Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

75. Los rostros bajo el gorro

—No sé qué te hicieron esos encapuchados que hasta los defiendes, es como si te fueran hechizado... No, no me digas, ¿son brujos? Y yo que solo me he estado burlando de ellos, ahora me lanzaran un maleficio. Me convertirán en un animal. —Warren comenzó a hablar sin detenerse, diciendo en qué lo convertirían los brujos.

—Warren. No te preocupes por eso —comentó Hercus.

Warren soltó un suspiro con la mano pegada en su pecho.

—Lo hubieras dicho antes, ya me estaba muriendo del miedo. Cambiando de tema, ¿dónde vas a dormir?

El alojamiento que le dio la reina Melania fue para su recuperación y ya casi estaba sanado del todo. Estaba muy agradecido con ella, pero ahora debe valerse por sus propios recursos.

—No tengo donde quedarme —respondió Hercus con tranquilidad.

—Entonces, está decidido. Vayamos todos a la misma estancia. Hay que fortalecer nuestros vínculos, comentó Warren de manera animada.

Los cuatro llegaron hasta una posada de dos pisos, bastante agradable y con buen diseño. Warren fue el primero en irse a su cuarto, luego Godos y después Fedel se dirigieron al suyo. Así que solo faltaba Hercus.

—Quisiera dos habitaciones: una que tenga una solo cama y otra que tenga dos.

—Las habitaciones con una sola cama cuestan tres monedas de bronce y con dos camas serían... —Hercus sacó una moneda de plata y la mostró entre sus dedos.

—¿Esto es suficiente?

—Por supuesto que es suficiente. Tome las llaves de sus dos habitaciones.

—Dos amigos míos se retrasaron. Esta llave es para ellos, entréguesela cuando lleguen. Los reconocerá de inmediato, son quienes llevan unas capuchas.

—Por supuesto, serán bienvenidos y se las entregaré. Pero creo que no habrá necesidad de hacerlo. Son ellos, ¿no? —El posadero dirigió su mirada hacia la entrada—. Puede entregársela usted mis...

—Sí, ellos son y, haga lo que le he dicho

Hercus empezó a caminar por el corredor de la posada. Sintió cómo los pasos combinados lo comenzaban a seguir.

—Espera... —Hercus escuchó por primera vez la voz de una de ellas—. ¿Puedes venir un momento?

Los tres se dirigieron al cuarto y entraron. Ellas procedieron a bajarse las capuchas y tal como había previsto, la segunda también era mujer. Su cabello parecía ser rojizo y sus ojos eran de azul claro.

—Antes que nada, debemos agradecerte por lo que hizo por nosotras en la taberna. Gracias a ti nos ahorramos algunos problemas —dijo la mujer de cabello rojo.

—Y también por no contarle a nadie que somos mujeres —dijo la otra muchacha de cabello albino.

—No tienen de qué agradecerme. Pueden estar tranquilas.

—Por cierto. Mucho gusto, mi nombre es Darlene

—Lizeth, ese es mi nombre —dijo la albina con afecto en su mirada.

—El mío es H...

—Hercus de Glories. El gran campeón. ¿No nos recuerdas? —dijo Lis, interrumpiéndolo. Hercus frunció el ceño—. En los juegos de la gloria, en la primera carrera y en asalto a la torre.

—¿Ustedes eran esas dos personas? —pregunto Hercus un poco animado, por haberse encontrado con otros participantes del torneo.

—Sí. Nosotras fuimos —dijo Lis con una sonrisa en su rostro—. Es un gusto volver a verte.

—Es un placer conocerlas —comentó Hercus con amabilidad con ellas.

—Pagaste una habitación doble y una individual. Entonces alguien debe agradecerle como es debido a nuestro amigo, Hercus. —Darlene se acercó hasta la puerta. Mostró la llave y guiñó uno de sus ojos—. Encárgate de premiar al campeón.

Darlene cerró la puerta y solo se escuchó una risa acompañada del golpe de sus pasos en los pasillos de la posada.

—Te pido disculpas por eso, le gusta hacer travesuras y siempre ha sido de espíritu libre.

