✰ 29. EL TENDEDERO
Y es que no quiero ilusionarme
Porque yo sé cómo es la vida
Pero nunca supe cómo darte por perdida
Enamórate de alguien más - Morat
El sentimiento de victoria duró exactamente catorce horas. Ni más, ni menos.
Iván se había despertado casi eufórico y muy orgulloso de sí mismo. Con mucho esfuerzo y valentía se había atrevido a declararse a Celia y confesarle todos y cada uno de sus sentimientos. No sabía exactamente cómo se iban desarrollar los acontecimientos a partir de ahora, pero sí que ella debería hacer algo al respecto. Aunque solo fuera rechazarle.
Lo bueno de declararse es que se pone un punto y final al juego del gato y al ratón. Ella ya no podía fingir que no se enteraba de sus intenciones e Iván no tenía que esmerarse en seguir persiguiéndola. Por una vez la pelota estaba en su tejado. A una declaración le proseguía una respuesta y con suerte Iván podía haberle creado dudas sobre la sinceridad de Pablo.
Como bien había dicho ella misma, no podía tomar una decisión sin darle la oportunidad a gilipollas de su novio de explicarse. A ver por dónde salía el chaval... Con todo lo que le había contado Iván, que era verdad pura, dura y objetiva, estaba jodido que hicieran las paces.
No obstante, no se hacía muchas ilusiones; era evidente que Pablo le sacaba una ventaja abismal. Lo sabía porque cuando llegó al restaurante, en el momento preciso en que Marta trataba de hacer sentir tonta Celia y le preguntaba si ya había dejado que Pablo le subiera la falda, comprendió, por el tono rojizo de sus mejillas y la sorpresiva escasez de palabras para defenderse, que Pablo y Celia ya habían subido de nivel. Desconocía qué clase de prácticas habían compartido: sexo oral, sexo con penetración, masturbarse mutuamente... ¿Qué importaba? La cuestión es que Pablo estaba teniendo alguna clase de relación más íntima con Celia y él solo había hablado con ella tres veces. El marcador estaba increíblemente desigualado.
Sin embargo, la esperanza es lo último que se pierde y en un rinconcito del alma de Iván vivía la ilusión de creer que podía haber provocado en Celia algo lo suficientemente fuerte para hacerla dudar de su relación con Pablo.
Que el tonto del novio de su vecina se hubiera metido en el baño detrás de Marta, le había provocado una oleada de satisfacción. Ese acto había sido una tremenda cagada por parte de Pablo, de la suficiente envergadura como para que Celia desconfiara de él. ¿Y cuál es la causa principal de la mayoría de las rupturas? Exacto, la desconfianza.
Así estuvo la cabeza de Iván durante media mañana del sábado, construyendo un marcador ficticio en su mente donde calculaba probabilidades y puntos a favor y en contra de cada pretendiente en su lucha por conquistar a la vecina del séptimo. Ese juego le divertía. Le levantaba el ánimo creer que podía machacar a Pablo.
Se tumbó en el sofá de su casa y encendió la consola dispuesto a evadirse un rato jugando a videojuegos. Si seguía tratando de predecir su posible futuro con Celia, le iba a explotar la cabeza.
—Iván, ¿qué haces?
Su madre asomó sigilosamente, con esa mirada juiciosa que hacía que su hijo pusiera todos sus sentidos alerta para descubrir qué había hecho mal esta vez. Instintivamente, Iván apagó la consola. No le había dado tiempo a encenderla al completo en realidad.
—¿Descolgar la ropa del tendedero? —preguntó dudoso.
—¿Es una pregunta o una afirmación?
—Descolgar la ropa del tendedero —repitió más seguro.
—Muy bien, pues descuélgala.
La señora de la casa no se movió de donde estaba hasta que vio a su hijo alzarse del sofá con desgana y dirigirse al balcón. Lo hacía lentamente, intimidado por la mirada asesina de su madre clavada en su nuca.
—Date prisa que ha empezado a llover —le apremió la mujer.
Iván no respondió, pero caminó rápidamente hacia el exterior y salió descalzo al balcón. Esa fue una terrible decisión. La ropa, afortunadamente, aún no se había visto afectada por la reciente lluvia. Cuando Iván había salido tan solo chispeaba, mas al terminar de descolgar unas cuantas prendas, el clima había evolucionado de nublado a tormentoso. Quitó todas las pinzas que pudo y protegió la ropa seca con su cuerpo, haciendo esfuerzos sobrehumanos porque nada se ensuciara. Mientras tanto, el agua invadía parte del balcón, mojando el suelo y los pies descalzos de Iván.
—Me voy a constipar —murmuró.
