✰ 6. INSEGURAS
Por la niña buena, por la niña mala
Y por esa amiga que se vuelve hermana
LAS BABYS - Aitana
Llegó a casa de Sara alrededor de las seis y media de la tarde. No le había dicho que venía, pero sabía que era bien recibida y que su amiga estaría estudiando en su habitación a esas horas. Desde la fiesta del sábado, Celia experimentaba una inseguridad que no era propia de ella y tenía la esperanza de que pasando algo de tiempo con la buena de Sara sentiría que parte de esa extraña preocupación que padecía se esfumaría.
Sara vivía en la Calle Los Centelles, en un edificio antiguo de techos y puertas elevadas bastante amplio. Residían a quince minutos la una de la otra, lo cual era convenientemente oportuno para ambas. Así que Celia se presentó vestida en chándal gris y una sudadera roja de talla grande, con la mochila que solía llevar en el colegio colgada a su espalda y una coleta alta recogiendo su lacio cabello oscuro. Acudía allí con la idea principal de estudiar en compañía de su amiga y por ello no había considerado necesario arreglarse mucho. Además, en esa familia la conocían desde hacía tanto tiempo que estaban más que acostumbrados a su presencia errante en chándal o pijama.
Abrió la puerta de entrada la madre de Sara, Carmen Aguilar, una mujer atenta y animada que hacía difícil entender cómo su hija podía ser completamente lo opuesto. Había quien bromeaba que Sara era la timidez personificada, aunque a Celia esto le parecía una exageración. Si se le daba la oportunidad y se tenía algo de paciencia, Sara era tan divertida y llena de vida como cualquier otra joven.
Carmen, elegante mujer y excelente anfitriona, recibió a la chica de cabellos negros con una sonrisa impresa en el rostro y la interrogó sobre todos los aspectos de su vida. Lo hacía siempre y Celia estaba tan habituada a sus preguntas que ya le contaba hasta la más absoluta nimiedad.
—¡Oye! ¿Qué tal está Alicia? Hace mucho que no la veo.
—Mi hermana está muy bien, gracias por preguntar —dijo Celia, sonriente—. Ha empezado a asistir a clases de teatro.
—¿De verdad? —Carmen rio—. Creo que se le dará muy bien. Por cierto, Sara está en su cuarto.
—¿Estudiando?
—Eso parece —asintió—. ¿Quieres merendar?
—No te preocupes, ya he comido algo en casa, pero agradezco la oferta. ¡Hasta luego!
Se encaminó por el pasillo a la habitación de su amiga y tocó la puerta dos veces antes de entrar. A Sara no le sorprendió verla, al fin y al cabo estas espontáneas visitas de Celia para estudiar juntas empezaban a ser rutinarias.
—¡Hola! —la saludó con una sonrisa sincera—. Sabía que hoy vendrías. Últimamente los martes siempre estás aquí.
—¡Vaya! ¿Lo sabías? Nuestra conexión telepática está llegando a un nuevo nivel —bromeó la invitada.
Sara se rio e hizo un hueco en el escritorio para que Celia cupiera con todos sus libros. Ella se sentó a su lado y sacó de la mochila todo el material de estudio, lo depositó ordenadamente sobre la mesa y se preparó para acompañar a Sara en su silencio. Las dos chicas eran de buenas notas e intenso rendimiento, muy responsables y organizadas. No estudiaban la misma carrera —Sara había optado por la rama de letras, periodismo, nada que ver con el grado de farmacia— aunque eso no era un obstáculo para sus sesiones de estudio juntas.
—¿Qué tal va la tarde? —preguntó Celia después de media hora rindiendo.
—Bueno, la verdad es que estoy algo descentrada. Me ha venido bien que vinieras, así nos forzamos a concentrarnos mutuamente.
—¿Qué estabas haciendo?
La pantalla del ordenador de Sara estaba encendida mostrando un Word lleno de letras en forma de párrafos y guiones. En realidad, no parecían ser apuntes, si no alguna clase de texto distinto. En cuanto la escritora se dio cuenta de a qué se refería Celia, minimizó la ventana y se sonrojó.
—No es nada... —murmuró.
—¡Oye! ¿Por qué lo has escondido? —Se sobresaltó la otra—. Anda, déjame ver.
—Que no, Celia, que me da vergüenza.
—¿Vergüenza de qué? Si te he visto desnuda, borracha y llorando: los tres estados de mayor vulnerabilidad.
—¡Pero es que esto es muy íntimo!
Sara cerró la pantalla del ordenador y lo atrajo hacia ella, protectora. En realidad Celia no trataba de forzarla a hacer nada que no quisiese, pero era la primera vez que ocurría un gesto así entre ambas. Se lo contaban todo o, por lo visto, casi todo.
—Bueno, si no te sientes cómoda no me lo enseñes —cedió finalmente—. Entiendo que todos necesitamos un espacio íntimo donde no pueden entrar ni las mejores amigas. Es normal.
