Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

​🔪CAPÍTULO 5 - LA GUERRA DE LAS LUCIÉRNAGAS​🔪

Unas horas antes.

La pierna me temblaba de camino a la pista de aterrizaje improvisada que el gobierno noruego había habilitado para nuestro avión privado. Los Ángeles de la Muerte que teníamos de nuestro bando, Anya y el tipo corpulento que nos salvó a Amanda y a mí en las alcantarillas durante el atraco al banco, Moisés, nos esperaban refugiados del frío en una cabaña junto al bosque de fiordos.

Deseaba llegar a la Isla de la Soberbia para poder rescatar a Amanda de las Iralimpiadas. Puede que mi llegada la convenciera de no arriesgarse a meterse en la arena durante el segundo día, pero incluso en jet privado dudaba alcanzarla a tiempo.

El vehículo en el que íbamos Carla y yo se detuvo entre el sendero de tierra iluminado y la pequeña edificación al llegar. Bajamos de un salto y nos metimos entre las cuatro paredes de madera del acogedor refugio de leñador. Nos aproximamos a la chimenea para caldearnos mientras esperamos que nuestro jet llegara.

—¿Café? —preguntó Anya ofreciéndonos dos tazas.

Aceptamos de buena gana y le dimos un sorbo al unísono. El líquido abrasador me dio un regusto agradable en la garganta.

—¿Cómo va el tema de los Ángeles de la Muerte rebeldes? ¿Habéis tenido que espantarlos mucho en vuestro tiempo aquí?

Sabía que la mayoría de ángeles que sobrevivieron a la ira de Lucifer se habían convertido en sus siervos y soldados. Quienes se negaron a participar del engaño se exiliaron y desaparecieron, pero desde que la segunda Camarilla decidió actuar por su cuenta y el profesor Levi centró a su equipo en buscar una solución al problema de la profecía del fin del mundo, ya no habían vuelto a aparecer.

—Os persiguen en cada local que pisáis —gruñó Moisés, que fumaba un puro de brazos cruzados—. Quieren venganza por lo que pasó con Augusto y el resto.

—Recordamos que intentó purgarnos, ¿no? Y hubo quienes pensaron que era buena idea. —Abrí los ojos, como si fuera evidente que merecían lo que les ocurrió.

—Por eso mismo acepté la propuesta de Hugo. Por eso —señaló a Anya— ella y yo nos pusimos de vuestro lado y os estamos protegiendo. Aunque según me comentó, tú también estabas implicado en ese otro asunto que nos traemos entre manos. —El hombre esparció las colillas del puro en un cenicero y apoyó las gruesas manos sobre una mesa—. ¿Sigues con nosotros?

—Mi hermana llamó a Bela y le dijo que no había rastro del octavo pecado capital por la isla. —Me relamí los labios, dando otro sorbo al café—. ¿Todavía seguís pensando que un ángel lo protege? ¿Por qué lo haría? Es débil contra nosotros desde que el rey nos dio su bendición de ángel caído. Esa alianza no serviría de nada.

El ángel de melena pelirroja rodó los ojos. Me generaba curiosidad, pero las palabras de Cass seguían taladrando mi mente. Debía sincerarme con Amanda antes de volver a dejarme llevar por la lujuria.

—Lo que nos asusta es la tranquilidad. —Anya se cruzó de brazos, tensa—. Sabe que no puede atacaros, pero también es consciente de que los ángeles tenemos el poder para potenciar un pecado igual que el rey.

Tragué saliva. Mientras hablábamos, Carla estaba con el móvil. Le había enseñado que, si oía información privada que no le correspondía por ser humana, se aislara hasta que la avisara.

—¿Qué clase de ángel sería tan idiota como para ofrecerle algo así a un agente del caos y la destrucción? —Chisté, confuso—. El octavo pecado capital es la tristeza y busca crear trauma. Eso no es bueno para nadie.

—Piensa que hemos perdido lo que nos hacía ser especiales —rio Anya por no llorar—. Lo de tener alas ha pasado a ser una decoración. Hay quienes odian esa sensación y harían lo que fuese por recuperar su gloria.

—¿A costa de las vidas de sus propios compatriotas? —Me alejé de la chimenea para hablar cara a cara con Anya.

—O a costa de sus propias vidas. Son kamikazes.

Miré a Moisés, incrédulo. El ángel corpulento asentía con cada palabra de su compañera.

—Escucha, hijo, llevamos vigilando a los Pecados Capitales desde hace milenios. —El ángel se nos acercó, colocando una mano firme sobre mi hombro—. Nunca habíamos visto tanta locura entre los nuestros como ahora. Están desatados, confusos. Desean retomar el control para evitar el apocalipsis y no hacen más que provocarlo.

