
Desgracia
Capitulo 6
El tritón se arrastraba por la cubierta del barco, desesperado por encontrar su libertad. Sus piernas, recién formadas, no tenían la fuerza ni la destreza de su poderosa cola. Cada movimiento era un esfuerzo titánico, pero la necesidad de escapar lo impulsaba a seguir adelante. Sin embargo, su intento fue interrumpido por la voz ronca y furiosa de Yoongi, quien apareció en la cubierta con los ojos llenos de ira.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó el pirata, con un tono que heló la sangre del tritón.
—Por favor, déjame ir —suplicó Jimin, arrastrándose hacia él con lágrimas en los ojos—. Solo quiero volver a mi hogar en el mar.
—Pero eres un prisionero —respondió Yoongi, con una sonrisa malvada que no auguraba nada bueno—. No puedo dejarte ir tan fácilmente.
—Por favor —imploró Jimin, humillándose frente a él—. Aquí, frente a ti, te pido que me dejes en libertad.
El dolor del tritón era tan intenso que el mar parecía compartir su sufrimiento. Las olas se agitaron con furia, y la brisa salada mojó levemente su cuerpo. De repente, su cola reapareció, y Jimin, sintiendo un rayo de esperanza, se preparó para lanzarse por el estribor. Pero Yoongi, rápido como un rayo, tomó la escama del colgante que llevaba en su cuello y ordenó:
—Quédate.
Jimin se detuvo en seco, frustrado y furioso por no tener control sobre su propio cuerpo. —¿Por qué? —gritó, con lágrimas de rabia y desesperación—. ¿Por qué no me dejas ir?
—Porque te necesito —respondió Yoongi, con una seriedad que sorprendió al tritón—. No puedo dejarte ir. No ahora.
Jimin se sintió confundido. —¿Qué quieres decir? —preguntó, con voz temblorosa.
Yoongi suspiró, como si luchara consigo mismo. —Significa que me importas. Que no quiero perderte.
Por un momento, Jimin se sintió abrumado por esas palabras. —Yo también te quiero desde el momento que te salvé sentí que de alguna forma mi destino estaba mezclado al tuyo —dijo, con sinceridad—. Pero no puedo quedarme aquí. Tengo que volver a mi hogar en el mar.
Pero la respuesta de Yoongi fue una risa fría y burlona. —Ja, ja, ja. Deberías ver tu cara —dijo, con esa sonrisa siniestra que helaba el alma—. El miedo que sientes es delicioso.
Jimin sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. —¿Qué piensas hacer conmigo? —preguntó, con voz temblorosa.
—Te pienso hacer muchas cosas —respondió Yoongi, acercándose peligrosamente—. Para empezar, regresarás a la bodega del barco. Eres mi prisionero, y lo serás por el resto de tu vida. Tienes una deuda imposible de saldar.
Jimin lloraba desconsolado en aquella bodega, mientras su cola seca dejaba aparecer sus piernas una vez más. Las lágrimas caían por sus mejillas, mezclándose con las gotas de agua salada que salpicaban su rostro. Se sentía solo y abandonado, atrapado en un mundo que no era el suyo. A medida que lloraba, el mar se agitaba a su alrededor, como si compartiera su dolor.
—Deja de hacer eso —dijo Yoongi, enojado al sentir el barco tambalearse—. ¿Quieres razones para llorar? Yo te daré verdaderas razones.
Jimin sollozó, incapaz de hablar, mientras veía a Yoongi acercarse. El terror lo invadió, y se hizo bolita, temblando frenéticamente. —No, por favor —suplicó, pero sus palabras cayeron en oídos sordos.
Yoongi lo tomó con fuerza y lo volteó, dejándolo boca abajo sobre su pecho. —Ahora sí vas a llorar con gusto —dijo, con una voz que heló la sangre del tritón.
Jimin sintió cómo su cabeza era presionada contra la madera fría del suelo, mientras Yoongi se subía sobre él, impidiéndole cualquier movimiento. —¿Qué estás haciendo, Yoongi? —gritó Jimin, en medio de lágrimas de dolor.
—¡Te dije que guardes silencio! —rugió Yoongi, ignorando sus súplicas. Con movimientos bruscos, bajó su pantalón y con su miembro duro como el hierro, golpeo el gran trasero del tritón pegado a su regazo haciendo palpitar su longitud. Inmediatamente, empezo abrirse camino entre las deliciosas mejillas de el inmenso trasero, buscando el orificio del placer.
Apretaba su miembro una vez más contra el exquisito cuerpo contrario sintiendo la lujuria apoderarse de él
Sin preparación comenzó a penetrar el pequeño orificio que estaba tan estrecho que tenía problemas para dejar entrar el gran miembro de Yoongi, sobre todo por como el semidiós se movía de lado a lado, negándose a la intromisión.
En un agarre firme por la cintura de parte de Yoongi y guiando correctamente su longitud empujo con fuerza hacia adelante. Sintiendo que los pliegues cedían ante la rigidez de su miembro, la mitad ya había entrado en esa abertura tan estrecha y poca sangre salía del orificio.
Desesperado por sentir placer Yoongi llevó una mano a su falo y empieza a empujar para facilitar la penetracion , qué delicioso fue sentir una contracción convulsiva de su interior, acababa de sentir una satisfacción de lo más exquisita debido a la estrecha entrada y a los pliegues que ejercían esa presión sobre la parte más sensible de su falo.
—¡Dioses santos, Yoongi, me haces daño! —gritó Jimin, con lágrimas que caían sin control—. Eres cruel conmigo, ¡detente!
Pero Yoongi no escuchó. Estaba demasiado perdido en su propia lujuria, disfrutando de la estrechez y la resistencia del cuerpo del tritón. —Cállate —ordenó, mientras continuaba con sus movimientos, cada uno más violento que el anterior.
Jimin lloraba desconsolado, sintiendo cómo su pureza era arrancada de la peor manera posible. —Eres un verdadero monstruo —dijo, entre sollozos—. Ansío el día en que vayas al infierno al lado de Hades.
—Seguramente tú vendrás conmigo —respondió Yoongi, con una risa fría—. Después de esto, has dejado de ser puro y casto.
—Eso no me quita el ser un semidiós —replicó Jimin, con voz temblorosa.
—Estoy seguro de que, de los semidioses, tú eres el más patético y el menos importante —dijo Yoongi, con desdén—. Mira cómo el Olimpo te ha abandonado.
Esas palabras hirieron más que cualquier golpe. Jimin lloró, sintiendo que Yoongi tenía razón. Ni su padre, Poseidón, había venido a buscarlo. —Es mi culpa —murmuró, entre lágrimas—. Por haber ayudado a los humanos.
Cuando Yoongi terminó, se levantó y se vistió, dejando a Jimin tirado en el suelo, dolorido y humillado. —Me iré y vendré mañana —dijo, con frialdad—. Que no se te ocurra hacer ninguna tontería. Recuerda que tengo la escama.
Jimin no quiso mirarlo. Se hizo bolita en el piso, tratando de cubrir su desnudez y su dolor. —Padre, perdóname —susurró, con lágrimas que caían sin control—. Si este es tu castigo, te juro que nunca más volveré a desobedecerte. Pero, por favor, ayúdame. Sácame de aquí.
El mar, fuera del barco, rugía con furia, como si escuchara las súplicas del tritón. Pero, por ahora, Jimin estaba solo, atrapado en un infierno del que no parecía haber escapatoria.
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