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​🔪CAPÍTULO 10 - DIOSES / MONSTRUOS​🔪

El escándalo en el coliseo por la aparición del Jinete del Apocalipsis provocó que los gobiernos internacionales interviniesen. Por lo que teníamos entendido, el SSI junto a varios servicios de inteligencia estaban listos para detenernos si era necesario. Hugo no habló al respecto, ni dio detalles, pero yo me olía qué estaba tramando. El derrumbamiento de las estatuas se cobró sesenta y tres muertos y cien heridos de diez nacionalidades distintas. Sin duda, la Guerra cumplió su objetivo.

Debido a la rapidez con la que se sucedieron los eventos y la asistencia médica que tuvimos que recibir para evitar un mayor número de pérdidas civiles, la entrega de los premios se pospuso para realizarse mediante una retransmisión televisiva.

Esperaba sentado en un sillón de la sala de mando, observando a Amanda mientras escuchaba el vídeo que un fan grabó durante el concierto de las declaraciones de Lise recriminándole su participación en la competición. La expresión en su rostro, si antes era terrorífica, ahora el brillo de sus ojos habría desintegrado el sol.

Apretó los puños en torno al móvil, quitando la grabación y volviendo a guardarlo. Me preocupó, pero si no le dejaba espacio cargaría contra mí la lluvia ácida de emociones que la invadían. Preferí acariciarle el brazo, atento a los vendajes de sus heridas, tanto en el muslo como en el torso y la frente. Unos mechones se le precipitaban por encima de la venda como una cascada de llamas.

Lucifer apareció por la puerta con una seriedad poco característica en él. Lo notaba tenso, dispuesto a matar a quien se opusiera a sus órdenes. Esperaba que esa persona no fuera pelirroja. Nos hizo un gesto con los brazos para que los pecados lo atendiésemos. Hugo y Ruz despertaron de su siesta al atardecer tras el aplauso correspondiente y tanto Bela y Mario como Lise y Roman se cruzaron de brazos a su alrededor.

Se palpaba un ambiente oscuro lleno de dagas por la espalda. En cuanto llegara el caos, reinaría el anarquismo.

—A ver, la cerda de Elena ha conseguido que tenga a la policía internacional en la nuca. Sé que tenemos a los ángeles de nuestro lado y Hugo ¿te encargas tú del SSI? —Señaló al dormilón con una sonrisa y él se limitó a asentir, distraído—. Genial. —Dio un aplauso—. Esto es lo que vamos a hacer: retransmitiremos la ceremonia de premios con Roman y ese chaval... ¿Cómo se llama? ¿Dean? Bueno, el que ganó la competición por puntuación.

—¿Y después? Los drones grabaron lo que pasó, Alteza —expresó Lise con una voz aguda y desagradable—. El mundo ha visto a esa criatura que nos atacó. Debe de estar cundiendo el pánico.

—No les concierne —zanjó al instante el rey, alzando el tono de voz—. Podemos decir que estaba planeado, que era parte del espectáculo y que han invertido con sabiduría su dinero en nosotros.

Hubo quienes lo miraban con terror y respeto, pero también estaban aquellos que no dejaban de juzgarlo a escondidas. Quien más me sorprendió, dentro de este segundo bloque, fue Hugo, pero tampoco esperaba menos de alguien que buscaba la justicia para la Camarilla.

—¿A la población civil le servirá esa explicación después de tener sesenta y tantos cadáveres reales a nuestras espaldas? —Me crucé de brazos, llamando la atención del monarca.

—¿Tú no querías irte por ahí a vivir aventuras? Ya dejaste claro que no querías entrometerte así que silencio —escupió. Agarré del brazo a Amanda para que no reaccionara con violencia. La veía desesperada—. Nadie conoce a la gente que ha muerto, un sobre bien cargado para cada familia afectada y te aseguro que todos negaran que fuesen víctimas reales.

