61.- Liastian y Cretos
Creo que jamás había llorado tanto de alegría. La carta que tanto esperaba había llegado y Dalia abrazándome, me la pasó mientras dibujaba una enorme sonrisa.
Leo estaba vivo, no había perdido las esperanzas de verlo, y ahora era un hecho. El barco debía llegar dentro de los diez días o más y la angustia de verlo dominó mi cuerpo.
Cuando ese día llegó, todo el castillo era un caos, la plaza central había sido demolida y Dalia mandó a construir un templo para los dioses. Era grande y hermoso, allí donde los recuerdos habían sido tortuosos para muchos, hoy ella había cambiado las estrellas de todos.
No me habían permitido ir a ver el lugar, pero por la ventana de mis aposentos podía ver mucha gente caminando hacia allá con hermosas flores, telas y más, muchas más flores. No solo era un matrimonio deseado por toda la ciudad sino una nueva coronación, un nuevo rey surgiría después de este día.
–Coma algo –decía Clara mientras había preparado una tina pequeña con leche y rosas rojas.
–Su piel quedará muy suave después de esto –dijo Bony.
–¿Y si no llega?, ¿y si ya no quiere casarse conmigo?
–No diga estupideces. Sabe perfectamente que el príncipe siempre ha estado enamorado de usted, recuerde que para nosotros pasaron dos años, pero no sabemos cuándo habrá sido para él.
–Bony tiene razón, ¿y si solo fue un mes allá? Tendrá al mismo hombre que marchó de aquí frente a usted.
–Ah...dioses estoy muy nerviosa.
–Manténgase tranquila será un día inolvidable. –Clara me refregó el pelo con delicadeza mientras sonreía posando sus ojos en el vestido que llevaría más tarde.
–¿Coronarán a ambos al mismo tiempo?
–No Bony, al parecer primero le darán la corona a Leo y ya siendo rey tomará a la princesa.
–Quiero verlo –solté imaginándolo.
–No puede hacerlo hasta que llegue al altar.
Cuando las trompetas sonaron, ya me había secado y estaba con mi ropa interior. No me importó correr a la ventana y mirar el mar. Tres barcos a lo lejos podían verse en tamaño pequeño. Respiré profundamente, de verdad el día había llegado, después de tanto tiempo.
–¡Princesa salga de allí!
–La gente la vera en ropas ligeras, ¿qué dirá su esposo de eso?
–¿Esposo? –Me reí con solo escuchar esa palabra. Era tan propia, tan profunda y hermosa.
Leo, mi eterno general a pocas horas de estar aquí.
Mis mujeres comenzaron a vestirme, pero a los minutos las damas de Dalia llegaron para ayudar con el peinado y el maquillaje. Me sentía consentida y a la vez aprisionada. De vez en cuando giraba a mirar a la ventana para ver cómo los barcos engrandecían sus tamaños poco a poco a medida que se acercaban. Mi corazón más se estrujaba.
"Aunque estemos lejos...yo aquí estaré"
No pude evitar que me encerraran en una de las habitaciones que daba para los jardines traseros. Dalia había dejado las alcobas reales y estás fueron remodeladas para el nuevo rey. Tendríamos habitaciones separadas unidas por una puerta, pero no sé me permitió entrar a verlos.
Escuché las trompetas una vez más anunciando que habían tocado tierra. Cerré mis ojos, mientras tomaba mi pecho, necesitaba calmarme. Sabía que estaba hermosa, las damas me habían preparado tan relucientemente que me sentía viva, me sentía un tesoro que pronto tendría dueño, un dueño que nadie eligió por mí, sino que yo lo elegí.
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Mierda.
–Mi príncipe todo está listo, le tenemos todo preparado para que se prepare. En una hora comenzará la ceremonia.
–Señor le preparamos su vestimenta, pero no sabemos si le gustará el dorado o el blanco.
–Señor la reina Dalia lo espera.
–Señor...
–Señor...
Tocamos tierra, pero lo que vino después de aquello fue ahogante, lo único que desee en ese momento era escapar. Volver al barco e irme, aunque se viera como un maldito cobarde.
–A ver zánganos de mierda, se me apartan todos o los apartó yo –dijo Eiric y los guardias rápidamente sacaron a los sirvientes que habían venido.
–Si no aguantas esto imagínate después –dijo Thiao.
–Sabes que no me gusta tratar con tanta gente.
–Levanta el rostro futuro rey de Cretos –dijo Eiric volteando a mirarme–. Este es tu gente y tu pueblo.
