✰ 81. EL CUENTO DE CENICIENTA
Hung my head as I lost the war
And the sky turned black like a perfect storm
Rain came pouring down
When I was drowning, that's when I could finally breathe
And by morning
Gone was any trace of you, I think I am finally clean
Clean - Taylor Swift
Celia salió de su casa con un vestido azul celeste de tela de algodón que su madre le había comprado hacía poco en las rebajas. Era precioso, dulce y adorable. Lo había combinado con unas sandalias marrones y una diadema blanca. Se sentía más bonita que la princesa Cenicienta el día que fue al baile real y conoció a su príncipe. Celia solo iba a dar un paseo por la playa con Iván, pero estaba tan contenta que por poco no daba saltos de alegría.
En la puerta del edificio estaba él. Después de tomarse unas cervezas con los chicos, Iván se había recorrido las calles del centro de Valencia a la velocidad de la luz para comprarle a Celia el regalo perfecto. Dado que ella no esperaba ni que la felicitara, sabía que no sería complicado sorprenderla, aunque eso no quería decir que él no se hubiera esforzado al máximo por hacerle un primer regalo de cumpleaños inolvidable.
—¡Vaya, vaya! Nunca te había visto tan guapo —dijo Celia al salir a la calle y encontrarlo vestido con camisa—. ¿A qué se debe esta elegancia?
Iván la miró sonriente y abrió los brazos para dejarse admirar.
—Tú siempre estás preciosa —le respondió.
Recibió a la chica con una suave beso en los labios. Se aseguró de sentirla bien cerca, de saborearla al detalle. Deslizó su mano por la mejilla de ella, luego por su nuca y sonrió entre beso y beso. Ni se acordaba del enfado con Pablo.
Al separarse señaló su coche con la cabeza.
—Ahí tienes el carruaje —bromeó—. Lamento que no sea una calabaza mágica, tendrás que conformarte con una buena dosis de realidad.
Esperaba que Celia esbozara una sonrisa, pero no lo hizo. En su lugar agachó la mirada y, sin decir una palabra, se sentó en el asiento de copiloto y extendió la falda de su vestido un poco nerviosa. ¿Había dicho Iván algo malo? Él también entró en el coche, pero, antes de arrancar, la miró de reojo y le puso una mano sobre el muslo con cariño.
—¿Qué te pasa? —preguntó.
Ella negó con la cabeza y rio tímidamente. Le miró a los ojos antes de responder en un murmullo:
—Pablo solía llamarme Cenicienta.
El origen de ese mote tan simple se remontaba al día de la fiesta en casa de Marcos Díaz, en el mes de enero. Celia salió corriendo dramáticamente cuando Pablo fue a besarle y quedó más romántico fingir su parecido con la princesa del cuento en lugar de reconocer que no veía claro liarse con él tan pronto. Desde el día siguiente hasta hacía tres semanas, Pablo había constado en su agenda de contactos del móvil como «Su Majestad Príncipe Pablo». En conclusión, a Celia no le gustaba la princesa Cenicienta; demasiados malos recuerdos ligados indirectamente a ella.
—Quién iba a decirlo... —Iván metió la llave en el contacto y arrancó el coche con el ceño fruncido—. Pues tendré que espabilar y buscar otro apodo cariñoso.
—A mí me gusta cuando me llamas por mi nombre —dijo Celia mirándose en la cámara interna del teléfono para asegurarse de que su diadema estaba bien colocada—. Prefiero oír «Celia» de tu boca cien veces más que cualquier preciosa, princesa o amor mío.
Iván esbozó una sonrisa carismática y miró por el retrovisor antes de meter marcha atrás para salir de la plaza.
—Eso nunca será un problema, Celia.
Ella sonrió.
De la Calle Almirante Cadarso a la Playa de la Malvarrosa no había más de 10 minutos en coche. Sin embargo, aparcar en la acera del paseo era un reto para maestros. Parecía que todo el mundo había llegado a la misma conclusión que Iván y Celia esa tarde y la ciudad entera se había desplazado a la playa al mismo tiempo. No se veía un sitio libre en ninguna parte, pero Iván se las apañó para dar con un descampado y dejar el coche de manera aceptable.
