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5. Bálsamo para el corazón - El hoy

Peter parloteaba sin parar, hablaba de mil cosas, de física, de la escuela, de la ilusión de ser finalmente un vengador, hablaba incluso de su niñez... no era que se quejara, de hecho le gustaba tener a un adolescente dentro de la torre. La frescura de su edad lo relajaba y brindaba momentos en los que nada importaba salvo el tópico de su voz, porque carecía de máculas que ensombrecieran la luz de sus ojos. Y es que ese júbilo que al principio le pareció demasiado, ahora era necesario en la torre. Todos disfrutaban y agradecían de la presencia del niño araña.

Con la partida de la mitad del equipo, el lugar se sentía vacío y Peter lo llenaba más de lo que el resto juntos. Hubiera deseado no meterlo en aquello, seguía siendo muy joven como para cargar con la responsabilidad de ser un superhéroe, pero al mismo tiempo Peter había demostrado que podía ser tan o más maduro que cualquiera de ellos. La juventud de la que gozaba aún no distinguía de los grises que podían existir en una vida como esa, pero crecería y entonces comprendería que las cosas eran siempre fáciles.

Suspiró aletargado, de cualquier modo él se encargaría de proteger al niño y de no sobre cargarlo.

—Bien, niño araña —dijo—, es tiempo de que regrese a trabajar. —Se levantó del sofá para encaminarse al taller.

—No soy un niño, señor Stark...

Viró el rostro y clavó la mirada en los tiernos ojos de Peter.

—Tony, soy Tony —repitió por enésima vez.

—Tony... Apenas has descansado una hora. La última vez pasaste casi doce horas trabajando sin reposar —argumentó olvidando por completo el sobrenombre.

—Alguien tiene que hacer lo que sea necesario para mantener a la Tierra a salvo.

—No hay peligro inminente, nadie está amenazándola.

—Eso no podemos saberlo —contestó—, los acechadores no se dejan ver, y no por eso no son una amenaza.

—No lo entiendo. ¿Por qué se esfuerza demasiado?

—Porque debemos ser fuertes... —dijo ignorando el hecho de que acababa de ser llamado indirectamente de nuevo «señor Stark».

Peter parecía querer continuar hablando, pero en su lugar frunció los labios y sonrió.

—Le llevaré la comida cuando sea la hora.

Tony asintió y continuó la marcha. Enfrascarse en el taller tenía dos objetivos: olvidar el abismo en el que se había sumido y mejorar a los integrantes del equipo, pues por alguna razón sentía que todavía no estaban listos para lo que sea que pudiera avecinarse. Algo le decía que no eran suficientes, y no sabía qué, solo esperaba que todos estuvieran preparados para cuando llegara, y eso incluía a Steve y sus seguidores, de ningún modo desearía que resultaran mal, aun con lo sucedido. Seguían estando del mismo lado, de algún modo.

Se entretuvo primero con las prótesis de Rhodey, contento de que su amigo pudiera caminar como lo había hecho en el pasado, pero podían mejorarse, todo siempre podía. Mejoró la resistencia y la flexibilidad de los engranes. Entonces volcó su atención en la IA del traje de Peter, sabía que la había nombrado Karen, no era un mal nombre aunque tampoco el mejor. Parker era el más pequeño, el que debía ser cuidado por encima de todo, él y Wanda... Suspiró al recordar a la bruja escarlata.

Una vez Wanda le había mostrado su miedo más profundo, erróneamente creyó que la muerte de sus compañeros era lo único que podía conducirlo al paroxismo del dolor; sin embargo, ahora reconocía que esa visión había jugado con su mente. Y es que el dolor que lo acometía no tenía que ver con la muerte de ninguno que estuvo en la pila de cadáveres, todos seguían vivos y lo agradecía desde lo profundo de su corazón, pero su ausencia, la manera en que se dieron las cosas era otra manera de morir... De quedar solo y no poder hacer nada porque estaban rotos, como un hilo que fue tirado en direcciones contrarias hasta que cedió a la presión, incluso si los volvían a atar quedaría un nudo, una irregularidad, el recuerdo del pasado frenando e influyendo en los acontecimientos del presente. Ojalá pudiera olvidar, ojala existiera algo que suprimiera los recuerdos de ciertos eventos... La secuencia de sus ideas lo condujo a un derrotero poco grato. ¿Era una forma de solucionarlo? Sí. ¿Le tomaría tiempo? También, mucho a lo mejor, pero ¿podría alcanzar la tranquilidad por las noches? Tal vez. Era una mínima posibilidad, y eso era todo lo que necesitaba.

