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━━━Capítulo Cero | El Destino de un Omega

El eco de los pasos firmes del Emperador Aric se desvaneció en la vasta cámara, mientras su mirada recorría cada rincón con una mezcla de impaciencia y expectación. La tensión en el aire era palpable cuando cruzó el umbral de la habitación donde su consorte, un Omega amable y gentil llamado Ren, había dado a luz hacía apenas unas horas.

—Ren—su voz resonó con autoridad, aunque una nota de ansiedad la acompañaba—, ¿cómo está el bebé?

Ren, recostado en la cama con el rostro pálido pero sereno, levantó la mirada hacia su esposo.

—Aric, nuestro hijo Hirumo ha llegado sano y salvo—dijo con una sonrisa débil, extendiendo con ternura sus brazos hacia el pequeño Hirumo que dormía plácidamente en la cuna junto a la cama—. Es un hermoso niño, tan perfecto como lo imaginé.

El Emperador avanzó hacia la cuna, sus ojos escudriñando al bebé con una mezcla de expectación y ansiedad. Sin embargo, cuando sus dedos rozaron suavemente la piel suave y rosada del recién nacido, una sombra cruzó por su rostro.

—Hirumo...—murmuró Aric, su tono cargado de decepción—. ¿Es un Omega?

Ren asintió, su expresión llena de amor y orgullo.

—Sí, Aric. Pero eso no cambia lo hermoso que es, ni el hecho de que es nuestro hijo.

El Emperador se apartó bruscamente de la cuna, su semblante oscurecido por la frustración.

—¡Otro Omega! ¿Acaso no hemos sufrido suficiente?—reclamó el alfa con furia.

Las palabras resonaron en la habitación, cargadas de dolor y resentimiento. Dos años atrás, Ren había dado a luz a otro bebé Omega que no sobrevivió más allá de unas pocas horas. La tragedia había dejado una profunda cicatriz en su relación, y ahora, la noticia de que su segundo hijo también era Omega solo avivaba las llamas de la amargura.

—Aric, por favor...—Ren se levantó de la cama, su voz temblorosa mientras extendía una mano hacia su esposo—. Hirumo es nuestro hijo. No podemos cambiar lo que es, pero podemos amarlo y cuidarlo como se merece.

El Emperador apartó la mano de Ren con brusquedad, su mirada llena de desdén.

—No cambiará nada, Ren. No podemos tener un Omega como heredero al trono. El linaje de los Alfas debe prevalecer.

Ren tragó saliva, conteniendo las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Sabía lo que vendría a continuación, lo había temido desde el momento en que supieron el género de su hijo.

—Aric, por favor, no hagas esto—suplicó, con la voz entrecortada por la angustia—. Hirumo es nuestro hijo, no una moneda de cambio para asegurar alianzas políticas.

Pero las súplicas de Ren cayeron en oídos sordos. Con un gesto de determinación, el Emperador se alejó de la cuna, su mandíbula tensa de frustración.

—Lo siento, Ren—dijo con voz firme, aunque había un rastro de pesar en sus ojos—, pero no puedo permitir que nuestro linaje sea comprometido. Hirumo será criado como un Omega, pero su destino como heredero al trono está sellado. ¡Él jamás heredará!.

El corazón de Ren se hundió ante la cruel realidad que enfrentaban.

—¿Qué planeas hacer?—preguntó el omega mayor, con voz apenas audible.

—No podemos divorciarnos, pero no puedo permitir que esto afecte mi legado—declaró Aric suspirando con pesar—. Ren, te dejaré encerrado en tus habitaciones, con acceso limitado al jardín más pequeño del palacio. Y Hirumo... también se quedará contigo.

Los ojos de Ren se llenaron de lágrimas mientras caía de rodillas ante su esposo.

—¡Por favor, Aric, ten piedad! No castigues a Hirumo por lo que no puede controlar. Él es solo un bebé—suplicó, con el corazón destrozado.

Aric miró a Ren con dureza, pero algo en su interior se removió ante la súplica desesperada de su consorte.

—Muy bien—concedió finalmente—. Permitiré que Hirumo crezca como cualquier otro príncipe, pero tú... permanecerás encerrado en tus aposentos.

Ren sintió un ligero alivio al saber que su hijo no sufriría el mismo destino que él.

—Gracias, Aric—susurró, con gratitud y tristeza entrelazadas en su voz.

El emperador asintió una vez antes de dar media vuelta para marcharse, dejando a Ren con el peso aplastante de un futuro incierto colgando sobre sus hombros.