La gente estaba enaltecida, la mayoría vestía de blanco, eso solo me hizo entender que la noticia se había esparcido por toda la ciudad. Pasamos por la calle principal y nos dimos cuenta que la infraestructura había cambiado, se veían casas levantadas con bloques, rocas pulidas, incluso al medio de la ciudad una enorme cúpula blanca podía verse. Había aparecido un enorme templo que antes no estaba, se veía magnífico a lo lejos, solo por su cúpula redonda asumí que era una especie de templo. Las calles habían comenzado a ser remodeladas y cambiadas, se habían puesto piedras blancas que cubrían toda la calle principal, incluso algunas calles segundarias que aún se veían la unión con las piedras antiguas.
Mi madre había cambiado mucho la ciudad, era de esperarse que hiciera crecer desde las cenizas un pueblo que aún no caía. Esto solo mostraba su inteligencia, su magnífico orden y poder de comandar no solo un reino sino dos.
Cuando pude ver el castillo mis ojos no se posaron en la gente que nos esperaba, sino en la ventana donde eran los aposentos de ella. Pensé que podía haberla visto desde allí, pero no había nadie.
–Leo. –La voz de mi madre sonó cuando nos acercamos. Su sonrisa irradiando felicidad, estiró sus brazos y me envolvió entre ellos.
–Estas más vieja.
–No te pases –dijo golpeando mi cabeza—. Ya sabes que no volverás a irte por tanto tiempo.
–No –reí volviendo a abrazarla–. Traje a tu rata, en una pieza sana e intacta.
"Por fuera"
Mi madre se acercó a Thion que venía unos pasos atrás, el viaje fue mucho más tranquilo, obedeció todo lo que le dije y evitó dirigirme palabra.
–¿Estás bien? –le escuché decir.
–Sí, Dalia, todo está bien –dijo mirándome. No hice nada, ninguna expresión se forjó en mi rostro porque si la hacía, mi madre me descubriría.
–Leo –dijo ella–. Tienes una hora antes que vayan por ti.
–Bien –dije caminando a la escalera del portal, pero me detuve y volví a mirarle– ¿Ella-ella está bien?
–Lo está, ya la verás.
Quería verla, me mostraba calmado, pero sin duda deseaba tenerla en mi pupila, olfatear como perro su olor, embriagarme con su belleza como si fuera el vino más caro del mundo...Helina.
En cuanto abrí la puerta de mis casi antiguos aposentos me encontré con una cara conocida.
–¿Ku.. Kurok? –susurré asombrado.
Vestía un hermoso traje Burdeo con detalles de oro, su barba y bigote habían crecido bastante juntándose para llegarle al pecho y se tomaba el pelo en una media coleta.
–Leo –susurró bajando un poco el rostro mientras su sonrisa era tapada por su bigote. Sus ojos rápidamente se cristalizaron.
Caminé a él y lo abracé con fuerza. Golpeó mi espalda fuertemente mientras me estrujaba en sus brazos.
–Hombre estúpido –soltó mirándome sin soltar mis hombros–. Lo que hiciste ni yo lo pude haber anticipado.
–Me preocupaba que no lo aceptarás de mi parte.
Antes de marcharme a la tierra de los gigantes había hablado con mi madre sobre lo que me había dicho este hombre. La idea era un poco descabellada, pero no podía haber elegido a otro. Dalia fue la que ofreció el puesto que yo mismo había solicitado, hoy en día Kurok era el Señor de la tierra del Este, bajó el mando de Dalia y pronto bajo mi mando.
No era el rey como Sean, pero era suficiente para dirigir aquella tierra con honor, y con gran autoridad. Sabía de guerras, sabía todo lo que debía hacer y, sobre todo, era un hombre de confianza pura.
–Lo acepté solo por venir de ella. Ha sido bastante tranquilo vivir en esa tierra, es un poco seca, de hecho, pienso cambiarle el nombre, el Reino del Este me recuerda mucho a Sean.
–Concuerdo contigo –sonreí.
–Será el reino de las montañas.
–Sí, eso es algo como tú, tú hermano eres una montaña junto con Marlen.
–Siempre estaré muy agradecido contigo Leo.
–Tu hijos...
–Lo conocerás, ahora, tienes que prepararte.
Solté un gran suspiro al escucharlo, no podía tragarme la idea de que hoy por fin estaba en Cretos, en la misma tierra con mi hermosa mujer y en una hora la tendría frente a mí.
Me bañe con rapidez, respirando una y otra vez de forma profunda, luego de eso, vinieron mujeres y eunucos para vestirme.
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Me había preparado rápidamente para lo que se venía, no nos habían dado tiempo para poder descansar ni nada. Me lavé el rostro y frente al espejo me miré, llevaba un traje negro con decoraciones en oro y cintas rojas. Hoy Leo y Helina se unirían en matrimonio y yo... No podía amargarme.
No fui feliz.
No podía serlo.
