3. La pieza del rompecabezas - El hoy
Tenía los ojos cerrados aunque no durmiera, no lo había hecho realmente desde la guerra civil, desde que rompió al equipo y a la familia de Steve, porque aunque se negara a aceptarlo en voz alta, Steve amaba a ese equipo... y por sobre todo lo amaba a él. Al principio resultó extraño, y un peso se le instaló en el estómago al intuir la clase de amor de la que trataba, lo ignoró por un tiempo bajo el absurdo pensamiento de que se trataba de algo temporal, pero no lo era. Parecía tan profundo como para ahogarlo.
No entendía ese mundo, no comprendía el tiempo en el que ambos vivían, pero sabía de ver a su amigo feliz y por encima de ello reconocía la miseria tatuada en lágrimas en el rostro de Steve. Alejó esos pensamientos de su cabeza.
Enfocó la vista con lentitud, un haz de luz se colaba en el interior de la choza en la que descansaba, apenas unos cuantos muebles lo acompañaban, no necesitaba mucho, había aprendido a vivir en austeridad. Percibió los pasos apresurados de los niños que huían después de mirar a hurtadillas por la cortina, porque era seguro que lo habían hecho. Un advenedizo sin un brazo era algo llamativo. Un hombre con un brazo de metal también lo era. De cualquier modo él siempre conseguía más atención de la que necesitaba.
Un instante después la voz de la niña princesa los reprendió.
Se levantó con desgana y cierta incomodidad, incluso cuando tenía un brazo de metal, ese brazo le era funcional y más que ello. Miró el vacío que sucedía al hombro izquierdo, suspiró. Sobraba pensar en lo que perdió, era mejor centrarse en que su mente tenía un lapso de libertad... Una ventana en un cuarto oscuro que ofrecía la posibilidad de una salida aun cuando se tratara de una esperanza tan fuerte como el hilo de una telaraña. En ocasiones perdía la esperanza de un día ser libre, de un día volver a ser lo que fue en el pasado que lo había abandonado en un tiempo desconocido y amorfo. Estaba solo en aquella realidad y había condenado a Steve al mismo desierto al aislarlo.
Salió y la luz del día lo recibió cegándolo unos instantes hasta que reconoció a la princesa que le sonreía. Su piel oscura parecía brillar ante el sol, estuvo seguro que se debía a alguna esencia o fragancia; la inocencia aún se filtraba por sus oscuros ojos. Tenía el semblante sereno y la mirada suave. Vestía la ropa típica de Wakanda, pero con ciertos elementos que revelaban su posición en la realeza. Shuri seguía siendo una niña, incluso después del drama que causó el abandono de su primo en el mundo cruel, ella no había perdido esa chispa que la había hecho resaltar desde la primera vez que la vio. Un niño blanco al que debía arreglar, había dicho sin maldad.
Caminó hacia ella, desviando la vista alrededor. Wakanda era un país rico en todos los sentidos, tanto en cultura como en recursos, y la visión monetarista que había absorbido hasta las relaciones de familia en el mundo, no había logrado penetrar en este mundo tan pequeño. Porque cierto era, que comparar EUA con Wakanda era comparar dos universos totalmente disímiles.
—Capitán Barnes.
—Bucky, solo Bucky.
Shuri sonrió y él correspondió el gesto. Luego la mirada de la princesa se tornó oscura, y con matices de algo cercano a la tristeza y decepción.
—Ojalá pudiera hacer más.
—Me has dado esperanza, eso es suficiente.
Era más de lo que había tenido antes. Antes que no se reconocía a sí mismo ni era capaz de controlarse, esa luz por pequeña que fuera significaba mucho.
—No, no lo es. No sé qué hacer, no puedo eliminar lo que te hicieron. Y no me atrevo a experimentar contigo, no cuando sé que las consecuencias podrían ser peores.
—Has borrado el control de las malditas palabras.
—No por completo —negó con tristeza—, sigue allí, solo he podido darte un poco más de voluntad, no caer ipso facto y gozar de minutos de lucidez durante el trance, controlar la fuerza aunque no guíes el golpe, reconocer qué estás haciendo; algunos podrían creer que es hasta una maldición incluso peor. Tendrás que luchar para evitar obedecer...
—Siempre he luchado. No será algo nuevo, pero saber qué estoy haciendo y poder influir en ello por mínimo que sea es un obsequio que no sé cómo pagarte.