—¿De verdad? ¿No te has enfadado? —La cara de cachorrillo de Sara era muy cómica, así que Celia rio.
—Para nada. —Negó con la cabeza—. Si algún día me lo quieres enseñar, estupendo.
Era cierto que no se había molestado. Sara era una persona por lo general tímida, como ya se ha dicho, y aunque Celia y ella estaban muy unidas, podía comprender que hubieran ciertas cosas que su amiga decidiera guardarse para sí misma y nadie más. No se sentía menos amiga suya por no saber absolutamente cada detalle de su vida, eso no definía su amistad, la confianza lo hacía.
—Bueno, pues estudiemos.
Pasaron la tarde, como tantas otras veces, entre libros, manuales, apuntes y subrayadores de colores pastel hasta que se hizo de noche. La maravillosa anfitriona —progenitora de Sara— insistió en que Celia se quedara a cenar y a dormir. No era lo normal, pero aquel día consideró que sería una buena forma de despejarse de sus preocupaciones. Le apetecía mucho hablar con Sara y ella parecía tan a gusto con la propuesta de su madre que no pudo dejar de sonreír hasta la hora de dormir.
Ya en pijama, alimentadas y con los dientes limpios, se acomodaron una al lado de la otra, extendidas en la gigantesca cama de matrimonio que ocupaba el centro del cuarto de Sara. Celia siempre se quedaba mirando aquella habitación con admiración. Era muy diferente a la suya —mucho más ordenada para empezar— y esas paredes tan altas le daban un aspecto palaciego. Los muebles eran de madera y las estanterías estaban pintadas de un blanco grisáceo que contrastaba agradablemente con toda la decoración.
—No hemos hablado del sábado —dijo Celia—. Tenemos mucho que contarnos.
—Ya lo creo. ¿Quién empieza?
—Me dijo Inés que Dani y tú os habéis dado el número. —Le sonrió con picardía y guiñó un ojo juguetona.
—¡Ay! No me lo recuerdes, qué vergüenza... —Sara se tapó la cara con un cojín—. Nunca he sentido tantas ganas de asesinar a alguien como el otro día a Inés.
Celia profirió una sonora carcajada. Podía imaginarse por dónde iban los tiros de esa historia. Inés era cuanto menos discreta, por lo que si se había propuesto ayudar a coquetear a Dani y Sara, probablemente hubiera terminado por crear la situación más incómoda del universo para los propios interesados.
—¿Qué hizo?
—Pues era una especie de Cupido borracha y entrometida. Se pasó media noche entre Dani y yo. Físicamente. O sea, se interponía entre nosotros. Mira, Celia, yo ya sé que soy tímida y me cuesta abrirme a la gente, pero imagínate si encima tengo a una pesada al lado que no para de hacer insinuaciones sobre lo buena pareja que haríamos él y yo... Le repitió tres veces que se apuntara mi número. Es cierto que lo hizo, pero ¡a la tercera! Por dios, fue horrible... Estoy segura de que me lo pidió por obligación.
A pesar del tono rosado de las mejillas de Sara y su continua expresión de mártir, ambas reían evocando el aspecto insinuante y descarado de Inés. En realidad, la rubia no le guardaba ningún rencor a su amiga.
—La verdad es que esta historia en palabras de Inés suena completamente distinta. —Reía Celia.
—Porque está convencida de que es una agente secreto del amor.
—Lo sé, lo sé...
Celia se acomodó en la cama con las piernas cruzadas. Hacía rato que la coleta se le había aflojado y ahora caía con menos fuerza por su espalda. Aun así, con el pelo mal recogido y el pijama rosa claro que Sara le había prestado, Celia estaba preciosa.
—¿Y tú por qué te fuiste antes? Me sorprendió que no te despidieras. —Sara se incorporó sobre el cojín y miró fijamente a su amiga.
—Es que no te encontré. A ninguna, de hecho.
—Yo no sabía ni que te habías ido hasta que apareció Pablo y nos lo contó. ¿Estuviste toda la noche con él?
—Toda no.
Celia le relató, sin omitir detalles, la aventura entre Pablo e Iván que tanto daba vueltas en su mente. No lo hacía riéndose, ni tampoco fingiéndose la interesante. Por no haber, ni siquiera sentía emoción al relatarlo. Solo una constante preocupación en el pecho por todas las malas decisiones que había tomado a lo largo de la noche y lo injustas que habían resultado todas ellas tanto para un amigo como para el otro. Se avergonzaba de sí misma.
—Imagina que todo esto que hemos contado les hubiera pasado a Noe o Inés. ¿Crees que habrían estado tan traumatizadas como tú y yo?
—¡No estoy traumatizada! —Se molestó la joven de cabellos negros.
