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✰ 22. TEORÍA Y PRÁCTICA

Me gustas desde que yo voy a cuarto
Y me gustaría ver tu ropa tirada en mi cuarto

Tu foto del DNI - Aitana y Marmi

Una vez leí en twitter —me gustaría decir que fue en una novela de García Marquez, pero estaría mintiendo— una especie de reflexión que planteaba una situación parecida a la que voy a describir.

Te levantas una mañana y ganas cien euros. Una cantidad que no tenías ayer y que se presenta inesperadamente en tu vida como un regalo de la buena fortuna. Entonces te alegras y disfrutas de la suerte decidiendo ir a comprar unos pantalones nuevos, pero cuando vas a pagar descubres que, en algún momento, alguien te ha robado treinta de los cien que habías ganado. Inexplicablemente, el mundo se vuelve gris y la rabia junto con la frustración se apodera de ti, por lo que regresas a casa disgustada y enfadada, cuando en realidad, sigues teniendo setenta euros que ayer no tenías.

Si te hubieras despertado esa mañana con setenta en vez de cien euros y nadie te hubiera robado a lo largo del día, seguramente estarías ilusionada y flotando en nubes de algodón. Es decir, a pesar de que en ambos casos terminas el día con la misma cantidad de dinero, no lo haces con el mismo estado de ánimo.

Además, estamos hablando de un robo que no te ha supuesto ninguna pérdida real. Al fin y al cabo, te han quitado treinta euros que no tenías ayer y que aparecieron de la noche a la mañana. ¿Por qué molesta tanto?

Lo que twitter me quiso decir al leer este problema es que no hay que dejar que lo ocurrido en una parte diminuta del cien por cien acapare íntegramente tu concepción del total.

En el caso de Celia, había tenido una noche maravillosa. Se había divertido con Noe y las amigas de Olga, luego con Inés y Paula, con los amigos de Alberto García y, finalmente, con su propio vecino del que hacía cuatro días pensaba lo peor. ¿Por qué dejaba que un gesto de Iván le arrebatara esa felicidad en menos de un par de minutos? Supongo que es más fácil la teoría que la práctica.

El sábado se despertó pensando en él. La ansiedad, vieja conocida, se apoderó del corazón de Celia cuando sus inseguridades y los futuros hipotéticos que se planteaba acudieron a su mente en forma de pesadillas y temores. Todo se reducía a si había traicionado a Pablo o no.

Si tan solo Iván no hubiera hecho ese gesto, ese roce de sus dedos en su boca, la noche hubiera sido perfecta. Ahora era noventa por ciento perfecta, pero por algún motivo se sentía noventa por ciento desastre.

—¿Celia? ¿Estás levantada? Es la una.

La voz de su padre irrumpió en el silencio de su habitación. Claro que lo estaba, casi no había podido pegar ojo invadida por esa sensación de angustia y castigo. ¿Y si Iván le contaba a Pablo que entre ellos dos había prendido una chispa y todo se desmoronaba?

—Sí —respondió. Su voz era grave y ronca, síntoma propio del sueño reciente.

—¿Vas a salir esta tarde?

—Sí, he quedado con un amigo.

—Bien, pues tu madre, tu hermana y yo iremos a visitar a los abuelos.

El hombre que le había criado desapareció por el pasillo y Celia suspiró algo nerviosa. El viernes lo había pasado emocionada por ver a Pablo y de pronto, ahora que tenía que recibirle, no tenía ganas. Todo por Iván y la mezcla de sentimientos que había despertado en ella.

Al tiempo entró en la habitación Alicia —sin llamar, por supuesto—. Traía la misma cara de resaca de Celia y bostezaba constantemente. Se tumbó a su lado y la miró sonriente.

—¿A qué hora volviste ayer?

—A las seis de la madrugada —contestó la mayor—.  ¿Y tú?

—A las dos.

—¿Y por qué pareces más agotada que yo?

—Porque dormí en casa de Ángela y estuvimos hablando en susurros hasta las cinco y media. Así que más o menos llevamos el mismo agotamiento.

