✰ 82. ADIÓS
'Cause baby, I could build a castle
Out of all the bricks they threw at me
New romantics - Taylor Swift
Inés tenía un precioso apartamento en Cullera, un municipio situado a la ribera del río Júcar y junto al mar Mediterráneo, a cuarenta minutos en coche de la ciudad de Valencia. Se trataba de un adosado azul celeste en el centro del pueblo que realmente pertenecía a su abuela Sonia, pero que había sido generosamente cedido durante esa noche para la celebración del cumpleaños de Celia.
La idea de una cena en grupo con los amigos y amigas de la joven de cabellos oscuros como el ébano había sido propuesta por Iván, aunque Inés pensó en darle un toque íntimo y tranquilo organizándola en el patio interno del apartamento. Así que, a eso de las ocho de la tarde, mientras la reciente pareja debatía sobre las consecuencias de un posible intercambio en Bélgica, las mejores chicas de Valencia se desplazaron junto a Alberto, Álex y Jorge a dicho apartamento donde, además de reírse a carcajadas, prepararon todos los platos caseros que supieron cocinar y una enorme tarta de chocolate con diecinueve velas para soplar.
—Finge que no te lo esperas —le dijo Iván a Celia en el coche—. ¡Con lo que se han esforzado para sorprenderte!
—Pero Iván, ¡si lo he adivinado yo sola! —Rio la chica—. ¿Adónde más podríamos ir? Todos los carteles de la autopista conducen a Cullera y yo ya he ido a ese apartamento mil veces. Sé el camino de memoria...
En cualquier caso, no pudo evitar ahogar una exclamación en cuanto cruzó la puerta al patio y vio lo que sus amigos habían preparado durante la tarde. Estaba todo precioso: lo habían decorado con pequeñas luces, guirnaldas que gritaban «cumpleaños feliz», manteles y servilletas de estampados alegres, globos gigantes con el número 19... Era simplemente extraordinario y por eso Celia se cubrió la boca con la manos y una pequeña lágrima se deslizó por su mejilla: ¿cómo demonios podría marcharse?
«No puedo dejarles, no quiero hacerlo», pensó.
—Venga, tía, siéntate —ordenó Noe con una sonrisa pintada en la cara y la estiró con fuerza, obligándola a caer sobre una de las sillas de madera—. Hoy eres una princesa, es tu día especial.
—Yo no soy ninguna...
Se calló en cuanto Sara la abrazó por la espalda y le puso una ostentosa tiara de plástico sobre la cabeza.
—No rechistes. —La besó en la mejilla—. Estamos dispuestos a subirte de rango a reina, pero haz el favor de no abdicar hasta mañana. —Miró al vecino de la cumpleañera—. ¿Iván, quieres la corona de rey? No es tan bonita como la de Celia, la hemos cogido del Burger King este mediodía.
—No hace falta, Sara. —Rio Iván mientras apoyaba una mano sobre el hombro de su novia—. Hoy solo tiene que brillar una persona.
Situados alrededor de una larga mesa que parecía más vieja que el propio adosado, los amigos de la joven tomaron asiento junto a ella. Celia tenía una amplia sonrisa, estaba tan feliz que quería llorar. Los últimos meses habían sido un completo escándalo: su caótica relación con Pablo, el tira y afloja con Iván, el desafortunado beso con Álex y la reciente pelea en la puerta de su propia casa, eran solo algunos de los ejemplos más significativos. Celia había cambiado mucho desde aquella lejana noche en casa de Marcos en la que conoció a Pablo y gritó a Iván. Ya no era la misma. O quizá siempre había sido tal y como era ahora, pero acababa de descubrirlo. Sonrió y dirigió su mirada azulada a Iván. Se estaba riendo por algún comentario irónico que había soltado Alberto y se veía tan guapo que costaba respirar. Sintió una punzada de dolor en el abdomen y automáticamente parpadeó un par de veces para evitar echarse a llorar.
No podía irse. Ella no podía marcharse a Bélgica. Iván le importaba más que cualquier intercambio por Europa.
—¡Tengo que daros una noticia! —gritó Inés de repente, poniéndose en pie orgullosa—. Ya sé que hoy es el día de Celia y no quiero acaparar protagonismo, pero estoy muy feliz y me hace ilusión decíroslo ya: he solicitado una beca de intercambio internacional. Supongo que ya sabéis qué es, pero para los más despistados, y con esto me refiero a el novio de mi querida amiga Paula que nunca se entera de nada —Alberto se quejó al escucharla y los demás rieron—, es un programa que consiste en vivir un año académico en una universidad extranjera. Sé que Celia lo solicitó a principio de curso, aunque imagino que no le han dicho nada todavía, ¿verdad? —La miró fugazmente y su amiga no dijo palabra. Estaba paralizada—. Bueno, en cualquier caso, yo ya la he pedido, no para este curso, pero sí para el siguiente, y he elegido de destino Reino Unido. ¡Cruzad los dedos!
