✰ 12. CASI HERMANOS
Aún existe ese duelo
De quedarme en ti o en el juego
De amarte o armarme como un caballero
Y entrar en la guerra por ti de nuevo, a pesar del miedo
Estupidez - Aitana y Beret
El mismo domingo por la mañana en que Celia y Pablo se comían a besos en una librería, Iván permanecía tumbado sobre la cama con la persiana bajada impidiendo que los rayos del sol se filtraran en la negrura de su cuarto. Se encontraba mal. Pero no mal de enfermo, si no mal de amores. El día anterior había recibido un mensaje de Pablo bastante polémico. Resulta que a los dos les gustaba la misma chica y su amigo había tenido el privilegio de ser correspondido. Le decía brevemente que iba a intentar salir con ella porque, aunque a Iván le gustaba Celia desde mucho antes, era estúpido reprimirse por algo que nunca iba a ocurrir. Ella ya lo había dejado muy claro, ¿no? En el fondo de su corazón, el chico tenía la esperanza de que su vecina rechazara a Pablo y le buscara a él, pero visto el panorama, lo tenía bastante complicado.
Durante la otra noche, creyó que habían conectado de alguna forma. Celia le gastó bromas y le rio las gracias. Por otro lado, los gritos del umbral aún resonaban en su subconsciente, tan sinceros, angustiosos y profundos que era fácil comprender porque ella elegiría a Pablo antes que a él. Iván había marcado una primera impresión bastante negativa y eso le había otorgado ventaja a su amigo. Además, marcharse de la terraza diciendo que se iba a fumar un porro, algo que Celia no parecía aprobar, tampoco sumaba puntos en su favor.
—Iván, levántate. Son las doce y media. ¿Vas a estar todo el día en la cama?
La puerta de su cuarto se abrió sin previo aviso, mientras la cara impasible de su madre asomaba cargada de una cesta con ropa. No hizo falta más que una penetrante mirada de la mujer que le había dado la vida para saber que no podía permanecer un instante más en esa casa sin colaborar.
—¿Quieres que vaya a hacer la compra? —Se ofreció.
—Deberías.
—¿Puedo pasar por casa de Álex antes? —preguntó mientras de un salto se levantaba de la cama y buscaba sus deportivas—. Solo media horita.
—No. —La madre de Iván conocía bien a su hijo y sabía que el tiempo que decía él que tardaría se multiplicaría como mínimo por dos—. Puedes ir al supermercado, traer la compra y guardarla. Si quieres, invita a Álex a comer.
—Es que necesito hablar con él a solas...
—Y en esta casa se necesita comida. —Sentenció la mujer—. Venga, ya tardas.
Problemas urgentes merecían soluciones desesperadas, así que cuando Iván atravesó la puerta de casa —comprobando que no había Celias a la vista que pudieran hacerle sentir incómodo— sacó el móvil del bolsillo y llamó a la persona más importante de su vida después de sus padres y su hermana pequeña: el magnífico gran amigo Álex Gilbert Luna.
Los amigos de Iván se clasificaban preferentemente en dos grupos. Por una parte estaban los del instituto, es decir, aquellos que conocía desde los trece años. En ese sector destacaba Pablo, tan veterano como él mismo y al que pretendía esquivar a toda costa desde que había empezado a quedar y, especialmente, a enrollarse con la chica que le gustaba. Después, estaban los colegas del gimnasio. A esos los conocía desde hacía unos cuatro años y, como dice el nombre, se conocieron en el gimnasio del barrio. Era un pequeño cuarteto integrado, entre otros, por el famoso Álex, el cual en poco tiempo se había convertido en una especie de alma gemela para Iván.
—Hey. —Su amigo descolgó la llamada parco en palabras, pero empleando un tono alegre.
—Hey —Iván decidió usar las mismas tres letras como sinónimo de «hola»—. ¿Qué tal? Mi madre me ha mandado a hacer la compra. ¿Te vienes?
