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💋CAPÍTULO 16 - EL APLAUSO DE ZEUS💋

Nos pasamos un par de horas saludando y hablando con los invitados de los Emiratos Árabes que acudieron a la boda de su amigo, el jeque Rabash. Me dolía la sonrisa de tanto fingirla. Charlar sobre las Iralimpiadas no era mi pasatiempo favorito y menos en una ceremonia matrimonial.

No paraba de echarle un vistazo a los rostros que paseaban por la alfombra roja y pedían champán de los camareros trajeados con bandejas de plata. Ninguno era el profesor Levi. Debía estar refugiado allá donde hubiese libros.

Esa era mi apuesta.

Le susurré a Luci que buscaría al caballero en el resto de aquel hotel-casino de mala muerte. Él asintió, acariciándome la espalda. Una descarga eléctrica me hizo sonreír. Me alejé sin complacerlo con el beso que esperaba.

Me centré en la misión que nos ocupaba. ¿Acabaría encontrando al viejo borracho entre tragaperras? Lo dudaba. El erudito no parecía la clase de persona que se conformaba con satisfacerse del ocio popular. Sus gustos eran más exquisitos, difíciles de resolver entre bebida, coches y mujeres.

De vez en cuando revisaba que Mario tuviese vigilada a Bela. Me asomaba por la barandilla para ver la zona del casino. Los veía moverse entre las mesas del piso inferior, donde se encontraban las recreativas. Pasaban de la ruleta al póker y viceversa. El pobre chico sudaba a chorros para seguirle el ritmo. Su hiperactividad lo movía sin control por la adicción al juego. Me preocupaba que ese fuese el comienzo de una recaída mayor.

Pensé en la conversación que tuve con ella. No podía ofrecerle lo que me pedía. Mi corazón se conformaba por un montón de cristales rotos que, juntos, construían un espejo hermoso de amor. Solo Lucifer logró unirlos una vez, antes de separarlos con un martillo como si fuese el aplauso de Zeus.

Me deslicé como una sombra por los pasillos que llevaban a los ascensores. No creía que Levi tuviese habitación reservada a su nombre, por lo que me limité a recorrer las instalaciones del hotel. Dejé pasar a un camarero ocupado y le eché un vistazo a su trasero. Quizás la idea de seducir a un empleado para interrogarlo no estaba tan mal. Así conseguiría despertar el león que había en el rey del pecado.

Seguí mi recorrido hasta que escuché los cascos de unos caballos. ¿De dónde venía? Di un par de zancadas hacia un extremo de la barandilla en el que se apelotonaban los invitados. Aparté a los más altos para asomarme.

Se estaba celebrando una carrera de caballos en un recinto al aire libre, en una porción asfaltada del desierto. Sus corredores luchaban por ganar el primer puesto y los animaban sin parar. Lo que más gracia me hizo fue ver a Celia, con su elegancia típica, gritando orgullosa por el animal por el que había apostado en una de las decenas de máquinas a través de la que se retransmitía. La recompensa la seducía más que el plan de encontrar a quien la había traicionado.

La entendía. Si fuese ella, tampoco me apetecería verlo.

Ni sabía dónde estaba la novia de la boda, ni me interesaba. Seguí mi trayecto hasta un rincón apartado del hotel. En ese punto fue cuando caí en la clave.

Bajé por unas escaleras mecánicas, empujando sin remedio a los lentos civiles que asistían al enlace. Al final de la noche volvería a ser una dama de honor en lencería, pero no me importaba. En estilo lo bordaba.

Paseé con disimulo hasta llegar a la cafetería del hotel. La acción frenética del resto de lugares se contrastaba con la calma de aquella región destinada a los invitados de menor categoría. Hubo quienes me reconocieron y me pidieron autógrafos. Así, una no podía espiar a nadie. Acepté los elogios y los piropos y devolví algunos besos lanzados.

La barra tenía una hilera de taburetes vacíos donde decidí sentarme. Me agradaba el estilo rústico de la madera y los estantes con botellas. El camarero, nada más verme, me preparó un cóctel gratuito que me sirvió al instante. Le guiñé el ojo, satisfecha con su servicio.

