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El hombre con alas - Relato corto (4º edición)

En estos últimos años, a pesar del cansancio del trabajo y el sin fin de contratiempos que tuvimos, me sentí la niña más realizada del mundo. Estoy casi segura que ninguna otra chica de ninguna parte del mundo era tan feliz. Pero lamentablemente no puedo decir lo mismo en este momento de mi vida.

Me presento, mi nombre es Stephanie Wonderer. Una mecánica de catorce años que se encuentra en un pequeño pueblo de los Estados Unidos, en el estado de Ohio.

En mi pueblo me conocen como "la ayudante con alas", puesto que era la asistente del joven Corwin Freeman, a quien habían apodado "el hombre con alas". Aunque para mí era un sobrenombre maravilloso, todos en aquél lugar lo usaban con la única intención de burlarse de él.

Para ustedes que no lo conocen, el hombre con alas en realidad es un joven de 24 años, dueño de su propio taller mecánico de motores y coches. Era conocido en todo el pueblo por su extraña obsesión por querer ser uno de los primeros hombres en la tierra en poder volar.

Él me transmitió a través de sus enérgicas palabras y su trabajo, el entusiasmo por los estudios sobre la aeronáutica. Aunque sonaba como un total disparate, me gustaba imaginar o pensar que podría llegar a existir un aparato o máquina que le ayudaría al hombre volar por los cielos. De tal manera, le pedí prestados algunos libros y comencé a estudiarlos por aparte además de la escuela. Y como Corwin se dio cuenta que yo entendía todo lo que él decía o quería hacer, me tomó como su asistente personal para sus proyectos. Sin duda éramos un equipo infalible.

A pesar de que nuestros experimentos sobre aeronáutica eran a puro pulmón y sin ningún tipo de ganancia para ninguno, las investigaciones y las pruebas de vuelo me llenaban el corazón de felicidad. Esa era la única compensación que yo necesitaba y que desearía a cualquier persona que trabaje de lo que sea.

En aquél entonces, a medida que el tiempo corría, el entusiasmo y el apuro del hombre con alas y el mío eran cada vez más intensos. Y eso fue debido a que corrían rumores de que otros dos hombres, a quienes llamaban "los hermanos Wright", estaban inventando también su propio prototipo de máquina voladora. Y mientras los Wright conseguían sus materiales con las ganancias de su taller de bicicletas, Corwin tenía ganancias muy buenas debido a su trabajo con los motores de los coches, sumado al hecho de que él me enseñaba cómo terminar ciertos trabajos y así podíamos completar más encargos.

Claramente, la idea de poder dedicarme a la mecánica en un futuro y también ser protagonista de un hecho histórico como volar, era algo muy emocionante para mí. Esto era así porque, como quizás estés adivinando, la idea de que las niñas participaran de oficios "de hombres" no era bien visto. ¡Y ni hablar de participar en hechos históricos! La verdad es que hasta ahora nunca entendí bien el porqué de esa costumbre, o tradición, o como sea que se llame. Realmente nunca nadie supo explicármelo cuando se lo preguntaba.

Pero a Corwin eso no le importaba. De hecho, él tampoco entendía esa manía extraña de las personas.Es más, debido a la cantidad de críticas que recibía por enseñarle mecánica a una chica, tomó la decisión irrevocable de que yo debía construir la máquina voladora con él; si conseguíamos realizar el primer vuelo de la historia, pensaba él, yo lograría romper con ese tonto estigma sin sentido.

Sin embargo, a pesar de que teníamos todo a favor para lograr una hazaña histórica en el mundo, también teníamos todo en contra dentro de este desgraciado pueblo.

La familia de Corwin fue el primer problema. Su padre esperaba que sus hijos fueran abogados exitosos al igual que él. Y aunque el resto de los hermanos habían seguido abogacía u otras profesiones consideradas "serias", Corwin se negó a ir por ese camino. Cuando cumplió la mayoría de edad, pidió la parte de su herencia y formó su propio taller mecánico. Yo también le comenté que tenía un problema similar, pues mi padre a toda costa quería que me dedicara a un oficio más "femenino".