Le acercó la palma de la mano instándole a chocarle los cinco. Celia dudó, pero lo hizo por no dejarla colgada saludando al aire. En realidad quería preguntarle por el chico ese mayor, el que tanto le gustaba pero tenía más experiencia que ambas hermanas juntas. ¿Cómo se llamaba? ¿Javier? ¿Julián? No tenía buena memoria para los nombres, aunque recordaba perfectamente lo de que tenía el cuerpo lleno de tatuajes y piercings.

—Puedes preguntarme —concedió la pequeña—. Sobre Juan.

Ajá, ese era el nombre. Sabía que empezaba por jota.

—¿Pasó algo digno de mencionar? —susurró mirándose las uñas para darse un aspecto indiferente. En el fondo sufría más que cuando vio el último capítulo de Juego de Tronos.

—Sí.

—¿Entre vosotros? —Apenas pudo reprimir la expresión de padecimiento en el rostro. Deseaba que su hermana no hubiera hecho nada nuevo con un completo desconocido porque podría arrepentirse de ello en menos de veinte minutos.

—No, entre Mireia Garrido y él.

Sintió una oleada de alivio y ni se esforzó en tratar de fingir algo de compasión. Creía con total sinceridad que era lo mejor que podía haber ocurrido. Carraspeó y la miró con un semblante aparentemente triste.

—Lo siento —mintió.

—No es verdad —espetó inexpresiva la pequeña. No parecía molesta con Celia, pues sabía desde el principio que de su hermana iba a recibir únicamente una reacción de ese talante—. Además, me da igual. Ya he llorado todo lo que tenía que llorar con Ángela.

La mayor asintió y no se atrevió a decir nada más. Le pasó un brazo por los hombros y la acomodó sobre su pecho para transmitirle su apoyo. Alicia lo aceptó y se quedaron así, descansando, hasta que su madre la reclamó para ir a visitar a los abuelos. Extrañamente, Celia deseó pegarle una bofetada a ese tal Juan por haber roto el corazón de su hermana pequeña, aunque al mismo tiempo agradecía que se debiera a un rechazo en lugar de a un desengaño amoroso.

Dado que, como buena previsora de los efectos de la resaca, no había quedado con Pablo hasta las siete de la tarde, aprovechó para ducharse, vestirse, comer e incluso ver una película durante las siguientes dos horas. No obstante, al disponerse a encender el ordenador y mirar qué ofrecía la televisión a la carta, su teléfono vibró incontrolablemente anunciando mil notificaciones de WhatsApp que venían del chat de Sara.

No pudo comprender a qué se debía tanto ajetreo hasta que recordó que, mientras Inés, Noe, Paula y ella habían pasado la noche en Alma, la dulce Sara había disfrutado de su primera cita a solas con Daniel Márquez. Valorando la magnitud de su timidez con los chicos, aquello debió ser una especie de reto personal para su amiga.

Comenzó a leer los mensajes mal escritos y desordenados, lo cual era solo una evidencia de lo nerviosa y ansiosa que se encontraba su amiga al escribirlos. De pronto, sus ojos se posaron en una línea que decía: «Dormí en su casa» y el cerebro de Celia cortocircuitó. Fue el detonante que la impulsó a hacer lo obvio, que era llamar a su amiga al móvil y pedirle que se explicara poco a poco hasta poder comprender cómo la supuesta chica más introvertida del universo había conseguido hacer uno de los actos más atrevidos en la primera cita.

—¿Celia? —Descolgó Sara. Su voz sonaba llena de emoción.

—La misma —respondió la otra—. Vamos a ver, no estoy entendiendo nada. ¿Te acostaste con Dani?

—¿Qué? ¡No, ni de broma! —exclamó su amiga—. ¿De dónde has sacado esa idea?

—Acabas de decir que dormisteis juntos, ¿qué se supone que significa eso?

—¡Pues que dormimos juntos! Cerramos los ojos y dormimos, no hubo nada más. Ni besos y mucho menos sexo. —Lo dijo de un tirón, como si el mero hecho de plantear esa posibilidad hubiera sido una blasfemia.

