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━━━Capítulo Uno| La Carta del Omega

En los albores del tiempo, cuando los dioses forjaban los destinos de los mortales, el continente de Veridia emergió de las profundidades del mar primordial. En su formación, la magia ancestral se entrelazó con la esencia misma de la tierra, otorgando poderes insondables a aquellos que habitaban sus reinos.

Seis majestuosos reinos se alzaron sobre la vastedad de Veridia, cada uno impregnado de su propia esencia y grandeza. Entre ellos, el reino de Atalia destacaba como un bastión de magia oscura, cuyos dominios se extendían como sombras voraces sobre la tierra. Fue durante una época de caos y oscuridad que Atalia obtuvo su magia, un antiguo pacto con fuerzas más allá de la comprensión mortal, una magia que devoraba sin piedad todo a su paso.

En los salones opulentos del palacio real de Atalia, los lujos eran tan abundantes como las sombras que danzaban en sus rincones. Joyas centelleantes adornaban los cuellos de la realeza, mientras que las telas más finas envolvían sus cuerpos con elegancia. Los banquetes ofrecían manjares exquisitos, y los jardines rebosaban de flores cuyos pétalos parecían beber la misma oscuridad que nutría la tierra.

En este reino de poder y misterio, solo los alfas eran destinados a heredar el trono, mientras que los omegas, independientemente de su linaje, estaban predestinados a convertirse en esposas y madres. Sin embargo, tanto los príncipes alfas como los omegas poseían la chispa de la magia en su interior, una herencia ancestral que los conectaba con los secretos más profundos de Veridia.

Aunque los príncipes alfas eran entrenados desde una edad temprana en el arte de dominar y controlar su magia, los omegas eran criados en las artes de la diplomacia y la gracia, destinados a servir como enlaces entre reinos y portadores de la sangre real en matrimonios políticos.

Sin embargo, todo eso cambió cuando nació Hirumo Aric Valerius Gui, hijo del emperador Aric Valerius Darius II con Ren Akio Gui Densuke un noble de un poblado extranjero.

Fue la condena para Aric, el destructor de una regla que había existido por cientos de años. Quién haría a los otros cinco reinos arrodillarse ante él.

El eco de los pasos firmes del nuevo heredero resonaba por los pasillos de piedra fría, anunciando su presencia. Hirumo, el joven príncipe omega de veinte años caminaba con suavidad.

Ahora, su primera misión como gobernante lo llevaba a un lugar oscuro y olvidado del palacio: la habitación donde su madre, Ren, había estado encarcelado durante dos décadas.

Hirumo se detuvo frente a la puerta pesada, tomando un respiro profundo antes de empujarla. El chirrido de las bisagras resonó en la habitación oscura, iluminada solo por la tenue luz que se filtraba desde el pasillo. Allí, en un rincón, Ren levantó la cabeza, sus ojos azules llenos de sorpresa y emoción al reconocer a su hijo.

—Madre —dijo Hirumo con voz firme, caminando hacia él.

Ren, encadenado a la pared, se levantó débilmente, su cuerpo delgado y marcado por años de encierro. No podía creer lo que veía. Su hijo, el niño que había sido su esperanza y su consuelo en los años oscuros, ahora se erguía ante él como el nuevo emperador.

—Hirumo… ¿eres tú? —susurró Ren, con la voz quebrada por la emoción.

Hirumo no respondió de inmediato. En lugar de eso, se arrodilló frente a su madre y extendió la mano, sus ojos oscuros brillando con una luz sobrenatural. La magia de la bestia, un legado de los reyes de Atalia, despertó en él. Con un simple gesto, las cadenas que mantenían cautivo a Ren se rompieron en mil pedazos, cayendo al suelo con un estruendo metálico.

—Eres libre, madre —anunció Hirumo, ayudando a Ren a ponerse de pie—. Todo Atalia está a tus pies.