Me volví sobre el sitio y apoyé los codos en la barra. Contemplaba el ambiente y visualizaba el entorno. Tardaría poco en ubicar la barba con motas verdosas.

—Hola, preciosa —saludó un hombre con esmoquin que me bloqueó la visión con su cabeza hueca.

—Quita, bicho. —Lo aparté de un empujón, manteniendo los ojos en la multitud.

—Vaya, así que estás hecha una fiera, nena. —Su risa arrogante me asqueaba. Redirigí la mirada para fulminarlo, y descubrí que el imbécil me sonaba. Tenía una cicatriz en la barbilla.

—No jodas que tú eres el tontopolla al que echaron de la boda de Luci por tirarle los trastos a Emilia. —Estuve a punto de escupir el cóctel de la carcajada, pero me contuve como buena señorita que era—. Me descojono.

El caballero se cruzó de brazos, ofendido.

Le faltó un impulso incontrolado para insultarme, pero una mano tocó su hombro en ese instante. Unos ojos dorados se depositaron sobre él. La sonrisa lo acompañaba.

Lucifer me agarró de la cintura, apretándome hacia sí.

—¿Qué tal, chicos? ¿Todo bien por aquí? —Su pregunta adquirió un tono inquisitivo que provocó que el hombre se quedara cabizbajo—. ¿De qué hablabais?

—¿A que no sabes quién es, querido? —Agarré al rey de la nalga y apreté con deseo—. Es el cabrón que intentaba drogar mujeres en tu boda. Al que Thiago le partió la boca.

Lucifer conservó aquel agarre dominante sobre mí. No podía decir que no me gustaba. Era agradable y me abstraía a antiguos recuerdos entre hoteles y casinos. Todo lo asociaba a su olor.

El chico se alejó sin replicar. Lo veía frustrado, engreído. Empujó a un camarero para desahogarse. Los vasos se rompieron al caer. El estruendo alertó a la seguridad del local.

Lucifer me soltó. Lo encaró sin pensárselo y lo agarró de las mejillas, firme y poderoso.

—Pídele perdón ahora mismo —ordenó. Los invitados se giraron para verlo.

Le dio una bofetada al no contestar. Insistió. En ausencia de respuesta, se llevó otra. Le cruzó la cara. Un diente voló. Al final, lo dejó de rodillas. Lo obligó a suplicar clemencia hacia el empleado.

Mientras tanto, me divertía dando tragos sutiles a mi cóctel. Era una mezcla deliciosa. Le di las gracias al camarero por su esfuerzo y le hice señas para que se aproximara.

—Como sé que no me has envenenado el cóctel, porque si lo hubieses hecho lo habría olido, creo que puedo confiar en ti —le susurré en cuanto lo tuve detrás.

—¿Disculpad, Majestad? —Tragó saliva el chico—. ¿Por qué iría yo a...?

—En mi trabajo estoy acostumbrada a reconocer qué líneas cruzar o no por el olor. Tanto es así que ahora sé identificar a millas lo que me ponen en la bebida por la intensidad del aroma que desprende —confesé—. Volviendo al asunto, confío en ti. Pareces buen chico. ¿Has visto por aquí a un señor con barba canosa y motas verdes? Lleva gafas, igual se queja o tose.

—¿Al profesor? Sí, vino esta mañana a tomarse un café. Dijo que tenía que resolver un problema pero que volvería. —Agarró un vaso para lavarlo.

De pronto, mis ojos se enlazaron con las gafas del profesor. Hablaba con un invitado junto a una lámpara. Dos grupos de hombres trajeados conversaban en las proximidades. Su risa se convirtió en seriedad al identificarme. Tosió y se alejó.

Me levanté. Asentí ante la mueca interrogativa de Luci. Lo entendió. Debía seguirlo. Usé las manos para apartar al gentío. Ninguno se molestaba. Era una autoridad, Dioses entre mortales. Respetaban a quienes los manejaban.

Salí al pasillo. Se camufló entre cabezas. No lo perdí de vista. Fingía escabullirme por una sala para encontrarlo más cerca en la siguiente. Él me buscaba, perdido en la paranoia. Lo seguía cual gata de los tejados. Mi comportamiento silencioso lo aterraba. Era una felina detrás de su presa.