¿Por qué su útero solo era capaz de concebir omegas?

El silencio pesaba en la habitación, solo interrumpido por el suave llanto del bebé que yacía en la cuna. Ren, con los ojos enrojecidos por las lágrimas, se acercó con pasos lentos y temblorosos al pequeño Hirumo. Sus manos temblaban al sostener al bebé, cuyo rostro se iluminaba con una sonrisa inocente.

—Lo siento, Hirumo—susurró Ren con la voz entrecortada por la emoción—. Lo siento tanto, hijo mío.

El bebé gorgoteó con alegría al sentir la caricia de su madre, ajeno al tormento que consumía a Ren. El omega consorte luchaba por contener el dolor que le desgarraba el alma. No solo por la condena impuesta por el emperador Aric, que le prohibía salir de aquella habitación dorada, sino por la cruel realidad de haber engendrado otro omega.

—Ojalá pudiera cambiarlo, Hirumo—murmuró Ren entre sollozos, acariciando la mejilla regordeta del bebé—. Ojalá pudiera darte un destino diferente.

Una lágrima solitaria resbaló por la mejilla de Ren mientras contemplaba al pequeño Hirumo, preguntándose qué habría sido si su hijo hubiera nacido alfa. ¿Habría sido diferente? ¿Habría sido aceptado por su padre, el emperador? Esas preguntas atormentaban su mente, pero sabía que eran solo ilusiones vanas.

El recuerdo del hijo omega que había perdido dos años atrás le atravesó como una daga afilada. Ren recordaba cada detalle de aquel día fatídico, el frío y la desesperación mientras sostenía al pequeño en sus brazos, impotente ante la inevitabilidad de la muerte.

—Perdóname, mi pequeño ángel—susurró Ren con voz quebrada, su corazón lleno de culpa—. No pude protegerte. No pude proteger a ninguno de ustedes.

Las lágrimas caían sin control mientras Ren se aferraba al único hijo que le quedaba, el único destello de luz en su oscuro mundo. Culpándose por su propia debilidad como omega, por el destino cruel que les había sido impuesto a él y a sus hijos.

—5 años Después—

Hirumo de cinco años irrumpió en la habitación de su madre, Ren, con una emoción que apenas podía contener. Su esmoquin rojo, en contraste con la tradición de los vestidos para omegas, ondeaba detrás de él mientras las niñeras lo perseguían, sosteniendo vestidos delicados y coloridos en vano intento de persuadirlo.

—¡Mamá, mamá, mira mi traje nuevo!—exclamó Hirumo, dando vueltas para mostrar cada detalle, su rostro iluminado por una sonrisa radiante.

Ren sonrió con ternura mientras enderezaba el cuello del esmoquin de su hijo.

—Es hermoso, Hirumo, pero ¿no prefieres usar un vestido como los demás omegas?

Hirumo frunció el ceño, sin entender del todo por qué debería adherirse a las normas de vestimenta de los omegas.

—Pero mamá, los alfas usan esmoquin, ¡y yo quiero ser como papá!—dijo emocionado.

Las niñeras intercambiaron miradas preocupadas mientras Ren acariciaba la mejilla de Hirumo con cariño.

—Lo sé, cariño, pero es importante que sigamos las reglas, incluso si a veces parecen injustas.

Hirumo asintió con seriedad, aunque la idea de usar un vestido no le hacía tanta ilusión como la idea de parecerse a su padre alfa.

—Está bien, mamá, lo intentaré.

Ren suspiró con alivio mientras las niñeras se ocupaban de vestir a Hirumo apropiadamente.

—Gracias, Hirumo. Ahora, ¿qué es eso sobre una fiesta de té en la biblioteca?—preguntó con suavidad luego de que las niñeras se retiraron.

Los ojos de Hirumo se iluminaron de nuevo.

—Sí, mamá, ¡quiero que tú y papá vengan!

Ren bajó la mirada, luchando contra la tristeza que amenazaba con abrumarlo.

—Lo siento, Hirumo, pero papá alfa no puede venir. Está... ocupado.

Hirumo frunció el ceño, tratando de comprender.

—¿Pero por qué, mamá? ¿Papá está en problemas?—preguntó preocupado.

Ren le dio una sonrisa forzada y le dio un abrazo a su pequeño omega.

—No, cariño, no está en problemas. Solo hay algunas cosas que papá y yo debemos resolver. Pero no te preocupes, tendremos nuestra fiesta de té aquí, en mi habitación—opinó con dulzura.