En realidad tenía muchísimo sentido. Seguía pareciéndole una locura que ambos hubieran compartido la misma cama, piel con piel y tensión sexual implícita revoloteando por el ambiente, y que ninguno hubiera dado el paso. Pero la realidad es que eso estaba más en la línea de Sara y de alguna manera le enorgullecía que ella se hubiera mantenido acorde a su forma de ser sin sucumbir a presiones.

—Vale, resumen, por favor —exigió Celia acomodándose en su cama, abrazando un almohadón y escuchando con mucho interés la historia de su amiga.

—Está bien. —Casi pudo ver cómo Sara hacía exactamente lo mismo que ella y se preparaba para hablar—. Quedamos a las once y media, después de cenar. El plan era ver una película juntos en su casa porque estaba solo esa noche. A mí me daba una vergüenza sobrenatural, pero a pesar de todo recordé lo que hablamos el otro día sobre las inseguridades y me armé de valor. Fui porque quería estar con él y me mentalicé de que si las cosas iban más lejos de lo que yo quería, solo tenía que decirle que no y punto.

«Como si fuera tan fácil», pensó Celia.

—La cosa es que me pareció un plan inofensivo. —Siguió contando la rubia—. Quiero decir, ¿qué podía pasar mientras veíamos una película a oscuras y sentados en un sofá? Los riesgos son mínimos. No me puedo tropezar, no me puede ver llorar si me emociona la película, no hay que hablar mucho... Estaba en terreno seguro.

La joven de cabellos negros se quedó de piedra al escuchar esa afirmación. Las veces que Celia había ido al cine o a casa de un chico a "ver una película", la cosa había terminado en la mayoría de los casos metiéndole la lengua hasta el fondo y sin ver nada más que los labios del caballero en cuestión. Sentía que la conversación con Sara era surrealista y se preguntó si Daniel había pensado como ella al invitarla a casa.

—No me lo puedo creer —le dijo—. ¿Visteis la película entera?

—Claro.

—¿No hubo beso?

—Ninguno. No surgió, estábamos muy concentrados en la trama. Yo casi me olvido que lo tenía al lado.

—No me lo puedo creer —repitió—. ¿Ni siquiera os acurrucásteis?

—Eso sí. Me pasó el brazo sobre los hombros a mitad de película. —¿Sólo a mitad? ¿En serio?—. Vi el resto apoyada sobre él. Fue superromántico, Celia, no sabes qué a gusto me sentí oliendo su perfume apoyada en sus pectorales tan sexys.

Celia estaba tan confusa que no sabía qué responder. ¿De verdad Sara había verbalizado «pectorales sexys» y aun así no trató de besarle? ¿Pero en qué clase de universo alternativo vivían esos dos?

—¿Tú eres feliz? —preguntó finalmente.

—Muchísimo.

—Pues entonces yo también —sentenció—. ¿Volveréis a quedar?

—Sí, esta tarde.

Bueno, al menos parecía que Dani estaba de acuerdo en lo que se refería a tomarse las cosas con calma. Si les funcionaba, no había absolutamente nada que objetar a su relación. Se alegró por ellos y, después de escuchar las mil maravillas y la buena educación del pretendiente de Sara, por fin le llegó el turno para relatar las aventuras de la noche anterior.

Se lo contó todo: empezó por días atrás, cuando Pablo y ella fueron al humilde piso de Paterna a hacer manitas; siguió con el fortuito encuentro con Iván que terminó paseando la temblorosa mano de ella por sus labios en un roce de lo más seductor, y terminó con el chico misterioso de rostro sin igual que le había hecho reflexionar sobre lo que significaba ser una calientapollas.

—Vaya, incluso replanteándote el valor de las palabras... —murmuró—. Qué noche tan movidita la de ayer. ¿Cómo se llamaba el desconocido?

—No se lo pregunté. No me dio tiempo, casi no estuve más de quince minutos a su lado.

—Debes de tener la cabeza hecha un lió y la autoestima por las nubes. Tres buenorros te han tirado la caña en menos de dos semanas. No es tanto por la cantidad de tíos si no por el físico de cada uno: están tremendos.