Ren, con lágrimas rodando por sus mejillas, abrazó a su hijo con fuerza. Había soñado con este momento durante tantos años, pero nunca había imaginado que Hirumo sería quien lo liberara.

—Lo siento tanto, Hirumo —sollozó Ren—. Perdóname por no haber creído en ti, por haber dudado de que podrías ser el emperador.

Hirumo acarició suavemente el cabello de su madre, sintiendo una mezcla de amor y determinación.

—No hay nada que perdonar, madre —respondió—. Todo lo que he hecho ha sido por ti y por nuestro pueblo.

Ren se apartó ligeramente, secándose las lágrimas con la manga.

—¿Y Ardyn? ¿Dónde está tu hermano? —preguntó, preocupado.

—Ardyn está a salvo —aseguró Hirumo—. Lo he cuidado, pero necesita alguien que esté con él. Aniki, su madre, está en el calabozo.

Ren asintió, su instinto protector despertando al pensar en el pequeño alfa de ocho años.

—Yo cuidaré de Ardyn —dijo con determinación—. No permitiré que sufra como yo sufrí.

Hirumo asintió, agradecido. Sabía que su madre sería el protector que Ardyn necesitaba.

—Y... ¿qué hay de Aric? —preguntó Ren con cautela—. Él... yo aún tengo la marca del emperador.

El rostro de Hirumo se endureció ante la mención de su padre.

—No te preocupes por él —dijo con frialdad—. Está enfrentándose al veneno que corre por sus venas. No permitirá que vuelva a lastimarte.

Ren lo miró con horror y comprensión al mismo tiempo. Sabía que Hirumo era capaz de tomar decisiones difíciles, pero ver la resolución en los ojos de su hijo le hizo comprender la magnitud de su fuerza y determinación.

—Hirumo, ¿qué has hecho? —preguntó, temblando.

—Lo necesario, madre —respondió el joven emperador—. No dejaré que nadie te haga daño de nuevo, ni siquiera él.

Ren, con el corazón lleno de orgullo y dolor, abrazó a su hijo una vez más. Su niño ahora era una bestia más oscura que mencionaban las antiguas leyendas.

La pluma de Hirumo, príncipe omega heredero de Atalia, se deslizaba sobre el pergamino con determinación mientras redactaba las cartas que cambiarían el destino de los reinos vecinos. Sus manos temblaban ligeramente con cada palabra escrita, consciente del peso de sus decisiones.

Queridos Reyes y Príncipes de los Cinco Reinos Vecinos,

Es con gran urgencia y solemnidad que me dirijo a ustedes en este día. Como saben, se acerca mi coronación como emperador de Atalia, un momento crucial en la historia de nuestro reino. Sin embargo, antes de asumir mi posición como gobernante, debo asegurar la estabilidad y la prosperidad de nuestro imperio.

Por lo tanto, les exijo respetuosamente que entreguen a sus príncipes herederos para que se unan a mi harén real. Tienen dos meses para despedirse adecuadamente antes de mi coronación. Aquellos que se nieguen a cumplir con esta demanda se enfrentarán a las consecuencias de la guerra.

Con respeto y determinación,
Hirumo, Príncipe Omega Heredero de Atalia

Una vez que las cartas fueron enviadas, Hirumo recibió la visita de su nuevo consejero, el guapo alfa Marqués Jun. El consejero lo observó con curiosidad mientras el príncipe sellaba las cartas con el emblema de Atalia.

—Príncipe Hirumo, ¿estás seguro de que esta es la mejor manera de asegurar la paz en nuestro imperio? —preguntó Jun con cautela.

Hirumo levantó la mirada, encontrando la intensa mirada del marqués.

—Lo estoy, Jun. La unidad de los reinos bajo mi liderazgo es fundamental para garantizar la estabilidad de Atalia —respondió Hirumo con determinación—. Además, la presencia de los príncipes herederos en mi harén fortalecerá nuestros lazos con los reinos vecinos.

