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La ciudad de Bahía Aventura, que yace ubicada al norte del estado de California, es mejor conocida por un par de cosas, entre ellas: A su bajo nivel de criminalidad, a su alto nivel de producción y comercialización de productos orgánicos a nivel nacional, a sus bellas joyas naturales (de los que destacan el extenso Bosque Little Creek y la Montaña de Jake), a su increíble y suculenta gastronomía, a sus museos y centros históricos, incluido, también, la buena camaradería y compañerismo existente entre sus habitantes.
Pero además, la ciudad costera es principalmente notable debido a los Paw Patrol; un equipo de rescate canino (liderado por un niño de 10 años), cuyos miembros están dedicados a la realización de rescates, búsquedas y misiones peligrosas, y en la proporción de apoyo para la ejecución de cualquier actividad: Ya sea grande o pequeña.
Sin embargo, tras la terrible ola de sucesos que tuvieron lugar a mediados de Noviembre del 2020, Bahía Aventura, que alguna vez fue apodada cómo: "El lugar más pacífico y tranquilo para vivir en todo Norteamérica", pasaría a formar parte de la historia por ser la sede de desmesurados actos de terror; aquellos en los que se perdieron muchas vidas, y de las cuales, también, surgió un héroe. Ésta es su historia.
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Calle 34, Bahía Aventura (CA).
Noviembre 18, 2020
03:13 PM
En la calle 34, que se extiende desde el restaurante Porter hasta la alcaldía, abarcando casi ocho cuadras exactas, se estaba llevando a cabo un majestuoso desfile. Y el centro de atención del mismo era el Departamento de Policía de la ESTACIÓN 14, el Departamento de Bomberos de la ESTACIÓN 77 y Chase Schülze; segundo al mando del equipo Paw Patrol. Todos ellos, actualmente, y gracias a la prensa sensacionalista, eran conocidos cómo "Los héroes de Bahía Aventura". Y todo por una sola razón.
Hacía dos semanas y media, en la autopista 45 —y segunda salida principal, por cierto—, sucedió un accidente automovilístico: Un camión, de tres metros de largo que llevaba de carga una flotilla de automóviles y convertibles de lujo, perdió el control. Tras volcarse, bloqueando toda la autopista, los otros vehículos, que venían de ambos sentidos contrarios, acabaron frenando de golpe, dando inicio a una ola de choques nunca antes vista. El departamento de policía, seguido por el departamento de bomberos, fueron notificados de inmediato y se les pidió su pronta respuesta. Chase Schülze, quien en ese momento se hallaba cuidando el Cuartel Cachorro (debido a que sus colegas se hallaban fuera de la ciudad por una convención de "Apolo, The Super Pup"), fue llamado a ayudar también. Para cuando hubo arribado al lugar, no pudo evitar quedarse absorto. La escena en sí parecía irreal, como si hubiera sido sacado de alguna película de guerra: Había una innumerable cantidad de autos deformes e impactados entre sí, y aun lado de la autopista se observaba una larga estela de personas heridas, gritando de dolor.
Además del notable caos, también estaba presente la evidente desorganización por parte de los dos departamentos antes mencionados. Sus respectivos líderes no podían ponerse de acuerdo en qué equipo debería hacer qué cosa y por donde empezar. Ante esto, el pastor alemán salió de su ensimismamiento y optó por ponerse patas a la obra. Dada a su objetividad, a su entrenamiento policiaco y a su increíble naturalidad al momento de dirigir, el cachorro pudo manejar sus emociones y centrarse en la misión... convirtiéndose en el líder, además. Gracias a su ayuda, la misión pudo completarse con éxito, culminando en menos de cuarenta minutos.
Debido a que todos los conductores fueron rescatados, y dado que no se reportó ninguna baja, la ciudad entera —influenciada por la alcaldesa Goodway— decidió agradecer a las autoridades involucradas en el suceso.
A la cabeza del desfile, los treinta y tres bastoneros, todos adolescentes de entre 13 y 15 años provenientes de la escuela secundaria Corpus Christie, se hallaban realizando sus respectivas maniobras con bastón al tiempo que dirigían la marcha. Tras suyo les seguía la banda escolar, tocando con todo su esplendor. Al final, se hallaban tres carrozas. Cada uno llevaba, independientemente, al departamento de policía de la ESTACIÓN 14, al departamento de bomberos de la ESTACIÓN 77 y a Chase Schülze. Estos últimos saludaban al extasiado público.