Levi decidió meterse por las cocinas. Fui detrás. Los cocineros y camareros se molestaron en su presencia. Aceleró el paso. Unos empujones más tarde, ya casi lo tenía. Llegamos a un restaurante. Los pasillos eran más estrechos. La estética rústica se mantenía. A nuestro alrededor, rojo y marrón. El profesor huía. Me escondí tras un pilar para que no me viera. Si percibía la calma, se relajaría.

Una pareja de ancianos me miraba con sorpresa desde su mesa decorada por velas y platos humeantes. Les guiñé el ojo, coqueta, y me encogí de hombros.

Al asomarme con cuidado, vi a Levi escapar a paso lento por la salida. De unas cuantas zancadas logré predecir su nuevo destino. Rodeé la sala y acabé en la recepción. Como esperaba, el profesor subió las escaleras. Continué mi camino hasta alcanzarlo. Pretendía usar el ascensor.

Mis pisadas eran insonoras. Lo pillaron desprevenido justo cuando dio una ojeada para asegurarse de que no lo perseguía. Abrió los ojos como platos al verme de frente. Coloqué una mano sobre la puerta del ascensor, deteniendo su movimiento.

—Con permiso. —Sonreí antes de permitir que nos dejara aislados del exterior. Presioné el botón del último piso—. Querido, llevamos buscándote desde que desapareciste de la isla. ¿Qué te pasó?

Hablaba con un tono infantil a propósito. Lo veía aguantando el temple, sudoroso pero firme. Alzó el mentón, pero temblaba.

—Cassandra. —Me devolvió la sonrisa con fingida alegría—. No esperaba hallarte aquí, tan lejos de tu hogar.

—Me encantaría jugar al profe malo y la alumna castigada en este ascensor, pero me parece que vamos a ir al grano ¿eh? —El suelo vibraba mientras ascendíamos—. ¿Sabes por qué el libro de la profecía que había en Oxford estaba quemado?

El hombre se horrorizó. Era una reacción genuina, molesta.

—Por los anillos del infierno, ¿quién cometería una atrocidad semejante? —Frunció el ceño.

—El recepcionista dijo que fuiste el último que llegó a la universidad. El fuego era reciente. —Lo acorralé en una esquina—. Deja de mentir. Sé que hiciste lo mismo con Celia y su padre, pero a mí no me puedes engañar.

—Escúchame, no fui yo. No he acudido de manera presencial a Oxford desde que navegamos la escuela por primera vez. De hecho, si he venido aquí ha sido porque tenía el presentimiento de que encontraría un modo de detener el tercer sello de la profecía —se justificó el hombre, acelerado en sus palabras.

—¿Y quién fue, si no? —Apoyé las manos en las paredes. Mi proximidad angustiaba al viejo—. ¿No crees que es un poco raro que Voriel te dejara vivir después de dispararte en el abdomen?

El profesor lo negó. No intentó apartarme, pero le incomodaba mi aliento.

—No he visto a Voriel desde que me marché de ese lugar. Me dejó con vida porque soy débil, no porque tuviésemos un acuerdo. Cassandra, ¿qué es lo que encontraste exactamente en la sala del libro?

Me aparté, cruzándome de brazos.

—Un papel en el que había escrito la palabra "Túnez". Supuse que era un modo retorcido de conseguir que nos reuniésemos aquí contigo. Qué coño, pensaba que ibas a chantajearnos por información. —Arqueé una ceja.

—¿Tan cruel me ves? —El hombre se quedó pensativo—. No. La persona que hizo eso quería que vinieseis y que pensaseis que fui yo. Sabía dónde me dirigía y eso... —Hizo un gesto con las cejas indicando sorpresa—. Eso es sospechoso. Solo la envidia conoce a la envidia.

—Te recuerdo que sé lo bien que sabes mentir. Precisamente por tu pecado. —Escuchamos la puerta del ascensor al abrirse.

Lo agarré de la chaqueta y lo saqué al pasillo. Podían verse las vistas al desierto desde la enorme ventana que cubría la pared.

