✰ 3. ELLOS
Si tú y yo nos conocimos bailando
Sin saber lo que me estaba esperando
En el coche - Aitana
La noche fue una de esas grandes y épicas aventuras en las que a la mañana siguiente es necesario hacer un resumen de los pasos que ha dado cada miembro del grupo para elaborar la cadena de sucesos y entender cómo llegó cada uno a su casa estando en el estado que estaban.
La gente bebió. Cerveza, vino o bebidas alcohólicas algo más agresivas como el vozka, la ginebra, el ron o, a petición de Inés, tequila. Lo pasaron bien. En realidad, genial. Rieron y bromearon sobre mil cosas. En algún momento, Marcos encendió unos altavoces y sacó a bailar a Sara. Los chicos, más discretos, se resistieron al principio, pero sobre la una y media solo había quien se movía al ritmo de Karol G, intentando sortear los muebles como un ninja, y quien jugaba a retar a los que estaban sentados a hacer esto o a hacer lo otro.
Celia, compartiendo sofá con su vecino, no se dignó a mirarlo ni una sola vez. Básicamente porque sentía su hambrienta mirada de depredador posada sobre la nuca y eso la incomodaba. Su cabeza permanecía girada en dirección a Inés y el grupo que se extendía a su izquierda, pero más tarde que temprano hubo de ceder, viéndose obligada a cruzar sus ojos azules con los del canalla.
—Buenas —le saludó él con una sonrisa ladina.
Ella le sonrió cargada de ironía y no respondió. Empezaba a pensar que el maldito saludo era una forma de reírse de ella y de sus mejillas sonrojadas. En su lugar empezó a hablar con Dani, sentado cerca de ellos, y luego con Noe, con Sara y con otros chicos que habían por ahí y cuyos nombres no habían quedado retenidos en su memoria. El plan era evitar al despeinado a toda costa. Noelia se dio cuenta de la estrategia de su amiga, pero Sara, que llegaba de bailar tres canciones seguidas con Marcos y necesitaba un respiro, no. Viendo que el pobre vecino, además de no tener un peine en su casa, no participaba de la conversación, pensó en dirigirse a él amablemente para integrarlo.
—No me he quedado con tu nombre —dijo—. ¿Cómo te llamas?
—Iván. ¿Tú eres Sara, verdad?
—Sí —asintió—. ¿Y tu amigo?
Sara señaló con el dedo índice de la mano que aguantaba su copa al acompañante. Era el chaval que había aparecido por la puerta principal como un fantasma sobresaltando a Celia. Él sonrió cálidamente y respondió que se llamaba Pablo. Al hacerlo dirigió una mirada furtiva a la joven de cabellos negros, que instintivamente se sonrojó.
Llevaba media noche con las mejillas ardiendo.
—Es un placer —respondió Sara amablemente—. ¿De qué conocéis a Marcos? ¿También sois del equipo de natación?
—No, qué va. Marcos y yo fuimos al colegio juntos —explicó Pablo—. Perdimos un poco el contacto al entrar en el instituto. Hacía años que no le veía, y la semana pasada nos cruzamos de casualidad por la calle. Una cosa llevó a la otra y nos invitó a esta fiesta. Iba con Iván en ese momento, así que él viene por estar en el momento y el lugar oportuno.
Se rio, esbozando una preciosa sonrisa, y los demás hicieron lo mismo.
Celia, más curiosa que Alicia en el País de las Maravillas, soltó la pregunta que rondaba por su mente desde que esos dos ángeles habían entrado en la casa.
—¿Y a él de qué lo conoces? —Señaló con el pulgar a su vecino sin atreverse a mirarle. Sabía que estaba sonriendo con picardía.
—Del instituto —respondió Pablo con una ligera sonrisa en la cara. Su oscura mirada se fundió con la de ella—. ¿Tú eres Celia?
—Sí. ¿Te han hablado de mí?
—Un poco.
Ella sonrió traviesa y miró de reojo a Iván.
—Espero que solo cosas buenas.
—Muy buenas —afirmó él.
Pablo la miró de arriba a abajo y bebió de su copa sin dejar de analizarla. Celia había estado tan pendiente de su vecino que no había reparado en esos ojos oscuros y misteriosos sobre los que bailaba en el entrecejo un rizo rebelde. Creyó que sus mejillas se tornaban coloradas por enésima vez y desvió la mirada hacia la nada, dando un trago a la cerveza.
Sara continuó haciendo preguntas y hablando de esto y de lo otro y Pablo respondió a todo con paciencia, siempre sonriente, mirando de cuando en cuando a Celia. Ella se recostó en el sofá, pensativa, y un poco mareada. Hacía rato que había perdido la cuenta de las cervezas que había bebido. ¿Cuatro? ¿Cinco? ¿Seis? Ni idea. Estaba demasiado ocupada estudiando a los dos amigos y bebiendo tragos impulsivamente como para enumerar los botellines vacíos que se extendían sobre la mesa.
