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2. La ilusión hace el sentimiento - El ayer

Tan pronto abrió los ojos supo que no volvería a dormir. Soltó un suspiro de frustración.

El cansancio se había esfumado y aunque la cama estuviera caliente no tenía apetito de quedarse por más tiempo. Se levantó con pereza, el no poder ni querer dormir no implicaba que tuviera enormes ganas de comenzar un día más en Midgard. 

La Tierra, como la conocía la mayoría de los habitantes, era un planeta arcaico, pero al mismo tiempo lleno de color y euforia, a Loki podía llegar a molestarle de vez en cuando. Sobre todo por los niños que eran muy ruidosos jugando en las calles o cuando los elfos se jactaban de ser superiores, nunca con él, por supuesto, porque sabían con solo verlo que era más que ellos. Que siempre sería más que ellos. 

Caminó a la ducha y preparó el baño con agua caliente, no hubo necesidad de leña y fuego, sus dedos bailaron por encima de la superficie y el agua estuvo a la temperatura que le agradaba. 

Entró a la tina con parsimonia, hundiendo los pies y sentándose con cuidado después de aventar la bata de seda verde que una vez su madre le regaló. Estaba vieja, gastada y descolorida, pero aún la conservaba, le gustaba. Sin embargo, por sobre todo ello era porque, aunque jamás lo reconocería en voz alta y tampoco mucha falta hacía: amaba a su madre más que a su padre.

Loki pensó que nadie podía recriminarle el tener un favorito entre sus progenitores, después de todo Odín tenía un hijo favorito y eso le había valido a él constantes comparaciones y desdenes que Frigga siempre se apuró a minimizar cuando de niño lloraba por ellas. 

Se enjabonó el cabello y se talló la piel con una esponja, después de limpiarse los restos de espuma, perfumó el agua y volvió a bañarse con ella. Ser un príncipe le servía de tener todas las comodidades en la Tierra. El agua se deslizó por su piel cuando se levantó y se cubrió el cuerpo con la bata que antes se había quitado.

Vivir en Midgard lo obligaba a vestirse casi como ellos, la ropa que tenía era de cuero, las botas que calzaba eran altas y resistentes, pero la calidad se encontraba por encima de la ropa de los midgardianos, las prendas que usaba poseían, además, pequeños bordados de hilos de oro y plata. Cuando terminó de arreglarse, cogió el pequeño bolso en el que solía guardar los libros que su madre le llevaba cada que tenía la oportunidad. Entonces salió de la casa y enfiló las largas calles de la ciudad, era día de mercado.

No necesitaba nada, pero Loki había encontrado cierto placer en ver a aquellos seres correr por aquí y por allá buscando cosas que necesitaban... los veía y no podía entender por qué se preocupaban de banalidades como el trabajo, su vida era corta, apenas duraba lo que el tardaba en él pestañar. Loki los veía y reía sin malicia. Ignoraban la realidad y parecía que eso de alguna manera los ayudaba a olvidar, a perdonar y vivir con cierta dicha. Ojalá pudiera entenderlos.

Se acercó a un establo, los caballos relincharon ante su presencia y el cuidador se apresuró a tranquilizar. Los caballos eran difíciles de cuidar y para gran parte de la población eran además costosos, de allí que los rentaran. 

—Quiero un caballo —pidió y recorrió con la mirada a los equinos hasta dar con uno oscuro, luego modificó sus palabras—. Quiero ese caballo.

—Son tres monedas de cobre —cobró el cuidador antes de siquiera preparar a la bestia. 

Lo miró contraído, no le gustaba el trato que tenían algunos descuidados humanos. Podían ser efímeros pero eso no justificaba los altos niveles de estupidez que ostentaban.

—Tendrás cuatro monedas si me lo das rápido. 

El hombre abrió los ojos como si a Loki le hubieran crecido cuernos, pero acató la solicitud con prontitud. Eso era lo fácil en Midgard. El dinero resultaba ser tan preciado para ellos como el órgano que tenían en el pecho y latía sangre.

Apenas terminó el hombre de ensillar al equino, le tendió las riendas. Loki las tomó con una sonrisa y ofreció las monedas antes prometidas. Las dejó caer antes como si hubiera sido un accidente, obligando al hombre a recogerlas del suelo. Eso se ganó al tratarlo de una manera tan descortés. 