—Las únicas personas que saben de la existencia de esa cámara secreta en la biblioteca, ya las conocemos. Tú misma te estás dando la respuesta, pero te ciega la idea de que haya una conspiración mayor. —Hizo aspavientos para excusarse, frustrado—. Querida, ya no existe la Camarilla rebelde. Vine aquí para ayudar a impedir la profecía. Es evidente que solo hay una criatura viviente que quiere que se cumpla y que estaría dispuesta a arrasar con todo.

—¿Por qué iría a quemar el libro si quiere que pase lo que pone entre sus páginas?

El hombre suspiró, colocando sus manos sobre mis hombros.

—Por la misma acusación que me has hecho nada más verme. Chantaje. Si es el único con la información, será el único al que acudir para conocerla. —Me trataba con un cariño especial.

Sentía confusión. Escuché las puertas del segundo ascensor abrirse. Lucifer salió con una parsimonia digna del monarca que era.

—Dame una razón para creerte. —Lo miré a los ojos para intentar sacarle la duda en su mirada. No pestañeó.

—El tercer sello, el que estoy intentando detener, tiene que ver con el error que cometí hace diez años con Anton. Tiene que ver con el tesoro que hay oculto en la pirámide —confesó, triste. Se cubrió la boca con el brazo para toser—. Si me lo permitís, proseguiré con mi investigación. Esto es un claro malentendido.

Rechacé el contacto de sus manos. Me aparté, incómoda. Tal vez me había precipitado con mis conclusiones. Hugo no cuestionó la posibilidad de que fuese verdad mi teoría, lo que me hacía creer que lo había hecho a propósito.

¿Quería alejarnos a Lucifer y a mí de Finlandia?

—El invitado secreto es Voriel... —susurré al darme cuenta. Me giré para mirar a Luci—. Cariño, vamos a tener que negociar con el enemigo otra vez.

—¿De qué estás hablando? —El rey me acarició la mejilla. Al ver a Levi volver al ascensor, lo señaló—. ¿Dónde va usted?

—Déjalo. Dice la verdad. —Asentí, recibiendo una sonrisa dulce del profesor. Desapareció tras las puertas—. Lo he visto en sus ojos. Estaba asustado.

—¿Y si ha mentido?

—No. —Alcé la mirada—. El objetivo es el ángel que me secuestró. Solo él, ni Satanás ni Levi.

Parecía que se fiaba de mi palabra, pero seguía viendo un matiz extraño en sus gestos. Pensaba en silencio.

—Mi gente lo estuvo buscando y la policía igual. No saben dónde está. Si hubiese aparecido por Oxford, lo habrían detenido.

—Pues envió a alguien. Tuvo que ser eso. Pasaron días hasta que llegamos, entre el juicio y todo. —Me acerqué al ascensor que quedó estático y él me siguió.

—El resto de ángeles, rebeldes o traidores, murieron. Los matamos. Acabamos con ellos. Un tipo como él, en solitario, no podría engañaros así. Alguien colaboró. —Lucifer me envolvió la cintura mientras las puertas se cerraban.

Pisé un charco viscoso en el suelo, en una esquina, y me aparté. Coloqué una mueca asqueada. Del susto, me choqué contra el rey. Me sostuvo entre sus brazos.

Una imagen me vino a la mente. Al bajar a la cámara del libro, llegué a sentir un líquido pegajoso en los peldaños de piedra.

Se me heló la frente con la revelación. En parte sonreí, pero en parte me agobié por la idea.

—Cielo ¿estás bien? Te noto pálida. —Lucifer me movió la cabeza con un dedo. Lo tenía a escasos centímetros.

—Ya sé qué coño ha pasado. —La emoción de haberlo descubierto me excitaba. Le di un beso apasionado para descargar la intensidad—. Ya sé quién ayuda a Voriel y estamos jodidos.

—¿Qué te ha hecho hacer clic? —Se sorprendió.

—Ese truño de cabra con el que me acabo de estropear los zapatos.

Al ver la región oscura del suelo, le dio una arcada.

—Con tanta droga, cualquiera se cagaría. Hijos de puta. —Sacudía la cabeza del asco.

—¿Recuerdas el Jinete del Apocalipsis que apareció en el coliseo? ¿Y si el jinete de la peste es quien ayuda a Voriel? Ambos quieren lo mismo, aunque sean contrarios. —Abrí los brazos, como si le acabara de dar la noticia del año.