—Vas un poco borracha.
Se giró y miró directamente a Iván. Se había recostado a su lado y la observaba con esa mirada inquisitiva y devoradora que tanto la incomodaba. Él también era guapo. Ambos lo eran: unos amigos exquisitamente atractivos. Celia se miró las uñas algo tímida y luego, armándose de valor, lo retó con la mirada.
—¿Y qué? ¿Vas a aprovecharte de mí? —le cuestionó irónicamente.
—Jamás.
La respuesta de Iván sonó tajante y su sonrisa se evaporó en un instante, transformándose en una línea fina y seria. Se miraron el uno al otro y Celia se perdió en esos ojos claros que parecían esconder el cielo entero. Ninguno dijo nada durante unos segundos, hasta que él murmuró:
—Pero voy a tener que acompañarte a casa, que no todos son tan buenos como yo. Menos mal que vivimos en el mismo edificio.
Volvió a sonreír de la única manera que sabía hacerlo y Celia rompió la magia entre sus miradas girando el rostro hacia otro lado. La realidad había caído sobre ella como un jarro de agua fría, pues en todo aquel rato no se había planteado la posibilidad de que Iván la acompañara a casa. Era lo más coherente, al fin y al cabo los dos vivían en el mismo sitio. La abrumó imaginarse caminando a solas a su lado, compartiendo espacio y aire a tan pocos centímetros. Impulsivamente se alzó queriendo escapar de su embrujo y sintió que el mundo empezaba a dar vueltas mientras ella perdía el equilibrio.
Como un caballero de blanca armadura, Noe apareció justo a tiempo para salvar a su princesa, su amiga del alma, y la cogió por los brazos hasta que Celia recobró el sentido del equilibrio.
—Te has levantado muy rápido —le dijo—. Pero, por si acaso, no bebas más esta noche. Aún tenemos que ir a la discoteca y como te vean muy mal no te dejarán entrar.
—¿Tan borracha voy?
—No, para nada, pero a veces el alcohol puede sentarte mal y reaccionar agresivamente, como esa vez que acabé vomitando por las esquinas después de beberme dos copas de ron, ¿te acuerdas?
—Ay, sí. Imposible de olvidar.
—Fue una reacción demasiado desproporcionada a lo que realmente había bebido. Pero bueno, cosas que pasan.
—Y pasan que cosas.
Las dos se rieron, cómplices. Después animaron a todo el mundo a ponerse las chaquetas para bajar a la discoteca, situada en la acera de enfrente al portal de Marcos. Ese era el plan original: tomarse unas copas en casa del chico y luego salir a bailar. Nada como unos altavoces con la música a todo volumen.
—¡Venga, venga! —gritó Noe dando palmas—. Que la entrada solo es válida hasta las dos y ya son la una y media. Entre que salimos de casa y hacemos cola, se hará tarde.
En menos que canta un gallo, todos llevaban puestos sus respectivos abrigos y salían por la puerta como niños de colegio, en fila india. Hicieron turnos para bajar en el ascensor y por las escaleras. Noe y Celia fueron las últimas y aprovecharon el momento de soledad para confesarse algún que otro secreto.
Celia preguntó por Olga, el nuevo interés amoroso de Noelia. Por su parte, la otra tenia curiosidad en conocer las razones que inducían a su amiga a evitar tan cortantemente a Iván. Las dudas se disiparon antes de que el ascensor llegase a la planta baja.
Noe estaba eufórica por ver a la chica de la tienda, segura al cien por cien de que había algo más que un interés sexual entre ellas. Al parecer su conexión había trascendido más allá de lo físico, ya Olga tenía los mismos gustos cinematográficos y musicales que Noe. Era divertida, la hacía reír constantemente. Habían quedado unas cuantas veces a tomarse algo y siempre se lo pasaban en grande juntas.
—Pero todavía no nos hemos besado.
—Bueno, ahora es un buen momento para hacerlo.
Noelia sonrió y abrazó a Celia fugazmente.
—A lo mejor tú también besas a alguien hoy.
—No lo creo —negó la aludida—. No se me ocurre a quién.
Entraron en la discoteca a las dos menos diez. De milagro, como repetía Marcos todo el rato. Dentro estaba la famosa Olga con sus amigas. Era una chica guapa, pálida como la leche, de tez pecosa y con el pelo naranja intenso recogido en una media coleta. Parecía enormemente feliz de ver a Noelia. Se fundieron en un abrazo que no daba lugar a dudas del cariño que se sentían mutuamente y no se despegaron en toda la noche.