Hirumo asintió, confiando en las palabras de su madre.

—Está bien, mamá. ¡Será la mejor fiesta de té de todas!—habló riendo.

Ren, se sentó en un cojín junto a la ventana, levantó la mirada al escuchar la voz de su hijo.

—Será muy divertido pequeño—respondió Ren con una sonrisa, extendiendo los brazos para recibir a Hirumo en un cálido abrazo—. ¿Cómo ha sido tu día antes de venir a verme?

Hirumo se acomodó en el regazo de Ren, sintiéndose seguro y protegido.

—¡Muy bien! Hoy aprendí sobre los pájaros que vuelan alto en el cielo. ¡Son tan hermosos, mamá!—dijo sonriendo— Quiero ser un pájaro y volar contigo mamá.

Mientras conversaban animadamente, la puerta de la habitación se abrió de golpe, revelando la figura imponente del emperador Aric. Su expresión era seria, y sus ojos dorados destellaban con autoridad.

—¿Dónde está Hirumo?—preguntó Aric, su voz resonando en la habitación.

Ren se puso de pie rápidamente, con Hirumo aferrado a su mano.

—Está aquí, majestad. Estábamos tomando el té juntos—respondió haciendo una reverencia en señal de respeto.

Aric frunció el ceño, inspeccionando la habitación con una mirada severa.

—Debería estar en sus clases de modales. No puede permitirse descuidar su educación—dijo seriamente.

Hirumo se escondió detrás de Ren, sintiendo un leve temor ante la presencia imponente de su padre.

—Lo siento, papi. Perdí la noción del tiempo—habló bajito.

El emperador Aric suspiró, suavizando su expresión al ver a su hijo tan pequeño y vulnerable.

—Está bien, Hirumo. Pero debes ser más responsable en el futuro. Ven conmigo, ahora es hora de tus clases—ordenó firmemente extendiendo su mano.

Hirumo asintió con la cabeza, mirando a Ren con tristeza antes de seguir a su padre fuera de la habitación luego de tomarlo de la mano. Aunque deseaba quedarse con su mamá un poco más, sabía que debía obedecer las órdenes del emperador.

Ren observó a su hijo partir con una mezcla de preocupación y amor en su corazón. Sabía que Hirumo tenía un futuro importante por delante, pero también anhelaba protegerlo de las expectativas y responsabilidades que recaían sobre él como príncipe omega.

El sol se filtraba a través de los altos ventanales del palacio, iluminando el imponente pasillo por el que el emperador alfa Aric de Atalia caminaba con su hijo Hirumo, tomado de la mano. Los largos cabellos dorados de Aric ondeaban con gracia mientras avanzaban, su mirada fija en el pequeño omega a su lado.

Hirumo irradiaba una belleza etérea que dejaba sin aliento a quien lo contemplara. Sus ojos grandes y almendrados, de un azul profundo como el océano en calma, parecían capturar la esencia misma de la inocencia. Sus mejillas rosadas como pétalos de rosa contrastaban con la suavidad de su piel de porcelana, mientras que sus labios, rosados y carnosos, formaban una sonrisa que iluminaba la habitación entera.

Aric no podía evitar notar los rasgos de su amado esposo, Ren, reflejados en el rostro de su hijo. La misma curvatura de las cejas, la forma delicada de la nariz y el porte elegante que solo un omega de linaje noble podía poseer. Hirumo era, sin duda, el omega más hermoso del mundo, una joya preciosa.

Pero una joya que no podía ser más nada que apreciada, con el valor de verse bonito pero para más nada.

—¿Puedo quedarme contigo, papá? Quiero aprender a ser un buen emperador—preguntó con una mirada ansiosa el infante con una inocencia que solo un niño podría tener.

Aric frenó su paso y soltó la mano de su hijo, su expresión endureciéndose.

—No, Hirumo. Eso no es apropiado—respondió con firmeza, su tono lleno de frialdad.

El pequeño omega frunció el ceño, confundido por la respuesta de su padre.

—¿Por qué no, papá? Yo también quiero ser como tú—insistió, buscando entender.

Aric suspiró, el peso de la tradición pesando sobre sus hombros.

—Porque tú eres un omega, Hirumo. Los alfas son los que lideran, los que gobiernan. Los omegas están destinados a ser esposos, no emperadores—explicó, sus palabras cortando el corazón del niño.