—Esto es espectacular —comentó Skye Wilkinson, sonriente.
—Y que lo digas —convino Zuma Rowlings, alegre—. ¡Jamás pensé que la ciudad haría algo tan grande como esto!
—Y eso que la alcaldesa Goodway quería hacer algo mucho más grande —comentó Rubble, sorprendiendo al resto de sus amigos.
Mientras que los cachorros hablaban entre sí, Marshall Smith, por su parte, y con ayuda de la garra metálica que sobresalía de su mochila, con la sujetaba fácilmente una cámara de vídeo, se hallaba grabando el desfile. O al menos, eso intentaba.
<<Hay muchas personas aquí —pensó el dálmata, observando el inmenso gentío—. Necesito hallar un sitio alto para poder grabar el desfile... y la llegada de Chase>>
El tiempo apremiaba. Se volvió hacia su derecha, hacia Ryder, quién en ese momento se hallaba conversando con Katie. Y le dijo que se iría del lugar.
—Pero ¿por qué? —preguntó el chico de cabello alborotado. Marshall se lo dijo—. Oh, entiendo —agregó, sonriendo—. Pues en ese caso, mucha suerte. Nos vemos después, Marshall.
—Lo mismo digo, Ryder. Nos vemos.
Tras decir esto, el dálmata giró en redondo y se alejó del lugar.
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Durante el trayecto, y luego de haber recorrido casi tres cuadras exactas, Marshall Smith visualizó a una pequeña familia; conformado por dos padres y sus tres hijos pequeños, a una pareja sexagenaria, a un grupo de seis adolescentes, y a una mujer veinteañera acompañada por su cachorra de pelaje blanco.
Con base en sus expresiones, todos estaban felices.
<<Y con razón —pensó Marshall al verles—. ¡Éste evento es espectacular!>>
Para cuando hubo recorrido siete metros más, el dálmata logró divisar, más adelante, un punto alto de donde podría grabar el evento: Una banca vacía, situada sobre la acera, junto a un poste de luz.
<<¡Perfecto! Hoy es mi día de suerte>>
Sin apartar la vista de la banca, el cachorro moteado apresuró a acercarse a la misma. A pesar de la extensa aglomeración, Marshall Smith logró llegar a su destino. Gracias a su tamaño mediano, pudo pasar, fácilmente, entre una gran cantidad de piernas. ¡Una ventaja de ser un can! Se subió a la banca de un salto. Y tras enfocar la toma de la cámara, apresuró a grabar el desfile. Lo hizo justo a tiempo, porque la carrosa de Chase ya se estaba acercando. Sin embargo, en ese momento, sucedió lo inesperado: La cámara de vídeo; una Panasonic de más de veinte años de antigüedad, comenzó a emitir un extraño pitido. Al mismo tiempo, una pequeña luz roja, situada por encima del lente del aparato, se encendió.
Marshall tuvo sus sospechas. Y temió lo peor.
<<Por favor, ¡ahora no!>>
Pero al poco tiempo, y contra sus plegarias, la cámara se quedó sin batería y se apagó.
<<Rayos. ¡Y encima en éste momento! —reclamó para sus adentros—. Será mejor que cambie la batería antes que...>>
En aquel instante, y para sorpresa de Marshall, la antigua cámara comenzó a desarmarse por sí sola.
<<Genial. Eso me pasa por seguir el consejo de Rocky sobre reciclar cosas antiguas —pensó Marshall, levemente frustrado—. ¿Qué más podría salir mal?>>
Como si el universo le hubiera escuchado, decidiendo jugarle una mala pasada al dálmata, la placa de éste último se desprendió de su collar. Gracias a su delgado grosor, dicha pieza de metal con el logo de una llama de fuego anaranjado grabada en su centro, sobre un fondo rojo, se deslizó, fácilmente, entre las hendiduras verticales del asiento de la banca, aterrizando por debajo de la misma. ¡Lo que faltaba!
