7. Cuando el invierno incia - El ayer
Respiró profundo buscando darse valor unos segundos previos de empinar el licor del caballito y tragarlo con cierta dificultad. Ardió. Lo preveía y aun así lo hizo.
Antes de tomar uno más giró en la silla de la barra y observó que el bar se encontraba más lleno de niños que de adultos. Los hombres habían partido a la guerra.
El barman le tendido un caballito más y él lo bebió casi de inmediato. Y pidió uno más.
Los niños, los que eran casi hombres aprovechaban la situación en la que el mundo estaba sumido para adentrarse en el alcohol mucho antes de lo que debían. No los culpaba, él hacía lo mismo.
En el recurrido visual reparó en el grupo de adolescentes que solía molestar a Steve, también bebían y se jactaban de ello como si fuera una proeza digna de aplausos.
Bebió el caballito de nuevo y se levantó de su lugar. El alcohol le había infundido valor para pelear con ellos, no por él, sino por Steve, el idiota rubio que no sabía quedarse abajo. Sin embargo, tres niños más se le adelantaron, parecía que Steve no era al único que incordiaban pero sí el único que no los buscaba para desquitarse una vez tuviera el calor del licor en el pecho. Volvió a sentarse y pidió un trago más, disfrutaría de la escena que sabía bien terminaría mal para los chicos que eran molestados. Bastaba verlos y darse cuenta que los bravucones eran bravucones por la ventaja que el físico les daba, pero sin duda recibirían un par de golpes. Un instante después la riña comenzó.
Un chico flacucho, no al grado del asmático Steve pero sí que le faltaban varios kilos, estampó el puño en el rostro del que creía era el líder de los matones, agitó la mano en el aire intentando aminorar el dolor en los dedos.
James ahogó una risilla.
Entonces todo se volvió un caos de puñetazos y patadas perdidas. El estruendo de las botellas de cerveza al estrellarse en el suelo no faltó, así como los insultos sin sentido. Tuvieron que intervenir personas ajenas al conflicto para detener la destrucción que ya había sido causada, un par de sillas estaban rotas. Luego fueron botados fuera del bar y James pagó su consumo antes de salir.
No veía bien y el suelo se movía, pasó junto al grupo de repudiados que aún se retorcían en el suelo.
El cielo ya era oscuro con el mar de estrellas asomándose. Caminó sin prestar realmente atención a las calles, sus pies tenían memoria y sabía que de una u otra manera llegaría a su hogar.
Cuando cruzó el umbral de la puerta, su madre saltó del sofá y lo abrazó solo para reprenderlo por llegar a tales horas, hasta que su atención se centró en algo más.
-¿Estás ebrio, James Buchanan Barnes?
«Oh, no. El nombre completo.»
-No -mintió sabiendo que al hacerlo días de detectaría la pestilencia en él.
-Ve a tu habitación.
-Sí, madre.
Iba a mitad de las escaleras cuando su madre volvió a hablarle.
-¿Arrastraste en eso al pequeño de Steve?
Sonrió, incluso su madre lo llamaba pequeño. Un instante después cayó en cuenta de qué su madre estaba más preocupada de qué Steve estuviese involucrado también que de que él estuviera embriagado.
-No. Él está bien -repuso y luego continuó subiendo.
Una vez en la habitación, se descalzó y dejó caer en la cama, con torpeza se metió bajo las cobijas y pronto terminó hundido en la inconsciencia.
Al día siguiente, su madre se encargó de despertarlo sin gentileza añadiéndole a la resaca un malestar más. Se quejó y en vano fue, porque le quitó las cobijas y encima lo roció con agua. Despertó por entero y lo que fue peor se levantó a regañadientes.
-Si quieres beber como hombre, entonces actúa como hombre -dijo su madre antes de salir de la habitación.
Estuvo sentado en la orilla de la cama por unos instantes, luego se incorporó y marchó a la ducha. El agua debía espabilarlo mejor.
Tenía razón. Su madre sin querer había arrojado el aliciente que necesitaba para darle cuerpo a la idea que ya le rondaba en la cabeza por culpa de Steve. De solo imaginarlo le recorrió un escalofrío, pero estaba bien.
-James, baja a desayunar -gritó su madre desde la cocina.
Aún estaba sujetándose las agujetas de las botas así que no acató la orden de inmediato. Tampoco respondió.
-James, no voy a decirlo una segunda vez -amenazó la mujer que le había dado la vida y entonces corrió a las escaleras de forma precipitada.
-Estoy aquí.
Su hermana pequeña ya estaba sentada a la mesa cuando él tomó un lugar. El sitio en que su padre solía comer, pero ya no estaba allí, había marchado a los campos de batalla para defender la libertad de todo ser. Y él, como único varón en la familia, había tenido que asumir el puesto, aunque distara mucho de representar lo que su padre era.
Su madre colocó un plato con huevos revueltos frente a él, y él enterró el tenedor al instante.