Hirumo tragó saliva, luchando contra las lágrimas que amenazaban con empañar sus ojos.

—Pero yo puedo aprender, puedo ser bueno—protestó con determinación. Si mente infantino entendiendo.

El emperador negó con la cabeza, su expresión implacable.

—Debes ir a tus clases de modales y después a las de costura. Esa es tu responsabilidad como omega—sentenció, rompiendo los sueños del niño en un instante.

El pequeño Hirumo asintió con tristeza, sintiendo el peso abrumador de las expectativas que se le imponían.

Con un último vistazo a su padre, se alejó, llevando consigo el dolor de un corazón joven destrozado por el rechazo de aquel a quien veía como un héroe.

Siete Años Después—

El sol se filtraba tenuemente por las cortinas de seda, tiñendo de tonos dorados la habitación del palacio. El príncipe Hirumo, de tan solo doce años, se detuvo frente a la imponente puerta de roble macizo. Su corazón latía con fuerza en su pecho mientras se preparaba para enfrentar una conversación que cambiaría su vida para siempre.

Con un suspiro tembloroso, empujó la puerta y entró en la estancia. Allí, en la penumbra, yacía su madre, el consorte Ren, recluido desde hace doce largos años como un castigo impuesto por el emperador Aric, su esposo, por no haberle dado hijos alfa que pudieran heredar el trono imperial.

—Hirumo, ¿qué haces aquí, hijo mío?—la voz de Ren sonaba débil, cargada de resignación.

El joven príncipe se acercó con paso vacilante, sintiendo el peso de la noticia que debía entregar.

—Madre... ha ocurrido algo—comenzó, luchando por encontrar las palabras adecuadas.

Ren alzó la mirada, sus ojos color ámbar reflejaban una mezcla de temor y desesperación.

—¿Qué ha pasado, Hirumo? Dime la verdad—pidió.

Hirumo inhaló profundamente, reuniendo toda su valentía.

—La concubina favorita de padre... ha dado a luz a un hijo alfa—reveló, sin poder ocultar el temblor en su voz.

El consorte Ren dejó escapar un sollozo ahogado, sus manos temblaban mientras se aferraba a las sábanas.

—Entonces... ha llegado el momento—murmuró, más para sí mismo que para su hijo.

Hirumo se acercó más, sintiendo el peso abrumador de la desesperación en el aire.

—Madre, no permitiré que te alejen de mí—prometió con determinación, su corazón lleno de amor y protección por aquel que había sido su único consuelo durante todos esos años de soledad.

Ren le miró con ojos llenos de dolor y resignación.

—Hirumo, mi dulce hijo, no puedes luchar contra el destino—susurró, acariciando con ternura la mejilla de su hijo—. El poder de los alfas es absoluto en nuestra sociedad. Pronto buscarán un esposo para ti, para apartarte del camino al trono. Aunque ese trono jamás te ha pertenecido.

El joven príncipe apretó los puños con impotencia, luchando contra las lágrimas que amenazaban con desbordarse.

—No importa lo que pase, madre, estaré a tu lado—declaró con determinación, jurando proteger a aquel que siempre le había dado amor incondicional, incluso en los momentos más oscuros.

Ren le sonrió débilmente, su corazón rebosante de amor y orgullo por su valiente hijo.

—Gracias, Hirumo. Eres mi mayor tesoro—dijo con voz temblorosa, aferrándose a la esperanza de que, incluso en medio de la adversidad, su hijo pudiera encontrar la felicidad y el amor que tanto merecía.

En cambio Hirumo se quedó en silencio, en su mente ya no había rastros de lo que fue una infancia ahora era la mente maestra que empezaba a crear un proyecto sin precedentes.

Él iba a demostrar que no solo era una joya, él demostraría que era un diamante y que no sería nada fácil de fragmentar.

Él se convertiría en el Emperador y sería el mejor que Atalia podría haber deseado.

—Disculpe madre, debo conocer a mi hermano—dijo separándose lentamente.

—¿Qué?—preguntó Ren confundido mirando a su hijo.

—Debo conocer a mi hermano, madre, debo ver que tiene ese nuevo príncipe que es lo que ha anhelado tanto mi padre—exclamó sonriendo.

Ren miró sorprendido a su hijo, esa sonrisa dulce que tenía su hijo ahora había sido borrada por una mordaz con toques cínicos.

Una sonrisa que Ren había visto hace 16 años cuando Aric su esposo había masacrado a todo un imperio en una batalla, y lleno de sangre había reclamado el trono de Atalia.