El cuidador tenía dos monedas en la mano cuando él ya había montado a la yegua. Hundió los talones en las costillas del animal y este echó a andar.

No era precisamente fanático de la equitación, tampoco de la caza, pero era el medio más rápido para llegar al bosque limítrofe y que además le permitía disfrutar de la vista, usar la magia para trasportarse le impediría ver lo de en medio. Específicamente buscaba ese claro que había adoptado como propio. Había dado con él por accidente, cuando huía de un jabalí hembra que por proteger a las crías lo tomó como enemigo cuando no fue más que una casualidad acabar en aquel sendero donde ella había alumbrado. 

Se apeó del caballo una vez que llegó y lo ató a las ramas de un árbol para que pudiera pastar mientras él se recostaba al pie del árbol continuo, disfrutando de la sombra que le ofrecía. Cerró los ojos por un instante, y respiró profundo, el viento acarreaba tantos olores. Pinos, fresnos, oyameles, rosas silvestres... Luego volvió a ver.

El sol iluminaba con suavidad el lugar y observó con gusto el trabajo que había hecho. Durante un tiempo, cuando apenas había llegado a Midgard y encontró ese prado, había dedicado los días siguientes a visitarlo e ir haciendo de él un pedacito de lo que era Frigga en Asgard. No se trataba de una estatua o un monumento en su nombre, solo eran flores moradas, vidas sencillas que a su madre le encantaban. El suave perfume que desprendían le recordaba a la reina, las sonrisas que le regalaba, las lecciones de magia que le enseñaba y las alabanzas que gritaba cuando tenía un logro por mínimo que fuera. Frigga jamás lo comparó o instó a ser más como su hermano, ella aceptaba que eran distintos más allá de la apariencia y lo amaba. Agradecía por ello, y se maldecía a sí mismo por no poder decirle que también la amaba. Loki era demasiado orgulloso. 

No sacó el libro que llevaba consigo. Cruzó las piernas en mariposa y sus dedos se movieron con agilidad en el aire, creó una burbuja en centro del lugar que creció a cada segundo hasta que lo envolvió todo. Incluido él. Volvía a los jardines de Asgard.

Vio a su hermano en la distancia, el cabello rubio más largo de lo acostumbrado en los niños, desde que era un infante Thor siempre se había opuesto a que le cortasen el cabello, se vio a sí mismo más pequeño y con las mejillas sonrojadas, llevaba al igual que su hermano el cabello largo, Loki intentaba ser como él. De niño no lo entendió, pero Loki había crecido y ahora apreciaba el esfuerzo en cada acción por parecerse a su hermano y que Odín, su supuesto padre, lo quisiera tanto como a Thor. Tuvo una punzada en el pecho y decidió enfocarse en algo más.

En la proyección, jugaban sin ninguna preocupación reflejada en los semblantes, con sonrisas adornando sus rostros y los ojos brillantes por la emoción, junto a ellos había un pequeño estanque con piedras enormes en la orilla, perfectas para saltar de una a otra y disfrutar de un buen momento, apenas era lo bastante profundo para llegar a la cintura de su madre, no representaba ningún peligro para ninguno. Thor lo perseguía y él con gran dificultad corría para apartarse de los brazos de su hermano, porque sabía que apenas fuera atrapado Thor lo abrazaría con fuerza hasta casi robarle el aliento, le besaría las mejillas y le diría cuánto lo amaba al oído, Loki se avergonzaría y, su rostro y cuello lo delatarían, entonces buscaría la manera de huir ofuscado ante tales demostraciones. Su hermano fingiría un puchero antes de volver a perseguirlo y atraparlo. Thor siempre había sido expresivo, pero cuando se trataba de Loki rompía los límites y lo sorprendía cada vez. El heredero de Odín era efusivo y rimbombante, poco discreto y nada sosegado en los actos.