No supo de la hora hasta que el sonido amortiguado de pequeños golpecitos en el cristal lo sacó del trance, Peter agitaba una mano en forma de saludo mientras con la otra sostenía una charola con varios bocadillos, sus labios pintaban una enorme sonrisa.

—¿Viernes, qué hora es?

—Son las cuatro en punto.

—¡Señor... Tony te traje la comida! —gritó desde el otro lado para hacerse oír.

Puso los ojos en blanco como si le molestara ser interrumpido aunque por dentro agradeciera el gesto. Se levantó y caminó hasta la puerta para recibir los alimentos.

—He traído mi porción también —dijo el chico al tiempo en que le entregaba la bandeja—, pensé que podríamos comer juntos.

—Ah, no, eso no. Nadie entra a mi taller. —Negó con la cabeza y bloqueó con su cuerpo la entrada; los ojos de Peter dejaron entrever su desilusión cristalizándose y con las cejas caídas, cedió, un segundo después aceptó, ¿quién podría negarle algo a esos ojos? Después de tanto tiempo seguía sin comprender la entereza que tuvo al despojarlo por un par de días del traje, debió haber tenido ayuda divina—. Está bien, pasa, adelante.

Pete sonrió. Comieron en silencio hasta que terminaron y el chico se despidió llevándose consigo la loza.

Y de nuevo se sumergió en lo que parecía ser un cuento de nunca acabar, sentado en el piso leyendo informes y haciendo predicciones con Viernes.

—Gracias, linda. —Revisó de nuevo un par de papeles más.

—¿Señor Stark?

—Dime.

—El equipo está preocupado por usted.

—No tienen que hacerlo, ignóralos.

—Me han pedido que vigile sus horas de sueño.

—Solo diles que duermo bien.

—No estoy segura que mis protocolos califiquen sus hábitos de sueño como buenos, señor.

No respondió porque ahora era Visión quien chocaba los nudillos con el cristal de las paredes del taller.

—Ahora no, Vis.

—Señor, necesita dormir.

—No tengo sueño. —Despidió al androide con un gesto de la mano sin siquiera voltear a ver la hora—. Viernes, pon música —pidió para evitar nuevas interrupciones, solo probaría la eficacia de un par de proyectiles, nada que requiriese silencio absoluto ni de mucha concentración.

—¿Algo en especial?

—Lo que sea estará bien.

Apenas habían transcurrido unos minutos cuando volvió a ser interrumpido.

—Viernes, recuérdame modificar tus código, no es posible que...

—El comandante Rhodey ha sufrido una caída.

—¿Cómo? —Dejó lo que estaba haciendo y corrió hacia la salida—. ¿Dónde está?

—En la sala.

Le resultó extraño, pero no dijo nada, cualquier cosa era posible. Cuando llegó, Rhodey intentaba levantarse y Tony lo ayudó. Luego su amigo comenzó a reír y se alejó de los brazos que lo sostenían.

—De saber que vendrías corriendo habría fingido la caída antes.

—Eso no se hace, Rhodey.

—Tampoco el preocuparnos, Tony, mírate, tienes cinco kilos menos y unas ojeras que le causarían envidia a un vampiro si te viera.

—Todo el mundo me envidia, Rhod, no es cosa nueva.

—No empieces —advirtió con una voz que dejaba en claro no toleraría un chiste más.

—No exageres. —Se incorporó y talló sus ojos por inercia, por casi nada sintió que los párpados se le cerraban—. Si has acabado con el sermón, iré a trabajar.

Pero su amigo no consintió que avanzara más allá de un paso al sujetarlo de la muñeca.

—Tony, por favor.

—Señor... Tony, tu amigo tiene razón —terció una nueva voz, la voz de Peter.

El chico araña lo veía desde el umbral de la sala, la mirada café reflejaba clara preocupación y tal vez afecto.

—¿Tú también? —¿Acaso todos habían confabulado contra él? ¿Y a quién se le había ocurrido semejante plan? No tuvo que pensarlo demasiado—. ¿Fue tu idea?

—Solo queremos tu bienestar. —Peter tuvo la decencia de lucir culpable y los enormes ojos de cachorro lo miraban con arrepentimiento.

—Está bien, está bien. Iré a la ducha y luego a la cama —informó antes de ir a su habitación.

Tal como había dicho, después de bañarse, se adentró en las sábanas de su cama. Y descubrió cuánto había anhelado la suavidad y tibieza de las cobijas. Se sintió un crío al ser acompañado hasta la habitación, y es que su amigo se había parado con tal mirada de determinación que habría sido una pérdida de energía intentar convencerlo de que no era necesario.