El otro reprimió una carcajada irónica.
—Sí, claro, llevo soñando con este planazo toda mi vida —dijo de broma.
—Por favor, Álex —Iván necesitaba hablar de verdad y aunque deseaba un escenario más confortable para hacerlo, no le quedaba otra que adaptarse a las circunstancias—. Tengo que desahogarme, tío. ¿Qué te cuesta? Si vives al lado del supermercado...
Al otro lado de la línea se escuchó un sonido bastante similar a un bufido.
—¿Esto tiene que ver con tu vecina? —dijo su amigo—. Llevamos una semanita que parece que no sepas hablar de otra cosa...
—Sí, ya lo sé, pero es que esta vez es diferente.
Silencio, suspiro pesado y finalmente rendición.
—Vale, voy para allá —cedió Álex arrastrando las palabras—. Nos vemos en la entrada.
Quince minutos después, un chico alto, delgado, moreno y de mirada divertida se divisó al final de la calle, caminando con las manos escondidas en los bolsillos de un abrigo de pluma rojo. Los dos se saludaron al clásico estilo de los chicos, es decir, poco sentimiento y un breve guiño de complicidad. Después entraron en el supermercado y Álex se apoyó en un carrito de la compra empujándolo con desgana. Se preguntaron lo típico: ¿qué tal? ¿Qué cuentas? ¿El máster bien? Cuando ya cubrieron el catálogo de obviedades y llegaron al pasillo de los cereales, el simpático de Álex lanzó la pregunta evidente:
—¿Para qué me llamas y me haces venir a comprar, si no me vas a contar nada de tu vecina? ¿Era una trampa o algo?
—Es una movida muy larga... Si te soy sincero no sé por dónde empezar.
—Pues por el principio —Álex cogió una caja de galletas de chocolate y comprobó la fecha de caducidad.
Iván, por el contrario, se pasó la mano por el rostro y se masajeó las sienes. Esto de formar parte de un triángulo amoroso no era muy entretenido.
—¿Tú te acuerdas de Pablo Aguirre?
— ¿Tu amigo engreído? —dijo mientras cogía un paquete de cereales muesli y lo echaba en el carro—. ¿El que viste como si fuera Mario Casas en A tres metros sobre el cielo? Claro que me acuerdo, siempre me ha parecido un poco gilipollas.
—Tío, no digas eso que es colega. —Le defendió Iván.
—Vale —asintió impasible. Álex tenía la conciencia muy tranquila en lo que se refería a su opinión sobre el chico que besaba a Celia en ese momento—. ¿Qué pasa con él?
—La semana pasada nos invitaron a la fiesta de un amigo suyo del colegio. En realidad yo no conocía al anfitrión de nada, pero, como estaba presente cuando se encontraron, me invitó por cortesía. Es un tío muy simpático, te caería bien.
El comportamiento de Álex al escuchar hablar sobre Pablo era notablemente hostil. No parecía gustarle mucho su cara de niño rico, a pesar de haber coincidido con él no más de un par de veces. La realidad era que nunca había existido un conflicto de ninguna clase entre ellos, pero Álex parecía haber construido un odioso juicio sobre el pretendiente de Celia.
—¿Fuisteis a la fiesta? —preguntó sin apartar la mirada de la estantería.
—Sí porque estaba mi vecina. —Iván se detuvo y apretó los labios molestó—. Yo sabía que ella era amiga del chico que la daba e insistí en que nos pasásemos un rato. Era una buena oportunidad para encontrarnos en otro sitio que no fuera el jodido ascensor e intentar interactuar más allá de un «hola» o «adiós».
—Persiguiendo a Blancanieves, ¿eh? —bromeó el de rojo—. Un poco siniestro y desesperado, pero también tiene su toque romántico.
Iván profirió una carcajada sincera y le palmeó la espalda.
—¿Blancanieves?
