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💋CAPÍTULO 10 (PARTE 2)💋

El barco había atracado en el puerto secundario de la isla, alejado del resto de navíos que traían civiles del resto de lugares del mundo. Notaba la pesadez de la cabeza y el escozor del labio cortado. El profesor Levi y Celia habían despertado, pero no se hablaban. Las desconfianzas crearon tensiones entre ambos, y las tensiones derivaron en carcajadas del ángel Voriel y su plan maestro.

El engendro alado de ojos verdes sonreía con autosuficiencia desde la superioridad más vil existente. Seguía atada a la tubería, pero aquello no me impedía burlarme de él con cortes de manga o risitas. Al principio lo cabreaba más, pero había llegado un punto en el que se había acostumbrado. La estrategia flaqueaba.

—Tu rey vendrá para salvarte ¿lo sabes, no? —dijo entre risas el ángel con la voz más chirriante posible.

—Ojalá me coma la boca delante de ti. —Sonreí, juguetona—. ¿Conoces la hechicería de los súcubos, cielo? Puedo obsesionarte conmigo y divertirme retorciéndote el corazón hasta que las arterias vomiten tu sangre por mí.

Voriel puso una mueca de asco, acercándose para darme una patada en el costado. Gemí de dolor, escuchando a Celia quejarse por el daño que me hacía.

—¡Déjala en paz, animal! Para ser un ángel no tienes nada de santo —lo juzgó la avara recibiendo una bofetada en consecuencia.

—Sois demonios, no merecéis el trato divino de las almas puras. Iréis directos al infierno en cuanto liberemos al Arcángel. —El hombre se crujió los puños y una alarma sonó—. ¡Ah! ¡Aquí está! —Sonrió con orgullo.

En cuanto llegó a mi posición, me desencadenó con la navaja amuleto y me dio un puñetazo para debilitarme. Me arrastró hasta una puerta y me sacó por unas escaleras del almacén del barco. Al llegar a la cubierta, me soltó de rodillas sobre la madera, colocando el filo metálico bajo mi cuello.

Entablé contacto visual con Lucifer. Su expresión alegre me provocó un escalofrío. Se me erizó el vello y el corazón me latió en respuesta.

El cielo mostraba, en la distancia, tonalidades doradas y rosáceas propias de un crepúsculo al que le costaba nacer. Llovía, y las nubes negras cubrían el resto del cielo como una amenaza latente de terror.

—Hola, Luci. —Todo el odio que acumulé durante meses se esfumó en esas palabras.

—Hola, Cass —respondió el rey mientras subía por el puente de madera que había facilitado Voriel para reunirse cara a cara.

Su interés se transformó en ira al mirar al ángel que me retenía. Había visto mis heridas y moretones. Lo sabía. Quería matarlo. Alzó los brazos en son de paz. Dejé de notar la presión del filo en mi garganta.

Sentí alivio.

—Ahora que os habéis reencontrado, quisiera hacer un trato contigo, Alteza —rio al decir aquella palabra. Lo señaló con su arma—. El amuleto que poseo y tu presencia son los únicos capaces de provocar el fin del mundo. Y pienso permitir que pase.

—¿Quién en su sano juicio querría eso, imbécil? —Luci bajó las manos, decepcionado—. ¿En serio una alimaña como tú es el peligro que tanto llevo temiendo?

Me quedé paralizada. No estábamos en el mejor momento para vacilar al personal. No quería que esa navaja me hiciese una traqueotomía involuntaria por pasarnos de listos.

—Lo primero, soy yo quien tiene a tu amante entre mis manos. Y segundo —hizo una breve pausa forzada, chasqueando la lengua—, si rompemos los tres sellos y usamos esta llave, abriremos las puertas al Arcángel y acabará con los pecados. Es una victoria absoluta. —Soltó una carcajada molesta—. Sin embargo, ya que seré yo quien lo saque de su jaula, me siento en la confianza de decir que lo podría convencer de... ciertas excepciones.

—Antes de decir nada —intervine viendo que Luci iba a reaccionar con violencia—, piénsalo. Por favor.

No sé qué debió ver en mis ojos, pero de pronto, el señor de la soberbia perdió la seguridad que tenía en replicar a su modo. Se contuvo, pero el orgullo seguía ahí.

—Estamos hablando de la muerte de nuestra gente. Como rey, tienes que entender que me niegue a aceptar ese trato.

—Pues como ángel que soy, debes entender que no me apetezca entregarte a mi rehén. Te puedo liberar al viejo profesor y su obesa amiguita especial.

—¿Puedes dejarnos un momento a solas para hablar? —Luci se desplazó para redirigir la atención de Voriel a un lateral—. No me iré a ninguna parte.