Soltó un resoplido de frustración al tiempo que evitaba lanzar un juramento a los cuatro vientos. Dejó escapar un ladrido y guardó la ya inservible cámara de vídeo. Luego, se bajó de la banca y apresuró en buscar su placa, encontrándola rápidamente sobre un extraño paquete... una misteriosa mochila. Era mediana y de color azul claro. ¿Y eso qué hacía ahí? ¿Acaso la habían olvidado? Desconcertado y extrañado, decidió averiguar más. Tras coger su placa y engancharla nuevamente a su collar, el cachorro moteado optó por sacar la mochila. La cogió con ambas patas. Pero cuando se dispuso a jalarla hacia el exterior, no pudo hacerlo. Pesaba demasiado.
Luego de dos intentos más, el cachorro desistió. <<¿Qué es lo que contiene?>>, pensó. Reposó unos cuantos segundos. Una idea pasó por su mente.
—¡Ruaff, Ruaff! —ladró con fuerza—. ¡Dispositivo de rayos X!
Y así, de su mochila emergió la garra metálica, sujetando el aparato solicitado. Con otro ladrido, apresuró en encenderla.
<<Ahora veamos, ¿qué es lo que tenemos aquí?>>
Con lentitud, pasó la tableta por delante de la mochila. Lo que vio a continuación le sacudió hasta la médula.
El objeto que veía a través del aparato era inconfundible... y sumamente aterrador: Era una bomba. Estaba compuesta por tres tubos de metal, largos y sellados; unidos entre sí y envueltos con cinta adhesiva, yacientes sobre una base de madera. Y por delante del cuerpo de los tubos, se apreciaban cuatro paquetes, rectangulares y de color beige. Sobre ellos habían sido pegados una innumerable cantidad de clavos y, aún así, Marshall Smith logró leer, a duras penas, el contenido de una diminuta etiqueta: <<C4. MILITARY GRADE EXPLOSIVE>>.
<<Santo Dios. Esto no puede ser...>>
Aquello fue abrumador. Pero lo que causó que el verdadero terror le consumiera y le pusiera la piel de gallina fue el objeto que observó después.
Al lado derecho de los paquetes de C4, se hallaba un reloj de pared Led digital. Estaba conectado, por medio de una serie de cables de color negro y amarillo, al cátodo de una batería Duracell mediana, y de la parte inferior de la misma partían unos cables rojo y azul que conectaban directamente con los extremos de los tubos de metal. Con base en el reloj, faltaban dos minutos para la detonación. Marshall se puso más pálido que nunca, casi cayendo en shock. Apenas si tuvo la fuerza necesaria para salir de su ensimismamiento y pensar con objetividad.
<<¡Debo actuar ya mismo!>>
Retrocedió un par de pasos. Apagó el dispositivo de rayos X y lo guardó. Luego soltó dos ladridos. Para cuando su placa se encendió, apresuró en llamar a su jefe.
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Debido al fuerte golpeteo de los tambores y a la alta tesitura emitida por las trompetas de la banda escolar, acompañado por los vítores de aplausos y gritos de ovación por parte de los ciudadanos espectadores, Ryder no se percató que su comunicador estaba recibiendo una llamada entrante.
<<No puedo dejar de ver esto —pensó él, sintiendo algarabía—. ¡Es totalmente increíble!>>
En los siguientes quince segundos, el comunicador de Ryder recibió dos llamadas más. Ninguna fue contestada.
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<<Ha llamado al comunicador de Ryder. Por favor, deje su mensaje después del tono>>
Para cuando oyó, por tercera vez, el mensaje del contestador, Marshall Smith apagó su placa.
—¿Ahora qué hago? —musitó, volviéndose hacia la mochila.
Pensó en posibles acciones a tomar. Pero sólo una de ellas le resultó ser más viable, importante y necesaria. Ladró dos veces y, a voz de grito, dijo:
—¡Megáfono!
La garra metálica sacó el objeto solicitado, colocándolo por delante del hocico del dálmata. Tras ajustar el volumen, se volvió hacia el público y exclamó:
—Ciudadanos, tienen que irse de aquí. ¡Hay una bomba!