Entonces en su desesperación se atrevió a probar suerte saltando a una piedra, lo hizo bien en dos ocasiones aunque estuvo cerca de perder el equilibrio, pero a la tercera el pesó le ganó, resbaló y cayó al estanque, el agua invadió su nariz cuando se hundió ella. Solo fue eso, no hubo más, no sufrió más allá de un susto y la quemazón en las vías respiratorias, un segundo que pronto olvidó cuando una mano pequeña lo asió y arrastró al aire de nuevo. Thor, el torpe de su hermano, lo jalaba sin cuidado y desesperación, decía algo o quizá lo gritaba, no podía distinguir las palabras con claridad, pero la nota en su voz dejaba en claro que nada era más importante que llegar a una orilla. Una vez que estuvo en tierra, Thor lo vio con ojos rojos y enseguida lo cubrió con los brazos incluso con mayor vehemencia de lo que alguna vez lo hizo.

—¿Estás bien, Loki? Lo siento mucho, hermano —dijo en pequeños sollozos—. No deberíamos jugar aquí, es peligroso para ti. No quiero que nada malo te pase. Lo siento, lo siento. 

Thor se alejó de él lo suficiente para limpiarle el rostro, como si limpiara lágrimas, pero Loki no había llorado. Las emociones de la caída habían sido superadas por la estupefacción al ver reaccionar así a su hermano. De hecho, viendo la escena por enésima ocasión, no dejaba de sorprenderse ante la reacción de sí mismo, se mantuvo callado y observando a Thor revisarlo con premura, a Loki todavía le costaba creerlo.

Luego llegó Frigga y lo cargó. 

—Vamos, Thor, tu hermano tiene que cambiarse.

Loki observó en silencio, desde el hombro de su madre, al heredero de Odín seguirlos con los ojos de un cachorro apaleado. La culpa parecía corroerlo. 

—¿Loki estará bien, madre? Fue mi culpa, no lo regañes, por favor. Se ha ensuciado, yo puedo lavar su ropa, no importa. Puedo bañarlo también —ofreció el niño de rubios cabellos.

—Estará bien, cariño, solo debe cambiarse. No es correcto para el menor de los príncipes no vestir adecuadamente. —Frigga giró el cuerpo para ver a Thor y Loki la imitó—. Tú también deberás cambiarte. 

—Por favor no lo reprendas, no ha sido su culpa —volvió a suplicar con las lágrimas corriendo cuesta abajo de sus ojos—. Yo me haré responsable.

—No lo haré, descuida, y es bueno que aceptes las consecuencias de tus actos, pero ha sido un accidente, nada más. Ahora vamos. —Frigga tomó a Thor de la mano y los llevó al palacio. 

Chasqueó los dedos e ipso facto el recuerdo se desvaneció, volvió al prado. Sonrió con melancolía, su madre le había permitido ver aquella escena desde sus ojos. Había sido un bálsamo cuando culpó a Thor del favoritismo de Odín, lo llamó torpe y egoísta, porque se esmeraba en hacerlo ver débil e inferior, Frigga se la concedió para ver el amor que su hermano le profesaba...

—No hay cosa más errónea que eso. —La reina se acercó y colocó sobre su sien tres dedos. 

Loki fue invadido por la magia de su madre y entonces vio la escena desde dos enfoques. El suyo y el de su madre. 

De eso hacía eones, Thor ahora lo veía simplemente como un embustero. El futuro rey de Asgard no se acordaba de él, viajando entre los mundos, resolviendo problemas y librando batallas, tendiéndole una mano a quien lo necesitaba. Loki no podía discernir que sentía por su hermano. No sabía si se trataba de admiración o de desprecio, no entendía si era fraternal o algo más... y no quería ahondar en ello, tampoco.

Porque quizá ya conocía la respuesta y lo asustaba enfrentarse a ella.




Nota 1: La emoción de publicar me hizo olvidar decir que esta historia tendrá un prefacio y quizá un epílogo, pero usualmente es lo ultimo que creo, así que tardaré en subirlo. 

Nota 2: Me emocioné y actualicé antes, pero es que acabo de caer en cuenta que quedan 33 días para IW, y cuando llegue esta historia perderá el sentido :c que igual, no es como que importe mucho, tal vez ayude un poco a sanar corazones después de ver la película, porque hablando con honestidad, no creo acabar de escribir antes. 


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