—Claro. Siempre la describes como un ángel de cabellos oscuros —dijo sonriente—. Esperemos que no comparta cama con siete enanos, sería preocupante.
—-Por ahora me basta con que no la comparta con Pablo —soltó Iván irónico.
Álex levantó una ceja expresiva y lo miró de reojo.
—¿Qué?
—Lo que oyes, el puto Pablo también se ha pillado por ella y, hasta donde yo sé, han quedado ahora mismo para ir a comprar un libro.
—¿Es un nombre en clave para decir que van a enrollarse? —Álex frunció el ceño e hizo un gesto para cortar a Iván antes de que respondiera—. Espera, vamos por partes, ¿qué pasó en la fiesta? ¿Se lió contigo?
El pobre desgraciado rio con desgana y esbozó una mueca.
—Para nada. Lejos de eso, me gritó en el umbral de la entrada a nuestra finca y, en pocas palabras, piensa que soy una especie de depredador sexual que la intimida en el ascensor y no quiere saber nada de mí. —Giró el carrito y se introdujo en el pasillo de los congelados—. Jamás pensé que las cosas terminarían así.
—No jodas. —Álex abrió los ojos como platos y analizó a Iván con una expresión cómica—. La gabardina negra te hace parecer entre sexy y exhibicionista, no te voy a mentir.
Iván fingió una carcajada sarcástica y, después de golpearle con el puño en el hombro, contó al detalle la disputa del maldito sábado noche. Luego le resumió la tregua ocurrida días después en el Castillo. Álex escuchaba silencioso, echándole alguna mirada furtiva y alzando las cejas o juntándolas formando expresiones faciales un tanto graciosas.
—La chavalilla es dura —comentó—. Blancanieves en modo guerrera.
—Joder que si lo es. Salgo de mi casa vigilando por no encontrarla.
—Estás coladito hasta los huesos, ¿eh? —Se burló dándole un codazo.
Su amigo no lo desmintió y se quedó en silencio.
—Oye, ¿qué relación tiene Pablo en todo esto? —preguntó Álex.
Iván estiró los brazos, pensativo, antes de responder.
—Un par de días después de la fiesta me enteré de que él había estado bailando con ella y la había intentado besar —Arrugó la nariz—. Ella le rechazó.
—Me cae de puta madre esa tía, ¿cómo dices que se llama?
—Celia Pedraza.
—Blancanieves le queda mejor —dijo para sí—. Es más folclórico.
Volvieron a reír y cambiaron de corredor. Álex seguía con esos aires de estar en su propio universo mientras escudriñaba con la mirada el puñado de frutas que se extendían ante ellos. El pasillo de las hortalizas era su favorito porque olía muy bien.
—La cosa es que me pareció mal —continuó Iván—. O sea, ¿le cuento que me gusta esa chica desde hace años e intenta besarla en cuanto tiene la oportunidad? Es despreciable, tío.
Entonces Álex lo buscó con los ojos y contempló el semblante triste de manifiesto corazón roto que portaba su amigo tras esa máscara de pasividad e ironía.
—Menos mal que era colega, ¿eh? —comentó sarcásticamente.
—Ya, bueno... Prepárate que la cosa se pone peor.
—Déjame hacerte una pregunta —interrumpió el otro deteniéndose frente al mostrador de los pimientos y los pepinos—. ¿Se lo has dicho? ¿Qué te molesta un huevo que te haya apuñalado por la espalda?
—No. —Iván se irguió en una pose que manifestaba dignidad—. Me parece una broma que tenga que hacerlo. Hay un código no escrito, ¿verdad? Mira, yo no puedo hacer nada si esos dos se gustan y quieren estar juntos, pero hay una diferencia muy grande entre que ambos se enamoren con el tiempo a que él busque esa situación de forma intencionada a los cinco minutos después de conocerla. ¿Me comprendes?