—¡Dios mío, menuda bomba, Inés! —gritó Paula—. ¡Eso es genial! ¿Entonces no te irás este año?
—No, en el supuesto caso de que me seleccionaran, me iría en septiembre de 2024 —matizó la otra—. Por ahora solo es una simple solicitud y puede que no cumpla todos los requisitos y no me la concedan, pero... No sé, quería intentarlo.
A Celia le pareció que la gente se levantaba para dar la enhorabuena a Inés, no obstante, ella se sentía extrañamente confusa como para reaccionar. No les había contado nada de Bélgica por dos razones evidentes: la primera, porque no pensaba irse; la segunda, la noticia de su selección había ocurrido hacía poco menos de un par de horas, así que no había tenido tiempo real para hacerlo. Se quedó en silencio mirándose las uñas. Supongo que ahora procedía alegrarse por Inés y decir algo bueno de todo aquello, sin embargo, Celia no conseguía articular nada.
Alzó la mirada y sus ojos se toparon con los de Iván. Estaba preocupado por ella. ¿Es que además de quererse tenían conexión telepática?
—Qué bien, Inés... —alcanzó a decir finalmente—. Me alegro muchísimo, seguro que te la conceden...
Iván se dio cuenta de que su novia no hablaba con sinceridad. La facilidad con la que su mejor amiga había transmitido la emoción de marcharse a vivir a otro país le había hecho sentir extraña. ¿Qué le pasaba? Hacía un momento lo tenía todo muy claro, pero de pronto se preguntaba a sí misma si renunciar al intercambio era lo correcto.
—¿A ti todavía no te han dicho nada? —Inés se sentó a su lado sonriente—. Si no te eligen siempre puedes intentarlo otra vez el curso que viene.
—Eh, no, bueno, es que...
—Sí que se la han concedido —interrumpió Iván abruptamente—. Ha recibido un email hace unas horas.
Los dos se miraron. Celia no entendía por qué su novio había hecho eso. No quería explicarle al resto todas las razones que le habían conducido rechazar esa oportunidad. Pensar en mudarse al extranjero le agobiaba. Ella quería quedarse y punto. Frunció el ceño y rompió el contacto visual con Iván. Ya hablarían más tarde y le diría que ese gesto le había sentado muy mal, ahora le tocaba dar explicaciones a Inés.
—¿Qué dices? —Noe casi se atragantó con una patata frita—. ¿Y cuándo pensabas decírnoslos? ¡Qué bien! ¡Te lo vas a pasar genial! ¡Menuda envidia me das, tía!
—Eso creo yo también —corroboró Iván y la miró con una sonrisa de medio lado.
Celia estaba hecha un manojo de nervios. Para empezar, no le gustaba nada la actitud de su vecino. Le parecía que se estaba esforzando demasiado por convencerla de marcharse, como si no se diera cuenta de que un año distanciados podría ser brutal para su relación. Por otro lado, la manera en la que Inés había anunciado su decisión la llevaba a recordar el momento en el que Rebe y ella hicieron la solicitud en noviembre. En aquel entonces Celia se había sentido eufórica. Los antiguos alumnos con los que había hablado sobre el intercambio coincidían en lo mismo: era una experiencia inexplicable, especialmente en cuanto a enriquecimiento personal.
—No sé si la voy a aceptar...
El grupo al completo la miró sorprendido. A Celia no le hizo falta preguntarles qué estaban pensando, pues sus rostros eran completamente transparentes. Creían que estaba loca.
—¿Por qué no? —preguntó Paula.
—No me quiero ir. —La joven cumpleañera se limitó a mirar la tarta y a morderse el labio nerviosa.
—¿Por qué? —Esta vez la preguntaba emanaba de los labios de Sara. Fruncía el ceño confusa.
—Porque aquí estoy bien, soy feliz con todos vosotros, acabo de hacer amigos en la universidad y también está... —Se quedó a mitad de frase, pero sus ojos colisionaron con los de Iván.
Él no estaba bien. Sabía que el discurso de Celia estaba condicionado por el miedo y sentía que debía hacérselo ver. Esas plazas para estudiar fuera eran limitadas y una auténtica oportunidad. No aprovecharla por temor a romper una relación era una gigantesca estupidez.
—Celia, todo eso seguirá aquí cuando vuelvas —dijo Inés—. Solo son diez meses. No es una cosa indefinida.
—Pero vosotros sois mis amigos, allí estaré sola, en una universidad diferente, hablando otro idioma... —Notó que le temblaba la voz.
Una mano se posó sobre la suya. No le hizo falta alzar la mirada para saber que era Iván quien la apoyaba en silencio.
