus dedos y las clavó sin piedad en las entrañas de Alonzo. Los labios del comerciante sangraron hasta la muerte, mientras miraba al ser letal sin entender lo que era aquello.
— Muy bien hecho. Siempre apareces a la hora de hacer el trabajo sucio.
La criatura sonrió con sus dientes horripilantes. Después encontraron la manera de deshacerse del cuerpo y la pareja que no tenía parientes cercanos cayó en el olvido.
Klaus paró de pensar en el episodio y volvió a prestar atención a la reunión.
Él, a pesar de sus 45 años, ya estaba irreconocible con facciones de viejo, piel arrugada, uñas largas y un manto negro que continuaba con una capucha que le gustaba usar en las noches de luna para cubrir su cabeza. Sus ojos verdes como musgos exhalaban crueldad. Sin escrúpulos, había preparado una trampa para aniquilar a los principales magos del mundo en aquella reunión. Después que supo del cónclave, avisó a sus amigos inquisidores sobre todos los detalles y estos estaban viniendo con armas y soldados. El jefe de estos le había dado una orden al brujo.
— Haz que la reunión dure más de lo normal. Necesitamos tiempo para reunir a la tropa. Encuentra un modo de atrasar el cónclave, que nosotros llegaremos lo más rápido posible. No podemos perder una oportunidad como esta y tú serás bien recompensado, Klaus.
Él pensaba en cómo retardar la convención y una batalla estaba lista para empezar...
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