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Capítulo 6 "Inocencia"

He hecho hasta lo imposible por mantenerme oculta, inocente ante la situación, nadie creería que detrás de esta cara linda e inocente, se esconde un verdadero monstruo, causante de las atrocidades que últimamente estaban pasando. La vida en la calle no era fácil y menos con la profesión que había escogido para mí día a día, cada minuto, cada segundo, aparecían hombres desagradables, con sus instintos al borde de la locura, detrás de las mujeres del barrio peligro, donde últimamente habían estado pasando cosas malas. Los hombres que frecuentaban a las prostitutas, se habían vuelto salvajes, pues había salido a la luz, la muerte de aquel hombre, con el cual había manchado mis manos.

Aquellos tipos creían que todas éramos culpables y merecíamos un trato igual o peor, de cierto modo no sentía culpa, ni cargo en la conciencia, aquel tipo se lo merecía y eso nadie lo iba a poner en duda. Los días pasaban, el tiempo empezaba a deslizarse por mis manos, acabando poco a poco con mi vida y lo peor de todo, era que no había nada para evitarlo, después de todo, el tiempo pasa y no se detiene. Últimamente había visto aquel auto lujoso, el cual me había llevado a la casa hermosa, en la que se encontraba aquel chico de la máscara. Pasaba recogiendo prostitutas, todas se emocionaba, pero volvían de la misma manera que yo, solas en el suelo, inconscientes, sin saber que hacer. 

—¿Contrato? —preguntó mi compañera, yo asentí—. Nunca me mostraron un contrato.

—Tal vez no lo recuerdas. —opiné.

—Recuerdo todo Mandalay, no había ningún contrato. —insistió la chica.

—No es posible. —susurré.

—Solo nos muestran la casa y nos ofrecen una gran cantidad de dinero —contó—, pero al ver nuestra ambición por poseer todo, nos devuelven al callejón vacío.

Decidí no seguir insistiendo, ni preguntando, la versión de todas, era igual. Nunca hablaban de un contrato, ni mucho menos de uno con esas características, solo les ofrecían dinero y muchas cosas lujosas, pero nunca les daban nada, solo eran ilusiones vacías, jugando con mujeres que se dedicaban a la mala vida. Sin importar eso, en mi mente seguía rondando la misma pregunta¿Por qué yo sí conocía el contrato? ¿Por qué ellas no? No había ninguna diferencia entre ellas y yo, todas éramos iguales, dedicadas a lo mismo, ofreciendo nuestro cuerpo como forma de trabajo para sobrevivir. 

Era una noche más, en el frío y peligroso barrio, estaba lloviendo a cántaros y todas nos estábamos congelando, el paraguas no servía de mucho, eran pequeños y rotos, solo nos servía para proteger un poco nuestra ropa y maquillaje, los hombres no paraban de llegar, no les importaba el clima o la situación en la que nos encontrabamos, nos ofrecían placer en lugar de café caliente, nos ofrecían dinero en lugar de una manta caliente, era nefasto.

—¿Cuanto pides? —preguntó un hombre gordo, de unos sesenta años o más.

—No pedimos, son libres de darnos lo que les plazca. —respondí de mala gana.

—Sube, no creo que valgas mucho. —comentó.

Me subí al auto de mala gana, por primera vez en meses, me subía a un auto sin necesidad de ser secuestrada u obligada, pero vuelvo y repito, la necesidad tiene cara de perro. El hombre me llevó a un motel barato, diferente al de siempre, pero no dejaba de ser de lo peor, las paredes eran delgadas, podía escuchar llantos, gemidos, golpes y palabras sucias, era asqueroso, pero esta era mi vida, no tenía solución. El hombre se quitó la ropa, luego empezó a quitar la mía, mientras besaba mi cuello y mis pechos, yo solo permanecía inmóvil en mi lugar, cerrando los ojos, tratando de imaginar otra situación, pero nada me hacía olvidar el infierno por el que estaba pasando.

El hombre me recostó sobre una mesa cerca de la cama, abrió mis piernas poniéndolas a cada lado de la mesa, dejando mi entrada completamente abierta para él, luego tomó su miembro y se introdujo en mí, para luego empezar a moverse de adentro hacia afuera. Nuevamente será lo único que diré, no hay razón para los detalles, es demasiado traumante para contar, lo dejaré a la imaginación de cada quien. Después de unos minutos en esa situación, el hombre paró y me miró fijamente.

—No te daré nada. —susurró.

—¿Qué quiere decir? —dudé.

—No vales nada, después de que terminé, te irás sin un peso. —anunció para luego seguir moviéndose.

Rápidamente empecé a moverme, pataleaba y forcejeaba, tratando de liberarme de aquel hombre, no podía darme el lujo de darle mi cuerpo gratis, esto no estaba bien, pero por más que me moviera, el hombre seguía controlando todo y no dejaba de moverse en mi interior, dándome asco y desesperación. Aquel tipo, al ver la situación, apretó mi cuello con sus manos, impidiéndome respirar, mientras decía algunas palabras que no entendía muy bien, pues sentía que el oxígeno no estaba llegando a mis pulmones.

Miré para todas partes, hasta que encontré un jarrón viejo, rápidamente lo agarré y golpeé la cabeza del hombre, éste cayó al suelo de inmediato y sin poder detenerme, empecé a golpear su cabeza hasta hacerla pedazos, haciendo una escena de un perfecto psicópata. Después de calmarme, observé a mi alrededor, tomé un pedazo del jarrón y abrí el colchón de la cama, después tomé el cuerpo del hombre y aunque me costó mucho, pude lograr meterlo ahí, luego sin pensarlo salí corriendo del lugar.

Nuevamente tenía mi rostro ensangrentado, mis manos manchadas por un nuevo asesinato y mi cabeza hecha una mierda por todo lo sucedido. Una noche más, una vida menos, todo se basaba en eso, era matar o morir y yo no estaba dispuesta a morir, pero se estaba segura de que podía matar, ahora las calles no se veían tan peligrosas, a menos de que hubiera una chica inocente rondando por la ciudad, buscando lo que no se le ha perdido.

Muchas gracias por leer mis amores.

Recuerden que esta es una historia un poco fuera de lo común, así que no se espantes.

Los quiero, nos vemos.

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