Prólogo: Un despido y una bienvenida
Prólogo:
Un hombre de corpulencia fuerte miraba a todos lados esperando una respuesta de las nanas que se encontraban dentro de la tienda. Su esposa estaba a punto de tener a su primera cría, era un suceso importante para la manada. Era el primer hijo del alfa Michael y su pareja Rosana. Lamentablemente el parto parecía tardar más de lo normal. Se puso en pie y se dirigió a la puerta de la tienda de campaña cuando se chocó con una de las mujeres que atendían a su mujer. La muchacha se la veía cansada como todas en la habitación.
— ¿Cómo está Rosana? ¿Y nuestra cría? —le preguntó, sentía cansado de esperar y los gritos de su mujer solo habían parado hace pocos minutos, se preocupaba porque el vínculo que tenía que sentir con ella estaba débil.
— Entre, alfa, por favor —la muchacha a la que preguntó tenía lagrimas ojos. No sabía lo que pasaría, era la primera vez que vería a una mujer poco después de su parto. La hermosa Rosana se encontraba acostaba entre grandes mantas acolchando el suelo, otra mujer más mayor que las otras le secaba su cuerpo. Michael no era un genio pero sabía que su mujer debería de parar de sangrar. La fina tela que cubría su cuerpo estaba rojiza sobretodo encima de sus partes íntimas.
— Alfa, haz las paces con Rosana —no entendía o no quería entenderlo sobre lo que estaba ocurriendo, hace menos de 2 años que era alfa.
— Mi hombre —la suave voz de Rosana estaba raposa y débil, Michael se acercó a su cara para oírla bien— Me has amado tanto como yo te he amado, te he de dar las gracias por eso. Pero —se relamió sus labios secos— quiero que ames a nuestro pequeño niño. Sí es un niño —la mujer sonreía a su compañero al igual que lo hacía el con lágrimas en los ojos— oh, por favor no llores mi partida. Cuando pasen los años no pienses en mi ida si no en la bienvenida al mundo de nuestro hijo, gran alfa —la mujer tenía lágrimas recorriéndole los ojos.
— Oh, Rosona. No quiero tu partida, hemos pasado muy poco tiempo juntos quiero estar contigo hasta la eternidad. Nadie más que contigo me sentí tan bien. Juramos a la luna nuestra unión dime que no la romperás, mi reina.
—Ojala pueda darte ese placer porque yo también lo deseo —la mujer carga su cara hacía la mano del hombre haciendo que le acaricie— por favor antes de partir quiero ver la deslumbrante sonrisa que me enamoró.
Michael no podía negarle esa petición, no cuando veía como la luz de sus ojos se apagaba. Al igual que la primera vez que la conocía sonrió mostrando sus dientes.
— Muchas gracias... —susurró Rosana cerrando sus ojos. Michael sintió como la mitad de su alma se moría y se iba de su lado para siempre. Con su garganta de hombre aulló por la muerte de su pareja.
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