Al no haber respuesta alguna, Marshall volvió a repetir su advertencia:
—¡Ciudadanos, aléjense de aquí! ¡Hay una bomba!
Esta vez, logró captar la atención de algunos.
—¡Una bomba! —gritó un ciudadano.
—¡Hay que salir de aquí! —gritó otro, al borde del pánico. Entonces, estalló el caos.
Hordas de personas, antes felices y eufóricas, se hallaban ahora gritando despavoridas mientras trataban de huir del lugar. Guardando la mayor calma posible, Marshall Smith se alejó de la banca y continuó propagando su advertencia.
—¡Aléjense de aquí! ¡Rápido, por favor!
Se alejó ocho metros más.
—¿Qué no oyeron? —exclamó a un grupo de jóvenes. Todos usaban audífonos y tenían clavada su atención en sus respectivos teléfonos—. ¡Muévanse! ¡Hay una bom...!
En aquel momento, un fuerte estallido resonó en toda el área; acompañado por una gruesa columna de fuego de tres metros de alto que se convirtió en humo y se evaporó en el aire. En ese instante, los clavos que habían sido pegados sobre los paquetes de C4 salieron despedidos con fuerza, rozando y/o quedándose incrustados en algunas de las personas cercanas al área. Estas últimas, y debido a la fuerte onda causada por la detonación, perdieron el equilibrio y cayeron de bruces al asfalto. Marshall Smith no fue la excepción.
Segundos después, recobró la consciencia. Hizo un esfuerzo por incorporarse. Y advirtió una ligera cefalea y un zumbido en el oído derecho que, poco a poco, comenzaron a desaparecer. <<Al menos..., logré salir con vida>>. Una vez disipado el dolor, y tras haber recobrado la claridad de la vista, se volvió, pausadamente, hacia atrás. Y se quedó perplejo por lo que vio. Allí, a lo largo de la calle 34, yacía una gran cantidad de gente echada boca abajo sobre el asfalto. Algunos, a duras penas, pudieron ponerse de pie. Mientras que otros, en cambio, se quedaron ahí, inmóviles..., sin mostrar señales de vida. <<¡Dios mío...! He tratado de advertirles. Pero me temo que lo hice demasiado tarde>>. Sus instintos de paramédico le dijeron que debía actuar cuanto antes y brindarle primeros auxilios a los heridos. Dio medio paso al frente. Pero se detuvo en seco tras advertir que, del cielo, comenzó a descender —y a una increíble velocidad— un singular objeto; aterrizando a unos cuantos metros al norte de su ubicación. El impacto causó un fuerte estrépito y levantó una ligera nube de polvo. Temiendo lo peor, las personas cercanas a dicha área emitieron gritos de pánico y apresuraron a huir.
A pesar del rápido descenso, Marshall logró reconocer el objeto misterioso como la banca sobre la que había estado hacía rato. E instintivamente, se volvió hacia la acera y observó el lugar que quedó vacío.
<<Esa bomba sí que tuvo una gran potencia —reconoció Marshall. Luego, otra idea pasó por su mente—. Será mejor cerciorar que no haya lastimado a nadie más>>
Dio un par de pasos al frente. Pero al hacerlo, sintió un ligero dolor en su pata derecha/delantera. Bajó la vista y observó que, en su pata, se le había incrustado (superficialmente) un clavo. Tras retirar el objeto, Marshall continuó con su trayecto.
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Dos minutos después, Marshall arribó al área del impacto. Y lo que vio le dejó desconcertado y más dolido que nunca.
<<¡Oh, por Dios! ¡Chase!>>
Su mejor amigo, Chase Schülze, que hasta hacía poco se hallaba saludando a los ciudadanos desde su carroza, estaba inconsciente. Y sobre él, los restos destrozados de la banca, tanto grandes como pequeños, le cubrían la mitad del cuerpo. Haciendo un máximo esfuerzo para no derrumbarse, Marshall corrió donde el pastor alemán y apresuró en retirar los trozos de la banca.
Para cuando hubo finalizado, Marshall hizo un fatal descubrimiento que le dejó más abrumado que nunca: En el lomo de Chase, se apreciaba una enorme herida de la que manaba una gran cantidad de sangre.
[2.346 PALABRAS]
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