—Es normal que te asuste la idea. —Sara le sonrió con ternura—. Pero es cuestión de adaptarse.
—Es verdad. —Noe seguía comiendo patatas fritas sin contemplaciones—. Mi hermana fue a Italia hace dos años y la primera semana lo pasó regular. No conocía a nadie, hablaba italiano fatal. Conoció a un par de chicas muy simpáticas al tercer día y poco a poco se hicieron amigas. Siempre ha dicho que fue una de las mejores experiencias de su vida, que hizo amigos inolvidables y, lo más importante, a la vuelta su nivel de italiano era de un B2. Si te soy sincera, yo también me estoy planteando solicitar una plaza, pero en mi facultad ese trámite se hace a principios de septiembre.
Celia sintió la mirada inquisitiva de todo el mundo. La verdad es que ella contaba con una ventaja: no iría sola. A Rebeca también le habían concedido la beca, de hecho su amiga ya le había contactado para felicitarle el cumpleaños y organizar el viaje cuanto antes. Celia todavía no se había atrevido a decirle que no pensaba ir. Quizá era porque en el fondo no sabía realmente lo que quería.
Nerviosa, se levantó de la silla sin decir una palabra y entró en la casa. Necesitaba un minuto de soledad para pensar. Dudaba de sí misma, de sus verdaderas intenciones. No sabía si quien decidía quedarse era ella o sus inseguridades.
Entró en la cocina y apoyó ambas manos en la encimera. Respiró hondo un par de veces y cerró los ojos. ¿Qué era lo que quería? Iván tenía razón en una cosa: solicitó la beca por algo. Irse un año fuera con Rebeca había sido una decisión bastante meditada. En noviembre le dio muchas vueltas al asunto antes de hacer nada y estaba muy ilusionada, aunque también era consciente de que era muy difícil que se la concedieran. Eso teniendo en cuenta que por entonces Rebe y ella no estaban ni la mitad de unidas de lo que lo estaban ahora. La verdad es que empezaba a darse cuenta de que lo que realmente la retenía era Iván. ¿Y cómo no? Es que le quería. Estaba enamorada de él. Perderle le rompería el corazón.
Celia abrió los párpados y volvió a la realidad. Si seguía dándole vueltas a todo, seguro que terminaría llorando.
El sonido de unos pasos acercándose a ella la sorprendieron. Se giró para encontrar la silueta de su vecino sonriente y apoyada sobre el marco de la puerta. Iván estaba guapísimo mirándola con esa sonrisa de enamorado.
—¿Te vas, verdad? —preguntó con calma.
Ella le miró sin saber qué responder. Quería decir que sí, pero tan solo pensar lo que aquello suponía la obligaba a negar.
—Te voy a enseñar una cosa —siguió hablando el chico antes de que Celia pudiera responder.
Se situó a su lado sonriente y le extendió su móvil. Ella agachó la mirada. En la pantalla se encontraba la página web de una conocida aerolínea. Iván había estado ojeando precios de vuelos a Bruselas para finales de septiembre, tenía varias opciones seleccionadas en favoritos. Ella no pudo evitar esbozar una débil sonrisa.
—¿De verdad? —preguntó Celia en un hilo de voz.
Iván guardó el móvil en el bolsillo y le rodeó la cintura con los brazos, aproximándola hacia él.
—Pues claro. —Sonrió—. Quieres ir y a mí me parece bien. Sería un tremendo egoísta si no te apoyara en esto. Tenemos todo el verano por delante y después aguantaremos los diez meses. Iré a verte un par de veces y tú vendrás en Navidades. Pienso llamarte todos los días. Funcionará.
—¿Estás seguro?
—Completamente. —Agachó la cabeza hasta chocar con su frente—. Te quiero, Celia. Lo nuestro no ha terminado, acaba de empezar.
Celia sonrió. Buscó sus labios y le besó.
Iván tenía razón: con esa decisión no finalizaba absolutamente nada, sino que comenzaba el principio de su verdadera historia.
Bueno, bueno... YA PODEMOS LLORAR.
Así termina esta historia de Celia, precisamente con el inicio de una nueva. Ya sé que Iván es un encanto, pero, como ya habréis descubierto hace muchos capítulos, en realidad esta novela nunca tratado de ellos dos. Aquí lo interesante ha sido siempre ver a Celia crecer y, la verdad sea dicha, Pablo ha sido un aprendizaje duro, pero efectivo en su vida.
Parece que nuestra chica ya esta lista para afrontar una nueva relación de otra manera.
Espero que hayáis disfrutado de Celia tanto como yo y que os haya gustado el desenlace.
¡Nos vemos mañana con el epílogo y la nota de autor!
¡Wattys, allá vamos!
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