—Alguna vez fui así. Me gustaba hacer bromas y reía con mucha alegría.

—¿La razón de la que estás aquí fue la misma que borró tu sonrisa? —preguntó Lis de forma curiosa. Pero al mismo tiempo sonaba respetuosa. Él solo asintió con la cabeza—. Discúlpame, apenas nos conocimos y ya te estoy preguntando eso.

—Por ahora evito hablar del asunto. Pero sí, es la misma razón. —Hercus caminó y se dejó caer en una de las camas—. Buenas noches, Lis.

—¡Espera! Antes de que se durmiera quiso hacerme una petición —exclamó Lis y Hercus abrió los ojos para mirarla—. Déjanos unirnos a tu grupo. Donde está el rubio, el fornido y el delgado. He visto que son los mejores y los únicos que valen la pena en la marcha sangrienta y quizás lo que sí puedan cumplir la misión de asesinar a la reina Hileane.

—Por mí no hay problema, pero entonces tendrían que mostrarse ante ellos. Son buenas personas, creo que les encantaría tener a dos guerreros que saben luchar de esa forma y... —Hercus no terminó la oración y se quedó en silencio.

—¿Y...?

—A dos mujeres que sean tan hermosas... Descansa, Lise. Hoy fue un día muy agotador y mañana seguro también lo será.

—Gracias y buenas noches, Hercus.

Hercus solo se escuchó el sonido de la cama mientras ella se acostaba. Ahora su grupo se expandiría por las dos nuevas integrantes que tenían un alto nivel en técnica y habilidad para la batalla. Sin duda, Lis y Darlene eran las dos últimas personas que se necesitaban para lograr acabar con la reina Hileane. La venganza y el castigo hacia ella se acercaban cada vez más, mientras iba encontrando guerreros capaces de lograr matarla y contaba con el respaldo de su majestad Melania.

—Hileane —susurró él, mientras apretaba su puño. Ella pagaría por lo que había hecho.

La luz del amanecer bañaba el rostro de Hercus. Los rayos que se filtraban por una de las ventanas iluminaban toda la habitación. Al voltearse en la cama, pudo observar un rostro que parecía brillar más que el mismo sol. Aún no entendía cómo es que dos mujeres tan hermosas terminaron en ese lugar, y más aún Lis, que parecía tener el semblante de una princesa. Quedó fascinado con su belleza y no se percató del momento en que ella abrió sus parpados. Allí estaba, con sus hechizantes y preciosos ojos azules, atravesando los suyos como si pudiera ver su dolor y su sufrimiento.

—Hercus... —dijo ella con su dulce voz mientras se levantaba de la cama y Lis hacía lo mismo, quedando frente a frente.

Era la primera vez que no la veía con su manta, y pudo detallar su armadura: una coraza con tiras de color marrón sin hombreras, sujeta por un largo cordón desde el pecho hasta la cintura, donde luego caían las tiras hasta sus muslos. Un pantalón que se ajustaba a ella, acompañado de grebas y rodilleras. Por último, llevaba dos brazaletes en ambos brazos.

—Lis.

—Sabes, ayer estuve pensando en lo que hiciste por nosotras. De cierta forma, quiero agradecerte. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? —preguntó la muchacha, mientras acomodaba un mechón de su cabello detrás de su oreja.

—Hay algo en lo que puedes ayudarme —respondió Hercus, entregándole una de las pomadas que le dio el médico. Se quitó la armadura y la camisa—. ¿Puedes ayudarme a colocármela?

Los preciosos ojos de Lis recorrieron el cuerpo marcado y esbelto de Hercus con detenimiento.

—Lis... —dijo él, y ella reaccionó de inmediato.

Lis abrió el pequeño frasco y tomó una pequeña cantidad del ungüento entre sus dedos. Con sus suaves manos, comenzó a untar la pomada en la parte de los golpes, los cuales ya estaban por borrarse del todo.

—Ya casi están recuperados, pero al menos estos golpes físicos pueden ser borrados, no como el sufrimiento y el dolor que llevas dentro de ti.