La forma de reflexionar de Lucifer me recordaba a las épocas en las que trabajaba para él, antes de la boda. Me erizó el vello ver la frialdad con la que trataba vidas humanas. ¿Era un dios o era un monstruo? Era difícil saberlo.

—¿Cómo repercutirá esto sobre nosotros? —preguntó Bela, incómoda en su asiento. No paraba de mascar aquel chicle que expulsaba humo rosa de vez en cuando.

—De ningún modo. Hemos superado récords de audiencia este año y a ninguno de los jefazos les interesará perder la oportunidad de aprovecharse de ello —resolvió Lucifer sin titubear—. En cuanto se entreguen los premios, cogemos cada uno un medio de transporte y nos volvemos cagando hostias a nuestras casas hasta que se bajen los humos.

¿Y Cass? Estaba seguro de que hablaba por los demás. Tanto él como yo esperaríamos a que ese condenado ángel que la tenía secuestrada apareciese.

Nos miramos y vi la complicidad en su gesto. Pensaba lo mismo que yo. Dibujé una sonrisa en el rostro. Por primera vez lo veía priorizar una vida ajena a la suya propia. Aún con el riesgo de que la Unión de Países Internacionales lo capturara y enjuiciara, lo prefería antes que perder a mi hermana. Y yo estaba listo para caer a su lado si era necesario.

El rey nos permitió retirarnos para preparar la zona habilitada para la entrega de premios, pero una última intervención nos descolocó.

—Alteza —la voz de Bela sonó como un susurro débil—, creo que el octavo pecado capital ha hecho un trato con Lise. Lo vi meterse por debajo de su puerta anoche.

Lucifer la fulminó con la mirada. Ella arqueó las cejas, sorprendida. Se puso en pie como si la hubiese ofendido y rio.

—¿En serio vas a acusarme así? Alteza, te he demostrado confianza durante el tiempo que llevo reencarnando mi pecado. Sabes que yo nunca negociaría con el enemigo. —Hizo aspavientos—. Esta yonqui envidiosa no ha dejado de herirme desde el botellazo en el cabaret. Me quiere muerta.

—¡Y bien ganado que te lo tienes, zorra de los cojones! —Amanda se incorporó, pero entre Roman y yo la retuvimos. Llegó a escupirle y Lise se apartó, asqueada—. ¡Ojalá te pudras entre gusanos como tu antecesora! ¡Falsa!

La chica ya no se comportaba con furia. Al ver el odio generalizado sobre ella, comenzó a temblar tanto en cuerpo como en voz. Las lágrimas amenazaban con escapar de sus ojos.

—¿Por qué iría yo a hacer eso? —protestó la envidia.

—Anoche, el octavo pecado capital llegó con Thiago de rehén. Es cierto que ha estado aquí, así que me temo que me creo más lo que dice Bela —sentenció Lucifer, que provocó un arrebato de llanto en ella.

—¡Yo jamás te traicionaría, Alteza! —sollozó la joven, arrodillándose ante él—. Por favor, tienes que creerme. Sí, vino a mi cuarto, pero lo eché en cuanto pude. Llegó a marcarme el brazo y todo, pero lo expulsé.

Mostró la cicatriz de los dedos negros en su antebrazo y aquello nos confirmó lo que decía la coreana. No obstante, no se le veían los ojos negros ni parecía estar poseída.

—Eso no significa nada, perra. —La señaló irritada Bela, que tenía la misma marca en su brazo.

—Tú también la tienes y escapaste ¿no? ¿Qué te diferencia de mí? —gritó de vuelta Lise, que se le encaró.

—Que tú harías lo que fuera para calzar las botas de Lucifer, incluso bajarte las bragas delante del señor de las sombras. —La acusó con un dedo.

—¿El señor de la noche? —le susurró Hugo a Ruz a su lado—. ¿Don Omar?

—Justo había pensado en eso, tío —rio Mario al escucharlo.