Se llevó una mano a la barbilla, contemplativo. Asintió repetidas veces. Luego rio.

—¿En qué te basas?

—En que ese manchurrón estaba también en la cámara en la que quemaron el libro de la profecía.

Su expresión cambió. Me dio un beso que habló por sí mismo. No necesitó palabras.

Una parte de mí me decía que era mejor detenerse a pensar en cómo resolveríamos aquello, pero la otra no paraba de imaginarse al rey sometiendo a un capullo integral en la cafetería.

Lo agarré de la entrepierna por encima del pantalón, palpando su virilidad. Besé su cuello y él me estampó contra la pared. Sus dedos lanzaban descargas eléctricas allí donde rozaban con mi piel. Le envolví el cuello con los brazos entre risas.

—Estás a dos sudokus de ser tan genio como Hugo. —Me lamía el cuello y yo gemía de placer, divertida.

—Una pena que tú y yo solo seamos amantes que se leen entre líneas. —Me mordí el labio, embobada con los suyos.

El ascensor se abrió y vimos a un grupo de árabes parados ante nosotros. Por un lado, vieron el regalo maloliente de Zeus para sus herederos. Por otro lado, contemplaron a la lujuria y a la soberbia empotrándose contra el espejo.

Salámeme elculo, señora. —Sonreí, haciéndoles una reverencia.

Carraspeé la garganta, arreglándome el vestido y saliendo para permitir que entraran. Lucifer hizo lo mismo, en silencio, formal.

Antes de poder decir nada, oímos un altavoz sonoro por megáfono. El jeque Rabash ibn Nasr anunciaba que el banquete nupcial iba a dar comienzo en escasos minutos. Al mismo tiempo, nombró al caballo ganador de las carreras, uno distinto al que había apostado Celia.

Mientras nos encaminábamos junto al resto de los invitados al salón donde iba a darse el enlace matrimonial, me vi a mí misma repitiendo los mismos eventos que en cada boda; la dama de honor en lencería siempre daba la nota.

Nos asomamos por una barandilla como dos príncipes demonios, observando a la multitud reunida. El jeque tenía un micrófono en mano y repetía en inglés lo que decía para que quienes no entendíamos el idioma nativo pudiésemos comprenderlo. La boda como tal se iba a celebrar en una mezquita construida en el recinto del hotel, y nos invitaban a acudir a los VIPs.

Las mesas estaban cubiertas por pisos de comida; una ambrosía de deliciosos complementos que podían olerse desde la distancia. Estaba recién hecho. Salivaba de imaginarlo.

Fue una noticia agradable hasta que empezó a comentar una segunda parte del anuncio. El invitado desconocido, el que la hija del jeque tampoco conocía, apareció por uno de los pasillos del hotel adorado por aplausos y vítores.

Lucifer y yo desviamos la cabeza hacia el foco de atención y los vimos cogidos de la mano; luz y sombra caminaban por el mismo sendero. El ángel Voriel, con sus alas desplegadas, y la reencarnación de la envidia Lise, con sus rizos esmeraldas sueltos, eran los protagonistas del momento. Y tras ellos, sutiles manchas viscosas, verdes las de él, negras las de ella.

La peste y el octavo pecado capital estaban reunidos gracias a la posesión de cuerpos de entidades superiores.

La navaja que Voriel me robó ahora relucía en su pantalón sin que nadie se enterase. Sus ojos brillaban con una intensidad nunca antes vista y eso que siempre fueron verdes. Tal vez nunca le pertenecieron. Eran parte de un ser que manejaba sus hilos. La marioneta de un títere que llevaba más tiempo en la ceremonia de lo que pensábamos.

Bajo la luz de los focos, los jinetes comenzaban a cabalgar contra los Pecados Capitales.

NOTA DEL AUTOR:

No esperaba que pasara pero estoy subiendo este capítulo el día de mi cumpleaños. Espectacular coincidencia. Encima capítulo de Cass que es mi personaje favorito, impresionante momento blessed. Me encantó escribirlo y me ha encantado releerlo para editarlo.

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