Shuri desvió la mirada y la clavó en el horizonte, él la imitó pero pasados unos segundos se sentó en flor de loto y hundió las manos en el agua frente a él. Era fresca y se le antojó zambullirse. No lo hizo, por supuesto.
—No lo entiendo —dijo la princesa y volvió la vista a él—. Hay algo que falta, algo que impide que seas tú realmente. Hice todo lo que debía, seguí cada paso al pie de la letra, no había margen de error. Estoy segura de que no me equivoqué.
—¿Cada paso al pie de la letra? —preguntó curioso, ¿había alguien guiándola? ¿Acaso se trataba de una receta para borrar el control de Hydra?
—Sí, no, bueno sí... es decir, depende. —Suspiró y luego con más calma volvió a explicarle—: he tenido que recurrir a diversos estudios, a casos particulares, a fuentes que estoy segura no te agradarían del todo.
Bucky frunció el ceño sin comprender realmente, y odiándose porque de alguna forma a su mente habían acudido los ojos tristes y enojados de Stark.
—Está bien, no tienes que decírmelo.
—Debo irme —se despidió la aristócrata.
Él inclinó el rostro en señal de respeto, todavía no se acostumbraba a los protocolos de Wakanda, de hecho no se los sabía.
—Por cierto, tu brazo está casi listo —gritó ya a unos metros alejada y agitó la mano despidiéndose de nuevo.
Sonrió. La observó marchase dando pequeños saltitos hasta que se perdió en la distancia.
Continuó jugando con el agua frente a él, observando su propio reflejo desfigurarse y volver a su forma original, los ojos recorriéndolo con acritud. Le fue imposible no rememorar la última pelea, la batalla que había definido el destino de todos y había lastimado a muchos más allá del cuerpo y la piel.
Dio un manotazo al agua, que solo vibró por un momento, entonces se levantó y echó a andar. A él le habían asignado una tienda separada de la base de los vengadores ocultos.
Debía distraerse y no pensar en el pasado. No tenía que revivir el sentimiento de que con cada golpe que le propinó a Iron Man, incluso cuando había sido para defenderse, no hacía contradictoriamente más que lastimarlo como si estuviera conectado a él y no lo supiera, lamentó desde lo profundo de su ser cada segundo de esa tarde.
Y no lograba vislumbrar la razón por la cual la voz de Tony le ofrecía lo que había creído olvidado, brindaba consuelo y paz. Por eso cuando se rompió ante la cinta que desvelaba el trágico pasado, también algo dentro de él se rompió. Se sintió un traidor aun cuando no le debía lealtad y si acaso respeto. Nunca le dijo nada a Steve, no lo comprendía y no quería buscar más problemas dentro de una situación bastante fea de por sí.
Al llegar a la base, recorrió con la mirada a todos y cada uno de ellos, Natasha, Wanda, Sam, Clint, todos continuaban entrenando, como si el mundo todavía los fuera a necesitar, como si los fuera a perdonar por negarse a darle lo más valioso que tenían. La sociedad era un vampiro, no solo les robaba la vida sino también quería sus identidades. Ser lo que ellos eran no era sencillo, entregar el tiempo a cualquier hora para salvar al mundo, Bucky veía el enorme sacrificio para cada uno.
Y no podía culparlos por estar esperanzados, incluso los entendía y tal vez envidiaba, a él también le hubiera gustado haber sido un héroe, haber sido algo más que el asesino que Hydra despertaba cada que necesitó deshacerse de alguien. Representar algo más que miedo y sangre, ser lo que el Capitán América significó para todos.
Continuó oteando el lugar hasta que reparó en su amigo.
Steve descansaba bajo la sombra de un árbol, tenía los ojos cerrados pero estaba seguro de que era consciente de cada movimiento que hacía su equipo. Lucía ausente y bajo las pestañas la piel se declaraba oscura, revelando así las noches de insomnio de las que era presa, era claro que la mente la tenía en alguna parte de Estados Unidos y el corazón era muy probable que estuviera justo allí, al lado de... Bucky no había caído en cuenta de la magnitud del sentimiento hasta que no vio derrumbarse a su amigo poco después de abandonar a Stark. Fue algo crudo, real y asfixiante.
Steve se había detenido, y se llevó una mano al pecho, pensó que estaba herido y su primer instinto fue revisarlo hasta que desesperado le dijo que estaba bien. Pero no era así, la herida sangraba aunque no fuera visible, y quizá eso era lo peor, el hecho de saber que estaba lastimado y no ser consciente de la gravedad porque no lo podía ver, no más allá de lo que Rogers le mostrara, y él no era exactamente abierto en esas cuestiones.