A Tony no le gustaba sentirse como un niño, porque ser un niño significaba ser débil, el concepto de infante lo haría necesitar a alguien, querer ser protegido en lugar de brindar dicho sentimiento, y no podía permitirse tal lujo, no cuando había tanta gente a la que cuidar, no cuando cualquiera podría usarlo cual juguete, ilusionarlo y después abandonarlo; tal como lo había hecho el Capitán, el recto capitán, quien luego de tenerlo lo desechó cual envoltura de dulce. No, no podía mostrar lo frágil que era su persona, lo sensible que podía a llegar ser su corazón y lo traicionera que su mente era. No de nuevo, de manera inconsciente abrazó una almohada y cuando reparó del hecho sonrió con tristeza... Lo extrañaba. El necio órgano que tenía por corazón no entendía lo que su mente sí, e incluso con ello, escuchaba primero el retumbar del centro de su pecho antes que la voz de la lógica de su cabeza. Tal vez no era un genio como lo decía todo el mundo.

Pronto sus ojos cedieron al cansancio y su consciencia persiguió la oscuridad con premura. Esa oscuridad que brindaba paz, a veces le aterraba pensar en ella y en cuánto parecía querer apropiarse de ella.

Y soñó, no fue una pesadilla, pero tampoco se trató de una escena de flores y chocolates.

La piel del asgardiano lucía todavía más pálida bajo la luz de la luna, el cabello negro le caía en suaves ondas sobre el rostro y las puntas le acariciaban los hombros. No estaban en ningún sitio que conociera, era un claro, estaba oscuro y los únicos focos de luz eran las estrellas y la luna. Tony miró con recelo su entorno y al príncipe de las mentiras. No había escapatoria de cualquier daño que quisiera hacerle el menor de los príncipes de Asgard.

—No cambiaste en nada, Tony —dijo el asgardiano como si se conocieran de toda la vida.

—Ya sabes, un poco de yoga, ejercicio y comida saludable es todo lo que se necesita. Ya que nosotros no tenemos las manzanas de Idunn.

El segundo de los príncipes sonrió y avanzó hacia él.

—¿De qué se trata esto, Loki? —demandó retrocediendo la misma cantidad de pasos que el dios había dado.

Odió la nota de histeria impregnada al final de sus palabras, allí, en ese plano que desconocía y tenía por seguro el dios de las travesuras conocía y manipulaba muy bien, se sintió un niño. Frágil.

—Es extraño haberme encontrado contigo antes, casi en otro mundo, en ese entonces no huiste y me sonreíste. Cómo has cambiado y al mismo tiempo sigues siendo la misma persona que conocí.

—Si quieres puedo amenazarte con Hulk también. —Recordó la primera batalla.

La sonrisa en los labios de Loki murió, y sus ojos se clavaron en Tony. Casi sintió que se atragantaba, pero le sostuvo la mirada. Desconcertado, no había furia ni desdén en ella.

—No lo entiendes, pero no importa, ahora lo que es acuciante es que encuentres a tu equipo.

—No sé si lo sepas, pero yo estoy con mi equipo —dijo recordando a los que se marcharon y a quienes se quedaron..., y al que no estaba ni aquí ni allá.

—Esto va más allá del orgullo, más allá del corazón... Si quieres tener algo que amar, entonces debes escucharme. Stark, algo se acerca, algo tan grande que una ojiva nuclear no significaría más que un aleteo de mariposa a su alrededor.

—El efecto mariposa.

—¿Cómo?

—Incluso el aleteo de una mariposa puede tener las peores consecuencias en un hecho. Así que no me subestimes.

—No esta vez, Tony. ¡Por todas las manzanas de Idunn!

—¿Siempre se te dio el dramatismo?

—No olvides lo que he dicho.

Entonces el dios desapareció y Tony quedó en completa soledad en aquel claro, ningún ruido perturbaba la quietud que ominosa se presentaba.

Despertó con un sobresalto. Tenía el cuerpo bañado en sudor y las sábanas estaban húmedas. Su primer instinto fue revisar la hora en el reloj del buró, aún quedaban dos horas para que despuntara el sol. Era claro que no volvería a dormir, quedarse en la cama no era opción.

Se levantó y fue a la ducha otra vez. Cuando hubo terminado se preparó café, cogió una manta y se sentó frente al enorme ventanal que tenía por pared en su habitación. Se envolvió en la tela y con lentitud bebió el café. La mirada clavada en el cielo oscuro que le recordaba al sueño.

Hasta que una mano pequeña lo tocó en el hombro no salió de su trance. Una sonrisa lo recibió y los ojos azules destellaron en alegría. Su corazón retumbó sintiéndose acompañado.

Pepper había llegado.

Y el mundo tenía un poco más de luz. 



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