Supongo que por eso Corwin y yo nos entendíamos tan bien. Ambos funcionábamos como un pilar que sostenía al otro: mientras él me dejaba trabajar y me formaba para mejorar en lo que me gustaba, yo de cierta forma le ayudaba a mantener vivo su sueño. Algo que fue difícil mantener ante el hostigamiento que recibimos luego de nuestras primeras pruebas exitosas en el año 1900, con un prototipo de planeador que duró alrededor de 10 segundos en el aire, recorriendo una distancia de aproximadamente 22 metros.

Ahí comenzaron los verdaderos problemas.

Todo el pueblo empezó a posar sus miradas en nosotros. Más que nada en Corwin, quien era el que dirigía el proyecto y las pruebas. La gente comenzó a insultarlo en público, ya que los hijos de los mismos se interesaban fuertemente por nuestra actividad y nuestros inventos. Les enfurecía la idea de que sus hijos desviaran su atención hacia algo que ellos consideraban una fantasía. Decían que nosotros estábamos dañando a los niños y creando "jóvenes sin futuro".

Por esa misma razón las dificultades se trasladaron adentro del taller. Como los niños y jóvenes no paraban de interesarse por nosotros, muchos de sus padres comenzaron a robarnos piezas y herramientas, con la amenaza de que solo las devolverían si nos deteníamos. Eso no solo nos hacía perder tiempo buscando elementos que ya no estaban en el taller, sino que también costaba dinero. Pues había que reponer los materiales que faltaban y, claro está, también los trabajos se interrumpían con más frecuencia.

Eso se acumulaba con los altibajos económicos que sufría el hombre con alas. Él empleaba tanto tiempo estudiando la aerodinámica y sus propios planos, que eso lo obligaba muchas veces a descuidar los trabajos pendientes del taller. Y por más que yo trataba de cubrirlo, la realidad era que no siempre sabía cómo resolver ciertos encargos y casi la mayoría de las veces preferían desistir de darme el trabajo porque, de nuevo, era mujer. Y además se le sumaba el hecho de que tenía solo catorce años. ¿Cómo iba a convencerlos de que dejaran su valioso y prestigioso coche en mis manos? ¿Qué se supone que iba a saber una niñita sobre mecánica?

No importa. En ese momento, nos las arreglábamos igual. Pero a medida que nuestros prototipos avanzaban y lograban cada vez una mayor distancia, tiempo de vuelo y control sobre los 3 ejes del planeador, los problemas iban aumentando.

Otros niños y jóvenes como yo cada vez se interesaban más y más en el gran proyecto del hombre con alas. Incluso asistían, a escondidas de sus tutores, a nuestras pruebas de vuelo, que las hacíamos cerca de las vías del tren, ciertamente alejado del pueblo; allí había suficiente espacio libre para volar. Por supuesto, los adultos terminaban enterándose de esto e incluso los mismos niños comenzaron a esparcir el rumor de que Corwin y su asistente cada vez estaban más cerca de lograr el vuelo de su artefacto.

Esto hacía enfurecer aún más a los pueblerinos, que convertían a todos nuestros días en un calvario. Las burlas e insultos hacia mí y hacia el hombre con alas eran ya demasiado insistentes, hasta el punto que tuve que dejar la escuela para encerrarme en el taller de Corwin. Y esta situación hizo alborotar aún más a mi padre: «¡Todo esto no te pasaría si dejaras de pensar en esas tontería de máquinas voladoras e hicieras lo que yo te dijera!», me decía él. «¡Todo eso te lo mereces, niña estúpida!

Se volvió muy porfiado en esa idea. Cuando tenía la oportunidad, me decía que debía dejar ese "sueño imposible".

Sin embargo, los que nos llevó a una decisión culminante fue algo que ya considerábamos el colmo: cuando estábamos por llevar al campo de vuelo a nuestro prototipo, nos encontramos con partes del esqueleto del aeroplano destruido y con las telas de las alas totalmente rajadas.