De vez en cuando recibían cartas de su padre, relatándoles lo aburrido que era estar en los campos y que en ocasiones podían incluso sentarse a leer sin interrupciones. Decía también que el enemigo perdía, que era cobarde. Bucky no lo creía, por supuesto, y su madre menos, ella sabía perfectamente que esas letras iban destinadas a sus hijos para que no temieran, pero James ya no era un niño, ya no creía en héroes que defendían al débil y en villanos que perdían ante el bien. Era casi un adulto que apreciaba con horror y cierto dolor la sangre con la que se pintaba la historia, la carne de los que perecieron no solo en esa guerra, sino en las pasadas también. Había crecido y los ojos ciegos que creían palabras, ahora enfocaban la visión a lo que de verdad era.
-Terminé -anunció Rebecca-, ¿puedo ir a jugar ahora, mamá?
-Está bien. -La mirada de su madre brillaba de ternura que desapareció cuando fijó los ojos en él-. James cuidará de ti.
-¿Qué? Pero puedo cuidarme sola, el parque está cerca. Además mis amigas estarán conmigo.
-James cuidará de ti, dije.
Rebecca hizo un puchero, pero esperó a que terminara de desayunar. Tamborileó los dedos de forma incesante en la mesa.
Cuando terminó, se apresuró a cepillarse los dientes, no necesitaba lidiar con una niña impaciente.
-Vámonos, Rikki -llamó ya al pie de la puerta.
Rebecca llegó corriendo y con una sonrisa en los labios. Entonces salieron de la casa. Su hermana echó a correr por delante de él y tuvo que esforzarse en no perderla de vista, saltaba y reía con la inocencia y alegría propia de un infante.
-No te vayas muy lejos -advirtió.
Rikki le respondió con una mueca y no evitó reírse. Ella era libre de temores, aunque debiera estar asustada por la guerra esa burbuja que protegía a los niños los hacía también débiles...
«Pero felices.»
-¡Bucky! -Steve estuvo a su lado en un parpadeo.
Tenía el ojo morado y los nudillos hacían juego al color. De nuevo había sido golpeado.
-¿Volviste a levantarte?
-¿Eh? -Se desconcertó un instante pero al siguiente entendió el derrotero-. Sí, ya sabes. Es bueno para mantenerse en forma.
-¿De verdad? -El sarcasmo le supo amargo, dolía verle así: lastimado.
-Podrán herir mi cuerpo, Bucky, pero no permitiré que me vuelvan un cobarde.
-Está bien. -Le palmeó el hombro, era de cabeza dura como para intentar razonar con él.
Caminaron mientras conversaban sobre lo que había visto la noche anterior en el bar, sobre la madre de Steve y también sobre el alistamiento. Su amigo insistía e iba a todo centro de reclutamiento con el firme deseo de que su nombre figurara entre los próximos soldados. Y en cada intento había fracasado. De pronto, Steve calló con la mirada fija en un local. Siguió la línea de sus ojos y reparó en que se trataba del herrero de corazones de la ciudad. En el mundo entero habían muy pocos y se decía que los dedos de las manos sobraban para contarlos.
-Tal vez deberías ir a que te arreglen el corazón -sugirió sin pretensiones, era más una broma que nada.
-Él parece bueno.
-¿Él?
-El herrero. Sabes... Su trabajo, el don que les tocó los vuelve taciturnos, solitarios y melancólicos. Muchos terminan suicidándose.
-Ajá.
-A veces temo que él se vuelva así.
-¿Te refieres a que se suicide? ¿Alguna vez has conocido a algún otro herrero?
-Sí, no quisiera que muriese. Y no, pero puede ser a que todos hayan muerto por culpa de sus dones.
Desvió el tema cuando notó que se volvía más turbio conforme pasaba el tiempo. Steve lo acompañó hasta el parque en el que Rikki se reuniría con sus amigas. Hablaron de más cosas durante un rato hasta que el rubio se despidió para ir a ayudar a su madre.
No había nada bueno que hacer en aquel lugar lleno de niños y unas cuantas madres. Miró aburrido en derredor y al final se centró en el absurdo juego que tenía su hermana.
El grupo de niñas se dividió en dos, o mejor dicho excluyeron solo a una quien representaría a HYDRA. La niña aceptó de mala gana ante la promesa de que tan pronto atrapara al resto ella sería perseguida y figuraría entre las hadas hermosas, porque el resto de ellas eran seres mágicos perseguidos por la maldad del enemigo. Ellas reían y corrían con las mejillas sonrojadas.
Pero no era gracioso, no era un juego. Nada de ello lo era.
Y él podía hacer algo para detenerlo.
-Rikki -gritó para llamar la atención de su hermana-, ven por favor.
No se acercó de buena gana, había interrumpido la diversión.
-¿Qué?
-Debo irme por unos minutos. -Solo necesitaba eso. Puso las manos sobre los frágiles hombros de Rebecca y clavó la mirada en sus ojos-. No le digas a mamá que he tenido que irme, no será mucho tiempo. Lo prometo. Y no te vayas con nadie.