No podía verme sin que me faltará algo.
Respiré profundamente no era el momento, pero me mantuve constantemente ocupado para no pensar en nada, pero ahora estando a punto de presenciar un evento magnífico, me detuve un poco y allí observando mi reflejo lloré, volví a llorar como un niño.
Tardé unos minutos para luego golpearme las mejillas y volver a lavarme el rostro. Busqué mi pequeño pajarillo, un halcón de oro que iría en mi vestuario.
–Cerca de mi corazón siempre amor.
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–¿Estás nervioso?
–¿Se nota?
–Eres más fuerte que cualquier hombre que he conocido, has sufrido, has caído, pero aquí estás, de pie con el rostro en alto. No hay una boda o una coronación que no puedas vencer. Eres el halcón Leo, el halcón que voló tan alto para gobernar desde la cima del mundo.
–¿Qué estupideces estás diciendo? –dijo un hombre entrando sin ser invitado mientras abría las puertas a la par.
–Thiao, no arruines las cosas cuando realmente me pongo serio –dijo Kurok.
–Lo lamento, si es verdad nunca te pones serio –rio mientras me miraba–. Te ves bien y es cierto lo que dijo Kurok.
–No me pongan más nervioso –les reclamé mientras me miraba mis brazos levantados.
–El gran Leo ¿Nervioso? –Llegó Marlen junto con Lucas.
–¿Lucas? –dije sorprendido, se había dejado la barba y se veía bastante más maduro.
–Dejemos los abrazos para más rato –dijo Thiao interponiéndose entre Marlen–. Dejen que terminen de vestirlo.
Sonreí al escucharlo.
Cada detalle estaba hecho de fina ceda y bordado a mano con hilos de oro. Incluso los botones de mis muñecas relucía un hermoso brillo. No me venía el blanco, pero lo acepté por la ocasión.
El blanco era muy puro, tan puro como una paloma blanca y ciertamente yo no lo era.
Conversamos de los cambios que habían hecho en el reino, mientras terminaba de prepararme, mirándome en el espejo podía sentir que realmente era otra persona y eso me llevó a asumir que después de este día, sería el rey de esta tierra, de Liastian, de Oriente, del reino de las montañas (Este) y del norte. Cinco tierras que comandarían bajo mis órdenes, yo aprovecharía mi vida porque después de esta, la vida que me esperaba sería muy distinta.
Me volteé en silencio a mirarlos, Eiric había llegado y después de mucho tiempo, por fin estábamos juntos.
–Creo que. –Bajé mi cabeza y me acerqué entendiendo a mi madre–. No hay palabras, ni expresiones, ni versos donde yo pueda agradecerle a cada uno de ustedes lo que han hecho en mi –hice una pausa y los miré a todos–. Honro sus vidas, algunos pueden ser molestos y muy directo para sus cosas —dije mirando a Kurok–. Pero de igual manera yo no sé lo que haría sin ustedes. Me han apoyado, me han ayudado y me han soportado, todos los días de mi vida y han estado siempre para mí. Quiero decirles que, pese a los acontecimientos del día de hoy, mi relación con ustedes no cambiará, seguiremos el mismo curso. Si nos encontramos solos, llamen por mi nombre y olvídense del protocolo y de mi posición. No sean tan respetuosos ante un rey que solo y siempre será su amigo y su hermano.
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No hubo más nada que decir. En un abrazo de todos juntos, estábamos listos, él estaba listo. Las trompetas sonaron y eso significaba que la ceremonia comenzaría en breve.
Bajamos lentamente, dos soldados llevaban el emblema de Liastian que flameaba con el viento, Dalia iba a su lado y nosotros sus fieles soldados los seguimos a pocos pasos atrás, las personas habían hecho una fila por la calle principal donde se amontonaron dándonos el paso, sonreían, reían, lloraban, pero respetaban nuestro espacio.
Mientras nos acercamos al edificio del medio de la ciudad, nos dimos cuenta que era un templo hermoso, tenía unas escaleras hasta su entrada, dos hermosos pilares de gran envergadura sosteniendo un viga enorme. La cúpula se levantaba hermosamente dándole magnificencia a la estructura.
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Estaba nerviosa, esperando en un carruaje con sus ventanas cerradas, por tradición no podía ver a Leo ni el a mí, pero quería ver su coronación, no podían negarme aquello. Luego de eso, la boda seria participe.
Mientras escuchaba los sonidos de la gente, pude asumir que él había llegado, era solo abrir la puerta y allí estaría, pero no lo hice. Mientras esperaba pacientemente alguien toco la ventanilla y Bony abrió con cuidado.
–Reina Dalia. –Bajó rápidamente su rostro.
–Princesa Helina, cúbrase con este abrigo y asista.