—Vamos, Steve, tenemos que irnos. —Pasó su único brazo bajo los de su amigo con el objetivo de ayudarlo.
La nieve se hacía cada segundo más densa, debían huir pronto o quedarían congelados hasta que alguien, después de tres siglos, los buscara o bien los encontrara por accidente, eso en el mejor de los casos.
Recibió un empujón como respuesta, se tambaleó unos instantes pero logró mantenerse de pie.
—¿Steve?
Entonces el llanto de su amigo se hizo evidente cuando alzó la mirada y los ojos rojos daban cuenta de la agonía de su alma. Sus rodillas se doblaron y se impactaron en el suelo.
—¡No lo entiendes! —gritó desgarrándose la garganta, manifestando el dolor en la voz.
Era verdad, no lo hacía y no parecía correcto fingir que sí.
—Él lo entenderá —mintió.
—No, no lo hará... Él jamás me perdonará. —Steve talló sus ojos y limpió algunas de sus lágrimas que pronto fueron sustituidas por gotas aún más gruesas—. Bucky, ¿cómo podría si no puedo ni perdonarme yo? Lo he traicionado. Debí decirle, debí haber encontrado la forma de hablar con él, de contarle la verdad.
Se inclinó y recargó su único brazo en el hombro de su amigo, una manera de mostrarle su apoyo pues no encontraba otra, no podía pedirle que volviera tras el genio, estaban rotos de tal forma que parecía imposible volver a ser lo que fueron, también estaban molestos, las cosas podían ir a peor. Y Bucky no podía desperdiciar el regalo que le acababa de brindar a tan alto costo, no sabía de lo que era capaz Stark, pero tampoco estaba dispuesto a averiguarlo.
No fue hasta que el dolor comenzó a cristalizarse tan pronto descendía por sus mejillas que Steve se levantó y continuó con lo que había empezado. Con la mirada ausente y los movimientos rígidos continuaron el árido camino. Aceptaron la ayuda de T'Challa, partieron a Wakanda.
Hasta ese instante comprendió que Steve lo había elegido por honor y por el pasado. Porque ambos representaban para sí mismos un ápice de lo que fue, tal vez se debiera al sentimentalismo pero su amistad había parecido fortalecerse con lo que habían sufrido; ambos siendo el reflejo del otro.
Steve abrió los ojos y cayeron en él devolviéndolo al presente, una sonrisa cansada asomó por sus labios pero el gesto no pudo borrar la culpa que yacía en su pecho.
El Capitán America tenía roto el corazón, lo tuvo desde el momento en que le confesó la verdad a Tony. Deseó poder ayudar a reparar esa relación, que no estaba seguro hasta qué punto ellos habían llegado, pero sin importar eso había calado en lo más profundo de sus seres. Steve se levantó y fue a su encuentro.
—Luces bien —dijo una vez estuvieron cara a cara.
—Lo estoy, la princesa ha sido bastante generosa y me ha ayudado.
Steve sonrió.
—Ey, chicos, ¿vendrán a entrenar o qué? —llamó Natasha.
—Será mejor que vayamos. —Steve enfiló el camino.
Cuando estuvo cerca de Nat fue consciente de las perlas de sudor que adornaban su frente y resbalaban por el esbelto cuello, los músculos tonificados se apreciaban gracias a la ajustada ropa que usaba.
—Me temo que yo observaré de lejos —respondió a la antigua invitación—, y me reiré de cuando le patees el trasero a Steve.
—Sí, eso no resulta muy difícil.
Soltó una carcajada ante la indignada reacción de su amigo.
—Solo porque me has pillado desprevenido un par de veces no significa que esté perdiendo el toque.
—Dejemos que James juzgue eso —desafió y elevó las manos hechas puños.
Mordió sus labios al contemplar esos segundos tan fáciles de asimilar, sin presiones ni culpa, solo simple fraternidad.
—Capitán Barnes. —La voz del rey de Wakanda se hizo presente.
Todos inclinaron la cabeza, no para rendirle pleitesía pero sí dándole su lugar. Después de todo estaban en su casa.
—Su majestad.
—Shuri dice que debe ir a su laboratorio.
—¿Cómo?
—Sí, al parecer la prótesis está lista.
—Vamos. —Steve se incluyó.
Asintió y se despidió de todos en silencio.
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