—¡Silencio! —aulló el rey. Ninguna boca volvió a abrirse—. Estoy hasta los cojones de vuestros juegos y enfrentamientos. Lise, vuelve a la ciudad del pecado y sigue a lo tuyo. Los ángeles te estarán vigilando a partir de ahora. Y tú, Roman, no le quites el ojo de encima. —Se giró mientras la chica se quedaba inmóvil, ansiosa por replicar. El avaro asintió—. Ahórrate esa mierda, Lise. No me vas a convencer de nada.

Ella se puso en pie, marchándose con una pataleta que ocultó bajo un manto de lágrimas desesperadas.

Al resto nos obligó a irnos para dejar al monarca a solas. Antes de desaparecer por la puerta, me planté en seco y lo miré. Amanda esperaba que lo acompañara, atenta a mi actitud.

—Luci —lo llamé, captando su mirada preocupada—. Cuando ese ángel llegue con Cass, avísame. Iré contigo.

Asintió. No me dio una respuesta, ni una expresión facial. Nada. Solo un gesto simple que podía significar tanto y a la vez tan poco.

Me conformé. Sabía que lo haría. Confiaba en ello. Después de tantos años cuidando de nosotros, creía en su lealtad.

Volviendo al cuarto, le envié un mensaje a Carla para asegurarme de que seguía estable. Me contestó que la cabeza le daba vueltas y que no había dejado de vomitar por la impresión.

—¿Con quién hablas? —preguntó la pelirroja sin mirarme, cerrando la puerta tras nosotros. Se deshizo del uniforme que llevaba entre quejidos de dolor por las heridas, quedándose en ropa interior—. ¿Es más interesante que yo?

—Estaba preocupado por mi secretaria. El octavo pecado capital usó su cuerpo de recipiente para engañarme. Está jodida... —Suspiré sin poder evitar estudiar su cuerpo con los ojos.

Ella me agarró el teléfono y lo dejó sobre una cómoda. Me estampó contra la pared con una mano y me besó. Sus labios encendieron la llama en mi interior. La rodeé por la cintura y me la acerqué. La fuerza que empleaba era brusca y violenta. Necesité mantenerme alerta para soportar su deseo.

—¿A qué viene esto? —Sonreí sobre sus labios y ella dejó su aliento a escasos milímetros de mí—. ¿Vas a descargar esa ira de antes en mí?

—¿Tú qué crees, cariño? —Me volvió a besar, jadeando por la expectativa. El calor forjó un halo de intimidad entre nosotros—. Con alguien tendré que desahogarme.

Me quitó la camisa. El dolor no nos limitaba. Nuestras cicatrices bordaban anhelo con el roce de la piel. Nos dirigimos hasta la cama y allí la tumbé. Coloqué sus muñecas unidas sobre las sábanas, contemplando con lujuria el contorno de su cuello, de sus pechos y de su vientre.

—Si no te importa hacernos daño por las heridas, yo encantado.

Acarició mi nuca con los dedos, aproximándome de nuevo a sus labios. Me pegó a su cuerpo, impidiendo que escapara con las piernas musculadas. Era ágil y contundente.

—Contigo no me importa nada. Eres mío. —Su mirada escarlata se dirigió hacia el móvil sobre la cómoda con sutileza—. Y de nadie más.

La culpa me recorrió el corazón. Por unos instantes, pensé en detenerme y explicarle lo que quería decirle, pero no pude. La deseaba y necesitaba tomarla. En otro momento se lo contaría. Sin duda, tenía más problemas de los que pensaba. Ya los resolvería el Thiago del futuro.

Hundí el rostro en su cuello y la besé. Y así fui descendiendo, poco a poco, hasta las profundidades de su incendio corporal.

Observé a Hugo pasear por la antesala con el móvil en la mano. Sus dedos se deslizaban con agilidad, escribiendo mensajes frenéticos. No era propio de él. La sala en la que nos encontrábamos tenía una puerta de acero blindado que llevaba a una cámara adaptada dentro del coliseo para la ceremonia de premios.