El marqués Jun frunció el ceño ligeramente, no del todo convencido.

—Pero ¿no crees que esto podría provocar tensiones y resentimiento entre los reinos? —insistió Jun.

Hirumo suspiró, sabiendo que las decisiones que había tomado no serían fáciles de aceptar para todos.

—Entiendo tus preocupaciones, Jun, pero en estos tiempos turbulentos, debemos estar dispuestos a tomar medidas drásticas para asegurar la paz y la estabilidad —dijo Hirumo con firmeza—. Confío en que los reinos vecinos comprendan la importancia de esta decisión.

Sin embargo, antes de que Jun pudiera responder, Hirumo cambió de tema abruptamente.

—Por cierto, Jun, ¿qué opinas de los alfas altos y guapos? —preguntó Hirumo con una sonrisa coqueta.

El marqués Jun frunció el ceño, sorprendido por el repentino cambio de tema.

—Príncipe Hirumo, no creo que este sea el momento ni el lugar para discutir tales asuntos frívolos —regañó Jun, con una mirada de desaprobación—. Debemos centrarnos en asuntos más importantes, como el futuro de nuestro imperio.

Hirumo rió, avergonzado por su propio comportamiento.

—Tienes razón, Jun. Me disculpo por mi distracción. Volvamos a lo que está en juego —dijo Hirumo, recuperando su compostura.

Aetheria, el reino envuelto en la magia del aire y del éter, es un lugar de belleza etérea y poder incomparable. Desde las suaves colinas hasta las majestuosas montañas que se elevan hacia el cielo, todo en este reino está impregnado de la energía etérea que lo hace único.

El viento danza libremente a través de los campos ondulantes, llevando consigo el susurro de la magia que fluye en el aire. Los habitantes de Aetheria son como los mismos guardianes del viento, capaces de controlar su fuerza con una simple voluntad. Con un gesto de su mano, pueden hacer que las brisas suaves se conviertan en ráfagas poderosas o en remolinos que danzan alrededor de ellos en una danza mágica.

Las ciudades de Aetheria son maravillas de arquitectura flotante, suspendidas en el aire por la misma magia que llena el reino. Los edificios parecen estar hechos de nubes y neblina, con torres que se elevan hacia el cielo como espirales de aire cristalizado. Los puentes de luz conectan los diferentes distritos, y los jardines suspendidos flotan en el aire como islas de verdor en un mar de éter.

Pero la verdadera maravilla de Aetheria yace en su gente. Los habitantes de este reino poseen un vínculo profundo con la energía etérea que los rodea, lo que les otorga habilidades mágicas sin igual. Pueden volar sin necesidad de alas, levitando grácilmente sobre el suelo como si estuvieran bailando en el viento mismo. Además, tienen el poder de manipular la energía etérea para crear ilusiones que desafían la realidad y proyectar sus pensamientos en forma de imágenes luminosas que flotan en el aire.

No obstante, la calma no reinaba ese día en el gran salón del palacio de Aetheria que estaba envuelto en una suave brisa etérea, mientras el rey Rhydian examinaba con furia la carta que yacía sobre su escritorio. Sus ojos azules centelleaban con incredulidad y rabia mientras leía una y otra vez las palabras impresas en el pergamino.

—¿Cómo se atreve? —murmuró, susurros de ira danzando en su voz mientras sus dedos apretaban el papel con fuerza.

Su hijo, el príncipe HyunJin, se acercó con una sonrisa pícara en los labios.

—¿Qué es lo que tanto te molesta, padre querido? ¿Acaso otra propuesta de matrimonio para mí?

El rey Rhydian levantó la mirada, sus ojos fulminantes clavándose en los de su hijo.

—¡Esto no es una propuesta de matrimonio, HyunJin! Es una demanda, una afrenta a nuestra soberanía.

HyunJin tomó la carta y la leyó con rapidez, su ceño fruncido al comprender el contenido.