Ren supo entonces que su hijo no sería ese omega que habían decidido que fuera apenas nació.

8 años después

El salón del trono estaba envuelto en la oscuridad de la madrugada, iluminado apenas por la luz de la luna que se filtraba por las ventanas altas.

En el trono, Hirumo, el príncipe omega de 20 años, se erguía con una sonrisa cruel en los labios. Sus ojos reflejaban una determinación fría mientras contemplaba el resultado de años de planificación.

—¿Todo está en marcha? —preguntó Hirumo en un susurro gélido, apenas audible en la quietud de la noche.

Un guardia se inclinó ante él, besando respetuosamente su mano antes de responder:

—Sí, mi príncipe. El veneno ha sido administrado. El emperador está sufriendo los efectos en este mismo momento.

La sonrisa de Hirumo se ensanchó, mezclando satisfacción y venganza.

—Es hora de que el alfa entienda que no hay lugar para los débiles en el trono. Hoy, el omega se alzará como el verdadero gobernante de este reino—respondió levantándose y caminando hacia los aposentos de su padre.

El silencio pesado llenaba la habitación del palacio imperial cuando el príncipe Hirumo entró, su paso firme resonando en el mármol pulido.

El emperador, su padre, yacía en la cama, retorciéndose de dolor mientras el veneno recorría su cuerpo.

—Hirumo...—el emperador jadeó, reconociendo la figura de su hijo—. ¿Qué... qué estás haciendo aquí?

Hirumo se acercó lentamente, su mirada fría como el hielo.

—He venido a hablar de tu sucesión, padre.

El emperador se estremeció, sabiendo lo que estaba por venir.

—¿Sucesión? Pero... ¿no has llamado a un médico?—preguntó mirando ahora los fríos ojos de su hijo. Esos ojos que 15 años atrás lo miraban con devoción.

—Oh, ya no importa, padre. Lo único que importa ahora es quién heredará tu trono—respondió el príncipe omega sonriendo siniestramente.

El emperador intentó incorporarse, pero el dolor lo retuvo.

—¿Qué estás planeando, Hirumo?—preguntó enojado.

—Simple—Hirumo sacó una pequeña botella del bolsillo de su túnica—. Tengo el antídoto para el veneno que corre por tus venas. Pero no te lo daré hasta que me nombres como tu sucesor.

El emperador tembló de incredulidad.

—¡Jamás! ¡Debes heredar un alfa, no un omega!—gritó enojado.

Hirumo frunció el ceño.

—Entonces, ¿qué sugieres, padre? ¿Debería matar a mi hermano alfa para asegurar mi posición?—preguntó tocando con su índice que mejilla.

El emperador palideció.

—¡No! ¡Nunca!—rugió enojado mostrando sus colmillos en amenaza.

Hirumo alzó una ceja divertido.

—¿Estás seguro? Porque puedo hacerlo realidad en un instante—respondió riendo antes de dar dos aplausos.

Justo en ese momento, los guardias irrumpieron en la habitación, arrastrando al pequeño príncipe alfa, inconsciente. El omega desenfundó su espada que blandió con agilidad.

—Elije padre, ¿el reino o la vida de Ardyn?—inquirió mirando fijamente a su padre sin rastro de compasión.

El Emperador Aric contuvo el aliento cuando vio la espada de Hirumo apuntando al cuello de su hijo menor.

—¡Detente, Hirumo! ¡Lo haré! ¡Te nombraré como mi sucesor! ¡Pero por favor, detén esto!—el emperador suplicó, con lágrimas en los ojos.

Hirumo sonrió triunfante.

—Sabía que verías las cosas a mi manera, padre. A partir de ahora, todas las decisiones estarán en mis manos—dijo alegre antes de acercarse a su padre—. Das vergüenza padre, ahora que has envejecido te has vuelto débil.

El emperador cerró los ojos, sintiendo el peso de su derrota mientras su hijo cruel y caprichoso aseguraba su lugar como el nuevo emperador.

Hirumo se inclinó y arrancó el sello real que pendía del cuello de su padre en una cadena de oro.

—Te diré una de mis primeras órdenes, padre, considéralo un adelanto por haber sido colaborador—el omega sonrió cínico—. Para fortalecer nuestros lazos con otros reinos y garantizar la paz, crearé un harén con alfas.

Al fin pude
subir está historia
estoy muy emocionado
la verdad.

¿Qué les parece?

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