Cuando apagó el motor miró a Celia con una sonrisa pintada en la cara.
—Antes de que bajes —dijo alargando la mano hacia los asientos de atrás y cogiendo una bolsa de plástico escondida en el suelo—, tengo que darte tu regalo, cumpleañera. ¡Felicidades!
Celia dio un respingo sorprendida. La verdad es que tenía pensado contarle que nació un cálido dieciocho de junio diecinueve años atrás, pero, con tantas emociones alborotando su caótica vida, no había encontrado el momento.
—¿Para mí? —Estupefacta, agarró con ambas manos la bolsa. Por el tacto podía adivinar que en el interior había una caja—. ¿Cómo sabías que era mi cumpleaños? No me ha dado tiempo a decírtelo...
Supo que Iván le había regalado unos zapatos en cuanto identificó la marca del envoltorio. Sonaba como una anécdota lejana, pero en realidad fue a penas tres meses atrás que Celia acompañó a Paula a comprar un calzado elegante y adecuado para acudir a la comunión de un primo segundo de Alberto. Recordaba a su amiga como una desquiciada remover cielo y tierra por encontrar unos tacones a juego con su vestido, hasta que finalmente Celia la condujo a su rincón especial. Era una pequeña tienda ubicada en la esquina de la Calle Sueca con Denia que su madre le había mostrado cuando era pequeña. Y, evidentemente, allí fue dónde Paula dio con sus zapatos deseados.
—¿Me has comprado unos tacones? —preguntó Celia sonriente mientras abría la caja—. ¡Oh, Dios mio!
—Te he comprado los tacones —corrigió Iván—. Reconozco que ha sido idea de Paula, ya que, si no llega a ser por ella, casi me presento a nuestra cita con las manos vacías. Me contó que esa zapatería es un lugar especial para ti y para tu madre, y que, cuando la llevaste a ella, te enamoraste de un calzado muy original, pero Paula hizo un comentario poco acertado y te quitó de la cabeza la idea de comprarlo.
Así era. Cuando Celia vio el par de zapatos azul oscuros con el tacón de aguja rodeado por la figura de una enredadera sintió una alegría extraordinaria. Supongo que el simple hecho de que Iván se molestara en hablar con Paula y sorprenderla con un regalo tan simbólico la emocionaba.
—¡Gracias! ¡Gracias! —Saltó sobre él y a punto estuvo de clavarse el cambio de marchas en el estómago—. ¡Son preciosos! No sé por qué no los compré. Paula solo mencionó que yo ya era una chica alta como para ponerme zapatos de tacón y de pronto pensé que iba a parecer una torre humana con ellos puestos, estaría horrible... ¡Mi mente y sus pensamientos autodestructivos! ¿Qué estupidez, verdad?
Iván se encogió de hombros.
—No veo que exista la posibilidad de que tú seas horrible y creo que los zapatos son muy bonitos.
Ella rio a carcajadas.
—Ojalá todos me vieran con tus ojos. —Le cogió del cuello con suavidad para acercar sus labios a los de él—. Ni siquiera hemos salido del coche y ya está siendo la mejor cita de la historia.
El chico la besó otra vez y tan alegre señaló la bolsa con las manos.
—Primero, todavía queda otra cosa ahí dentro —Celia abrió la boca sorprendida y sonrió traviesa, pero Iván siguió hablando antes de dejarle decir nada—, y segundo, espero que no tengas planes para después. He organizado una pequeña cena con tus amigas...
La frase se quedó a medias porque Celia sintió la imperiosa necesidad de comerse a Iván a besos y no dejarle respirar. ¿Pero qué estaba pasando? ¿Por qué no podía parar de sonreír? Era como si estuviera flotando en un sueño. Cualquiera diría que hacía menos de veinticuatro horas que casi mata a su ex en medio de la calle en una pelea cuerpo a cuerpo. ¿Alguien recordaba a Pablo? Ella ya no.