—Si tú lo dices... —Se encogió de hombros la otra—. Estás dándole muchas vueltas a qué pensarán esos dos de ti y no les conoces de nada. No debería importarte. ¿Te has equivocado? Puede, pero tampoco es cuestión de torturarte. No es algo tan grave. Igual que a mí no debería importarme hacer el ridículo delante de Dani. A lo mejor no le vuelvo a ver en mi vida.
—Bueno, técnicamente, Iván es mi vecino. Sí que lo conozco y no es tan raro que quiera que tenga una buena impresión de mí... Es que me puse muy nerviosa, me sentía amenazada.
Sara alzó una ceja y la miró de reojo.
—¿Por qué?
—¿Te acuerdas de Carla Almeida?
La rubia asintió y se tumbó bocarriba.
—Era muy popular, aunque no de la clase de popularidad que se admira...
—Yo no quiero ser como ella. —Celia abrazó la almohada y enterró su cara en ella—. De repente no dejaba de pensar en que si hacía algo con alguno de esos dos, me convertiría en Carla y parecería la tonta del bote que se deja engatusar por cualquiera.
Su amiga extendió una mano y le acarició el brazo torpemente.
—Venga, no te agobies. Además, Carla era muy simpática, no deberíamos definirla únicamente por su mala aptitud para filtrar chicos. —Trató de tranquilizarla—. Si lo que te preocupa es tu imagen, no hay nada que temer. Seguro que a Iván se le pasa enseguida y Pablo está hablando contigo a todas horas por WhatsApp. Eso será que le gustas, ¿no?
—Ya, pero solo llevamos dos días así. Me resulta todo un poco... irreal. Tengo la sensación de que en cualquier momento se va a cansar de mí y dejará de responder.
—Eso es imposible. Yo te veo todas las semanas y aún no me he cansado de ti.
Celia esbozó una sonrisa apenada, agradeciendo con la mirada a su amiga por la sinceridad de sus palabras. La abrazó y se quedó a su lado un buen rato, con la cabeza apoyada en el hombro de ella.
—Sara, ¿por qué crees que somos tan inseguras?
—Mi madre dice que es porque somos jóvenes, pero no veo que Inés tenga el mismo problema —masculló la otra—. No lo sé. A mí me da todo miedo. No soy solo insegura con los chicos, lo soy en general con todo.
—¿Todo? ¿Qué es todo?
—Pues mi físico, mi carácter, mi timidez, mi inteligencia, mi inexperiencia... La lista puede ser muy larga y si la recito entera me voy a poner a llorar.
—A mí también me asusta todo eso —admitió Celia buscando complicidad—. ¿Crees que a Noe y a Inés no?
—No creo que a Inés le haya preocupado nada en su vida. —Se encogió de hombros—. A Noe puede que le preocupe, pero no tiene miedo. Es muy segura.
Celia rio. Era cierto, Noe irradiaba seguridad como si no hubiera otra cosa en su interior.
—¿Y Paula? —dijo finalmente—. ¿Qué crees de Paula?
—Ella es más parecida a nosotras. También tiene sus fantasmas en el armario.
—¿Sí? Tú hablas con ella mucho más que yo, estáis bastante unidas —observó Celia.
—Bueno, como te pasa a ti con Inés. Es normal, ¿no? Además, tía, no sé de qué te quejas: eres decidida, fuerte, divertida, abierta, simpática, buena... Por no decir que tienes el pelo brillante, eso es un privilegio añadido. No sé por qué tienes esa inseguridad con respecto a Iván y Pablo.
—Lo mismo podría decir yo de ti, bonita —repuso la aludida—, para ser supuestamente tan tímida, te teñiste el pelo de rubio platino y te lo cortaste a la altura del cuello. A mí me parece un gesto muy atrevido.
Sara se sonrojó al oírle decir eso y le sonrió.
—Quizás no somos personas inseguras, sino que tenemos determinadas inseguridades.
—Me gusta lo que has dicho —corroboró Celia—: una persona puede ser segura en un aspecto de su vida e insegura en otro, pero eso no debería definir nuestra personalidad.
—Una reflexión muy positiva para ser martes por la noche.
Se quedaron en silencio mirando al techo. Ninguna de las dos parecía querer seguir la conversación mucho más rato. De alguna forma, habían quedado envueltas en sus propios pensamientos, la una sobre Iván y Pablo, la sobre Dani. Al final se durmieron.
¿Quién esta de acuerdo con esta reflexión? ¿Creéis que hay personas inseguras o situaciones que te provocan inseguridad? ¿O quizás amabas? 🤔 Os leo 👀
Quería que conocierais un poco la relación de Celia y Sara, y como son sus personalidades más allá de en la discoteca. ¿Vosotros también tenéis algún amigx que vive cerca y al que vais a visitar a su casa a menudo?
Recordad darle a la ⭐️ si queréis más capítulos :)
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