—Hasta que no las vea enrollarse con la misma pasión que Noah y Allie bajo la lluvia en El diario de Noah, no las pienso dejar en paz —decía Inés.
—Yo creo que así vas a conseguir todo lo contrario —aclaró Marcos—. Necesitan intimidad y tú estás en medio. Esas cosas ocurren con naturalidad.
En otra línea de batalla, Sara iba perdiendo apoteósicamente la oportunidad de llamar la atención de Dani. Su timidez, tan inoportuna pero acaparadora, no le concedía un minuto de tregua. Le miraba de reojo una y otra vez, intentando armarse de valor para dirigirle la palabra.
—Inés, me parece que te necesitan más por allí —le habló al oído Celia—. Sara reclama a la caballería.
—Voy ahora mismo —concluyó la casamentera, asumiendo con mucha responsabilidad su importante cometido.
Mientras una se dedicaba a emparejar y otras a conquistar, la joven de cabellos oscuros se sumó a Marcos y Paula, sus últimos aliados en esa intensa noche, a bailar en el centro de la pista bajo luces de colores y entre gente desconocida que invadía la pista. Cantó, bailó, saltó y gritó desmelenada. A veces se unían durante un rato algunos de los amigos de Marcos y luego desaparecían en la multitud del local, bien para ir al baño, salir a fumar, coquetear con alguna chica o pedir otra copa en la barra.
Celia no sabía nada de Iván y Pablo desde que entraron en la discoteca, aunque tampoco es que le importara mucho el paradero de esos dos. Con sus amigas le bastaba y le sobraba para pasarlo de miedo. Se sentía embriagada por la música y el calor del baile.
Sobre las cinco de la madrugada, sus pies ardían de tanto saltar. Inconsciente y progresivamente, fue bajando la intensidad de los pasos y de la voz. Su energía menguaba y el sueño solicitaba salir de aquel antro y volver a la comodidad de la cama.
Distraída, como en un estado somnoliento que le hacía volar entre nubes, los pensamientos de Celia se interrumpieron abruptamente cuando una mano agarró la suya por la espalda, girándola sobre sí misma hasta detenerse con violencia sobre el torso de Pablo. En un principio, Celia pensó que se trataba de un desconocido. No era la primera vez que en una discoteca algún sinvergüenza creía que coquetear consistía en coger a mujeres por la espalda y sacarlas a bailar —o, más bien, a restregarse contra ellas— sin su consentimiento. Así que se asustó. Luego, cuando encontró los oscuros ojos de Pablo, dejó de oponer resistencia y apoyó su mano en el pecho de él. No le dijo nada y ella tampoco preguntó, pero se dejó conducir a un rincón más apartado del grupo y bailaron.
No supo cuánto tiempo permanecieron juntos, perdió la noción de la realidad enredada entre sus brazos, balanceándose al ritmo de las canciones y sin desviar su mirada de la de él. Había algo en aquel chico que le atraía como a un imán. Reían, aunque Celia no podía escucharle hablar, la música estaba tan alta que no podía oírse ni a sí misma responderle incoherencias. Aun así Pablo no dejaba de sonreír, de acercarla a su cuerpo, de agarrarla por la cintura y darle vueltas y vueltas sobre sí misma... Se sentía hipnotizada en un sueño sin fin.
El espacio entre ambos se redujo lo máximo posible, él levantó su barbilla y entonces buscó sus labios.
Celia se hubiera entregado a ellos, realmente lo deseaba, pero algo la detuvo. Un pensamiento se infiltró en su mente como una serpiente, silencioso pero intensamente presente. Todo estaba siendo demasiado fácil: ella se estaba ofreciendo a un completo desconocido sin haber cruzado más que unas pocas palabras con él. ¿Qué pensarían los demás?
Si algo detestaba Celia era parecerle simple o estúpida al resto y por eso se apartó antes de que su boca rozara la de Pablo.
¡Ya entramos en materia! ¿Se están poniendo interesantes las cosas? Si queréis seguir leyendo más, recordad darle un toque a la estrellita ⭐️
¿Qué opináis de la reacción de Celia? ¿Alguna vez os habéis sentido juzgadxs por los demás? Os leo 👀
Editado: 22 julio 2023
Mientras editaba esta historia, decidí introducir los capítulos con los 3 cantantes que yo creo que serían los favoritos de Celia y colar 3 canciones de otros artísticas que son de mis favoritas. La que puse en el capítulo 1 de Samantha Palos era una de ellas.
Así que, a partir del capítulo 2 al 23, presentará la vida de Celia una canción den Aitana :)
Si sois admiradores, ¡cantad conmigo!
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