Fue eso los que nos llevó a esconder hasta el último detalle todo lo relacionado a volar. Trabajábamos con los motores y automóviles en un horario determinado y, luego de esa hora, cerrábamos y trabajábamos puertas adentro con el aeroplano. Aunque los niños curiosos y sus padres no podían ver qué era lo que hacíamos, ellos sabían perfectamente que aún seguíamos arduamente perfeccionando nuestro prototipo, que luego de tantas pruebas, ya se encontraba en lo que el hombre con alas consideraba uno de los últimos pasos para lograr nuestro objetivo de volar: conseguir un motor que propulse nuestro artefacto.

Pero incluso así los problemas seguían llegando a nosotros. No era suficiente para ellos dejar de mostrarnos al público, sino que comenzaron a inventar problemas por dónde no podían verlos.

El periódico de nuestra localidad, tan imaginativos, había sacado de repente un escandaloso título periodístico donde insinuaban un romance secreto entre el hombre con alas, Corwin Freeman y su asistente, Stephanie Wonderer. Y eso claramente nos valió un sinfín de problemas inesperados. Entre ellos, tuvimos que cerrar el taller inmediatamente porque un tumulto de personas se habían amontonado allí para decirnos todo tipo de barbaridades. También intentaron ingresar, pero por suerte no lo consiguieron. Y entre ese tumulto, claro, se encontraba mi familia y la de Corwin, reclamando una explicación ante tan vergonzosa noticia.

Tardamos unas horas en lograr que se calmaran y que abandonaran el lugar luego de desmentir el artículo periodístico, pero eso no evitó de todas formas que algunas personas en el pueblo siguieran propagando el falso rumor, lo que seguía haciendo cada vez más difícil nuestra convivencia dentro de aquel pueblo.

La verdad que vivir allí fue algo muy difícil para nosotros, y fue por esa misma razón que el hombre con alas me comentó, en una de nuestras jornadas de trabajo, que tenía el plan definitivo para dejar todos los problemas atrás.

Con el mismo entusiasmo que me mostraba nuevas ideas para los planos de nuestro invento volador, se acercó a mí con un par de periódicos traídos desde otras localidades y comenzó a contarme su plan. Era mágico el ímpetu y la pasión con la que Corwin siempre transmitía cuando hablaba de algo que lo hacía feliz:

Él me comento que ese mismo año había surgido la empresa de motores Ford, en donde se había hecho una fuerte inversión de dinero y que ya estaba comenzando a crecer. La idea de mi compañero era crear el motor ideal para nuestro aeroplano, un motor que fuera lo suficientemente liviano para dejar volar nuestro invento y que fuera lo suficientemente potente para impulsarlo. Entonces, si lográbamos realizar el primer vuelo controlado frente a los ojos del dueño de los motores Ford, no solo marcaríamos un hito en la historia de la humanidad, sino que se abría la posibilidad de financiamiento necesario para seguir perfeccionando y haciendo evolucionar nuestro invento. O quizás podría contratarnos para su empresa.

De una forma u otra, el éxito de ese motor implicaba que el hombre con alas y yo podríamos dejar muy atrás a este pueblo infernal en búsqueda de un lugar mejor. Y no fue hasta unas semanas después que Corwin recibió la respuesta positiva de parte de la empresa. Al parecer la idea de un motor más poderoso y liviano había llamado tanto la atención que incluso el mismo dueño, Henry Ford, le había escrito personalmente avisándole que iría a visitarlo.

Pero espera, ahí no terminaba el plan de Corwin.

El aeroplano propulsado, como lo llamaba él, era nuestro as bajo la manga, pues Corwin no le había dicho a Henry Ford que el motor no iba a ser probado en un artefacto con ruedas, sino que iba a hacerlo en un artefacto con alas, lo cual él estaba seguro que iba a ser mucho más impactante. A Ford le iba a servir, como empresa naciente, mostrarle al mundo un aparato nunca antes visto.