–¿Qué?
–Lo que has escuchado querida hija, no deberías perderte la coronación de tu próximo rey.
–Pero y la tradición...
–La tradición dice que él no puede verte antes de la boda, pero no dice nada que tú lo veas a él.
–Reina Dalia –dije saliendo del carruaje y abrazándola con firmeza.
–¡Princesa! Tiene que cubrirse –reclamó Clara.
Dalia sonrió negando con la cabeza, nuestra relación se había fortalecido bastante, me sentía realmente una hija para ella y ella la madre que nunca tuve, claramente su dureza y frialdad había quedado a un lado. Podía incluso decir con seguridad que me trataba mejor del trato que recibía su propio hijo.
–Me adelantaré –dijo marchándose.
Después de ser cubierta completamente por el abrigo que la reina me había traído, caminamos mezclándonos con la gente. Entramos al lugar y nos pusimos en una esquina donde rápidamente mis ojos le buscaron. Al encontrarlo suspiré, su hermoso cabello negro carbón se distinguía del color de sus soldados.
Al verlo volví a enamorarme de ese hombre, vistiendo un hermoso traje con el que jamás había visto incluso el color blanco resaltaba aún más su mirada. ¿Podía haber algo más bello en mis pupilas pudieran observar?
Sentado junto a mi padre aguardó allí con una mirada seria, sus soldados quedaron lejos hacia su costado derecho.
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Guardamos silencio junto a los demás, Leo se veía tranquilo, aunque sabíamos que no lo estaba, en cambio Dalia llevaba sus manos a su rostro nerviosa.
–Querido pueblo de Cretos. –Comenzó la ceremonia en boca del concejero personal del rey Thion—. Nos hemos reunido aquí para el cambio de reinado, Cretos ha crecido con sabiduría y...
–Míralo –dijo Marlen susurrando. Miré a Leo y este buscaba entre la multitud a alguien.
–La busca –susurré.
–¿No podía concentrarse en esto? –gruño Kurok.
–Eso es mucho pedir –rio Luca.
–Eiric —dijo Dalia–. Cállense.
–Lo siento –bajé mi rostro.
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Palabrerías salían por su boca, recordando el pasado del reino, desde los padres de Helina hasta llegar a Thion, sus frutos y sus caídas. Mi corazón latía rápidamente y mis ojos la buscaban entre tantos rostros, lentamente miré a cada uno de estos, pero no la encontraba, hasta que en el fondo del salón pude divisar a tres personas cubiertas, solo veía parte de su boca y sus mentones
–¿Helina? –me pregunté.
Nos pusimos de pie mientras el hombre despedía con grandeza al rey de esta tierra. Firmando un documento Thion entregó la corona, el cetro y la espada real. Luego el hombre sonriéndome se acercó a mí con los mismos implemos, pero estos habían sido hechos solo para mí. Una corona con el León y el Halcón juntos, una espada pulida con una empuñadura blanca y un cetro de cuero blanco y piedras preciosas.
–Con respeto a Thion y el agradecimiento del Pueblo, tengo el honor de anunciarles a Leo —cerré mis ojos un momento.
Anhelé este momento, el mencionar mi nombre, la gente que miraba asombrada, ansiosa, mi madre mirándome inquieta, respiré profundo escuchando y aceptando cada palabra de este hombre.
–Señor de Tioma, rey de Liastian, de la familia de los primeros reyes, general de Cretos. Señor de guerra y conquistador de reinos, hijo de Dalia y de Thion, heredero por sangre, por nombre y derecho, con orgullo lo nombro. –Alzó su mano a mí–. Rey y señor de Cretos –sentí el alivio, el peso sacado de mis hombros y la corona en mi cabeza–. ¡Hoy dos Reinos estarán unido ante un solo rey!
–¡Que viva el rey! –gritaron y toda la gente se enalteció alzando sus manos al aire, aplaudiendo, gritando y sonriendo. Luego guardaron silencio inclinaban sus cabezas cuando levante mi mano derecha.
–Como lo vengo haciendo desde que llegué a esta tierra –dije mirándolos–. Creo firmemente que no hay reino solido si las bases de él no están bien cuidadas. Mi pueblo, mi gente, todos ustedes, serán siempre la base de este reino. No pienso cambiar su nombre, por lo tanto, Cretos seguirá siento el reino que los antepasados han creado y juntos llevaremos esta tierra a la gloria y prevaleceremos.
–¡Que así sea!
–¡QUE VIVA ESTE NUEVO TIEMPO!
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Un hombre capaz de cuidar a su gente, capaz de gobernar con sabiduría, un hombre que a pesar de sus macabros gustos y trastornos se ganó una vez más una la ciudad entera.
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