—¿Una demanda del príncipe heredero de Atalia? —musitó, su tono volviéndose serio.

—Sí, exige que entreguemos a nuestro príncipe heredero alfa para unirse a su harén antes de su coronación como emperador —explicó el rey, su voz impregnada de indignación.

HyunJin arqueó una ceja, una sonrisa juguetona jugando en sus labios.

—Bueno, no es como si no estuviera acostumbrado a compartir mi encanto, ¿verdad, padre?

El rey Rhydian soltó un gruñido de frustración.

—¡Esto no es momento para tus bromas, HyunJin! Esta es una afrenta directa a nuestra soberanía y no puedo permitir que pase impune.

HyunJin inclinó la cabeza en señal de respeto.

—Entiendo, padre. ¿Qué piensas hacer al respecto?

El rey Rhydian suspiró, su expresión cansada pero determinada.

—Solo hay una opción, HyunJin. Debes ir a Atalia y enfrentarte al príncipe Hirumo en su propio terreno.

HyunJin asintió solemnemente.

—Entiendo, padre. Haré lo que sea necesario para proteger a nuestro reino.

El rey Rhydian le lanzó una mirada severa.

—Pero ten en cuenta una cosa, HyunJin. Si vas, debes asegurarte de que nuestro linaje permanezca fuerte. Después de la coronación de Hirumo, debes dejarlo preñado antes que los demás príncipes, para garantizar que nuestros lazos sigan siendo inquebrantables.

HyunJin asintió, una chispa de determinación brillando en sus ojos.

—Entendido, padre. No te decepcionaré.

Con esa promesa, el príncipe HyunJin partió del salón, su mente ya planeando su estrategia para enfrentarse al desafío que se avecinaba.

En las profundidades de Magmoria, el reino de la lava y la roca, las ciudades se alzaban majestuosas dentro de los imponentes picos volcánicos y los valles ardientes. El resplandor rojo de la actividad geotérmica iluminaba las calles, mientras que el calor emanaba de las fisuras de la tierra como susurros de un poder antiguo.

En el imponente palacio de obsidiana, el rey de Magmoria se sentaba en su trono de magma solidificado, contemplando el mensaje que yacía sobre la mesa frente a él. La carta, con el sello de Atalia, exudaba una presión que rivalizaba con el calor de sus propias entrañas. Un omega, atreviéndose a exigirle algo al reino de Magmoria, era una afrenta que lo dejaba asombrado, aunque no por completo sorprendido.

— ¿Cómo se atreven? —murmuró, su voz resonando en la vasta cámara del trono—. ¿Quién se creen para ordenarnos así?

A su lado, su hijo Jeno, un alfa de ojos fieros y cabello como llamas, levantó la mirada de la carta con una expresión desafiante.

—Padre, si es lo que quieren, estoy dispuesto a ir —declaró con determinación—. No permitiré que deshonren a nuestro reino.

El rey asintió, orgullo y preocupación entrelazándose en su mirada.

—Estás bien entrenado en la batalla, Jeno, pero recuerda que Atalia tiene su propia magia. Si vas, tus colmillos deben ser los primeros en marcar el cuello del omega. Pero no desafíes abiertamente a sus poderes oscuros, o te enfrentarás a los ojos de la bestia.

Con esa advertencia, el destino de Magmoria se vio sellado en la decisión de su príncipe alfa, mientras el rugido de los volcanes retumbaba en el horizonte, presagiando la tormenta que se avecinaba.

Pyralia, el reino del fuego, se alzaba majestuoso bajo el ardiente sol. Sus ciudades estaban construidas con materiales resistentes al fuego y la lava, y sus habitantes caminaban con la confianza de aquellos que dominan el elemento más temido y poderoso de la naturaleza. Torres de cristal de fuego se erguían como guardianes de la tierra, emanando un resplandor cálido y reconfortante.