Álex suspiró y asintió, desviando su rostro de nuevo hacia las verduras.
—¿Qué más pasó?
—Esa noche todo terminó así: Pablo 1 - Iván 0. No le di mucha importancia porque pensé que tendría más oportunidades en el futuro y entonces va y el muy cabrón organiza una quedada en un bar de la avenida Blasco Ibáñez con el anfitrión de la fiesta y sus amigos. —Su cara era el vivo reflejo de la indignación—. Evidentemente ella acudió y Pablo, con dos cojones, le propuso quedar a comprar un libro delante de mis narices. —Dejó escapar un bufido—. Ya sabemos que él no lee ni a punta de pistola, pero es un auténtico artista engatusando a las tías.
—En eso se parece a ti —murmuró Álex y le palmeó la espalda en señal de complicidad—. ¿Y por qué lo proteges? Es un gilipollas, tal y como yo decía hace un rato.
Su amigo no respondió. Estaba demasiado cabreado pensando en el traidor de Pablo.
—Es normal que os guste la misma chica. Esas cosas a veces pasan. Lo que no es normal es que vaya a por ella sin avisar, sabiendo que puede hacerte daño con sus actos —prosiguió Álex.
Iván suspiró otra vez.
—Me mandó un mensaje de mierda anoche. ¿Quieres verlo? Es para meterle una hostia...
Rebuscó entre los bolsillos del pantalón su teléfono. Estaba tan furioso que casi se le cae al suelo. Álex esperó pacientemente a que su amigo le mostrara la conversación de WhatsApp y rodó los ojos cuando leyó lo que había escrito el pijo de turno.
PABLO AGUIRRE, 22:46
Tío, quería darte las gracias por no impedir que salga mañana con Celia. Sé que te gusta desde hace tiempo, pero la verdad es que a mí también y me parecía una tontería no intentarlo con ella cuando es evidente que no siente nada por ti 😬 ¿Te da igual, no?
IVÁN, 23:01
Haz lo que quieras.
Álex reprimió una carcajada.
—Si Pablo no ha entendido que estás molesto es porque no ha querido.
Iván esbozó una mueca y situó el carrito de la compra en una de las tantas colas del cajero.
—Y así de fácil, pierdo a la chica de mis sueños por culpa de un amigo de mierda.
El otro le empujó suavemente y se apoyó en él con chulería.
—¿Y quién ha dicho que esto ha terminado, tío? Si Pablo no tiene escrúpulos, tú menos. Blancanieves no te conoce todavía, ni siquiera sabe que estás interesado en ella. ¿No dices que la has estado evitando últimamente? —Apretó los labios y asintió en un gesto que parecía más un reproche que una aprobación—. Eso manda señales contraproducentes. ¿Sabes lo que haría yo?
—¿Qué?
—Ponerle las cosas más difíciles a Pablo —y aclaró—: busca un momento a solas con ella. Sin Pablo ni ninguna otra persona. Solo tú y ella. Averigua si hay química entre vosotros.
—¿Y luego qué?
—Pues sé tú mismo, Iván —Se encogió de hombros—. Si la tía es lista, se dará cuenta de que el idiota ese no y tú sí. No hace falta hacer cosas raras, solo tener buen criterio.
Iván suspiró poco convencido.
—¿Y si Celia no quiere nada conmigo?
Álex le pasó un brazo por alrededor de los hombros.
—Pues volveremos a hacer la compra juntos y nos cagaremos en Pablo hasta recitar todos los insultos que existen.
Su amigo asintió en silencio. No le parecía mal plan.
¡Iván ha vuelto a la carga! Necesitaba de un amigo leal que le apoyase y recordase quien es. ¿Qué opináis de Alex? ¿Os ha caído bien? Contadme en los comentarios 👀
Creo que este par va a ser muy recurrente a lo largo de esta historia. Recordad darle a la ⭐️ si estáis disfrutando de mi novela.
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