Reflexioné sobre la situación. Debía haber unos cinco ángeles rebeldes que estarían dispuestos a sacrificarse. No más. Aquello reducía la lista y nos permitiría ubicarlos con mayor facilidad para eliminarlos.

—¿Sabéis quiénes son los rebeldes? —Mi propuesta pronto cayó en saco roto al ver a mis aliados negar con la cabeza.

—Voriel es su líder, pero no te recomiendo ir a por ellos. Están cabreados. Harán lo que sea. —Moisés giró la cabeza al escuchar un ruido seco en el exterior.

Fruncí el ceño, siguiéndolo hasta la puerta de la cabaña. Un segundo golpe seco nos mantuvo alerta.

La madera crujió. Parecía que una tormenta empezaba a asolar los bosques. Azotaba la cabaña con tentáculos de viento invisibles. Fue tan repentino que Carla dio un respingo en el sitio. Nos asomamos por las ventanas, pero no pudimos ver nada por la oscuridad de la noche.

El suelo vibró por unos segundos. Tardamos poco en descubrir que era el avión privado aterrizando en la pista. Aquello nos relajó. Aun así, nos resultó extraña la ausencia del personal técnico guiando al piloto.

Salimos al exterior, observando cadáveres entre la hierba alta. La pista de tierra estaba vacía, pero quien fuera que hubiese matado a aquellos trabajadores, seguía entre nosotros.

La puerta del jet se abrió. Desde su interior, un hombre de sonrisa malévola y ojos verdosos apareció mostrando dos enormes alas blancas manchadas en sangre. Lo acompañaba una sombra de aspecto humano que reconocí de la mansión Asmodeus.

"El octavo pecado capital en su forma etérea", pensé. Se me erizó el vello de la nuca. Hice el ademán de proteger a Carla, pero un segundo ángel de alas ensangrentadas la tenía de rehén con un cuchillo sobre el cuello.

Anya permaneció firme a mi lado, pero Moisés estaba más enfurecido que ninguno. Escuchaba el rechinar de sus dientes y cómo gruñía, listo para atacar.

Los ángeles rebeldes nos rodearon. Fue como si nos hubiesen estado espiando y hubiesen esperado el momento idóneo para acecharnos. ¿Habría un soplón entre nosotros? No podía ser.

—Hacía tiempo que no nos veíamos, hermanitos. —El líder terminó de bajar las escaleras del avión y dio una orden con los dedos—. Dejad vivos a Thiago y a su secretaria.

—Voriel, ¿qué crees que estás haciendo? —exclamó el corpulento.

Uno de los rebeldes se lanzó sobre él, pero de un rápido movimiento pudo desviar su daga con las manos. Luego, lo agarró de las alas y se las arrancó. Se las clavó en la espalda hasta atravesarlo. Hizo lo mismo con otro de los que intentó retarlo. La violencia cubrió su rostro de motas granates.

—Mataste a uno de nuestros hermanos durante el atraco al banco, ¿verdad? —El líder de los rebeldes se le aproximó.

No podía moverme. Si lo hacía, le cortarían la garganta a Carla. Ella sollozaba, aterrada y con el móvil destrozado en el suelo. En cuanto nos capturaran, me quitarían el mío también. Lo tenía claro. No podría avisar a nadie.

—¿De qué estás hablando? —Moisés se le encaró, sin importarle que hubiese tres ángeles rebeldes preparados para abatirlo—. Lo que estáis haciendo es traición. Si el Arcángel os viera...

—El Arcángel debe destruir los Pecados Capitales —zanjó Voriel, que ladeó una sonrisa pícara—. Por eso nos hemos dado cuenta de que Lucifer debe vivir. Sin él, la profecía no se cumplirá y nosotros seguiremos siendo escoria.

—¡Este no es el modo de recuperar nuestro lugar! ¡Esto no es la justicia que nos obligaron a impartir! —protestó el ángel corpulento abriendo los brazos—. ¿Qué clase de bestias colaborarían con eso?

Señaló a la sombra del octavo pecado capital. El espectro anduvo por la pista de aterrizaje hasta alcanzar a Carla, pero yo me interpuse en su camino.

—Apártate de ella. No la puedes corromper sin haberla traumatizado antes. Y menos si yo estoy presente. —Le di un empujón, pero noté una esencia distinta en su piel—. ¿Pero qué...?

La criatura me dio un puñetazo y caí al suelo. Se acercó a Carla y, al tocar su rostro, se fusionó con su carne hasta usarla de recipiente. No entendía qué estaba ocurriendo. El ángel que la retenía la soltó justo cuando sus ojos se volvieron negros. La había poseído sin necesidad de corrupción.

