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36.- Halley

– ¿Qué significa esto? – dijo cuándo alcanzamos su paso.

–Madre– baje mi cabeza– él– no tenía palabras– él era la gracia de la deidad, enviado por Zocim en su día festivo, hace casi tres años.

–Leo, no entiendo– me miraba plasmada y sorprendida.

–Él era mi hijo.

Sin pensar, las palabras salieron de mi boca sin medida alguna, mi madre tapo sus labios con sus manos y miro a Kurok.

–Tú y esa mujer– dijo, pero sus palabras se detuvieron.

–Lo siento.

–No me habías dicho que participaste en Zocim– dijo fulminando con la mirada a mis soldados– no debiste.

–Ya que, está muerto ¿Eso te trae tranquilidad? – ella era un monstruo igual que yo– solo míralo, es lo más cerca que podrás tener de un nieto– dije mirándola enojado.

–Si se parece a ti– agrego mi madre– lo lamento.

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–Llevare a Halley a mis aposentos, el niño será cremado o enterrado, no hace falta que permanezca más aquí– dijo Leo volteando a ver a la mujer.

–¿Traes como trofeo un niño?– la voz de Helina se hizo presente. Recordé que ella siempre llegaba en el momento menos indicado.

–¿Qué?– escuché a Leo voltearse a mirarla.

–Pensé que tu honor era lo más importante en tu vida.

Dalia solo la miro sin expresión, ni siquiera de enojo y espero con tranquilidad la reacción de Leo.

–Mi honor– dijo el sarcásticamente. Camino donde Marlen y saco uno de sus hachas, su soldado no hizo nada– Mira lo que hago con tu honor– agregó lanzándola hacia unos prisioneros que iban camino a las celdas, claro que la puntería de Leo ya no era perfecta, pero de todas formas llego a la espalda de un hombre que gritó mientras caía al suelo.

Leo la fulminó con la mirada sin decir nada más y camino hacia el Castillo con las manos empuñadas.

–Cathal– dijo mi Reina deteniéndome al mismo tiempo que todos los demás se dirigieron al castillo– Si Leo quiere pasar la noche con esa mujer que lo haga, pero no la quiero más de una semana, tengo planes para él.

–Si Señora.

–Reina Dalia yo– dijo Helina acercándose.

–No Princesa no hoy– dijo dejándonos solos, ella siempre lo hacía cuando no tenía ganas de darle la palabra a nadie.

–Princesa– dije acentuando mi voz– espero que estés contenta.

–Cathal, pero yo no sabía.

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Dioses, si estaba un poco molesta con la actitud de los soldados contra los prisioneros, pero porque tuve que decir semejante tontería y más cuando estaba intentando hablar con Leo.

–Debe odiarme.

–Princesa, usted dijo que esa mujer era del día de Zocim, ¿no será que ese niño es un hijo bendecido?

–¿Un hijo bendecido?– susurre mientras otro dolor revolvía mi estómago y me asome para verlos antes que entraran al Castillo– ¿Un hijo de ellos dos?

¿Siempre he sido así de estúpida?

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–¿Halley? Vendrán unos doctores por favor aguanta un poco.

–¿Lo viste?– dijo ella con sus ojos fijos en un punto de mis aposentos.

–Leo deberías llevarla tu a que la vean, no puede quedarse en tus...

–Cállate, y váyanse– ordene sin voltear a mirar a Kurok.

–Te ha afectado bastante llegar aquí, tranquilízate y medita las cosas.

–Sí, gracias por todo.

La verdad era esta, los hombres que alguna vez fueron mis comandantes hoy estaban más alejados de los que alguna vez imagine, yo no estaba para sus bromas. Lo intentaba, intentaba no frustrarme con ellos, intentaba no desquitarme o explotar con ellos, pero a veces costaba tanto. No tenía simpatía con sus bromas claro si ellos no fueron los que pasaron meses recostado boca abajo sufriendo de dolores terribles, que lo único que llegue a pensar era en morir. Soy un Príncipe roto, quebrado y de dos Reinos divididos.

–Cathal– dije al verlo asomado en la puerta mientras los demás salían.

–¿Quieres que me quede?

–Sí.

No tardaron en llegar los médicos que mi madre había traído de Liastian, Halley no tenía nada grave, asique después de limpiar su herida le dieron un poco de leche de Amapola para que durmiera.

–Tu madre no le gusta que ella este aquí.

–Lose, sé lo que quiere mi madre – dije mientras me desvestía– ¿Vienes?

–Está bien– contestó el viendo entre el telar como se iba llenando de agua la bañera.

–¿Mi Señor está bien así? – preguntó una de mis sirvientas.

–Si déjalo así.

–¿Qué harás con ella?

–Esperare que despierte y poder saber un poco de lo que le ocurrió. Es obvio que fue producto de la guerra, pero recuerdo que teníamos una buena conexión.

–¿Si? No me habías contado eso, ¿Mas que Helina?

–¿Qué? No, no la metas a ella, Helina no tiene comparación con nadie y Halley es bastante tranquila, sumisa todo lo contrario.

–Se lo mucho que te daño lo que hizo o lo que no hizo, pero quiero saber Leo, ¿Tú de verdad que quieres olvidar todo?

–¿Crees que es algo que se pueda hacer? ¿Olvidarme de ella como se olvida un cumpleaños, una fecha de matrimonio?

–Entonces ¿Por qué tanto rechazo? Eres un Príncipe Leo, un poderoso Príncipe con el poder de tenerlo todo porque no aceptas a...

–No– le interrumpí.

No aceptaba a Helina, no tan rápido, no como ella estaba acostumbrada.

–No puedo hacer como si nada hubiera pasado Cathal, y tampoco tengo deseos de escuchar sus palabras o lo que me quiera decir, creo que aún no le toma o nunca le tomo el asunto a todo. Ella vendrá a mí y simplemente me pedirá perdón, ¿Eso cambia las cosas?

–Ella no sabe, nunca te ha visto.

–¿Viste cuando lance el hacha? Yo apunte a su cabeza, no tengo puntería, no puedo estar ni 8 horas con la armadura antes que mi espalda arda y hasta yo creo que tú puedes ganarme en una batalla. Todo eso no pasara con un simple "lo siento" son solo palabrerías que nunca lo dirá de corazón. Pienso que si quiera casarme con ella lo hubiera querido desde el principio, pero no es así, y eso me hace preguntarme si ¿Realmente ella es buena mujer para mí?

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Leo había sido muy cerrado con lo que pensaba y de hecho sentía que ya no me consideraba como su hermano y justo en este momento lo tenía ahí desnudo junto a mi diciendo todo lo que sentía. Era un momento que agradecí a la vida, volver a ver a mi amigo, mi hermano, sincerarse conmigo.

Y lo entendía, entendía su actitud con la Princesa, pero también la entendía a ella. A ella nadie le ha dicho todas las cosas que cambiaron y todas las cosas que Leo tuvo que dejar producto de su padre. Todo lo que más amaba hoy estaba limitado.

–No pienso darle más vuelta al asunto, y seguir pensando en ella, no me importa. Mi madre dejo claro su interés con ella, pero mientras tanto me lo tomare con calma y disfrutare de mi vida.

–Nadie te ha pedido que no lo hagas.

–Créeme que si estuviéramos en otra situación ella si lo haría.

Halley al final de cuenta poca importancia había tenido en mi vida, pero su historia, la forma en que me trato esa noche, la conexión que teníamos, su voz y sus palabras ameritaron en mi un profundo cariño que me llamaba a cuidarle, protegerla y conversar con ella como desconocidos con una noche en común.

Más tarde ese día cuando volví a mis aposentos la pude divisar sentada en una silla junto a las mujeres de mi madre.

–Leo– dijo ella al verme entrar.

–Halley, ¿Cómo te sientes? – que tonta pregunta, baje mi rostro arrepentido. Su mirada fue rápidamente al suelo y apretó sus manos– lo siento ¿has comido algo?

–Si mi General.

–Llámame por mi nombre por favor.

¿Qué palabras ocupar para lo que ella había vivido?, ¿Qué decir por todo lo que perdió?, sin duda alguna su hijo había sido su mayor pérdida, pero en ese hogar también estaban sus padres, su esposo, familiares, y de un momento a otro aquí estaba junto a unos desconocidos completamente sola.

Me senté en la orilla de mi cama y la miré atentamente.

–No estás bien y lose, si pudiera hacer algo para apaciguar tu dolor por favor dímelo.

–No sabes– dijo mientras sus lágrimas volvían a caer– no sabes cuan agradecida estaba porque gracias a ti había concebido un hijo varón, mi pequeño se parecía tanto a su padre– tapo su boca.

–Su padre era tu esposo Halley.

–Si– dijo calmándose.

–Preparen el baño– ordené.

–Si mi Señor– contestaron las sirvientas.

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Leo era tan distinto con ella, hace bastante tiempo que no veía a Leo conversar con una mujer sin que este frunciera el ceño, el único contacto que tenía era con su madre y cuando tomaba alguna cortesana, pero hoy estaba aquí tranquilo a pesar de todo. Su mirada, podía hacerme recordad la mirada con la que veía a Helina y recordé lo que me había mencionado en la mañana.

–¿Era tu madre la que asistió esta tarde?

–¿Vino a verte? – dijo volteándome a ver esperando que yo supiera de eso, lamentablemente no era así.

–Es una mujer muy hermosa.

–Si Halley, y es una mujer fuerte– dijo con una voz un poco más fuerte– Ella al igual que tú se ha levantado muchas veces con la perdida de sus hijos, soy el único que le queda. Si ella pudo, tu podrás ¿Me entiendes?

–Si Leo– dijo ella bajando el rostro mientras Leo se acercó a ella, quito de sus manos un paño húmedo y tomándole la mano derecha comenzó a limpiar su rostro.

–La princesa debe estar feliz en verte.

Creo que no esperábamos que se tocara el tema de la Princesa en este momento, pero Halley fue inoportuna, Leo rápidamente mostro su malestar y soltando su mano me miró mientras soltó un gran suspiro.

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¿De verdad aquí todos la tienen en sus cabezas?, ¿Por qué nombrarla siempre?

– ¿Lo dices enserio? – mi voz cambiaba se ponía más grave más potente, más llena de rencor. Si, la odiaba un poco.

–Lo siento Leo, no debí mencionarla– bajo su voz– soy una tonta, no sé qué decirte.

El ambiente se sentía tenso como si algo se hubiera quebrado, todos en su propio sitio con sus pensamientos y sin palabras al aire, las sirvientas siguieron en lo suyo.

– ¿Serias capaz de dar tu mano a quien que con la suya apartó? Yo no– dije poniéndome de pie y caminando a la ventana.

–Recuerdo ese día– dijo ella tímidamente.

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Halley era una mujer hermosa y había sido dañada toda su vida, ¿podría ser ella quien volviera a la normalidad a Leo?, ¿podría incluso volver a ser la persona tan humilde y caballero que fue?

Leo había hablado de ella, y era exactamente como la había descrito, tranquila, sumisa y estaba seguro que detrás de toda esa tristeza había una mujer muy alegre.

Pero las palabras siempre venían en los momentos menos adecuados y ella volvía a sacar a la luz a alguien aun existente en la vida Leo, Helina.

– ¿Serias capaz de dar tu mano a quien que con la suya aparto? Yo no– dijo enfadado, caminando a la ventana y mirando el cielo talvez recordando a Helina o siendo dañado una y otra vez recordando aquel día oscuro.

–Recuerdo ese día– dijo ella tímidamente mientras se ponía de pie.

Rápidamente vi sus intenciones y caminé a Leo, llegando justo a su lado cuando ella se aproximaba a tocar su espalda con su mano derecha.

–No– le dije tomando su brazo– eso sería imprudente– le dije despacio.

Ella comprendió que algo no estaba bien y mirándome asintió dando unos pasos atrás. Las reacciones de Leo eran sorprendentemente impredecibles y espeluznantes, eran tan sensibles que podía incluso dañarnos cuando uno tocaba su espalda.

Mire a las sirvientas y baje mi rostro. Ellas, caminaron a Leo y comenzaron a soltar su armadura.

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– ¿Necesita que le ayudemos con el ungüento? – pregunto una de mis sirvientes.

–Prepárenlo.

–Como guste mi Señor.

Aunque el mal herido cuerpo de Halley se hacía ver, ella seguía siendo hermosa, un cuerpo perfecto capaz de cualquier hombre quiera pecar y quemarse hasta el amanecer. Corrí mi rostro al verla, no era momento de desear a una mujer. Las sirvientas le prepararon un baño y ella estaba desnudándose para entrar.

–Ve con cuidado– le dije mientras entraba por el telar con la ayuda de las otras mujeres

–¿Leo? – toco la puerta Eiric.

–Entra– dije al verlo asomarse.

–Está todo listo.

–Bien, iremos después de esto.

–Dime Halley, ¿Qué ocurrió estos años? – preguntó Eiric mientras se sentaba dándole la espalda al telar.

–Thion se volvió loco– dijo desde adentro– pedía todas las luces apagadas del reino antes de medianoche, todas las cosechas de las familias pasaban por sus ojos antes de ser nuestras y no salió del castillo por bastante tiempo– sin variar el tono de su voz sus palabras eran dichas.

– ¿Estabas ese día?– se atrevió a preguntar Cathal.

Alce mi mirada y lo observe un momento, no quería escuchar el tema.

–La verdad después de lo que ocurrió ese día, muchos supimos que no regresarían– su voz hacía eco en el lugar– muchos te creímos muerto Leo, las acciones del pueblo nos cobraría la paga de un tributo, el triple de lo que se pagaba para ese entonces.

–¿Thion ordeno eso?– preguntó Cathal.

–Sí sin pelos en la lengua.

–¿Y la princesa?– preguntó Eiric mientras lo mire con las cejas fruncidas.

–Si buscan que le hable mal de ella, no lo haré– dijo sonriendo– ella ha estado con el pueblo siempre a pesar de la locura de su propio padre, el problema fue solo ese día.

"Lo que sus manos no hicieron, lo que sus palabras no dijeron y lo que su amor no pudo demostrar"

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Leo me miró desafiante, sabía perfectamente que no debía tocar de nuevo el tema, pero sin medir razón volví a sacar a la luz ese oscuro día para nosotros.

Las palabras de Halley me tranquilizaban, pensar que la Princesa no tuvo nada que ver en lo que Cretos se había convertido, si ella no había hecho nada, todo lo contrario, fue en contra de su padre y ayudo a su pueblo ¿Qué problema había en el perdón que debía dar Leo?, si ella se lo pidiese realmente de corazón, ¿la perdonaría? O ¿simplemente el odio que hoy le tiene Leo comprueba que ellos hoy no sean nada?

–Ella se fue antes.

–Si soldado– dijo Halley a Eiric– pero ella también ha cambiado no es la misma señorita alegre y risueña.

–Leo– dije mirándolo, pero este no había escuchado ninguna palabra. Había sacado la mitad de su cuerpo por la ventana y no respondió más.

–Halley, gracias por contarnos– dijo Eiric y ella rápidamente apareció por el telar envuelta en una manta mientras cojeaba.

–¿Qué ocurre?, ¿ya te sacaron información estos hombres? – preguntó Leo seriamente.

–¿Conociste a nuestro Príncipe solo ese día de Zocim?

–Príncipe– repitió ella– es un honor entonces estar en tu presencia– dijo ella bajando su cabeza.

–No bromees, tu herida se abrirá si sigues ahí de pie.

–Siempre supe que eras algo más que un General, ¿Por qué la Reina Dalia te tenía oculto?

–Eso no lo entenderías. Cathal, Eric marchen, nos veremos luego.

–Sí Señor– dijimos bajando nuestras cabezas, ella nos sonrió de vuelta.

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–Por favor vístete– dije sentándome en una silla mirándola mientras las sirvientas me echaban un ungüento en la espalda.

–¿Te duele?

–A veces, esto me alivia el ardor del roce de la armadura.

–Debió ser difícil para ti también Leo, todo se volvió difícil desde ese día.

–Sí. Te quedaras con uno de mis soldados, confió plenamente en que él te protegerá y te hará sentir tranquila.

–¿No me quedare contigo?

–No, ahora sabes quién soy y ya no puedo cuidar de ti.

–Está bien, entiendo. ¿Podré visitarte?

–Depende para que vendrías a verme.

–Para hacerte compañía.

–¿Con esa herida en tu pierna? – sabia a lo que se refería y la verdad, no podía negarme. Tarde o temprano iba a querer a una mujer para tenerla en mi cintura.

–Esperaré a que cierre un poco, si tú también puedes...

–Te esperaré– dije y ella me regalo una sonrisa mientras bajó su cabeza.

–Mi hijo... – dijo cambiando rápidamente su actitud.

–Está todo listo no te preocupes, se ira de aquí como un soldado, pequeño y valiente– dije mirándola. Ella asintió con la cabeza mientras respiraba profundamente intentando no volver a llorar.

–Gracias Leo, siempre estaré agradecida de ti.

–¿Señor?– sentí la voz de Kurok detrás de la puerta.

–Ya es la hora.

–Bien, ¿Estás lista?

–Sí






Próximo Capitulo: 37.–Leo

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