Lamentablemente, y como nos ocurrió en todo este tiempo, mientras más alto apuntábamos, mientras más alto queríamos volar, más era el afán para tirarnos abajo. Más nos querían voltear.

Claramente, la llegada del empresario Henry Ford revolucionó a todo el pueblo. Apenas se enteraron que venían por nosotros, todos enloquecieron. Nosotros ya habíamos protegido nuestras pertenencias ante esas eventuales situaciones, pero Ford y el equipo de veedores que habían llegado con él habían pasado muy malos días antes de nuestra prueba. Llegaron a amenazarlos con lincharlos si no abandonaban el pueblo prontamente.

Como verás, para nosotros no era en absoluto una sorpresa. Ya habíamos notado hace mucho que ninguno dentro de este nefasto lugar quería que tuviéramos éxito. Porque si lo teníamos, saldría a la vista que ellos siempre habían estado equivocados.

Así llegó el día de la presentación, el día fatal. Nos tocaba recibir a los empresarios para el almuerzo y el taller no nos había dado un buen ingreso económico para ofrecer un almuerzo memorable. Y ahí fue cuando intervino la familia de Corwin, quien había mostrado un repentino interés por nuestra reunión: el padre se había comunicado con mi compañero para ofrecerle su casa y para darles de almorzar a Ford y sus hombres.

Olía a gato encerrado, pero no había muchas más opciones. Necesitábamos lograr una buena relación con los empresarios; ya suficiente razones les habían dado los pueblerinos para irse y nosotros no podíamos darles ni una razón más. Por lo tanto, Corwin accedió a la ayuda que le daba su familia.

Era una pésima idea. Yo lo sentía en cada fibra de mi cuerpo y mi compañero, aunque no llegó a decirlo, sé que también sentía lo mismo que yo. Pero aún así, él me insistía en que lo más probable era que su familia solo buscase codearse con personas importantes. Y sí, tenía su lógica. Si Corwin salía favorecido, su familia iba a tener mucho prestigio también.

En el almuerzo todo salió muy bien. Solo un detalle nos llamó la atención, que fue que estaba toda la familia de Corwin estaba en la mesa. Bueno, todos menos uno de sus hermanos, quien según decían los padres del hombre con alas, había viajado a Inglaterra para completar sus estudios de medicina.

No le dimos mayor importancia al asunto. Y una vez terminado el almuerzo, el momento había llegado. Nos tocaba brillar. Nos tocaba alcanzar nuestro mayor sueño: volar.

Henry Ford, al observar que el motor estaba sobre un artefacto con alas y no sobre un automóvil, quedó totalmente pasmado e intrigado ante lo que estaba a punto de ver; y eso era exactamente lo que buscábamos en él. No se había preparado para nada nuestra exposición en el cual explicábamos que el motor impulsaría nuestro invento para que se elevara por los aires.

El aeroplano motorizado se encontraba sobre las vías del tren de cerca del pueblo, lo que le servía como guía para realizar un desplazamiento estable por el suelo y evitar las imperfecciones de la tierra. Y mientras Corwin estaba arriba de nuestro aparato, listo para pilotear, yo era la encargada de impulsar la hélice para hacer arrancar al motor del aeroplano.

Cuando lo hice, la adrenalina comenzó a recorrer mi cuerpo. Lo íbamos a lograr.

Me hice a un lado y pude ver cómo el aeroplano motorizado comenzaba a acelerar lentamente por las vías hasta alcanzar una velocidad considerable.

Y entonces ocurrió. Corwin se despegó del suelo y comenzó a hacer sus primeros segundos de vuelo. El hombre con alas finalmente estaba haciendo el primer vuelo de la humanidad propulsado a motor.

O eso creíamos todos.