—¿Con quién hablas? —pregunté con curiosidad. El perezoso alzó la vista. Sus ojeras pronunciadas me recibieron.

—Con el SSI. Quiero evitarnos problemas futuros. Ya sabes —contestó antes de sentarse en una silla a mi lado. Puso los pies en alto y se colocó en una pose incómoda—. Intentando conseguir que Cass llegue sana y salva y podamos rescatarla de un modo limpio.

—Te lo agradezco. —Sonreí, fijándome en el televisor que se encendió ante nosotros. Las cámaras empezaban a retransmitir la entrega de premios—. Oye, ¿dónde está tu amiga perezosa?

—Se fue a dormir hace un rato. Ya ha visto lo importante así que no le interesa ver las formalidades de tiranos y genocidas. —Su voz sonaba afectada.

Me crucé de brazos, viendo que en la pantalla aparecía Amanda entregándole una medalla a un chico de rizos castaños. Debía ser ese tal Dean. Agachó la cabeza para recibirla y se giró para besar la plata de su premio ante las cámaras. Dijo unas palabras que no logré escuchar por estar pendiente de los gestos de Hugo.

—Oye, te noto... Fatigado. ¿Estás bien? —Deposité una mano sobre su hombro.

—Estoy harto de la injusticia, Thiago. —Suspiró—. Sesenta y tres cadáveres ocultos bajo una manta de oro y escarlata. Todo porque dos Pecados Capitales quieren medirse quién la tiene más larga...

—Me habría gustado estar aquí para impedirlo, la verdad. —No dejaba de pensar en que debía sincerarme con Amanda sobre mis infidelidades en Noruega, pero me aterraba—. ¿Por qué cambió las reglas Lucifer?

—Para demostrar que es el rey y que nadie puede llevarle la contraria. —Se levantó del asiento, apretando los puños. Señaló a la cámara, donde el monarca, Amanda y los ganadores sonreían para las fotografías—. Eso es una mentira. Sé que quieres a esa mujer, pero te va a hacer la vida imposible. Tu estilo de vida no encaja con lo que ella busca. Y sabes cómo se pone cuando no consigue lo que quiere. Te hará daño.

Quise acercarme a él para calmarlo. Nunca lo había visto tan serio.

—Sé reconocer el amor. —Puse distancia entre ambos.

—¿Lo ves cuando la miras? Tengo claro que ella está obsesionada contigo, pero ¿te has parado a pensar si lo que tú sientes es solo lujuria o de verdad hay sentimientos?

—No entiendo dónde quieres llegar.

—Te he visto tener más complicidad con tu secretaria, un alma más, que con Amanda, un Pecado Capital. —Abrió los brazos, como si fuera evidente—. Y no solo lo digo yo, lo dicen los que vieron el vídeo porno que grabasteis y que pusieron en el juicio de Pol. —Se me heló la nuca—. Me preocupas, tío, porque ese demonio lleva con la mecha encendida desde que empezaron las Iralimpiadas. Y cuando explote, no querrás estar cerca.

Odiaba saber que tenía parte de razón. Quería a Amanda, de eso no tenía duda, pero ¿era el amor de mi vida? Ahí tenía un dilema interno.

—Conmigo no es tan iracunda —repliqué.

—Espera a casarte con ella y verás dónde acabarán las cabezas de los amantes que se te acerquen —bufó Hugo—. Lo único que quiero es protegerte de lo que está por venir. Tu hermana también te necesita. Bela y yo te necesitamos. No dejes que esa ilusión te ciegue. Medítalo.

Se metió las manos en los bolsillos y se marchó. En ese momento, Lucifer salió por la puerta blindada acompañando al campeón inglés de rizos. Mientras el chico me saludó con amabilidad, el rey me ignoró.

En el televisor continué contemplando la escena: Amanda le otorgó la copa valorada en toneladas de oro a Roman. Él hizo reverencias y dio agradecimientos antes de colocarse ante un atril. Sonreía con aquellos labios ocultos bajo la barba.