—Madre mía, Celia, si lo llego a saber te hago los regalos mucho antes. —Jadeó entre sus labios.
—No seas tonto. —Le besó de nuevo y se rio—. Vamos a ver qué más queda en la bolsa, ¿no?
Iván se echó a un lado y la miró expectante. Su segunda compra había sido una idea de última hora y no tenía muy claro que el éxito fuera a ser el mismo que el de los tacones. Sin embargo, le había nacido hacerlo y esperaba que a Celia le gustara porque, para él, aquel era un detalle arriesgado y cursi. La miró husmear entre el plástico blanco hasta dar con la tela de una camiseta roja. Para ser honestos, la prenda no era para nada del estilo de Celia, pero sí que lo era completamente del de Iván. Ahí estaba la gracia.
—¿Es una camiseta de Harley Quinn? —preguntó Celia estirando la tela para ver bien el dibujo.
—Sí. Soy consciente de que posiblemente no te la pongas en tu vida, pero como vi que ayer cogiste la mía del Joker para bajar a la calle, pues... —Se sonrojó mientras hablaba—. He pensado que era gracioso que tú tuvieras la de Harley. Es una villana y su relación romántica con el Joker es de lo más tóxica, aunque pensé... ¿La he cagado con este regalo, no?
Celia miraba la camiseta, sin embargo, su mente había retrocedido unas cuantas horas. Revivía la lucha con Pablo secuencia a secuencia. Suspiró y con una discreta sonrisa miró a Iván.
—Lo siento —se disculpó—. No debí bajar, tú me lo pediste y yo me descontrolé. Lamento que te metieras en una pelea por mi culpa.
Él negó con la cabeza y se apoyó en el respaldo del asiento.
—Celia, nada de lo que pasó ayer entre Pablo y yo fue responsabilidad tuya. Yo también estaba cabreado con él. Quizá todo explotara cuando apareciste con mi ropa puesta, pero te aseguro que al pegarle no pensaba en lo que te había hecho a ti, si no en lo que él me había hecho a mí al traicionar nuestra amistad. —Abrió la puerta del coche y la miró de soslayo antes de salir al exterior—. Debí quedarme en casa contigo.
—Si lo hubieras hecho, yo ahora no tendría esta camiseta. —Celia la agitó entre sus manos con una sonrisa en la cara, dispuesta a dejar en tablas esa competición de disculpas—. Me encanta, Iván. Tan solo escucharte hablar de villanos de Gotham me produce alegría. Ya te lo dije: por ti me visto en la Comi-Con de Catwoman o Spider-Gwen. Bueno, y de Harley Quinn también.
—Tomo nota.
Su vida era perfecta. Caminando de la mano por la orilla de mar, Celia e Iván se miraban el uno al otro con una complicidad fuera de lo normal. De lo único que se arrepentía ella era de haberse puesto esas condenadas sandalias en lugar de un par de chanclas. Ambos iban descalzos, empapándose sus pies en el agua salada. No obstante, en cuanto salieran de la playa y se calzaran los zapatos de nuevo, Celia sabía que sus sandalias se estropearían en dos días justo por ponérselas con los pies mojados.
Pero ¿qué era un simple calzado de verano en comparación con ese momento de película romántica? Nada. Lo habían conseguido. Estaban juntos a pesar de las adversidades, disfrutando de la compañía mutua y conociéndose poco a poco. El día anterior había demostrado que la tragedia con Pablo era demasiado reciente y que Celia todavía no había podido olvidarlo. También había quedado probado que ella no era la única con asuntos pendientes: Iván había salido herido de la batalla casi tanto como ella. En conclusión, estaban bien, estaban juntos, pero eran tremendamente conscientes de que su relación no tendría que haber comenzado así. Sin embargo, se querían y no estaban dispuestos a dejar de verse solo porque las cosas no hubieran iniciado de la manera que deberían. Poco a poco el fantasma de Pablo desaparecería de sus vidas y, más pronto que tarde, se tendrían el uno al otro para siempre. Nadie podría impedirlo.