—Uno de nuestros hermanos dio su vida con tal de ofrecerle a nuestro amigo las alas que le correspondían. —Voriel hizo una reverencia a la Carla corrompida, que se la devolvió con una sonrisa macabra—. Sin su ayuda, no habríamos podido encontraros.

—¿Qué cojones queréis? —pregunté al levantarme—. Dejad a Carla en paz. Ella no tiene nada que ver con esto. ¡Es inocente!

El hombre de ojos verdes sacudió las alas. Le bastó un ágil giro para herir en el torso a Moisés. Este se defendió como pudo. Las puntas de las alas del resto de rebeldes lo acribillaron.

Anya atravesó a uno por la espalda, pero la Carla corrupta acarició su rostro antes de que pudiese seguir. Una extraña marca negra la dejó inconsciente.

Voriel sacó una navaja como la que encontramos Cass y yo en el sótano de nuestra antigua casa. Apuñaló a Moisés en el corazón. Lo vio caer de rodillas. Le hundió la hoja y la retorció. Se ensañó con la furia.

—Lo primero, vengarme de este traidor inmundo —sentenció volviendo sus ojos hacia mí. El cuerpo de nuestro compañero cayó de bruces sobre la tierra—. Y lo segundo, usaros de cebo para atraer a Lucifer.

—¿A mí y a quién más? —Sentía que estaba acorralado. No podía enfrentarme a su poder.

—A tu melliza. —Limpió la sangre de la navaja con el uniforme de Moisés y se la guardó de nuevo. Emitió un brillo extraño—. Acompañarás a tu secretaria a las Iralimpiadas y le dirás a tu jefe que su amada corre peligro.

—Como se te ocurra acercarte a ella, juro que te sacaré las tripas. —Lo señalé, dando un paso al frente sin temer las consecuencias—. No pienso permitir que le hagas daño.

Voriel aplaudió. Fue un gesto vacilón. Disfrutaba de mi desesperación.

—Si no obedeces, Cassandra morirá —dijo el líder rebelde sin expresividad—. El octavo pecado capital se hará con el cuerpo de Bela Ces para poder recuperar la forma física que le arrebataron hace años.

—¿Qué te ha ofrecido a cambio? —Pude ver la expresión de horror a través de los ojos negros de Carla. Ella seguía controlando parte de su cuerpo, aunque fuese temporal—. Esta hipocresía no os pega a los ángeles.

—Tranquilo, tu chica será libre en cuanto mi amigo entre en el cuerpo de la gula. Volverá a estar como nueva. —Se llevó una mano al pecho—. Tengo a esta cosa adiestrada. No le hará nada asqueroso mientras sea ella su recipiente y yo su maestro.

—Te he hecho una pregunta. —Di un par de zancadas hasta agarrarlo del cuello—. ¿Me vas a responder o te lo tengo que sacar a puñetazos?

El hombre reía a carcajadas. Levantó las alas para fardar de ellas.

Cuando quiso apuñalarme con ellas, las agarré de las plumas. Una fuerza sobrenatural me permitió anticiparme. Los ojos de mi adversario mostraron confusión. El fragmento de poder del ángel caído potenciaba mis impulsos. Se las retorcí, viendo que emitía un gemido de dolor. Sus hermanos se alejaron de mí.

—Los ángeles ya no sois lo que erais, ¿eh? —Le di un cabezazo a Voriel, rompiendo su nariz—. Venga. Dime, ¿qué te ha ofrecido a cambio ese espectro, hijo de puta?

—Nos ayudará a liberar al Arcángel a cambio de no extinguirse —confesó el ángel.

Sentí una mano suave sobre mi hombro. Me giré con el puño en alto, agarrando del cuello a la persona.

Al ver que se trataba de Carla, la solté de inmediato. Sabía que no era ella, pero su rostro me debilitó. No podía hacerle daño. Verla tan asustada me obligó a replantearme mi propia actitud.

Sus ojos se ennegrecieron y, con una sonrisa, me acarició el rostro hasta que los mareos me hicieron perder el conocimiento.

Al despertar, estaba atado de manos y piernas en un asiento. Escuchaba la suavidad de un avión a medio vuelo, surcando los cielos nocturnos. Me dolía la cabeza. Era una sensación fría. La lengua se me había dormido. Tenía los pies entumecidos y me pitaban los oídos.

—Bienvenido de nuevo, Thiago. —Carla se había cambiado de ropa y ahora presentaba un vestido negro—. Si te estás quietecito, te aseguro que todo irá bien.

Giré la cabeza y vi a Anya atada a una pared del avión. Le habían despojado de sus ropas hasta dejarla en la intimidad. Tenía moretones, heridas de tortura y los cabellos revueltos.

No. Nada de aquello saldría bien. Y Cass estaba en peligro.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro