45.- Solo Bésame a Mí
Estuve en mis aposentos un poco más temprano de lo habitual, había sido un día bastante movido y contando las pocas horas que había dormido me recosté en la cama, no antes de mandar a mis doncellas fuera.
–Leo– no podía dejar de pensar en él. Y como si el pudiera escucharme lo volví a llamar en la inmensa oscuridad. Tenía dos sentimientos encontrados, lo amaba, amaba su mirada, su rostro, su cuerpo musculoso, incluso amaba su espalda, así como era, era perfecto. Pensando en todo eso, sentía que quería ir y buscarlo, pero también recordaba una y otra vez verlo besarse con otra mujer.
Me daba curiosidad cuál sería su respuesta después de dejarlo hablando solo. Quería saber también que había pasado en estos dos años además de curarse, en especial ¿Cómo conoció a Thicio?
Cuando por fin mis ojos comenzaron a bajar lentamente y mi conciencia de volvía aletargada sentí que en mi puerta alguien tocó por el otro extremo.
–Lands– debía estar ahí para avisar quien era, pero no escuché su voz, sino la de mis doncellas.
–No puedes venir a esta hora– dijo Clara.
–La Princesa debe estar durmiendo por favor vuelva más tarde.
Me senté con lentitud en la cama y de repente sentí que alguien abrió la puerta con rapidez y el cerró fuertemente.
–Leo– susurré al verlo apoyado en la puerta mientras Clara y Bony reclamaban fuera de ella.
– ¿Puedes calmarlas? – dijo sin dejar de apoyar su espalda en la puerta.
– ¿Qué haces aquí? – pregunté levantándome. Me miré un momento dándome cuenta que mi ropa de dormir era bastante delgada y un tanto translúcida. Tomé una túnica y me la eché a los hombros con rapidez. Leo soltó una leve risita al verme.
–Sigues con eso– dijo apartándose de la puerta y caminando al sofá.
–No te sientas cómodo, viniste sin invitación.
–Entonces tendré que venir más seguido.
– ¡Princesa Helina! – Bony tocó con fuerza la puerta.
Me acerqué a ella y agarrando la manilla abrí con rapidez deteniéndome allí en el medio de la entrada.
–Yo lo llame, así que se tranquilizan y guardan silencio.
–Princesa.
–No puede estar sola con él. Déjeme entrar.
–No tienen de que preocuparse por favor relájese. Solo hablaremos– dije cerrando la puerta lentamente y ella quedaron tranquilas pero claro no se irían hasta que el intruso se fuera.
El silencio invadió mis aposentos y entre la poca luz que había en la habitación, voltee a ver a Leo. Se había sentado y estirando sus brazos en el respaldar del sofá me miró con total comodidad.
– ¿Tienes algo que decirme?
–No puedo venir solo a mirarte ¿Cierto?
–No– dije frunciendo el ceño. Su mirada y su leve sonrisa me inquieto un poco. Aún tenía la sensación de sus besos y de sus manos en mi piel. Otra vez estábamos solos.
Caminé a una antorcha y la prendí con cuidado dejándola sobre una mesa. No quería que lo de ayer se repitiera sin antes de hablar. Yo le había dejado en claro las cosas y no quería dejarme llevar por mis sentimientos.
–Ven– dijo mirándome cuando voltee a verle. Al verme que dude un poco al mirar su mano sobre el sofá agregó– me comportaré, así que ven.
No podía decir lo mismo, mi cuerpo ya estaba nervioso, mis manos sudaban un poco y mi sangre fluía con rapidez haciendo que respirara más seguido en busca de aire.
–No eres un juguete– dijo poniéndose más serio al verme que no me moví de donde estaba– pero dime, ¿Que somos? – sus ojos se clavaron en mí, era como si brillaban cada vez que me veía al estar solos. Y eso era algo que nunca me había dado cuenta hasta ahora.
No tenía respuestas, a pesar de lo que yo sentía, él no había expresado su sentimiento a mí. Y aunque habíamos entrelazado nuestros cuerpos eso no lo llevaba a respetarme como si fuéramos algo. Yo quería que sí.
Él al ver que no dije nada me miró un momento como si intentará escudriñar mi mente.
–Yo...– dije con timidez mientras jugueteaba con mis dedos– no lo sé.
El lentamente se puso de pie y se acercó sin dejar de mirarme. Estaba vestido con una túnica larga de color rojo y tenía una blusa negra junto con sus pantalones amarrados por un cinturón con un halcón en el centro.
–¿Qué quieres Helina?
–Yo...– volví a mirarle los labios, no podía evítalo. Con solo su mirada sentía que iba desnudándome poco a poco.
–Quiero que no beses a las...– mis palabras fueron silenciadas con rapidez con un beso. Me comió la boca tan rápido que al hacerlo respiré una buena bocanada de aire. Solté un gemido y recordé sus palabras.
–¿Sientes eso? –dije entre besos. Leo abrió sus ojos al escucharme sabiendo que esas mismas palabras habían salido de su boca. Él no me contestó, al escucharme metió su lengua más salvajemente y mientras una de sus manos agarro mi cintura, la otra tomó mi nuca. Su lengua chocó con la mía, luego recorrió mis dientes, mi paladar y mis encías. Un calor como un cosquilleo comenzó a centrarse en mi estómago–. Leo –volví a decir su nombre.
Fue cuando me agarró de la cintura y me levanto tomándome en el aire.
–Sí Helina, contigo siento todo– comprendí a lo que se refería. No había sido la manera correcta, pero comprendí sus palabras hacia Delfina.
–No lo vuelvas a hacer– dije mientras él me cargó hacia la cama.
–Está bien– susurró sentándose en la orilla y sujetándome de la espalda.
–Quiero tocarte– le dije mirándolo a los ojos. Podía sentir su aliento acariciando mi rostro y su calor corporal me hacía sentir tranquila y en confianza.
–Helina – dijo besando lentamente mi mejilla y bajo hacia mi cuello– si estas segura debes saber– agregó acercándose a mí oído y lamió mi lóbulo– que está vez no voy a contenerme.
¿Se estuvo controlando la primera vez? No me dieron miedo sus palabras, todo lo contrario, mi cuerpo se estremeció al escucharlo. Si cedíamos a estas tentaciones quería solo que fuera con él.
Leo siguió besándome el cuello e instintivamente mis caderas se movieron rosándome con él. El soltó una leve risita y me miró con picardía en cuanto lo hice.
– ¿Quieres esto? – dijo sin separar su rostro de mí, pero sentí una de sus manos recorrer mi espalda hacia mis muslos y de mis muslos lentamente a mi entrepierna. El solo rose de sus dedos me saco un leve gemido y mientras mis manos se agarraron a su cuello el con su brazo derecho sostuvo mi espalda– Tus doncellas deben estar con la oreja pegada a la puerta– sonrió mientras lentamente dejó de tocarme y en vez de eso soltó la túnica de mis hombros dejándola caer lentamente.
–Ellas nos escucharán.
– ¿Algún problema con eso? – dijo y una de sus manos agarró firmemente mi seno a través del vestido de dormir.
–No deberíamos– dije en su oído mientras intentaba esconder mi rostro en su hombro. Me llenaba de vergüenza que mi cuerpo reaccionará solo con sus manos.
– ¿Me detengo? – dijo bajando su cabeza hacia mis senos y con su boca agarró de ellos. Sus manos subieron lentamente mi vestido hacia llevarlo a mis caderas dejando descubierto mis muslos y mi trasero.
–Sí, detente– dije entre respiraciones. Leo no me hizo caso, continúo besándome y mordiéndome el pezón.
Agarro mis glúteos con sus dos manos y me acerco aún más a él. Su virilidad ya estaba luchando contra su pantalón y al rozarlo volvió a formarse ese cosquilleo en mi vientre.
–Te preocupas demasiado– dijo mientras se incorporó y me miró a los ojos. Con sus manos volvió a levantar mi vestido, pero esta vez lo llevo hacia arriba hasta sacármelo completo– Eres hermosa Helina– susurró para luego volver a besarme y cubrirme con sus manos.
La frescura del ambiente llegó rápidamente a mi piel, estaba completamente desnuda entre sus brazos y aunque debía apartarlo, no pude hacer que mis manos lo hagan.
–Hazlo– susurró en un tono más bajo en cuanto mis manos llegaron a su pantalón– no me dejaras el trabajo solo a mi ¿Cierto?
–Tu sabes de esto.
–Tú también. Te enseñaré si lo haz olvidado– dijo regalándome una sonrisa burlona.
Solté su correa, estaba un poco apretada así que luché para lograrlo, hasta que lo hice, el volvió a reír al ver mi rostro concentrado. Él dejo de tocarme y apoyándose en sus manos se echó un poco hacia atrás mirándome con paciencia.
–Oh, me agrada la expresión de tu rostro – dijo en cuanto descubrí su virilidad. Leo era otro cuando estábamos los dos, no me disgustaba. Pero a veces me incomodaba su lengua ligera para hablar en estas situaciones. Me hacía sentir sucia y vulgar.
–Eso no entrará– susurré mirándolo a los ojos.
–Entro perfectamente la última vez– dijo sonriendo y acostándose en la cama sin dejar de mirarme con atención.
Su miembro estaba completamente a la vista, brilloso en la punta, duro y completamente venoso.
– ¿Te quedarás mirándome? – sus palabras salieron burlonamente y enseguida me empujó con su cadera y me fui hacia delante apoyando mis manos en sus pectorales. Su calor corporal era mucho más caliente cuando su miembro quedó tocando toda mi piel palpitante. Nos miramos de cerca y el volvió a besarme chupándome la lengua y mordiéndome los labios.
Agarró con suavidad mis caderas con ambas manos y me empujó hacia él. Su miembro se frotó conmigo sacándome un gemido más fuerte. Tape mi boca asustada mirándolo, el solo se rio.
–Deja de preocuparte– dijo apoyando mi espalda en la cama y se puso de pie quitándose los pantalones, sacó su túnica y lentamente subió los brazos para sacar su blusa. Su hermoso cuerpo quedo a la vista de mí, y lo admiré una vez más. Como si mis ojos vieran una joya, músculos esbeltos se dibujaban por todo su cuerpo y su gran virilidad levantándose con todo su potencial.
– ¿Me tienes miedo? – dijo mientras se subió lentamente a la cama. Justo estaba pensando en lo que había pasado la vez pasada y como si leyera mi mente respondí.
–No, solo me preguntaba si ¿Aún dolerá?
– ¿Dolió? – dijo mientras me fue besando el cuello y comenzó a bajar hacia mis senos.
Lamiéndolos y besándolos, sentía placer con cada caricia de él, con cada beso que llegaba a mi cuerpo. Leo no se mantuvo ahí, lentamente y sin dejar de mirarme bajo más.
– ¿Espera, que haces? – dije viendo que se acomodaba entre mis muslos. Recordé la escena que vimos juntos en la cocina.
–Cierra los ojos– dijo sonriendo mientras me seguía mirando con esos ojos entrecerrados.
Leo me miró un momento y luego bajó su mirada, estaba segura que mi rostro se ruborizó, estaba detenidamente mirándome allí abajo teniéndome completamente abierta para él.
–Leo no....– dije agarrando su cabello para sacarlo, pero sentí algo duro y mojado que subió desde mi entrada a mi botón palpitante. No pude evitar echar mi cabeza atrás mirando el cielo, sorprendida por lo que mi cuerpo sentía. Su lengua paso por todos los recovecos de mi piel y luego me agarró con fuerza como si succionará todo mi sexo.
No tarde en sentir sus dedos introduciéndose en mí, pero no dejó de lamerme, morderme y pronto mis manos fueron soltando su pelo que aún estaba tirante entre mis dedos.
–Leo– solté un gemido. Mi boca se abría instantáneamente y mi respirar comenzó a acelerarse. El aumento de ese cosquilleo comenzó a hacerse paso y justo antes de llegar a mi primer orgasmo se detuvo– oh... No....– no quería que parará, pero él solo me sonrió mientras llego a besarme los senos. Sentí su miembro en mi entrada, lo deseaba y me sorprendió la fuerza con la que quería que él lo metiera dentro.
– ¿Debería irme? – susurró llegando a tomar mis labios.
–No, que dices– dije riéndome mientras mordí su labio inferior.
Con su miembro pacientemente en mi entrada, lo frotó con lentitud y mientras me miraba a los ojos lo introdujo. Mi flor estaba bastante húmeda como para aceptarlo sin problema, él tenía más que ofrecerme. Sabía perfectamente que no lo introdujo completo, a pesar de eso sentí como mi interior estaba apretado.
–Ah... –le apreté los brazos al sentirlo, pero el rápidamente lo sacó dejándome deseosa.
Volvió a agarrar mis labios está vez más apasionadamente, su respirar golpeaba con rapidez mi rostro. Separe mi boca solo para recuperar mi aliento. Leo volvió a introducirse dentro de mí, pero lo volvió a sacar. Comenzaba a desesperarme, quería más de él, que me penetrará con fuerza que me agarrará de las caderas y dejará de besarme para escuchar su excitada respiración.
Leo pareció leerme los pensamientos y con una sonrisa dijo– ¿Lo quieres cierto?
Lo miré unos segundos, quería gritarle que sí, pero estaba avergonzada no podía pensar que de mi boca salieran esas palabras.
–Dime que quieres– dijo y sentí como su virilidad se frotó por mi carne palpitante, estaba lo suficientemente húmedo que resbalo haciendo que mi cuerpo se tensara de placer.
–Ah... Solo entra en mí.
–Sí Helina– dijo mientras apoyo sus brazos en mis costados y luego, con su mano derecha acomodo su miembro en mi entrada. Lo metió de una, brusco, fuerte y hasta el fondo.
–Ahh, Ahh...– mi boca se abrió al sentirlo, había llenado toda la cavidad con su piel. Se sentía caliente como si llegara a quemar, pero la presión hizo que el cosquilleo volviera a formarse en mi vientre.
Comenzó a penetrarme con más fuerza, de lento a más, mis paredes internas se acomodaron a él y pronto nos movíamos al mismo ritmo. Levantando un poco mis caderas, su miembro entro mejor, eso le había gustado porque su boca soltó un gemido.
Agitados dejamos nuestras bocas solo para respirar, el tomo de mi seno derecho apretándome el pezón sin dejar de moverse. Agarre el pelo de su nuca cuando con un gran gemido llegue al clímax.
Mi cuerpo quedo tiritando como si todas las fuerzas comenzarán a irse, pero era solo el principio. Leo no me dio tiempo de recuperarme, se levantó separando su pecho de mí y me jalo de las cinturas levantando mi pierna derecha sobre su hombro izquierdo y agarró la base de mi muslo para girarme un poco. Mi parte íntima quedó justo para él, que no dudó en volver a penetrarme una vez más. En esta posición no podía hacer nada, solo lo miraba como los músculos de su abdomen y muslos se tensaba cada vez que me empujaba hacia adelante. Su cuerpo había comenzado a sudar y las venas de sus brazos se montaban al sujetarme firmemente el muslo de la pierna levantada. Mi otra pierna quedó rodeando uno de sus rodillas.
–Ah... Leo– volvió ese cosquilleo tan intenso, pero está vez podía sentirlo concertado desde mi interior. Algo había hecho que su miembro se frotara especialmente con algo allí adentro, lo sentía, podía sentir como esa picazón comenzaba a agrandarse y mientras el con su mirada estaba inmerso en nuestra unión llegó el orgasmo– ¡Ahhh!...
Ya a este punto no me importaba que mis mujeres me escucharán, Leo me hacía cada vez más ruidosa. Y cada vez que mi gemido salía abruptamente de mi boca, él se volvía más busco, más agresivo y me penetraban con más fuerza. Al cabo de mi segundo clímax el subió mi otra pierna a su hombro y me sostuvo de los glúteos, sus palmas bien abiertas me agarraron con fuerza, dejando mis caderas al aire.
Me faltaba el aliento, mi garganta se secaba con cada respirar y mis senos comenzaron a golpearse una y otra vez. Odiaba que me mirara la cara, quería esconderme y más hoy que la luz de la antorcha aún nos ilumina. Me observó unos momentos mientras besaba mis pantorrillas sin dejar de embestirme. Sentí como su virilidad se hincho y así como él me había visto yo observé toda su reacción. Cambio el ritmo mucho más rápido al mismo tiempo que sentí como me apretó los glúteos. Sus labios se apretaron y su vena de su cuello se hincho, sentí como su líquido caliente cayó dentro de mí. Apretó un poco los dientes para luego soltar un gemido ronco abriendo su boca. Soltó mis piernas dejándolas sobre sus caderas y se empujó lentamente dentro recubriendo cada rincón con sus fluidos.
Se hecho hacia adelante apoyando su gran cuerpo en mí y le recibí el rostro besándole los labios. Su miembro más delgado y suave fue bajando su tamaño aún dentro. Pero no dejamos de besarnos y acariciarnos por un largo rato.
Me impresionaba su vigor, pensaba que el hombre siempre se venía solo para sí mismo. Con eso terminaba el acto sexual, pero para que Leo llegará a ese estado, me había hecho venirme dos veces, serían tres si no se hubiera detenido. Solo me habían enseñado que podía hacer por él, pero él me sorprendía cada vez que hacía algo poco común y para mí.
– ¿Puedo preguntarte algo? – dije apoyándome en su pecho.
–Te escucho– respondió dándome un beso en la frente.
–Lo que has hecho hoy, ¿Lo haces siempre con las demás? – el al escucharme soltó un suspiro como si hubiera aguantado la respiración un buen rato– no es que quiera escudriñar sobre lo que haces. Solo quiero saber, no sabía que a las mujeres también las besan allí abajo.
–Helina.
–Está bien no contestes– me arrepentí enseguida de mis preguntas. En vez de disfrutar el momento con él, yo siempre lo arruinaba. El no tardó en levantarse– ¿Te iras?
–No, solo quiero agua– dijo poniéndose de pie y dándome la espalda– respondiendo un poco tu pregunta. Si preparas bien a una mujer el acto no dolerá, pero generalmente los soldados y me incluyo no pensamos en el bienestar de la mujer.
¿Qué quería decir con eso? ¿No pensaba en el bienestar de la mujer? Comprendí lentamente sus palabras. Antes de ir por agua volvió por el otro lado a la cama al verme sentada mientras pensaba.
–No hay besos– dijo agarrando mis labios– no hay caricias, ni juegos. Contigo es diferente.
Volvió a caminar hacia la mesa. Leo era bastante bueno en intuir lo que yo estaba pensando así que me tranquilicé y mientras tomé el vaso que me ofreció con agua lo miré.
Quien iba a pensar en tenerlo completamente sin ropa en mis aposentos, el lugar que más de una vez soñé con tenerlo así hoy estaba aquí. La ropa de cama estaba un poco mojada, y no solo eso, sentía como nuestros fluidos permanecían en mi entrada cubriéndome completa.
Leo no tomó un vaso, sino que, agarró de la jarra y acercando sus labios bebió de la misma. Más de una gota cayó por la comisura de su boca deslizándose hacia su cuello y mojando hasta su estómago. Sin darme cuenta mordí mi labio inferior absorta de su cuerpo. Yo quería ser esa gota de agua bajando lentamente.
–No me veas así– gruñó mirándome de costado apuntando a su entrepierna.
Su miembro estaba más flácido y un tanto caído, pero no completamente dormido. Su cabeza aún brillaba con nuestros fluidos, era una recompensa visual que no dude en admirar. Y sin importar sus palabras seguí bebiendo mi vaso sin sacar mis ojos del.
–Eres osada– volvió a decir mirándome más de frente.
– ¿Controlaras donde quiero mirar ahora?
–Mira lo que tú quieras, pero no me veas de esa manera– terminó de hablar y note que otra vez su masculinidad se volvía duro y tenso.
– ¿De esa manera? – pregunté sabiendo la respuesta "mirarlo como si lo comiera con la mirada"
–Lo sabes perfectamente, ahora– dijo dejando la jarra en la mesa– tienes que hacerte cargo– agregó caminando otra vez a la cama.
No otra vez. Solté el vaso en el suelo ya vacío y me di vuelta con rapidez para gatear al otro lado de la cama. No lo logré.
–Leo, espera– dije, pero él tomó de mis tobillos y me arrastró hacia él.
–Sí, también me gusta así– dijo agarrando mis caderas y arrodillándome en la cama. Me empaló con fuerza y grité cerrando fuertemente mis ojos.
–Leo– dije jadeando. Su miembro llegó a lo más profundo de mi golpeándome.
El me sostuvo de la cintura y cubrió mi espalda con todo su cuerpo besándome el cuello– Espera... –dije tratando de separar sus muslos de mí.
No me hizo caso, me beso la espalda y poco a poco comenzó a apoyarse en ella para que yo me agachara un poco más.
–Sí así si– dijo entre dientes y comenzó a empujarme una y otra vez.
Sentí un poco de dolor, llegaba tan profundo que me dolía como si estuviera en mis días impuros. Con cada embestida soltaba un gemido, no pude evitar agarrar las sábanas con fuerza.
–Leo... Ah, ah detente– dije entre mis respiraciones agitadas. No tarde en sentir otra vez el cosquilleo en mi entre pierna.
–Ah...– sentí su gemido varonil esta vez más fuerte.
Mis entrañas se volvieron a abrir y sentí como su miembro volvía a hincharse cada vez que entraba y salía de mí.
La línea del dolor y del placer se fue difuminando y pronto un gemido explotó con fuerza de mi entre todo el silencio de la noche.
Estrechamente pegado a mi trasero el siguió cada vez más fuerte y rápido. Sentí su mano derecha recorrer mi espalda y subió lentamente a mi cabello echándolo todo hacia un solo lado.
–Te gustaba jugar conmigo dejándome siempre con tremendas ganas– dijo y su mano tomándome del pelo, comenzó a jalar mi cabeza hacia él. Mi espalda se encorvó un poco y con su otra mano agarro con firmeza mis senos.
–Ah.. ha– otra vez el cosquilleo.
Ruidos del golpeteo comenzó a sonar con rapidez, Leo me mantuvo así agarrándome con firmeza. Sus caderas chocaban con rapidez con mis glúteos, sentía que me iba a romper dentro. Cuando el ritmo comenzó a ser frenético me soltó y me fui para adelante, no tenía fuerzas para sujetarme así que solo apoye mi mejilla en la cama mientras el tomo fuertemente de mis caderas.
Pronto cuando me di cuenta que el cosquilleo comenzaba a hacerse cada vez más grande, una sensación extraña se centró dentro de mi interior.
–Para...ah... por favor detente– dije empujándolo para atrás, pero Leo era una montaña que no se movió ni un centímetro, siguió aumentando el ritmo de la penetración– Leo...– sentí una presión y unas ganas enormes de orinar. Busqué su antebrazo con urgencia– Espera... Ah... – insistí.
Me trague toda la vergüenza que tenía para decirle, no tenía escusa y hasta el momento el conocía mi cuerpo más que yo.
–Voy... Necesito orinar– dije con vergüenza mientras escondí mi rostro entre mis brazos.
–Hazlo– contestó sin darme mayor importancia.
–Ah.. no... Detente... ¡Leo! – Levanté solo mi voz para recibir otra vez un orgasmo, no aguanté. Este fue caliente como si todos los poros de mi piel explotarán hacia fuera y claro que un líquido caliente de forma descomunal salió de mi entrepierna mojando mis muslos hasta mis rodillas al mismo tiempo que mi espalda una vez más se arqueo.
–Oh... Helina– su voz más ronca entre dientes enterró sus dedos en mis caderas –Ahhh.... –
Volvió a llenar mis paredes con su líquido caliente. Mis caderas y mis piernas temblaban, sentía que poco a poco iban a ceder.
–Ah– volvió a gemir al mismo tiempo que me empujó lentamente hacia adelante y caí apoyándome en la cama, su cuerpo me siguió con el fin de no sacar su virilidad de mí.
–Te dije que pararas– dije mientras secaba las lágrimas que se habían juntado en los bordes de mis ojos. Estaba muy avergonzada, ni siquiera quería mirar detrás. Sus muslos también estaban mojados que resbalaron con los míos.
–Oh no seas estricta contigo– dijo acostándose detrás de mí aún conectados.
–Yo...– me senté un poco y miré atrás, observando una gran mancha mojada entre la orilla– ¿Que haremos ahora–? volví a acostarme y él envolvió mi cuerpo entre sus brazos y me jalo apegándose a mí.
–Dormir, es lo único que puedes hacer ¿O quieres que te tome una vez más?
–Leo ponte serio– dije tapándome la cara con las manos– te dije que te detuvieras.
–Hey– me giró lentamente hacia él, el pegajoso sonido que hizo cuando sacó tu virilidad de mi hizo que más me avergonzara. Me dejó frente a frente y lentamente saco mis manos de mi rostro– es normal ¿Bien? No te has orinado.
–Yo lo sentí y tú no me hiciste caso.
– Si te escuché– dijo juntando su frente con la mía– pero también comprendo que tú aún no conoces lo que puede hacer tu cuerpo.
–Pero...– dije pensando en sus palabras. El lentamente llevo su mano hacia a mis muslos y bajo a mi entrepierna.
–Sí lo hago bien, esto– dijo introduciendo sus dedos a tal punto que sentí otra vez el cosquilleo– hará que a veces vuelvas a liberar todo lo que tenías guardado y no lo puedes controlar.
–He mojado todo.
–Sí y eso sí es excitante– dijo agarrando mis labios.
Me acomodó a su lado, apegados al otro borde de la cama y me tapó con suavidad con las frazadas.
– ¿Estás bien? – dijo pasando su brazo por mi cadera y me sujeto de ahí.
–Sí, solo estoy cansada.
–Descansa mujer– dijo dándome un beso en la frente mientras yo me acurruque en su pecho y entre sus brazos.
Mi entre pierna siguió palpitando, pero no podía mover ni un solo músculo. Ahora comprendí cuando dijo que no se iba a controlar. Había sido una maldita bestia bendita.
Desperté la mañana siguiente, era raro estar en mi habitación completamente desnuda abrigada por su calor corporal. Giré lentamente y pude notar que estaba dormido estirando su brazo derecho hacia mí y el otro sobre su estómago. No quería despertarlo, jamás lo había visto dormido así que lo contemple un momento. No hacía ruidos, ni siquiera roncaba, solo estaba tranquilo y sus hermosos labios me llamaban para besarlo.
Su rostro estaba tan relajado, sus pestañas cerradas y los hermosos hilos de cabello tapándole parte de la frente.
– ¿Princesa? Traigo su desayuno– dijo Clara detrás de la puerta. Giré a verla y al hacerlo sentí como la cama se movió. Volteé y lo único que vi fue su mirada pendiente de la puerta.
–Buenos días– le dije sonriendo.
– ¿Estabas mirándome? –dijo sonriendo.
–Clara vino con el desayuno.
– ¿Pudiste pedir dos? –dijo sentándose lentamente y dándome un beso en el cuello.
–No, ella no sabe que estás aquí.
–Entonces, se llevará una sorpresa– se puso de pie y dándome la espalda estiró su cuerpo. Me quedé mirándolo unos segundos. Era cierto, él estaba aquí y no había sido un sueño.
–Deja de mirarme así– volvió a decir en cuántos mis ojos se centraron en su miembro completamente despierto y acariciando su ombligo.
–Yo...–mordí mis labios al verle dándose completamente la vuelta.
– ¿Vas a calmarlo?
–Princesa ¿Está despierta? – volvió a decir Clara tocando una y otra vez la puerta.
–Ya voy– le contesté mirando a la puerta y cuando giré a mirar a Leo, me lo encontré de frente. Había acercado su rostro a centímetros del mío y su mirada puntiaguda se centró en mí.
–Sí no estás dispuesta a calmarlo entonces no me mires así o no me voy a contener.
–Solo te mire, ya estabas así.
–Sí, es una erección matutina.
– ¿Matutina? ¿Todos los hombres despiertan así? –dije sorprendía.
–Sí, Helina –dijo poniéndose el pantalón.
Había muchas cosas que aún no sabía, era primera vez que podía despertar al mismo tiempo que él y darme cuenta de aquello. Sin ponerse las botas amarró bien su pantalón y se hecho la túnica abierta sobre sus hombros dejando a la vista sus pectorales y abdomen.
–Ten– dijo pasándome mi túnica y caminó hacia la puerta mirándome que me cubría.
–Princesa– dijo Clara en cuanto el abrió la puerta ubicándose detrás de ella.
Clara entró con la alegría en su cara, pero cuando dio unos pasos dentro, Leo cerró la puerta mientras la observaba. Clara recién se dio cuenta de su presencia, y su sonrisa rápidamente se esfumó mirándolo de pies a cabeza.
–Prin... Princesa Helina– dijo dejando su boca abierta volteando a mirarme y otra vez a mirar a Leo que la miraba con seriedad.
–Yo...– dije sin saber cómo excusarme.
–Clara– hablo él– espero sinceramente que no divulgues esto.
–Yo.... – no era tiempo de amenazas, pero ni yo sabía que decirle.
– ¿Princesa Helina? – la voz de un hombre sonó detrás de la puerta– soy el príncipe Héctor, yo me tomé el atrevimiento de venir hasta aquí. Yo... Yo deseo que usted me acompañe hoy a pasear por los pastizales que están detrás del Castillo. Comprendería si usted no quisiera venir por mi repentina invitación, pero deseo que me dé respuesta.
Leo no movió ni un solo centímetro de su cuerpo y solo atino a mirar a un punto fijo del suelo mientras escuchábamos las palabras del Príncipe.
–Princesa Helina yo...
–Señor Héctor– dijo Clara mientras nos miró mutuamente– la Princesa está ocupada en este momento, por favor regrese más tarde– Leo la miró unos minutos mientras seguía apoyado en la pared del costado de la puerta.
–Gracias regresaré– dijo el joven antes de irse.
–Clara– susurré acercándome a la orilla de la cama para ponerme de pie.
– ¿Ustedes dos...? – dijo tartamudeando.
–Yo...– en cuanto puse los pies en el suelo un dolor llegó a mi vientre bajo y mis piernas flaquearon. Leo se acercó con rapidez a mí.
– ¿Estas bien? – dijo agarrándome de la cintura.
–Oh Princesa Helina– dijo dejando la bandeja en la mesa y se acercó a mí al mismo tiempo que fulminó con su mirada al hombre a mi lado– has sido muy brusco con ella– continúo dándole un golpe en los brazos.
–Ella no protesto– soltó mirándola también con seriedad. Lo miré a los ojos como diciéndole, si lo había hecho. Leo me bajo la mirada mientras me tomaba en brazos y me dejaba con cuidado en la cama–Lo siento– dijo acercándose a mí oído y dándome un beso en la mejilla.
–Dioses. Prepararé el baño, coma por mientras y recupere las fuerzas. Yo le ayudaré a limpiarse, Bony vendrá en poco.
–Debería irme– Leo no tomó en cuenta la presencia de ella y siguió siendo cariñoso conmigo. Se agachó arrodillándose frente a mí y abriendo mis piernas se ubicó entre ellas quedando su rostro un poco más abajo que el mío al mismo tiempo que abrazó mi cintura.
–Cambiaré las sabanas y limpiaré el desorden– dijo apoyando la bandeja a mi lado– coma algo y usted Príncipe debería marcharse. Me sorprende que la hayas tratado sin cuidado siendo la primera vez para mí Señora.
Leo al escucharla solo sonrió apoyando su frente en mi pecho.
–No estoy acostumbrado a que me llamen la atención por tomar a una mujer– me susurró, pero ella rápidamente escucho.
–No es cualquier mujer Leo.