Una notificación alteró la magia del atardecer.
—Perdón, pensaba que tenía el móvil silenciado —se disculpó Celia—. Al ser mi cumpleaños, no dejan de enviarme mensajes...
—¿Y te quejas? —Iván rio.
—Pues claro. No quiero que nadie interrumpa mi tarde contigo...
Se quedó a medias porque toda su atención fue acaparada por el mensaje que acababa de recibir. Iván se dio cuenta automáticamente de que le había cambiado la cara, aunque la verdad es que no sabía cómo interpretar esa nueva expresión. ¿Estaba sorprendida? ¿Preocupada? ¿Desconcertada? Lo que estuviera leyendo Celia debía ser algo tremendamente insólito, pues ni siquiera cuando Pablo apareció bajo su casa pareció ella tan confusa.
—¿Qué ha pasado? ¿Está todo bien?
Celia alzó su mirada azul hacia Iván y no respondió. Luego volvió a leer el mensaje para confirmar que no estaba soñando.
—Qué fuerte, me han seleccionado... —Negó con la cabeza—. ¡Es imposible! Si no cumplo los requisitos...
—¿De qué estás hablando? —Iván intentó ver el mensaje por sí mismo, pero costaba leer su contenido teniendo el móvil de Celia del revés—. Dame un poco de contexto, por favor. ¡No entiendo nada!
La chica regresó al mundo real para que a su vecino no le diera tiempo a imaginar mil barbaridades.
—En noviembre solicité una beca para irme de intercambio durante un curso entero a Bélgica —explicó Celia—. Lo hicimos mi amiga Rebeca y yo juntas. Era imposible que nos seleccionaran, pues solo hay cuatro plazas disponibles y nuestras notas no son muy altas... Pero las dos tenemos el título necesario de francés y creo que eso nos ha sumado puntos.
—Vamos a ver —Iván detuvo la caminata con los ojos abiertos como platos—, ¿me estás diciendo que te vas a otro país a estudiar?
No podía creer que la historia tan preciosa que acababa de empezar entre ellos ya tuviera el desenlace escrito a final de verano.
—¿Qué? ¡No! Claro que no. —Negó ella con la cabeza tajantemente—. Solo me han elegido, pero no tengo por qué ir. —Sonrió—. No imaginé que fuera a existir una mínima posibilidad, pero me enorgullece haber recibido este correo.
Su alegría se extinguió al guardar el móvil en su bolso y encontrarse con la mirada interrogante de Iván preguntándole tácitamente si estaba loca. Se sintió algo cohibida y frunció el ceño. ¿A qué venía ese juicio en sus ojos? Ya le había dicho que no pasaba nada, no se marchaba a ninguna parte. ¿Por qué no seguían paseando?
—Iván, no me voy —dijo tranquila—. No hay de qué preocuparse, tan solo me ha sorprendido que me seleccionaran.
—¿Es que ni siquiera te lo vas a plantear? —Reprimió una risa vacía su vecino. Desde luego su chica era sorprendente—. Celia, te han elegido para una oportunidad increíble. ¿Cómo puedes desecharla tan rápidamente? Al menos piénsalo bien antes de decir que no.
Ella le miraba sin entender nada. ¿Acaso Iván no había escuchado lo que significaba ese correo? Irse un año entero a Bélgica a vivir. Tendría que mudarse en septiembre, ¡en apenas dos meses! ¿Eso quería él que durara su relación? ¿Dos míseros meses? No se dio cuenta de lo ofendida que se sentía hasta que se escuchó espetarle:
—¿Quieres que me vaya?
Iván dio un respingo.
—¡No! Yo te quiero a mi lado para siempre.
—¿Y por qué me estás animando a irme? —preguntó nerviosa.
—No estoy haciendo eso, prefiero que te quedes, pero... Bueno, es que deberías pensarlo, ¿no? —Se encogió de hombros—. Por algo lo solicitaste. ¡Quieres ir!