Luego de unos quince segundos, ya aproximadamente a diez metros del suelo, el aeroplano comenzó a realizar una brusca guiñada hacia la izquierda junto con un cabeceo hacia abajo, lo cual no era normal. Se suponía que uno de los timones del avión estaba diseñado específicamente para cancelar esa precesión giroscópica producida por la hélice. Y sin ser eso suficiente, un terror incontrolable comenzó a invadirme cuando vi a Corwin intentando corregir la desviación que había surgido. Por alguna razón que no logré comprender en ese momento, pude notar que los controles no le respondían. Por más de que Corwin usaba toda su fuerza, el sistema de cuerdas y poleas que manejaba el avión se había paralizado completamente.

De esa manera, el hombre con alas cayó estrepitosamente contra el suelo. La única razón por lo cual no se quebró ningún hueso fue porque las estructuras que conformaban el aeroplano amortiguaron su golpe. Pero de más está decir que nuestro invento quedó totalmente destruido junto con el innovador motor que habíamos creado.

Aunque Henry Ford se ofreció a ayudarnos con la hospitalización del joven hombre con alas, eso fue lo último que obtuvimos de él. Nunca más volvió.

Yo era la única que había ido a acompañar a Corwin al hospital. Además, debido a que no teníamos dinero para ningún tipo de medicamento, yo me ofrecí a cuidar de mi compañero hasta que él se recuperara. Pero tenía la corazonada de que los medicamentos no eran tan necesarios. A pesar de estar inconsciente por sus golpes y heridas, yo sabía que aquello que más le dolía a mi colega era el alma, al igual que a mí. Y no existía medicamento en el mundo que aliviara esa lesión.

Fue tal la decepción y la frustración que sentía por nuestro fracaso que tuve que ir reiteradas veces al baño a descargar toda mi tristeza derramando lágrimas llenas de amargura.

Pero luego de un tiempo sollozando y pensando en nuestro vuelo fallido, rememorando una y otra vez los movimientos extraños que había ejecutado el aeroplano, me convencí a mi misma de que no pudimos haber sido nosotros los culpables de la falla. Lo habíamos probado mil veces y era imposible que Corwin y yo hayamos cometido un error tan grotesco. Por esa misma razón, mientras mi compañero seguía inconsciente, sequé las lágrimas de mis ojos y me dirigí con paso firme afuera del hospital, con rumbo al lugar del accidente.

Cuando salí del establecimiento, posé la mirada en una escena que me paralizó el corazón: en un restaurante cercano, atiborrado de gente, pude notar con muchísima precisión al padre y a uno de los hermanos de Corwin. Casualmente, el hermano que supuestamente se encontraba en Inglaterra.

La sangre me comenzó a hervir y sospeché lo peor. Con la ira brotándome a flor de piel, corrí lo más rápido que pude hacia las afueras del pueblo; hacia las vías del tren donde había ocurrido el accidente de nuestro aeroplano.

Recordando que los controles no le habían respondido al hombre con alas, comencé a revolver los restos de nuestro invento hasta encontrar lo que quedaba del sistema de cuerdas que debía pilotar el artefacto. Y ahí fue cuando pude comprobar claramente lo que había sucedido. Tomé una por una todas las poleas que conformaban el sistema de cuerdas y comprobé que había dos poleas que estaban totalmente bloqueadas, y que probablemente habían sido las poleas que controlaban el movimiento giroscópico del aeroplano propulsado. Alguien las había soldado y claramente no habíamos sido nosotros.

Corwin no había caído. A él lo habían abatido.

Luego de esa fecha, todo fue desastroso. ¿Recuerdan que les dije que había sido la niña más feliz del mundo? Pues eso fue parte del pasado. Luego de ese accidente, jamás volví a sentirme plena. Cuando Corwin logró reponerse del todo, le comenté lo que había visto sobre su hermano y sobre el sistema de poleas, lo que hizo que quebrara en llanto y, posteriormente, que cayera en depresión alcohólica.