Rápidamente entró en casa con una gran bola de ropa en las manos y la depositó sobre el sofá desastrosamente. Luego corrió a su cuarto buscando calzado. Todavía quedaban un par de prendas fuera y, aunque las había dejado con un plástico impermeable cubriéndolas, temía que el tiempo empeorara y el viento lo destruyera todo.
Salió de nuevo al balcón, esta vez, con zapatillas y un suéter para no morir de frío. La idea era coger las prendas restantes y volver adentro, a la seguridad de un techo protegiéndole de la lluvia, paredes obstaculizando el viento y un maravilloso radiador evitando que pillara el mayor constipado de su vida. Un plan sencillo y con pocos riesgos.
Las calles estaban completamente desiertas, salvo por dos siluetas de pelo oscuro. Se les veía a la perfección, frente al café Vértigo. Parecían un chico y una chica. Iván, que desde el noveno no tenía facilidad visual para identificar quienes eran, pensó que se trataba de un par de idiotas. ¿Qué hacían charlando en medio de la calle sin paraguas bajo ese reguero de agua caída del cielo? Cogerían una pulmonía. Qué imprudentes.
La pareja hablaba con tranquilidad, como si la lluvia no estuviera precipitándose abundantemente sobre ellos. ¿No tenían frío? Además, el café Vértigo estaba abierto. ¿Por qué no seguían la conversación en el interior del establecimiento?
Ahí estaba él, cotilla por naturaleza, vigilando a esos dos inconscientes que se sentían inmunes a la lluvia de febrero cuando de repente reconoció la moto de Pablo aparcada a unos pocos metros. Eso fue tarea fácil, puesto que a pesar de la lejanía, Iván se conocía esa moto como si fuera suya, ya que había montado mil veces en ella y siempre había sido el medio de transporte por excelencia de su examigo.
Percatarse de que Pablo estaba allí le revolvió las tripas. Solo había dos motivos por los que se podía haber acercado al barrio. El primero era él mismo, y quedaba descartado; el segundo era Celia, un millón de veces más probable. Por lógica se sobreentendía que venía a verla a ella. En aquel instante, Iván se planteó la posibilidad de que los dos inconscientes que hablaban bajo la lluvia fueran Pablo y Celia.
Se fijó bien en ambos: tenían el pelo oscuro, lo cual es un rasgo muy característico de la población valenciana, así que no por eso tenían que ser ellos dos. El chico vestía una cazadora de cuero negra, como solía hacer Pablo, aunque aquella no era una característica muy excepcional, pues, de nuevo, mucha gente vestía cazadoras negras.
Deseó tener unos prismáticos para apreciarles mejor. A falta de recursos, se planteó usar el zoom de la cámara del móvil para identificarlos. Esa última idea, de hecho, le pareció bastante inteligente. Así que sacó el móvil de su bolsillo, que inmediatamente comenzó a mojarse de gotas de lluvia.
Iba a fotografiarlos cuando le pareció que el chico miraba en su dirección. Automáticamente, Iván retrocedió, saliendo de su campo de visión con el corazón encogido. A través de aquel gesto supo que no le hacían falta fotos de ninguna clase: aquel chaval era Pablo. En consecuencia, ella era Celia. Se detuvo en la puerta del balcón unos minutos, dudando si entrar de nuevo en el interior de su casa o volver a asomarse.
¿Qué estaban hablando? Claramente, tenía que ver sobre la cena de anoche pero, ¿qué le diría Celia? ¿Iban a romper? ¿Iban a darse un tiempo? ¿O solo discutían? Debía ser una conversación importante para estar los dos detenidos bajo la lluvia. Una parte de su subconsciente le animaba a volver a mirar y disfrutar del conflicto que daba por seguro que estaba aconteciendo entre ellos, pero otra le aconsejaba meterse en casa y evitar posibles disgustos. A pesar de todo miró.
Y lo que vio le destruyó sus esperanzas en mil pedazos.
Se besaban. Y vaya beso.
El marcador mental de Iván dio un batacazo y volvió a proyectar una puntuación imposible de empatar. Después de ver como él la abrazaba, como ella enredaba sus manos en su pelo mojado, como se fundían el uno en el otro sin importar quien les mirara o la lluvia helada que caía sobre ambos, el vecino de Celia comprendió tristemente que su declaración no había servido de nada.
Ella elegía a Pablo. Otra vez.
Dos cosas pasaron ese día. La primera fue que Pablo y Celia hicieron las paces de la manera más romántica posible. La segunda fue que Iván se juró a si mismo que no iba a perder un segundo más con su vecina.
Pues por casualidades de la vida el pobre Iván ha sido testigo de la reconciliación entre Celia y Pablo.
Ha decidido que va a dejar de perseguir a Celia, pero no se cuanto le durará 🤔
¿Qué creéis que debería hacer? Os leo 👀
Recordad darle a la estrellita si os esta gustando ⭐️
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