–Clara–ella perdía rápidamente el respeto y a pesar que reclamaba por mi bienestar, ella no tenía permitido llamarlo por su nombre en su presencia– Clara cálmate, no es la primera vez.
–Princesa yo sé a lo que se refiere y aunque usted nunca mencionó el hecho de no ser pura después del día que todos perdieron la cabeza con la droga. Yo sí me di cuenta de su actitud y de su ropa, pero eso no significa que él la traté como si su vida sexual este ya en viento en popa.
–Clara.
–Me iré– dijo Leo poniéndose de pie y buscando sus botas.
– ¿Ya le ha pedido matrimonio? – dijo ella acercándose y sacando las sábanas de la cama. Al ver que Leo no contesto frunció más el ceño– entonces no tienes derecho a volver a tocarla. Pídaselo y luego vuelva.
– ¡Clara, basta!
–Que agradable mañana– susurró mirando enojado mientras amarraba sus zapatos.
Ella iba a hablar, pero la mire enojada, eso hizo que apretara fuertemente sus labios mientras cruzaba sus manos esperando que Leo se marchara.
–Nos vemos más tarde– dijo él guiñándome un ojo y caminando fuera. Ni un beso de despedida, nada. Abrió la puerta y Bony estaba ahí.
–Príncipe Leo –susurró dándole la pasada y nos miró asombrada. Entró con rapidez trayendo toallas y ropa– ¿Paso la noche aquí? – su boca se abrió mirándonos.
–Ah– solté un gran suspiro mientras me tapé la cara y caí de espaldas a la cama.
Bony siempre fue más tranquila en cierto modo con estos temas y mientras Clara aún enojada hablaba sin medirse, Bony se acercó a mí acostándose a mi lado.
– ¿Se encuentra bien?
–Sí, un poco adolorida.
– ¿Lo disfrutó? – Escuché sus palabras y tapé mi rostro avergonzada mientras me reía –Eso es lo importante– río conmigo– Yo sabía que algo pasaba entre ustedes dos, esas miradas, y que la visitará en sus aposentos metiéndose como lo hace un vil ladrón.
–Leo– susurré mirando el cielo– él es un poco brusco, pero también dulce y cariñoso.
– ¿Y es verdad lo que dicen las mujeres? – recordé cuando escuchábamos detrás de la puerta de las sirvientas.
–No lo sé. No tengo como compararlo.
–Verdad.
–Esta lista el agua– dijo Clara acercándose– antes que se enfríe vaya a bañarse.
–Clara, quiero que te calmes, no es posible que por tu enojo se te olviden los modales y tú posición de ser mi sirvienta, ¿se te olvida de quién es hijo?
–Princesa Helina yo solo me preocupo por usted.
–Lo sé, pero cuida tu lengua. Pase la noche con Leo, ¿bien? Y no es primera vez que pasó la noche con él así que quédate tranquila.
–¿No es primera vez?
–¡Princesa Helina! – dijo Bony sonriéndome de oreja a oreja– ¿Cuándo fue la primera vez?
–La noche que lo golpeé, pero ese no es el caso.
–Dioses.
–Clara, ya cálmate– la retó Bony mientras agarraba sus manos– la princesa es una mujer adulta.
–Debería casarse primero.
–Y lo hará, pero eso no significa que no pueda disfrutar de lo que hace, quizás Leo si fue gentil con ella la primera vez y ahora pues es cosa de ellos. Si su cuerpo está marcado y adolorido ¿Cómo sabes que no fue una buena noche? Déjate de juzgarla– dijo caminando al armario– bendito el día que un hombre me deje sin caminar.
Me reí de sus palabras no podía solos dejarme ahí sintiendo la vergüenza de lo que decía. Si bien Leo había sido un poco más brusco que la vez pasada. Mis orgasmos fueron una locura y hasta había perdido la cuenta de cuántos habían sido, en especial esa explosión un tanto extraña que nunca había conocido.
–Venga conmigo– dijo Bony ofreciéndome el brazo para ayudarme a levantarme. Me dolía el interior, pero a medida que di un paso y otro, el dolor comenzó a cesar– saquemos esto– dijo quitándome toda la ropa. Clara volvió a fruncir el ceño al verme.
Al costado de mis caderas tenía los dedos marcados de Leo, luciendo rojas como marcas de propiedad, mi entrepierna aún está muy húmeda y cuando hice fuerza para subir a la bañera una explosión de líquido cayó por mis muslos recubriendo todas mis paredes exteriores.
Descubrí lo delicada que era mi piel, no recordaba que Leo me haya agarrado con tal fuerza.
Próximo Capitulo: 46.– Mi Soldado
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