A pesar de que retomamos nuestro trabajo rutinario con la mecánica, el taller ya no era el mismo. Muchos de los clientes solo se llegaban por ahí para hacer comentarios desagradables sobre el incidente del aeroplano, el cual ya todo el pueblo conocía. Corwin, bajo los efectos del alcohol, reaccionaba violentamente y corría a sus clientes del taller. Por esa misma razón, comenzaron a llegar menos y menos trabajos. Como consecuencia, el dinero era cada vez más escaso y yo me sentía cada vez más inútil, incapaz de poder revertir la situación de alguna manera.

Por cada día que pasaba yo me sentía una carga cada vez más pesada para Corwin. Incluso él ya no me dirigía la palabra o lo hacía con una irritación que me asustaba. Desde que habíamos vuelto a trabajar juntos, yo tenía un miedo constante a que, bajo los efectos del alcohol, me hiciera algún daño.

Pero ese no es el final. Ni lo creas. El verdadero final del hombre con alas llegó unas semanas después, con una noticia que nos caería como un balde de agua fría traída del ártico: el día 17 de diciembre de 1903, unas semanas después de nuestro accidente, se había registrado en Carolina del Norte el primer vuelo controlado de la historia. Un vuelo realizado por un aparato más pesado que el aire y propulsado a motor, inventado por Wilbur y Orville Wright.

Esa fue la sentencia de nuestro sueño. Ya no podríamos escribir la historia, porque alguien más ya la había escrito antes que nosotros.

Luego de ser publicada esa noticia, fui lo antes posible a ver a Corwin al taller, pero él ya no estaba. Corwin había cerrado el lugar, lo que había resultado como un segundo golpe para mí.

Como ya no tenía dónde trabajar de mecánica, mi padre tomó la severa decisión de que yo retomaría los estudios escolares. Y hasta que no obtuviera un trabajo digno para una dama, no permitiría que me desviara de ninguna manera. No podría tener ninguna de mis herramientas, no podría leer ningún libro "extraño" y tampoco podría siquiera hablar o escribir al respecto.

Todo continuó así hasta hoy, 29 de febrero de 1904, un día frío y nevado como en ningún otro invierno. Ya han pasado dos meses desde que Corwin se esfumó y aún ni se ha asomado por el taller. Nuestro pueblo, que atacó sin piedad a ese joven con ilusiones y sueños, también había cambiado. Ahora se lo sentía descorazonado. Se podía sentir flotando en el ambiente una sensación de desánimo, con un silencio lleno de culpa de aquellos que toman consciencia de lo que lograron.

Sin embargo, yo no pierdo la esperanza. Puede que haya sido el fin del hombre con alas, pero no la de su asistente, Stephanie Wonderer. Una o dos veces por semana suelo infiltrarme aquí, en el viejo taller de Corwin, para rememorar aquellos tiempos en los que ambos trabajábamos sincronizados como dos engranajes. Y sobre todo, el hecho de tener en mis manos los planos de nuestro invento volador me hace recordar que yo tenía un sueño. Me recuerda que yo era feliz trabajando con máquinas, no haciendo lo que mi padre quería para mí.

Por lo tanto, ya lo he decidido. Corwin algún día debe recuperarse de su fracaso. Yo sé cómo era él y su pasión no permitirá que su vivacidad muera. Él debe volver algún día. Y cuando lo haga, yo estaré esperándolo con un nuevo plano hecho por mí sobre una máquina mucho mejor a la que habían fabricado los hermanos Wright. Quizás perdimos la oportunidad de ser los primeros en volar, pero aún había mucho que mejorar en el mundo de la aeronáutica.

Esperen, estoy escuchando algo afuera.

—¡Es él! ¡Es él!

—¿Cómo? ¿Estás seguro?

—¡Lo vi con mis propios ojos!

No me lo creo. Mi corazón late con fuerza. ¿Realmente será él? ¿Realmente estarán hablando de...?

—¡Es el hombre con alas! ¡El hombre con alas está tirado en las vías del tren!

¿Cómo? ¿Tirado en las vías del tren? No estará pensando en... Dios mío, no puede ser.