Ella asintió deprisa, y volvió al juego. Él apuró el paso, no tardaría mucho pero entre menos tiempo se fuera mejor.
Los centros de reclutamiento estaban en la ciudad como margaritas en primavera, abundaban en cada esquina. Lo duda lo asaltó antes de entrar, y un par de empujones lo hicieron avanzar con convicción que lo que hacía era lo correcto.
-Disculpe, vengo a hacerme las pruebas -le dijo a la primera enfermera que encontró.
-Espera en esa fila, recoge el formato, llénalo y desvístete mientras tanto -informó de manera rápida y sin prestarle mucha atención.
Siguió las instrucciones de la mujer, rellenó las hojas que le entregaron y luego siguió al resto de muchachos, que como él, habían ido a alistarse.
Tuvo que esperar sentado unos minutos, eran demasiados voluntarios. Un par de elfos resultaban entre ellos, con las orejas puntiagudas y el cabello largo. Debían de ser exiliados o algo por el estilo, las razas, incluso en la guerra y a pesar de pelear en el mismo bando, entrenaban a los soldados por separado, era extraño que ellos estuvieran allí.
Todos en aquella sala de espera sudaban nerviosos, el olor los delataba, incluso él tenía las manos húmedas seguramente por las mismas razones que ellos. Descansó los codos en las rodillas y agachó la mirada unos instantes, la alzó en el momento preciso para ver a Steve entrar al centro. Sonrió y quiso hablarle, pero se contuvo, no debía estar allí.
Desde antes que se formara Bucky ya sabía el resultado que tendrían las pruebas de su amigo. Era un necio cuando se lo proponía.
Delgado, de baja estatura y para peor asmático, no tenía nada de lo que se pedía para poder entrar al ejército. Tenía el estómago ligeramente abultado, era claro que ayudar a su madre había significado ir a tragar cuanta comida encontró y beber dos litros de agua, sin duda con la intención de aumentar un par de kilos.
-James Buchanan Barnes -llamó un hombre con bata blanca.
Steve encontró su mirada y, él sin ningún gesto, se levantó para seguir al médico.
Le tomaron la presión, lo pesaron y midieron, escucharon el funcionamiento de su corazón y pulmones, todo estaba bien. Mejor que bien de hecho, los genes que le habían tocado habían sido buenos y generosos en la pubertad. Salió del improvisado consultorio y recogió su ropa.
Se vestía parado mientras esperaba los resultados frente a una ventanilla, la mujer que le entregó la carpeta los leyó primero y con una amplia sonrisa lo felicitó.
-Tu país te agradece. -Le entregó además un paquete que contenía el uniforme.
Bucky asió la carpeta y el paquete, pero no los abrió. No hubo necesidad. Estaba hecho, el fin que con tesón Steve perseguía era suyo sin esfuerzo. Tuvo una punzada de remordimiento.
Aguardó a la salida por su amigo, quien salió cabizbajo y con la carpeta bajo el brazo, Bucky se la arrebató y hojeó el contenido.
-Pulmones débiles, peso inferior al mínimo, en conclusión...
-Damela, Bucky. -La tomó de vuelta.
-El sujeto no es apto. ¿Cuántas veces te han rechazado? ¿Es la tercera? ¿Cuarta? -terminó y unos segundos después para aligerar la tensión que se había pegado a ellos agregó-: hay cosas peores, Steve.
-¿Ah, sí? ¿Cómo cuál?
-Ser reclutado.
-No espero que lo entiendas. -Bufó-. Pero no puedo pedirles a otros hombres que luchen si yo no puedo hacerlo.
-De acuerdo. Mira, ¿por qué no salimos esta noche? Hay un par de chicas.
-¿Qué le dijiste de mí?
-Solo lo bueno.
Volvieron a despedirse para encontrarse esa misma noche, dos mujeres lo acompañaban, aunque Steve no recibió ni brindó la atención que esperaba. Lo descubrió escaparse a un centro más de reclutamiento, no dijo nada. No tenía derecho.
Esa noche, después de llevar a las chicas a su casa, Bucky durmió con las últimas palabras de Steve taladrándole la cabeza. Le habían causado escalofríos y el desasosiego le anidó en el pecho. Nunca se había detenido a pensar en los Herreros.
«Dicen que cargan con el dolor del mundo y eso rompe sus corazones.»
Notas:
a) Bien, la primera, el siguiente capítulo estará en dos semanas, o tal vez 3, así sirve que se da el tiempo para que todos vean Infinity War
b) Este fic va a adaptar la película de IW, así que algunos sucesos de esa película ya serán retratados aquí, aunque por ende, tendrán que sufrir ciertas modificaciones para que se adapten a la trama
c) Gracias por leer, los super adoro (?
d) Y por último, ¿alguien sabe de algun grupo de rol de marvel omegaverse? xDD una amiga y yo quisieramos unirnos.
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