Era como si un nubarrón se hubiera asentado sobre la cabeza de Celia y la perfecta tormenta hubiera dado comienzo sobre sus hombros. Quería ir antes, en noviembre. Ahora ya no quería marcharse. Con lo feliz que era, no podía ni imaginarse el hecho de mudarse a otro país, hablar otro idioma, adaptarse a otras costumbres y, a consecuencia de todo eso, perder a Iván. La decisión más sencilla no podía ser, no entendía qué le había llevado a su vecino a insistir tanto en algo que podía condenar su breve relación.
—No quiero dejarte —dijo nerviosa—. Quiero quedarme contigo.
Él sonrió con ternura y la abrazó. Era justo lo que temía. Pues claro que Iván aborrecía la idea de que se trasladara un curso entero a otro país, pero no permitiría que Celia rechazara una oportunidad como esa solo por él.
—Ni siquiera es un año de verdad. —murmuró—. Volverás a España en Navidades y en junio estaremos juntos...
—¡Qué no voy a irme!
Celia se separó de Iván y le dedicó una mirada furiosa. El chico agachó la cabeza y suspiró. Si casi le costaba más a él que a ella hablar. ¿Acaso se pensaba que le insistía por placer? ¡No! ¿Qué clase de persona sería Iván si no la impulsase a valorar todas sus opciones?
—Está decidido, ¿vale? No quiero marcharme, mi vida está en Valencia, no en Bélgica —sentenció malhumorada.
—Pero...
—¡Respétalo, Iván! —gritó—. Ya me ha quedado claro que tú en mi lugar tomarías otra decisión, pero yo soy así. No hay nada que pensar, ¿entendido?
Se arrepentiría de eso. Iván estaba convencido de que un día Celia echaría la vista atrás y se daría cuenta de lo estúpido que había sido negarse una experiencia tan enriquecedora solo por miedo a perderle a él. Las decisiones importantes no se toman por temor a algo, se meditan detenidamente. Si Celia no viajaba a Bélgica, Iván sentiría un alivio enorme. Pero si no lo hacía por las razones equivocadas... Bueno, su escueta relación ya cargaba con la presencia de Pablo nada más empezar. ¿También debía soportar ese otro peso?
—Está bien. Lo respeto. —La agarró de la mano y reanudó el paseo—. ¿Cambiamos de tema?
—Sí, por favor.
Sin venir a cuento, Iván empezó a narrar la historia de cómo se conocieron Harley Quinn y el Joker. Fue lo primero que se le pasó por la cabeza y con ello consiguió que Celia se calmase y volviera a sonreír. Caminaron durante mucho tiempo, después regresaron al paseo e Iván la invitó a un helado de chocolate. Parecía que las cosas entre ellos volvían a seguir el curso natural, aunque, en el fondo, Iván esperaba que el cerebro de Celia se hubiese puesto a trabajar. Con suerte, su preciosa vecina se daría cuenta de que no tenía nada que temer. A él no iba a perderle por un año en el extranjero.
Su amor no era tan frágil.
Aquí tenemos el penúltimo capítulo con esta sorpresita.
¿Creéis que Celia debería marcharse a Bélgica? Ha sido una noticia muy sobrevenida, pero está claro que nuestra chica ha pasado de tomar decisiones para no perder a Pablo a tomarlas para no perder a Iván. Un patrón algo dependiente, ¿no?
Por otro lado, él está intentado no cortarle las alas, aunque con tanta insistencia puede terminar creando la sensación de querer que Celia se marche.
La pregunta es: ¿qué decisión tomará Celia?
Entre el viernes y el sábado lo sabréis (Voy a esforzarme para que sea más el viernes que el sábado, pero no prometo nada).
NOS QUEDA 1 CAPÍTULO PARA DESPEDIRNOS DE CELIA Y... HABRÁ EPÍLOGO. Se me ha ocurrido una escena muy guay hace una rato, así que me voy a meter en el lío de escribir un pequeño epílogo antes de que termine el plazo de para inscribirme a los Wattys.
¡Recordad darle a la estrellita ⭐️!
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