Ahora comienzo a notar que todos los planos y todas las herramientas que están a mí alrededor están comenzando a vibrar. Y eso solo significa que el tren está cerca de nuestro pueblo, faltan menos de cinco minutos para que llegue.

No puedo perder ni un segundo más. Tengo que verlo. Tengo que ver si realmente es él.

Con el corazón en la garganta, no puedo pensar en otra cosa que salir del taller inmediatamente y correr a toda velocidad en medio de la nieve helada del invierno. Otras personas también quieren ver lo que ocurre, pero yo soy mucho más veloz y llego antes que todos a comprobar que lo que había escuchado era cierto. Mis ojos están viendo horrorizados cómo Corwin está esperando la muerte en las vías mientras mis pies sienten las vibraciones del tren cada vez con más fuerza.

Ahora mismo estoy sintiendo cómo un agujero se me forma en el pecho. Sumado al aire congelado que entra a mis pulmones, tengo la sensación de que casi no puedo respirar. Pero aún así corro hacia él, con las lágrimas en los ojos producidas por el viento frío y la desesperación. Tengo que sacarlo de ahí, tengo que intentarlo aunque sienta que estoy por desmayarme.

Aún así, a pesar de que ya me encuentro junto a él, veo totalmente desolada que mi compañero tiene las manos y los pies atados a los rieles con nudos imposibles. Corwin no está ofreciendo resistencia alguna. Puedo notar en su mirada perdida y en su inexpresividad que él mismo había elegido ese destino y que, aún peor, alguien lo había ayudado a atarse a sí mismo.

Todas esas repugnantes víboras envidiosas que parecen estar mirando con asombro y terror la escena, no son más que cómplices de lo que ocurre. En el fondo, lo que todas esas bestias rastreras querían desde un inicio era ver al hombre con alas tirado en las vías del tren.

—¡Corwin! –le grito mientras me abalanzo sobre él con exasperación y angustia, tratando de desatar los nudos. Con el poco aire que puedo juntar en mi agitado pecho, vuelvo a vociferar con todas mis fuerzas—. ¡Esto no es lo que querías! ¿¡Por qué haces esto!?

Luego de escucharme, Corwin desvía su mirada perdida hacia mí y suelta una lágrima:

—Hice todo lo que pude para volar alto, Stephy. Hice de todo para poder cumplir nuestro sueño de ser los primeros seres de la tierra en volar. Tuvimos la posibilidad de escribir la historia. Pero este pueblo me ha vuelto un miserable. Mi propia familia me ha vuelto un miserable. Tuvimos la posibilidad de ser diferentes y nos obligaron a ser igual que ellos —dice mientras ahora quiebra en llanto–. ¿Y sabes algo? Antes que ser como todos ellos, prefiero no ser nada.

Mi garganta se hizo un nudo. Quiero decirle algo, pero ya no puedo pronunciar ni una palabra más. La tristeza que me invade me hace preguntarme: ¿Qué voy a hacer sin Corwin? ¿A dónde voy a ir? ¿Quién va a enseñarme mecánica? ¿Quién va a querer trabajar con una tonta niña que aspira a ser mecánica con tan solo catorce años?

Corwin no se está dando cuenta que, al rendirse, me está condenando a mí a vivir el futuro que desea mi padre. Y de la misma manera, está condenando a los demás jóvenes de este pueblo que se habían apasionado por su trabajo.

Corwin no se está dando cuenta que, al tirarse a las vías del tren, me está cortando las alas a mí y a todos los niños que habíamos comenzado a querer volar.

Las vías están temblando a más no poder. Ya no hay tiempo para desatar nudos. El tren ya está a solo unos metros.

En este momento, lo único que quiero con todo mi corazón es aferrarme con todas mis fuerzas a mi compañero. O por lo menos, a lo que queda de aquél joven que me había hecho desear con tanta fuerza aquello que para los demás era imposible.


Voy a morir. Y si voy a hacerlo, quiero morir aferrada a mis sueños.


















Esta fue la canción que me inspiró a crear este relato:

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