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Capitulo Extra 43.1.- Lazos

Liastian, hace dos años atrás.

La cachetada que me dio la Reina había sido una de las más grandes y fuertes que había podido sentir de una mujer y me lo merecía.

–Haz roto tu pacto, me has traicionado ¿Qué tienes que decir? – dijo con su voz fuerte y entre dientes.

–Yo de verdad le he fallado.

–Si Cathal– dijo mientras caminaba por toda la habitación– ¿Sabes con que se paga la traición?

–Mi Reina, Cathal no tiene la culpa, no dependía de nosotros. No pudimos hacer nada

–Cállate, eres el último en opinar aquí Eiric, no me vengas con estupideces.

–Mi Reina– dijo Thiao, pero ella no lo escucho. Éramos solo hombres patéticos arrodillados ante una madre furiosa.

–Fueron entrenados, cada uno de ustedes con lo mejor de lo mejor ¿Cómo vienen aquí con el descaro de decir que no pudieron hacer nada?, ¿Acaso lo que sucedió no era suficiente para romper el contrato?, ¿Por qué no actuaron? ¿O acaso solo mi hijo era capaz de dirigir a un ejército? Si Thion rompió el contrato de condenar a un soldado sin avisarme ¿Qué tenían que hacer ustedes?

–Mi Señora todo fue muy rápido – dijo Kurok solo para recibir un fuerte golpe en la cara de Burak ordenado por la Reina

– ¡Son basura, no sirven! Todo lo que les enseñe en años, desde niños, ¡TODO! lo olvidaron en ¿Cuatro, cinco años que estuvieron fuera? ¿Y quién es esa anciana que dejaron atravesar el muro, así como así y porque aún está viva?

–Ella es la mayor de las ancianas que servían como curandera en el Reino. Thion la despojó de su servicio– dijo Burak.

–No es bienvenida, ¿Tiene algún nombre esta mujer?

–Sí, su nombre es Valeria. Ha cuidado de su hijo desde que zarparon y al parecer sabe arto de medicina. Está con él en estos momentos y no se ha apartado de su lado.

–Investígala, en estos tiempos ya no necesito más traidores y espías.

Guardamos silencio, no había nada más que decir que aceptar nuestros castigos y el peor castigo para un soldado no es la muerte, sino le indiferencia de nuestra madre.

–Ahora pienso, ¿Cuánto tiempo mí hijo espero con esperanzas de que yo pudiera hacer algo sin saber que ustedes ni un pelo movieron por él? Se los dejo en su conciencia, vuelvan a sus quehaceres, pero escúchenme una cosa– dijo acercándose a nosotros– estarán una semana sin comida, beberán solo agua y si mueren de hambre los tirare a los tiburones. En cuanto a ti Cathal, te quito tu cargo hasta que yo lo disponga. Iras conmigo a donde yo vaya ya no estarás al lado de Leo– se levantó erguida y con una gran bocanada de aire se dirigió a su trono.

–Mi Señora se lo suplico.

–Mi Reina– dijeron todos, pero solo fue una mirada de ella que comprendimos que ya había tomado decisión.

–Con su permiso– nos retiramos lentamente derrotados, aniquilados, éramos culpables.

Leo estaba débil, pero su color había mejorado, sus heridas en tanto supuraban liquido transparente y se mantenía hidratado constantemente a orden de la anciana.

Un día estaba en sus aposentos, vigilando aun a Leo, y a pesar que la Reina me había quitado mis títulos yo quería demostrarle que aun podía cuidar de su hijo.

En este lugar a diferencia de Cretos, el sol se escondía en el mar. La habitación de Leo se mantenía con ventilación, el sol entraba por la ventana casi todo el día y la brisa entraba agradablemente.

Los sirvientes iban y venían todo el día, cambiaban las ropas de cama todas las mañanas, y constantemente perfumaban el lugar adema de traer todo lo que la anciana solicitaba, hasta el momento la Reina no se había presentado a ver a Leo y mucho menos encontrarse con esta extraña y extranjera mujer. Hasta hoy.

–La Reina viene– dijo un sirviente que entraba con unas mantas y rápidamente todos comenzaron a ordenar las cosas y caminar de aquí para allá.

–Joven soldado– dijo la anciana mirándome desde las alturas ya que estaba sentado en el suelo– viene la Reina y no creo que sería conveniente verte ahí en el suelo como un vagabundo.

–Si usted entendiera– mi estómago ya rugía y lo único que podía hacer era beber, beber constantemente agua para engañar el hambre

La Reina no necesitaba ser anunciada asique solo se abrió la puerta y entró con su hombre y 4 de sus mujeres. Todos bajaron la cabeza incluyéndome guardando silencio en cada segundo.

–Tú eres Valeria, ¿No es así?

–Mi Reina he sido llamada tanto tiempo Anciana o Gran madre que ya he olvidado el significado de mi nombre.

–Pero, aun así, me dijeron que ese es tu nombre.

–Si Señora.

Sin mostrar ni una pisca de empatía y emoción en su rostro, solo miro a un lado y una de sus mujeres se acercó y sin mirarla a los ojos escucho lo que la Reina le iba a decir.

–Revísenlo– ordenó.

–Si mi Reina– dijo la mujer y rápidamente dos hombres que estaban ahí se acercaron a Leo.

La Reina se acercó a la cama donde estaba, su mirada seguía aun sin expresión hasta que lo destaparon. Estaba boca abajo, completamente desnudo, sus brazos estaban a sus costados y sus heridas aun brillando al rojo vivo. Hace poco tiempo la anciana había ordenado sacarle las mantas con las infusiones y quedaban solo parte de ellas como gel verdoso entre sus heridas.

Vi su expresión al ver a su hijo, apretó un poco los dientes y rápidamente me fulmino con su mirada. No tenía donde esconderme, me rompía el corazón saber que también fui responsable de lo que había pasado y la Reina no dejaba de expresar con su mirada su odio y decepción a mí.

–Leo– dijo ella, pero este no reacciono– ¡Leo! – repitió con fuerza y con una voz potente.

–Mi señora.

– ¿Por qué sus heridas aún no se han cocido?, ¿Y porque ni siquiera ha despertado a mi llamarlo?

Nadie respondió, porque nadie sabía, y porque en solo ese minuto comprendimos que solo habíamos seguido las instrucciones de la anciana sin preguntar más.

– ¿Mi hijo esta inconsciente? ¿Desde cuándo?

–Mi señora– dijo la anciana acercándose a la Reina– yo puedo contestar sus preguntas.

–Pues habla ya.

–La conciencia de su hijo va y viene, pero le aseguro que él está escuchando todo. Las infusiones que le he dado para el dolor lo han mantenido así. Él debe descansar, recobrar fuerza, sus heridas no pueden ser cocidas en su totalidad porque no hay piel con la cual poder sujetarla, pero mantengo sus heridas húmedas e hidratadas, cerraran por si solas.

–Las heridas de mi hijo pueden infectarse por tus decisiones, dime ¿Quién te dejo a cargo de la salud de MI HIJO? ¿Acaso tienes más estudios que mis propios doctores?

–Reina Dalia– dijo la anciana con gran firmeza. Realmente tenia agallas o no sabía muy bien de lo que podía ser capaz la Reina– he curado heridas peores que estas, sé que las heridas del joven General van a sanar.

–Quiero que trabajes con mis doctores, pero te diré una cosa. Si mi hijo muere, te romperé todos los huesos– dijo acercando su rostro al de la anciana– y me asegurare de que lo sientas antes de morir.

–Asumiré la responsabilidad.

–Si él vive– dijo posando su mano en su pelo– considerare tu bienvenida a mi Reino.

¿Creer que Dalia se iba a ablandar por nosotros? No, para nada. Leo en sus rato d conciencia nos había comentado las acciones de su madre cuando cumplimos los días sin comer creímos que nos devolvería la comida, pero no fue así, ella nos fue devolviendo lentamente la comida, cruel y fría sin remordimientos con nuestros castigos. Si no hubiera sido por que Leo y la ansiaba a veces nos entregaban un poco de comida seguramente yo no estaría consiente.

La recuperación de Leo duro meses, a las semanas de haber llegado a Liastian, comenzó poco a poco a mantener la conciencia, pasaba horas y horas sentado erguido para que su espalda no se cerrada con tanta tención. Podíamos oír sus gritos y lamentos cuando tenía cambio de vendajes y limpieza. Muchas veces sus ojos se mantenían rojos, veíamos que intentaba no llorar, pero muchas veces se quebraba con nosotros, era mucho el dolor que lo mantenía siempre quieto y con los ojos cerrados. Eiric que tenía mayor conocimiento de medicina que nosotros se mantuvo todo el tiempo a su lado cuando tenían que cambiar sus vendajes, nosotros salíamos y la culpa nos corrompía cada vez que eso ocurría.

A la primera luna la Reina había mandado a hacer una silla especial, donde Leo apoyaba todo su estómago, tenía también donde apoyar sus brazos a la altura de sus hombros. Poco a poco había comenzado a caminar más erguido, pero quedaba exhausto después de cada intento, pero no solo era el quien había hecho de nosotros una culpa inmensa, Dalia también había sacado una parte de ella que no conocíamos, la tristeza. Creo que todos comprendíamos que la flagelación a su hijo lo despojaría de sus grandes dotes, ¿Podrá tomar otra vez la espada?

Día y noche veíamos a Dalia recorrer los pasillos del Castillo apretando sus manos y dientes, su rostro se envejecía cada vez que fruncía el ceño, la venganza pronto había florecido en gran deseo contra Cretos, sabíamos que no podía encontrar explicación a las decisiones de Thion y lloraba cuando caía la noche.

Los días fueron pasando y Leo perdió su voz, las palabras se habían extinguido y permanecía en completo silencio, nos costaba trabajo que comiera y que nos mirase. ¿Me preguntaba que pasaba por su cabeza?, ya no lo sabía y tampoco lo que sentía. A veces le hablaba y era indiferente conmigo, como otros días podía hablar con poco tiempo, pero también lo escuchaba hablar constantemente con la anciana.

–Te recuerdo– lo escuche decir. Escondiéndome detrás de la puerta me mantuve para escuchar.

–Esperaba que si joven General.

– ¿Por qué has venido?

–Porque veo en ti algo más que un simple Guerrero, sabía que eras un buen General, pero ahora que sé que eres un Príncipe creo firmemente que puedes lograr muchas cosas.

–Sí, así como estoy lo dudo ¿Ya te has acostumbrado a este lugar?

– ¿Creías que podía ser difícil? – dijo la anciana acercándose y agachándose a mirarlo– hay cosas más difíciles que acostumbrarse a un nuevo Reino joven General.

–Mi madre...

La anciana se largó a reír interrumpiéndolo y luego mirándolo con dulzura le sonrió.

–Su madre si es un poco difícil– leo le sonrió– Si joven General, sonríe. A veces el cuerpo está listo, pero pensar positivo también hace que tu cuerpo mejore con mayor rapidez.

– ¿Positivo?, No tienes idea de las consecuencias de todo esto.

–Leo– dijo ella poniéndose seria y arrugando la frente– escúchame algo, los limites, los pones tú. Que ninguna persona aquí te diga lo que puedes o no hacer, si tú quieres volver a tomar esa espada– dijo apuntando su espada que se mantenía colgada en una pared– lo harás, si quieres salir de este lugar, lo harás y si incluso ahora cambias de opinión y deseas ser Rey, lo puedes hacer. Solo recuerda que los limites, los pones tú.

–Tu como médico ¿De verdad puedes decir eso de mí?

–Claro que sí, no tengas miedo al dolor, el dolor estará siempre, debes convertirlo en parte de ti. Estarás bien muchos días y vendrá el dolor un día inesperado, pero eso no puede detenerte.

La anciana se había acercado arto a Leo, podía decir que más que yo, pero me agradaba mucho la sabiduría que ella siempre le trasmitía, si no fuera por ella quizás Leo habría caído hace mucho tiempo.

Pasaron meses y más meses. Leo no logro volver a sujetar su espada. Su madre mando a hacer una espada más liviana, pero ni siquiera lo intento. Se fue hundiendo cada vez más en un profundo mar que lo ahogaba.

Un día Thiao lo encontró colgando de un árbol, los dioses fueron generosos y al bajarlo aún estaba vivo, llevo a la marca en su cuello por días. Se nos ordenó no perderlo de vista y nos fuimos turnando, sabía perfectamente que si una idea se le había formado en su cabeza lo intentaría más de una vez y así fue.

Otro día escuchamos una discusión con su madre, ella le reprochaba lo valioso que era y que deseaba que se convertirá en Rey. Le ofreció un viaje para ir a Cretos y obtener venganza, le ofreció incluso la mano de la Princesa y eso lo desquicio.

Las cosas volaron dentro de la habitación entre gritos de ambos. La losa se quebró y por más que quisimos entrar, Dalia no lo permitió.

– ¡NO SEAS COMO TU PADRE Y ME LEVANTES LA MANO! – gritó ella. Burak estaba al límite de soportar a Leo.

–No puedes matarlo– le advertí al verlo agarrando la empuñadura de su espada. Yo hice lo mismo, si él atacaba, yo también lo haría.

– ¿COMO MI PADRE? ¿ERES ESTUPIDA O VAS A SEGUIR MIENTIENDOME?

– ¡DE QUE ESTAS HABLANDO!

–DIME QUE AUGUSTO ES MI VERDADERO PADRE.

Burak no se aguantó cuando las cosas volvieron a sonar y abrió rápidamente la puerta. Leo tenía a su madre agarrada del borde de su ropa y la miraba con enojo. Burak puso la espada en el cuello de Leo y yo puse la mía en el cuello de él.

–Les dije que no se metieran.

–No permitiré que le haga daño.

–Hazlo– dijo Leo volteando a verle mientras acerco más su garganta a la espada– ¡Hazlo de una buena vez!

–Leo basta– dijo Dalia– te lo explicare todo, pero cálmate por favor.

–Dímelo– dijo entre dientes acercándose otra vez a su madre– ¿Quién es mi padre?

No había visto jamás a Dalia asustada o más bien arrepentida con una cara que mostraba completamente su culpa.

La noticia no fue muy bien recibida, aunque Leo ya sabía lo que diría Dalia, aceptarlo y escucharlo de la boca de ella fue una afilada espada que lo atravesó por completo. Estuvo meses distante y sin dirigirle la palabra a su madre y también se apartó de nosotros.

Un año paso de aquello y Leo poco a poco volvió a aceptar a su madre. Con la idea de despejar nuestras mentes y tratar de volver a ver al antiguo Leo. Organizamos una expedición a las islas cerca de Oriente, claro que nunca imaginamos que lo que encontraríamos allí cambiaría el transcurso oscuro de nuestras historias.

Próximo Capitulo: 43.2.– La isla de Torng (Capítulo Extra)

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