—Si al desconocido no lo has visto —dijo Celia dejándose caer sobre la cama. La verdad es que ella también disfrutaba pensando en las atenciones recibidas.

—Has dicho que parecía un ángel.

Se rieron y Celia pasó a centrarse en Pablo e Iván, que eran quienes realmente le importaban. Le explicó cómo su corazón casi entró en paro cardiaco cuando Iván le susurró al oído o después al besarle fugazmente la mano.

—Así que te has dado cuenta de que también te gusta Iván... Personalmente entiendo qué le ves a ambos, pero a mí me gusta más el estilo melancólico de tu vecino.

—¡No, Sara! —gruñó Celia—. A ver no te voy a negar que está cañón, pero eso es todo. Yo quiero estar con Pablo, ya lo decidí cuando me quité el sujetador frente a él y le permití cruzar ciertos límites. No es algo que haga a menudo, ¿sabes? Sin embargo, me he dado cuenta de que realmente no sé si somos pareja y me preocupa. No lo hemos hablado y de pronto se me pasó por la cabeza que quizá he estado comiéndole la boca a un chico en un piso que bien podría ser su picadero personal mientras le hacía una paja. —Suspiró agobiada—. Mi dignidad se ha ido a la mierda y estoy empezando a sentirme muy tonta...

—Eso no es así, tía. Los dos teníais ganas y lo hicisteis. ¿Qué importa si es ahora o dentro de tres semanas? Tomar esa decisión no te hace ni más digna ni menos.

Nuevamente, Celia se vio asintiendo cansinamente al típico discurso sobre la libertad sexual de las mujeres que se sabía de memoria pero le costaba horrores aplicarse: haz lo que quieras, dónde quieras, con quien quieras y cómo quieras. Desafortunadamente, la práctica era más complicada. Por mucho que Celia lo pasara de lujo encima de Pablo, sabía que si él decidía ignorarla a partir de ahora, se sentiría humillada y su autoestima caería cuesta abajo y sin frenos en cuestión de segundos.

—¿Y si me dice que no quiere salir conmigo después de haberle tocado? ¿Dónde me deja eso? —preguntó en voz baja, pues, a pesar de estar sola en casa, sentía la vergüenza de exteriorizar sus temores.

—Con un poco más de práctica y un tío menos al que saludar —respondió impasible su amiga.

Celia prorrumpió en una carcajada vacía.

—Esa ha sido buena.

—No te lo decía de broma, tía. ¿Qué más da que te rechace? Puedes montártelo con quien quieras. Si algo ha demostrado esta semana es que pretendientes no te faltan —comentó—. Así que más le vale a Pablo ponerse las pilas, estás muy solicitada...

—Ya, pero yo lo quiero a él —insistió Celia nerviosa.

—Pues cuando le veas esta tarde se lo planteas. Estoy segura de que nos estamos preocupando por nada.

La afectada se rindió. No le quedaban muchas más opciones que hacer justo lo que Sara proponía.

—¿Estás segura que no sientes nada por Iván? —interrogó su amiga tímidamente.

—Absolutamente. No podría enrollarme con alguien que tiene tan pocos escrúpulos como para tontear con la chica con la que está quedando su amigo —dijo—. Iván puede estar buenísimo, pero no es bueno para mí. Solo se trata de un chico que suplica atención porque me ve como un reto...

—Qué dura...

Debía de serlo si pretendía quitarse de la cabeza la imagen de los ojos profundos de Iván, deseosos de hacerla suya, y de sus manos grandes conduciendo los dedos de ella a la boca de él en un dulce roce que le había hecho estremecerse entera.

Su vecino le despertaba un placer oculto que Celia no pretendía bajo ningún concepto probar. No ahora que ya se había entregado por completo a otra persona.

Pues así se siente Celia un día más tarde. ¿Alguna vez os ha pasado que un solo gesto haga que el día se os venga abajo a pesar de las 1000 cosas buenas que puedan suceder al mismo tiempo?

¿Qué pensáis de esta reflexión? Os leo 👀

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