En el palacio real, la Reina Alfa de Pyralia, Lyra, se encontraba revisando documentos cuando llegó la carta de Hirumo, príncipe omega heredero de Atalia. Al abrir el pergamino y leer las exigencias del príncipe, su corazón latió con fuerza y su mente se llenó de pensamientos turbios. Hirumo demandaba que entregaran a su príncipe heredero alfa para unirse a su harén, o de lo contrario, enfrentarían la guerra.

Lyra sintió una mezcla de emociones al leer las palabras impresas. Por un lado, la emoción de saber que el amigo de la infancia de su hijo, pronto sería coronado como emperador de Atalia. Por otro lado, la preocupación por las implicaciones de su demanda y las posibles consecuencias para su reino.

Llamó a su hijo, el príncipe alfa San, a su lado. San, con su imponente presencia y su cabello rojo, se acercó con una mezcla de curiosidad y determinación en sus ojos.

—Madre, ¿qué sucede? —preguntó San, notando la expresión seria en el rostro de la reina.

Lyra le entregó la carta de Hirumo y vio cómo los ojos de San recorrían las líneas con rapidez. Cuando terminó de leer, una sonrisa se dibujó en su rostro, y un brillo de emoción iluminó sus ojos.

—¡Hirumo! Lo recuerdo desde que éramos niños —exclamó San, recordando los días de juego en los campos del palacio de Atalia—. ¡Será un honor representar a Pyralia en su harén!

Lyra asintió, sintiendo una oleada de alivio al ver la aceptación y la emoción en su hijo.

—Sí, San. Será una oportunidad para fortalecer los lazos entre nuestros reinos y asegurar un futuro de paz y prosperidad.

San se puso de pie con determinación.

—Me prepararé para partir de inmediato. Si tengo hijos con Hirumo, serán poderosos y hermosos, como la unión de nuestros reinos.

La reina sonrió con orgullo ante la valentía y la nobleza de su hijo.

Sylvara, el reino impregnado de magia de la naturaleza, se extendía majestuoso bajo el dosel verde de sus bosques centenarios. Las ciudades estaban entrelazadas con la exuberante vegetación, las casas se asentaban entre los árboles y las calles serpentean a través de las espesuras, donde la flora y la fauna convivían en perfecta armonía. El aire estaba impregnado con el perfume de las flores y el canto de los pájaros llenaba los oídos de quienes habitaban en ese reino de ensueño.

En el corazón de Sylvara, el palacio real se alzaba imponente, rodeado por un jardín botánico lleno de plantas raras y mágicas. El rey Jae-hyuk, un hombre sabio y amante de la paz, gobernaba con sabiduría y benevolencia, guiado por el respeto hacia la naturaleza y el bienestar de su pueblo.

Sin embargo, la tranquilidad de Sylvara se vio amenazada un por la llegada de una carta urgente desde el lejano reino de Atalia.

—¡Mi señor! —exclamó uno de los mensajeros, jadeante por la carrera—. Esta carta es del príncipe Hirumo, heredero de Atalia.

El rey Jae-hyuk tomó la carta con manos temblorosas y comenzó a leerla en silencio. A medida que sus ojos recorrían las líneas, su expresión pasó de la sorpresa al horror. Atalia, una potencia militar temida por su magia oscura, había enviado una demanda inesperada: exigían que el príncipe heredero alfa de Sylvara se uniera a su harén antes de la coronación de Hirumo como emperador. Tenían dos meses para despedirse o enfrentarían la guerra.

El rey dejó caer la carta sobre la mesa, sintiendo el peso del destino sobre sus hombros. Miró a su sobrino, el príncipe Soobin, que estaba parado junto a él, con los ojos llenos de miedo y confusión.

—Soobin, mi querido sobrino —dijo el rey con voz grave—. Este es un momento de gran peligro para nuestro reino. Atalia no es un enemigo que podamos enfrentar fácilmente.