—¿Cómo sabes que estoy sufriendo?

—Pude verlo ayer, cuando te miré a los ojos. Estaban llenos de dolor y angustia —respondió mientras continuaba untando la pomada—. Algo terrible te pasó, y creo que la reina de Glories tiene algo que ver.

—¿Por qué evitas decir su nombre? —preguntó él.

—Vi cómo te colocaste cuando el rubio lo hizo. Así que por eso no lo hago.

Lis se alejó, se colocó de pie y le entregó de nuevo el frasco.

—Ya he terminado. Estoy segura de que mañana ya se habrá curado. —En el rostro de Lis se formó una ligera sonrisa en sus rosados y gruesos labios—. Comenzaré a...

Hercus notó como ella, al ir retrocediendo, Lis se había tropezado con algo y comenzaba a caer hacia el suelo. Se abalanzó sobre ella, rodeando con su brazo derecho su cintura y con el otro cubriendo la parte trasera de su cabeza. De esta manera, fue él quien recibió el golpe, con ella quedando encima, recostada sobre torso.

Lis levantó su cabeza y las manos de Hercus pasaron a sostener su cintura mientras ella se apoyaba sobre él. La suavidad del palmar se sintió cálida y fresca. Quedaron mirándose fijeza. La belleza de esa mujer era tanta, como para no tener envidia de las brujas. Removió un mechón de su pelo que se había interpuesto en uno de sus ojos. ¿Si no era una hechicera, ¿cómo es que tenía ese color, blanco como la nieve?

—Lis... —La voz de Darlene se escuchó mientras abría la puerta de la habitación y ambos la miraron—. Disculpen, pensé que ya habían acabado. No se preocupen, sigan en lo suyo.

Darlene cerró la puerta y se marchó de inmediato. En la posición en la que estaban y él sin su camisa, se prestaba fácilmente para esas confusiones.

—Darlene, espera... —Lis se levantó a toda prisa y se colocó su capucha—. Perdón, Hercus.

Lis también salió del cuarto, dejando solo a Hercus, aún tendido en el suelo. Le tomó algunos momentos terminar de alistarse y también abandonó la habitación. Lo primero que vio fue a Warren recostado sobre la pared con sus manos cruzadas.

—¿Estás bien? —le preguntó sosteniéndole la vista—. Me pareció notar a los dos encapuchados pasar por aquí.

—Estoy bien, nada ha ocurrido. Así que vayamos al campo de entrenamiento.

Ambos empezaron su recorrido y llegaron hasta donde se encontraba el mesonero. Allí estaban Godos y Arcier, esperando por ellos y, a un costado, Lis y Darlene con sus gorros sobre sus cabezas. Abandonaron la posada y ellas salieron después de esperar algunos breves momentos.

—Deberíamos enfrentarlos —recomendó Warren un poco nervioso—. Vamos, Hercus. Es obvio que nos están siguiendo.

—O quizá solo van hasta donde nosotros también vamos —respondió Arcier con ironía y en forma burlona.

—No debes preocuparte por ellos. Además, ahora están conmigo —dijo Hercus para que al menos se relajaran un poco; estaban bastante prevenidos con ambas, que estaba seguro de que no dudarían en atacarlas en cualquier instante.

—¿Quieres decir que los reclutaste y están de nuestro lado? —preguntó Warren mientras giraba su vista para mirarlas—. No lo sé. No me dan buen augurio y parecen bastante sombríos, además no conocemos sus rostros. Si quieren ser parte de nuestro grupo, al menos deberíamos conocerlos. Debemos tener confianza, y si no la muestran, entonces tampoco podremos confiar en ellos, puesto que no la muestran con nosotros.

Las palabras de Warren tenían mucha razón; para poder trabajar en grupo se necesitaba confianza y si no se mostraban entonces cualquier cosa que hicieran no funcionaría.

—Eso se puede arreglar, pero será cuando ellos decidan y tampoco puedo obligarlos. Y no fuerzo a nadie a hacer cosas que no quieran.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro