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64.- Familia

Siete meses más tarde nos encontrábamos en el gran salón para poder dar nuestros reportes

–El norte está bastante movido están las fiestas del Reino– dijo Marlen con su informe.

–Kurok mando también su informe, al parecer le ha ido bien, la gente lo ha aceptado, ya no se ve mucho el descontento.

–Claro después de encargarse de todos los que querían tomar el trono– rio Thiao.

Leo estaba sentado en el trono de los Reyes escuchando, se le veía serio mientras nos miraba sin expresión.

–Leo deberías hacer algo con Oriente, la tierra sigue siendo fértil, deberíamos aprovechar aquello antes que los Reinos que colindan con ella se pasen de listos– dijo Thiao sentándose en una silla y la inclinó hasta que la silla tocó la pared.

Leo soltó una leve sonrisa al escucharlo, se puso de pie lentamente y dio unos pasos a la alfombra de pelo que había en el suelo. Luego sin decir nada se acostó en ella mirando el cielo.

–¿Que...que haces?– pregunté acercándome y mirándolo desde arriba. El rápidamente sonrió hasta achinar sus ojos.

–El suelo suele ser más cómodo cuando estás acostumbrado a él– soltó levantando sus brazos y llevándolo a su nuca para usar sus manos como cabecera.

–Eres el Rey...– dijo Lucas mirándonos extrañado.

–Te ves más cómodo– dijo Thiao poniéndose de pie y acercándose a él. Al cabo de unos segundos su soldado también se acostó en el suelo mirando el cielo

–Esto es más cómodo que el trono– susurró Leo mientras cerraba los ojos– continúen.

–Bien– dijo Lucas uniéndose a ellos– Liastian acaba de mandar una carta avisando que unas tropas de soldados serán destinadas al Este... Perdón al "Reino de las montañas"– dijo corrigiéndose.

Reímos todos al escucharlo, no nos acostumbrábamos aún al nuevo nombre de la tierra de Kurok pero todo allí había cambiado y aquel nombre sería el que perduraría.

–Tengo que hacerles una consulta– dijo Leo. Su voz salió tan tranquila que rápidamente guardamos silencio. Terminamos todos acostados en el suelo esparcidos cerca de nuestro Rey mientras lo escuchamos.

–¿Que es Leo?– preguntó Marlen.

–Yo... Yo debo preguntarles sobre un tema que viene rondando en mi cabeza. Si bien todos han dicho que servirán en mi nombre, quiero saber...– su voz inundó todos nuestros oídos. El hombre que hablaba ahí echado en el suelo de aquel salón, no era nuestro Rey sino nuestro hermano– ¿Alguno de ustedes quiere tomar el puesto de Señor de otra tierra?

–¿Qué?

–Díganme, con confianza ¿Alguno quiere echar raíces, casarse y dejar de ser un soldado?

–¿Estás ofreciéndonos las demás tierras?– me senté enseguida para mirarle. Se suponía que siempre estaríamos juntos, lo de Kurok me lo esperaba por convertirse en padre, pero ¿Y los demás?

–¿Alejarnos de ti?– preguntó Lucas asombrado.

-Han servido siempre de buena forma, confió plenamente en ustedes, siempre han sido leales. Esto, pueden tomarlo como un agradecimiento de parte de mí.

Cuando creí que aquello era descabellado Marlen susurró lentamente dejándonos asombrados.

–Yo...– dijo en voz baja.

–Yo también– dijo Thiao– hemos pasado por mucho, los años también nos pasarán la cuenta. Yo soy mayor a todos ustedes y creo que mi cuerpo en algún momento ya no servirá para ser soldado. Si estás hablando enserio o es algún tipo de prueba no me importa, yo... Me gustaría lograr estar tranquilo, hacer una familia como tú Leo, enamorarme, casarme...

–Pienso lo mismo- agregó Marlen.

–No es una prueba, le di la oportunidad a Kurok de formar su futuro, a ustedes yo le debo la vida. Estaría encantado de poder ayudarles con eso.

–Considéreme mi Rey– dijo Thiao volteándose y arrodillándose para mirarlo.

Leo no movió su rostro, pero si sus ojos se fueron hacia su soldado y sonrió lentamente.

–Hablemos con seriedad mañana, no serán Reyes hasta que yo muera, pero comandaran bajó mi mano mientras yo esté vivo. Pueden ponerle el nombre que quieran yo siempre confiaré en ustedes.

–No me importa ser Rey.

–A mí tampoco– dijo Marlen.

–Está hecho entonces, hablémoslo mañana. Cuando mi madre y Thion no esté también necesitaré a alguien– Leo me miró mientras se sentaba– ¿Luca, Eiric?

–No– conteste con seguridad– no me iré de aquí. Yo pienso estar a tu lado, al lado de Helina hasta que mis ojos se cierren.

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No me importaba la riqueza, ni cuántas tierras podía tener. Había conocido la magia de una isla, el futuro bajo las palabras de un monstro, pero estaba seguro que mi vida sería más tranquila, estando al lado de estos hombres como también lejos. No podía temer a nada.

Los nombres de las tierras serían irrelevantes cuando se desate la guerra que Thicio anunció. Talvez las tierras serían removidas, juntando continentes, islas y aquel ser que Thicio quería crear nacería bajó un mundo en caos.

Mi mundo no sería así, en mi mundo yo... Un simple humano sería capaz de tener todo. Esta era mi vida, junto a la mujer que amo y a pronto de tener a mis hijos, fruto de un amor imparable.

¿Qué más podía pedir?

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Mientras conversábamos la estampida que había dejado Leo con su consulta. La puerta del costado se abrió con rapidez y Bony, la doncella de Helina, nos miró con una cara asombrada de vernos a todos en el suelo como niños pequeños.

–¿Bony, paso algo?– dijo Thiao volteándose a verla.

–Mi Rey, es su reina Helina– dijo con la voz cortada.

Leo rápidamente al escuchar su nombre se sentó mirándola con atención.

–Ya ha comenzado– dijo agitada mientras formaba una sonrisa enorme en su rostro.

–¿Qué?– dijo Thiao asombrado.

Sus palabras rápidamente significaban una cosa muy importante, me volteé a ver a Leo que había quedado con el mismo asombro de todos, pero enseguida distinguí algo inusual en él, ansiedad con una pisca de miedo. Helina había comenzado con sus labores de parto y Leo no reaccionó en los primeros 2 minutos.

–¿Mi...mi Rey?– Bony extrañada se quedó sosteniendo la manilla de la puerta.

–Tienes que ir– dijo Thiao mirándolo, no tardamos un segundo en reírnos de nuestro joven Rey.

Bony bajó su cabeza para marcharse y todos volteamos a verle, su rostro estaba tranquilo, pero cuando se puso de pie ya había dejado de ser nuestro hermano, caminó a la puerta saliendo rápidamente de allí.

El Rey estaba a horas de volverse padre.

La noticia se divulgó rápidamente en todo el Castillo y en toda la ciudad. Todos esperaban que el parto de la Reina saliera de la mejor forma posible, y en especial conocer si Cretos por fin tendría un heredero.

En el castillo los ánimos estaban más alegres, hacía años que el llanto de un bebé no invadía las paredes, para ser más certero Helina había sido la última. Sin duda era algo emocionante, incluso para mí que la verdad, no me gustaban los niños, pero ahora era distinto, ya que la historia que había comenzado de un general y una princesa hoy daba frutos.

Las horas comenzaron a pasar, cuando subí al tercer piso, vi a Leo que caminaba por el pasillo mientras que los demás estaban sentados esperando alguna noticia.

–Pensé que entrarías.

–No lo menciones, la anciana no se lo permitió– dijo Thiao.

–Eres el Rey– dije mirándolo, pero Leo estaba presente ausente.

–La vieja dijo que Helina estaba tranquila y que su presencia la pondría nerviosa.

No era común que un padre esté presente en el parto de los hijos, aquello ocurría constantemente en la nobleza y realeza. De hecho, pensándolo un poco la reina Dalia también dio a luz a sus hijos sola sin la compañía de Augusto, pero al conocer a esta parejita por unos segundos creí que Leo rompería aquella tradición.

Helina debía ser fuerte, tener un parto gemelar no era sencillo y mucho menos rápido. Estaba seguro que cuando comenzará la verdadera labor, Leo no se aguantaría de escucharla a través de una puerta.

Él la amaba tanto como el día que la desposo, creo que nunca había visto su devoción y atención hacia una persona como lo era con ella.

Parte de él había madurado en estos casi tres años, y creo que a todos nos agradaba cómo el mismo trataba a esa mujer. Todos sabían que su tiempo libre lo pasaba junto a ella y no dudaba un segundo en ir tras sus pasos, quizás era lo que toda mujer soñaba con querer tener, un hombre que no dejaba su interés decaer, una pareja perfecta, intensa y con buena comunicación.

–Estas sudando– dijo Lucas riéndose mientras lo mirábamos caminar de aquí y para allá.

–Estoy nervioso– asumió sin mirarnos, pero se detuvo.

–Entra– le dije observándolo. Sus hombros subían y bajaban mientras nos daba la espalda y llevaba sus manos a la cintura. Su pelo estaba brillante y se separaba en pequeñas hileras en su nuca evidenciando su estado.

El volvió a perderse, me preguntaba qué era lo que estaba pensando, apoyando su espalda en la pared y se quedó allí en silencio mirando el suelo.

El bullicio no se escuchaba en el pasillo, pero si los murmullos de voces y los pasos retumbaban en el suelo. Era un día mágico para toda el Reino.

Me puse de pie lentamente y apegué mi oído a la puerta, Leo lentamente me observó quizás esperando algún cambio, pero no se escuchaba nada específico, quizá Helina era silenciosa o aún no llegaba la hora del alumbramiento. Negué con la cabeza y me dirigí a la ventana. Fuera del Castillo se había reunido la gente, ellos también esperaban alguna noticia que avisará de los futuros príncipes o princesas.

Cuando los gritos comenzaron a sonar a través de la puerta, creo que todos sentimos ese pequeño sentimiento de angustia mezclado con emoción. Los escuchamos por unos minutos, jamás había escuchado a Helina gritar de esa forma, hasta yo me compadecía de ella.

–¿Es normal tanto padecimiento de una mujer?– exclamó Lucas. Su pierna no dejó de moverse desde que los ruidos se habían incrementado.

Leo al escucharlo apretó los dientes y se refregó el rostro con fuerza, luego comenzó a soltar los botones de su traje para quedar con la ropa ligera.

Nos miramos sin decir nada, ya sabíamos lo que haría. Luego de dejar la ropa en el suelo, soltó unos botones de la camisa y se subió las mangas.

–A la mierda– soltó antes de caminar a la puerta y la abrió sin dudar.

El ruido se intensificó con fuerza. Escuchamos una pequeña discusión dentro, su voz se escuchaba fuerte junto con la de una mujer.

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–No puede entrar aquí mi rey.

–Los padres esperan afuera, no puede ver a su esposa en este estado.

–No me vas a venir a decir lo que tengo que hacer– le dije a una mujer que se había plantado frente a mi.

–Pero mi rey...

La habitación estaba llena de luz, vapor por el agua calentada, olor a inciensos y mucho movimiento de mujeres.

En cuanto entré hacia donde estaba la cama, todas se pusieron de pie bajando su rostro, la única que no se puso de pie fue la anciana que estaba frente a la cama.

Helina pareció sorprendida por unos segundos, pero no dijo nada, solo estiró su mano a mí y me acerque a ella. Su rostro estaba rojo, su pelo se pegaba a sus mejillas y a su frente empapadas de sudor. Odiaba verla con dolor, pero era algo que ambos habíamos hablado y que debía soportar.

Tomé su mano y ella la apretó con fuerza mientras me hincaba a su lado. Bony por el otro extremo de la cama tenía su otra mano mientras le pasaba un paño en la cara.

–Vamos preciosa ya pasara.

–Es...es fácil decirlo– dijo con los dientes apretados, al mismo tiempo despegó la espalda de la cama y gritó haciendo fuerza. Podía ver la vena de su cuello, pero lo que no ví fue miedo en sus ojos.

Mas miedo tenía yo, miedo de perder a nuestros hijos o perderla a ella. Mientras la obserbaba y en silencio le daba mi apoyo, la anciana no dejó de darle instrucciones, las mujeres estaban preparadas con mantas, agua a un lado de ella esperando el ansiado momento.

Solo unos minutos tardé en escuchar el primer llanto que hinundo la habitación. Cómo hombre que ha descubierto el mundo, visto lo que mucho no lo han hecho, creo que aquel sonido era incluso más hermoso que el gemido de mi propia mujer.

Como si el tiempo se detuviera, cómo si mi corazón ya no tuviera sangre que bombear y la piel de todo mi cuerpo se herizaba cómo agujas clavándose firmemente. Giré mi rostro llevando mis ojos hacia la anciana y le ví por primera vez.

–Enhorabuena mi Rey, es un niño– dijo la anciana mientras lo entregaba a una mujer que rápidamente lo envolvió en unas mantas. Fue unos segundos dónde Helina mostrándoselo para luego llevarlo dentro.

Yo no dije nada, no tenía palabras que pudiera soltar mi lengua, solo bese su mano mientras le corrí una que otra lágrima.

–Es... Es un niño– soltó sonriéndome. No pude evitar besarla delante de todos– ve con él.

–Yo quiero estar a tu lado.

–Solo... Ve porfavor.

–Esta bien.

Helina se veía tan exhausta pero tenía una sonrisa dibujada en su rostro ¿Cómo es que una mujer puede sonreír después de aquello?

Ella era valiente, fuerte, decidida, esto solo hizo que de ahora en adelante la valoria mucho más.

Caminé al otro extremo de la habitación donde estaban los telares, ellas ágilmente limpiaron a mi pequeño y lo envolvieron en sabanillas blancas cubriéndolo completamente hasta dejar solo su rostro a la vista, sorpresivamente aquello lo calmó.

–Mirelo, es un hermoso niño– dijo la mujer levantándo mientras le afirmaba firmemente la nuca.

–Es muy pequeño.

–Cuando mi Reina termine su labor lo llevaremos con ella.

Jamás había visto un parto, ni mucho menos a un bebe recien nacido. Era muy pequeño, con su pelo como si hubiera sido tejido con pelusas. Tenía su rostro pintado con pequeños puntos sobre su frente y nariz. Aquellos labios pude reconocerlos en seguida.

–¿Quiere cargarlo?

–¿Qué?– no sé que cara habré puesto que las mujeres rápidamente soltaron leves risas– yo... No sé.

–No lo va a lastimar si lo toma con cuidado– dijo la mujer acercándose a mí.

Mire por el telar nervioso, Helina volvió a quejarse y a llorar.

–Todo va a salir bien mi Rey, el segundo saldrá más rápido que este.

Allí dentro de aquella habitación no había títulos, cargos y nombres. Allí en esa habitación solo era un hombre viviendo por primera vez algo nuevo, algo mágico, algo hermoso y angustiante a la vez.

–Mi Rey– dijo una mujer abriendo el telar con ambas manos– felicidades nació una niña.

–Benditos los Dioses- gritó una mujer.

–Con su permiso anunciaré las buenas noticias– dijo una de ellas saliendo del telar, ni siquiera esperó mi respuesta. Respuesta que no pudo salir de mi boca.

No estaba siendo sincero conmigo mismo, yo tratando de ser siempre correcto, duro, firme, pero quería, no, no quería estar con tanta gente. Mucho menos cuando el nudo en mi garganta comenzó a apretarse.

Salí del telar, ví leve segundos a la pequeña antes de voltearme a ver a mi mujer. Jadeando aún me regaló una sonrisa.

–¿Estás... Estás bien?

**************************

No voy a describir la situación que acababa de vivir, porque jamás había sentido tanto dolor en mi vida, pero un dolor que sabía que era bueno. No me rendí ni un solo minuto, aunque grité, maldije y negué muchas cosas, yo acababa de traer a este mundo a mis propios hijos.

Miré a Leo entre todo mi cansancio, sus ojos, la expresión de su rostro, la forma que apretaba las manos, supe enseguida que mi hermoso hombre se iba a derrumbar.

–¿Estás... estás bien?– le pregunté estirando un poco mi mano– ven.

Él no lo dudo ni un segundo, arrodillandose a un lado de la cama enterró su rostro en mi regazo y abrazó mi cintura.

–Tu... Tu haz logrado lo que yo pensé...que nunca iba poder tener.

–¡Fuera todas!– levanté mi rostro y la anciana hecho a la mayoría dejando solo a dos mujeres que tenían a nuestros hijos en sus brazos.

Ella lo conocía y en silencio continúo limpiandome mientras yo abracé a mi pequeño hombrecito. Rey de todo, fuerte, duro, cruel, derribado solo por dos pequeños.

No le dije nada, acaricie su cabello lentamente, sabía que en el fondo el se había rendido de imaginar una familia. Comprendía que la oportunidad de serlo se nos había arrebatado en su tiempo y cuando lo supimos Leo estuvo muy atento a mí. Ahora qué los había visto y escuchado de frente, allí abrazándome fuertemente acepto recién la realidad, la hermosa realidad de ser padres.

–¿Estás llorando?– le susurré quería burlarme de él, pero negó con su cabeza sin sacarla de allí– Tu madre no llegó a tiempo, lo lamentarás cuando llegué– Dioses mi voz era tan letargica y áspera que me sorprendí al escucharme.

–Helina no te esfuerces por favor– dijo la anciana– recuestate y descansa, tu cuerpo tiene que recuperarse y tú ¿Estás aquí?– dijo tirándole un paño a Leo.

Leo giró su rostro y la miró aún apoyado en mi.

–Supongo que debo agradecerte– dijo.

–Mínimo un abrazo– dijo ella mientras se limpiaba las manos.

Leo no volteó a mirarme pero se puso de pie y caminó hacia ella, la anciana lo miró desde su altura sonriendo mientras el se acercó.

–Disfrútalo, porque no lo voy a repetir– dijo y la abrazó.

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–Mi joven Rey– dijo ella en mi oido– tienes que agradecerle a los Dioses, después de tanto tiempo preguntándome si esto era posible pues si lo fue. Zocim no te olvidó como creías.

Respiré profundamente. Fue el abrazo más agradable que había tenido de una mujer ajena. Muchas veces se comportaba cómo mi madre, todas las palabras que Dalia jamás me dijo ella lo hizo en su ausencia.

No era un Rey allí parado, era un hombre muy pero muy agradecido por lo que hoy tenía.

Cuando la solté y me giré a ver a mi esposa, ella ya tenía el varón en su lado derecho y la niña al otro costado, siendo observada por las mujeres.

Me acerqué enseguida, como si alguna fuerza transparente me atrayera a ella o mas bien a ellos.

Ambos tenían cabellos de un color café, una nariz respingada cómo mi esposa, pero ambos tenían la piel mas oscura que su madre.

Helina nunca borró la sonrisa en su rostro mientras los observaba, creo que nunca había visto a mi esposa tan feliz, sus ojos brillaban como si la misma luna saliera de ellos. A pesar de su cansancio, de su dolor, a pesar de que hace unos minutos había gritado como loca, estaba allí tranquila, orgullosa y sintiendo afortunada.

Me miró unos segundos solo para besarme y juntar su frente con la mía. Al instante un gran bullicio se escuchó por la ventana. La anciana rápidamente se acercó a ella y abriéndola estiró una manta blanca que la agitó en el aire. Aquello dio la noticia oficial del nacimiento de una nueva princesa y de un nuevo príncipe heredero.

–¿Eres feliz?

–Yo... Yo soy el hombre más feliz de la tierra.


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Cuatro años mas tarde.

–Papá, cuéntanos una historia antes de dormir.

–¿Otra historia?– dijo Leo mientras se subía a la cama de mis muchachos. Yo abrí con delicadeza la puerta y junto con mis doncellas miramos como todas las noches el sin falta compartía un rato con nuestros pequeños que ya cumplían 4 años. Este hermoso lado paterno de él, era fascinante para todos.

–Cuéntanos como conociste a la mamá.

–Oh, pero esa historia ya se las he contado muchas veces.

–Si Isidora, ya la ha contado.

–Cuéntamela papi– dijo ella.

Una hermosa niña con pelo café con tiernos rulos y ondas amarradas a dos medias colas, ojos grandes, y labios como los míos. Tenía una voz fina y era muy femenina, en cambio su hermano, también tenía su pelo café, ojos grandes, era más pequeño que su hermana, pero tenía una actitud fuerte y decidida. Según Dalia, era igual a Leo cuando niño.

–Hija, es turno de tu hermano, mañana te contaré la historia que me pidas.

–Promesa.

–Prometido– dijo Leo dándole un beso en su frente.

–Papá

–¿Si hijo?

–¿Sabes cuál es la historia que me gusta?

–Lo sé perfectamente.

–Esa quiero escuchar por favor papá.

–¿Otra vez?– Leo mirándolo le sonrió dulcemente. Sus ojos siempre brillaban cuando estaba con ellos. Eran la luz de sus ojos.

–Sí, por favor papá, es mi historia favorita.

–Bien– dijo apoyando su cabeza en el respaldar de la cama y abrió sus brazos.

Isis siempre recostaba su cabeza en el hombro de Leo, mientras que su hermano se acostaba a su lado apoyando su cabeza en la cien de este y escuchaban con atención hasta caer dormidos.

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Si pudiera escribir nuevamente esta historia, talvez intentaría hacer las cosas de mejor manera, imaginarte y que estés orgulloso de lo que he sido, del hombre que me he convertido, del padre que siempre imaginaste que iba a ser.
A veces pienso en un futuro contigo, a veces siento que estas a mi lado tomando mi hombro, como a veces te veo caminar por los pasillos o estar parado junto a mi cama.

Si pudiera cambiar el destino que tuviste, sin duda lo haría, pero si lo vuelvo a pensar, talvez, si eso hubiera cambiado yo no sería Rey, no tendría a mi hermosa Reina o estos hermosos hijos que los dioses me han dado, ¿Quién sabe?, ¿Dónde estás hoy?.

Solo me queda recordarte y seguir imaginando qué harías tú en este momento, viviendo junto a mí, jugarías con los niños como el niño que siempre fuiste, serías su protector y bastaría que solo fueras tú. Hoy contaré nuevamente la historia que tanto me había hecho sufrir pero que hoy ya solo queda el recuerdo, la nostalgia y el anhelo de volverte a ver. Solo me queda volver atrás y comenzar del principio.

–Bueno, Cathal era...

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Leo fue un hombre valiente, un hombre grande y fuerte. Un príncipe, un rey, un esposo, un padre, fue un reino, también fue los caídos, los vencidos, los victoriosos. Leo fue un hombre, un gigante, un animal. Leo fue un halcón... fue el halcón de la cima del mundo.

Fin.

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