Decidí subirle el volumen para oír lo que tenía que decir. No había nadie más en la antesala, solo yo y mis pensamientos catastróficos sobre el futuro que me deparaba.

—Ha sido un honor haber participado en esta competición. He tenido rivales admirables que sé que lo han hecho mucho mejor que yo. Diría que soy un hombre afortunado. No estaría aquí de no ser por sus errores. —Sostenía la copa sin apartar esa fachada divertida. Sus ojos brillaban ante la anticipación del dinero y la fama—. Quería empezar felicitando a los organizadores de las Iralimpiadas por el espectáculo del último día. Fue un evento tan realista que pensé que una de esas estatuas se me caería encima.

»Tengo que dar las gracias por el apoyo que he recibido por parte de mis fans. La intervención de mi compañera Elena... En fin, qué puedo decir. No tengo palabras para describir lo mucho que rechazo esa clase de insinuaciones sobre nuestro monarca y señor, el rey Lucifer. Creía que era una mujer fiel a los valores que desde la Camarilla pretendemos transmitir, pero ya he visto que hay quienes tienen sus propias agendas. —Se rascó la nariz, orgulloso. Amanda permanecía quieta a su lado, con las manos a las espaldas.

»Se avecinan tiempos oscuros para este, nuestro mundo. Presiento cambios importantes en el orden mundial. Sé que muchos conocéis mi pecado dadas las horrendas acciones de mi antecesor, Pol Gamón. Quisiera informaros de esto: yo no soy él. Y la manera de demostrároslo ha sido ganar esta copa. —La intensidad de sus palabras se incrementó.

Por unos momentos, noté inseguridad en Amanda. Se machacaba las manos con las uñas. El avaro continuó con su proclamación de victoria:

—He venido para anunciar que este no es el fin, sino el inicio de mi carrera profesional. Pienso presentarme como nuevo presidente de la Unión de Países Internacionales, para cambiar las injusticias y los desentendimientos por los verdaderos intereses de vosotros —señaló a la cámara y sus ojos penetraron a través de mí— los que me estáis viendo desde vuestros hogares y ansiáis escapar de la rutina. Os espero al otro lado de las cámaras. Muchas gracias y que Dios esté con vuestras almas.

Amanda hizo un gesto con la mano y la retransmisión se cortó. Escuché una discusión al otro lado de la cámara blindada. El avaro salió tranquilo por la puerta, haciendo oídos sordos de la mujer que lo seguía presa del pánico. Lo insultaba por su decisión. Formar parte de aquella unión de gobiernos implicaba rechazar su puesto en la Camarilla. Iría en nuestra contra.

—Cuando Lucifer se entere... —lo amenazó Amanda, pero el hombre daba rápidas zancadas como si el tema no fuese con él.

—No me pillará a tiempo, pelirroja. —Hizo un gesto con la mano a modo de despedida.

La frené antes de que pudiera seguirlo y desatar la ira en él. Tuvimos que forcejear para que no lo siguiera. Sentí el frío en el cuello cuando su violencia cruzó la línea y me arañó.

Me llevé los dedos al cuello y noté una marca suave de sangre. Traté de alejarme, asustado. Si actuaba así con quienes no le importaban, ¿qué haría cuando le contase lo de la muchacha nórdica?

—Cariño, perdóname. No quería... —Se quedó inmóvil. Tenía los ojos bien abiertos. Palideció—. Joder, lo siento.

—No pasa nada. —Retrocedí unos pasos de espaldas hasta chocar con la pared—. Voy a ir a... limpiarme.

Me encaminé por un pasillo que no sabía adónde llevaba. Empecé a reflexionar sobre lo que había hablado con Hugo. Tantas dudas lapidaron mi cabeza hasta que me ardía. Sentía los ojos entristecidos de Amanda verme alejarme. Deseaba que el rasguño del cuello fuese el último de sus arrebatos. Odiaba aquella sensación tan desagradable.

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