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Capítulo 4 - Escalya

Alain

Hoy la voz melodiosa no está. Solo escucho de vez en cuando a la que es desagradable y tiene muy malos pensamientos. Aunque si me concentro, no oigo a ninguna.

Salgo de los aposentos del hostal, bajo las escaleras, saludo a los del bar y recién ahí es cuando cruzo la puerta para recuperar algo de aire fresco.

Nuestras miradas se cruzan, la mirada de la muchacha albina está del otro lado de la carretera. Sonrío como estúpido. Mueve sus pestañas blancas de forma delicada, sus ojos celestes quedan impregnados en mi alma.

Quisiera cruzar y platicar con ella. Seguro me hablaría de manera hostil, como lo hace con todo el que pasa por la cerca de su casa. Quizás podría oír su voz y encandilarme con su presencia, hasta me reiría de una crítica estúpida que saldría de su bella boca. Podría decirle tantas cosas, pero mis manos se sienten tan tensas y agresivas.

«Háblale», sugiere aquella voz masculina.

Es la primera vez que dice algo amable. Observo a ambos lados de la calle, antes de cruzar. Avanzo hasta llegar hasta la chica que deseo. Es más bajita de lo que creí, podría estrujarla.

La voz se ríe, pero no comenta nada.

―¿Qué quieres? ―Me observa la muchacha, de una forma muy hostil, pero a mí me parece graciosa su agresividad―. Qué hombre más salvaje ―opina sobre mi vestimenta, mirándome de arriba abajo.

―¿Por qué tratas así a tus empleados? ―cuestiono, cuando tira una mirada de hostilidad a uno.

―Rompen mis cosas. ―Refunfuña―. Son descuidados, es porcelana de alta calidad, debo cuidarla.

―Se ve que te traen muchos regalos.

―Mi padre me da uno todos los días, dice que eso me hará más feliz. ―Se me queda viendo, fijamente―. ¿Tú me ves feliz?

«Más feliz que tú, seguro», opina la voz masculina, lo que me hace pensar que eso hubiera sido un comentario grosero.

―La felicidad depende de uno, no de objetos.

«Qué romántico», se burla con sarcasmo.

Está de mi lado, ¿o no?

―Quizás ―responde la chica, continuando con su mala cara―. ¿Quieres pasar?

«Qué presa fácil, y yo que creí que, al ser tan agresiva, se haría la complicada, pero se te sirvió en bandeja la estúpida».

―Cállate ―murmuro.

Ella frunce el ceño.

―¿Qué dijiste?

Me río, nervioso.

―Que todavía no sé tu nombre, yo soy Alain.

Sonríe.

―Clavel.

«Una mierda de flor, qué original».

―Cállate, a mí me gusta ―me quejo.

―Qué salvaje ―opina, sonrojada la chica al oír mi respuesta para esa maldita voz que no deja de sonar en mi cabeza.

«Le gusta lo rudo, ya la tienes con tu absurda apariencia».

¡¿Por qué no se calla?! ¿Y dónde está la otra voz? Ya la estoy extrañando, como un niño que necesita ser protegido por su madre. Qué tristeza, ya me amargué. Es como si esa voz masculina, intentara que esté de malas, para que mi lado racional no reaccione.

Como quería la secta, con Erkin.

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