Soobin bajó la mirada, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Él era un príncipe tímido e introvertido, más inclinado a las artes y la poesía que a la guerra.

—Tío, ¿qué debo hacer? —preguntó Soobin, luchando por contener las lágrimas—. No sé si puedo ser valiente como tú.

El rey Jae-hyuk puso una mano reconfortante sobre el hombro de su sobrino.

—Soobin, la valentía no siempre se muestra en el campo de batalla —dijo con suavidad—. Debes proteger a nuestro reino, incluso si eso significa sacrificar tu propia felicidad. Pero recuerda, la verdadera valentía reside en enfrentar tus miedos y hacer lo que es correcto.

Soobin levantó la mirada, encontrando la determinación en los ojos de su tío.

—Entonces iré a Atalia —declaró, con una determinación recién descubierta—. Acepto su demanda y me uniré a su harén.

El rey Jae-hyuk asintió con solemnidad, sintiendo el peso de la decisión de su sobrino.

—Te doy mi bendición, Soobin —dijo con voz firme—. Pero recuerda, en Atalia, el peligro acecha en todas partes. Mantente alerta y cuídate de los demás príncipes. Estarán dispuestos a deshacerse de cualquiera que se interponga en su camino hacia el poder.

El joven alfa asintió en silencio, teniendo miedo por lo que podría avecinar.

En el vasto reino de Aquaterra, donde la magia del agua y de la tierra se combinan en armonía, la belleza y la majestuosidad de la naturaleza dominaban cada rincón. Desde las profundidades del océano hasta las cimas de las montañas, los habitantes de Aquaterra vivían en comunión con los elementos, moldeando su entorno a su voluntad y disfrutando de los viajes submarinos como parte de su vida cotidiana.

En el corazón de Aquaterra, el palacio real se alzaba majestuoso, una obra maestra de la arquitectura que se fundía con el entorno circundante. Dentro de sus muros, el rey Min-ho gobernaba con sabiduría y benevolencia, guiado por el amor hacia su pueblo y el respeto hacia la magia que fluía a su alrededor.

Pero la paz de Aquaterra se vio repentinamente amenazada por la llegada de una carta urgente desde el lejano reino de Atalia. El rey Min-ho la leyó con creciente indignación, sintiendo cómo el hielo afilado se formaba a su alrededor en respuesta a su furia.

—¡Este insolente omega se atreve a ordenarme! —exclamó el rey, con la voz llena de ira—. ¿Cómo se atreve a exigir que entreguemos a nuestro príncipe heredero alfa para satisfacer sus caprichos?

Su hijo, el príncipe alfa Sunghoon, estaba de pie a su lado, observando con calma la reacción de su padre. Sunghoon era un estratega poderoso y un Dominador del hielo consumado, con una determinación férrea que igualaba su habilidad en la batalla.

—Padre, déjame ir —dijo Sunghoon, con voz firme—. Seré un concubino en el harén de Hirumo.

El rey Min-ho se giró hacia su hijo, con los ojos llenos de preocupación y orgullo.

—¡No, Sunghoon! —exclamó—. No puedo permitir que te pongas en peligro de esta manera.

Pero Sunghoon lo interrumpió con determinación.

—Tengo un plan, padre —dijo, con la confianza que sólo un alfa como él podía tener—. Los ojos de la bestia no me asustan. Mostraré a Hirumo y a los demás reinos que un omega nunca estará a la altura de un alfa de Aquaterra.

El rey Min-ho miró a su hijo con una mezcla de amor y preocupación.

—Que así sea, Sunghoon —dijo, finalmente, con resignación—. Pero recuerda, tu seguridad es mi prioridad. Demuéstrales a todos por qué el heredero de Aquaterra es el mejor.

Con esa bendición, Sunghoon se preparó para partir hacia Atalia, determinado a proteger a su reino y a mostrar su fuerza ante aquellos que osaban desafiar a Aquaterra.

¿Qué les pareció
el primer capítulo?

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