Al otro lado del puente, en el muelle, vi a mi hermano agachado a la espera de actuar. Ver su rostro me alegró, pero no podía emitir sonido alguno o lo descubriría.

—Adelante, háblale desde ahí. —El ángel alzó el mentón—. Haced como si no existiera ¿eh?

—Cass. —Se resignó Luci, sacudiendo la cabeza antes de mirarme—. He estado pensando mucho en lo que hablamos la última vez.

Sentía la humedad de la tormenta que asolaba la zona de la cubierta en la que nos hallábamos.

—Yo también.

—Después de estos meses, de tanta gente queriendo cumplir o impedir la profecía del fin del mundo, he llegado a una conclusión. —El rey se mantuvo atento a los movimientos de Voriel y él, tenso por su comportamiento, no dejó de mirarlo ni un segundo—. ¿Por qué no elegimos el mismo bando y vamos contra todos? Si desaparezco, no habrá apocalipsis, pero tampoco paz. Podremos vivir como me propusiste.

Me puse en pie, ignorando las amenazas de Voriel. No me hizo nada, pero tampoco me dejó marchar.

—Sí quiero. —Me aparté en el momento justo en el que Thiago salió de las sombras para placar al ángel.

Lo estampó contra la borda y lo tiró. Se llevó la navaja con él.

Aproveché para envolver a Lucifer con los brazos. Un relámpago me dio la sensación de ver el reflejo de sus alas entre las sombras de la tempestad. Seguía siendo un ángel caído. Seguía temiendo que entre sus promesas hubiese mentiras.

—¡Vamos! ¡Hay que irse! —gritó mi mellizo, con un arañazo en el cuello con una apariencia horrible.

Salté para abrazarlo sin dudar. Él me correspondió. Tenía tantas ganas de pedirle perdón por cómo me había portado en Noruega que no sabía cómo expresarlo.

—Tenemos que sacar al profesor Levi y a Celia. Están en el almacén —indiqué y mi hermano no se lo pensó dos veces.

Mientras esperábamos, una red de luces nos cegó. Bajaban por la colina hasta el muelle. Eran coches y motos. Azul y rojo. La policía estaba a nuestro alrededor.

Del primer vehículo bajó una joven de cabellos castaños. Lucifer murmuró el nombre "Ruz", frunciendo el ceño.

—Tú no tienes culpa de esto. Vete con tu hermano. —El rey me agarró de las mejillas, dándome un beso que me dejó ganas de más—. Yo los entretendré.

—¿Por qué han venido? ¿Qué has hecho? —Fueron preguntas que no tuve oportunidad de oír responder.

Me metió en el interior del navío y yo me escondí tras una pared para escuchar la conversación. Me asomé por la ventana, tratando de evitar que me encontraran.

Los pasos firmes sobre el puente crujieron la madera.

—Lucifer, la UPI va a detenerte —dijo con voz monótona la agente—. Tenemos testigos fiables que confirman que asesinaste a tu esposa en la boda.

¿Amanda había hablado...?

—Ruz, como tú y el dormilón hayáis provocado esto, pienso mataros a los dos —contestó con ira el monarca—. Debí imaginar que eso de ser estudiante era una trola. —Empezó a reír—. Ya que me habéis cogido a mí, buscad al ángel que se ha tirado por la borda. Sí, ese cabrón no puede escapar.

Un sonido de walkie-talkie se oyó junto a una orden directa para explorar los alrededores del mar. Me tapaba la boca con una mano, comprendiendo que, si salía al descubierto, solo perjudicaría el futuro de Lucifer. Haría lo posible por ahorrarme juicios. Sacrificaría más de lo que debía por mi seguridad.

—¿Hay alguien más contigo? —preguntó la chica.

Aguanté la respiración, incómoda. Los pasos se aproximaron a mi posición, pero el rey suspiró.

—No. Buscaba a una persona, pero no está aquí. Ya no. —Oía sus voces entre las sombras, presa de la tensión—. Venga, ya que habéis empezado con este paripé, continuad.

El chasquido de las esposas me hizo dar un brinco suave. Los agentes de policía se lo llevaron. No podía ser Hugo. Él no traicionaría con una táctica tan obvia a su superior. Las órdenes venían de otra dirección. El navío se vació pronto de agentes de la ley cuando se aseguraron de llevarse a Lucifer con ellos. Lo habían focalizado como objetivo principal. ¿Qué diablos había ocurrido?

Para cuando Thiago subió las escaleras que llevaban al almacén con el profesor y Celia, ya no quedaba nadie a bordo y menos aún en los muelles.

—¿Qué ha pasado? —Se preocupó al verme paralizada.

—Han detenido a Lucifer... Y creo que no es por las razones por las que van a decir al mundo. —Me asomé para fijarme en los alrededores. No había ni rastro del ángel—. Le han tendido una trampa.

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