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2.-Cretos

>Por Leo<

Al encallar los soldados del Reino nos guiaron a tierra firme, pude distinguir rápidamente a los comandantes de Cretos, eran serios, fríos y al hablar, sus palabras llevaban enojo junto con superioridad ante todos los demás soldados, incluso los que estaban bajo su mando.
Liastian siempre había sido estricto con los soldados, no había más de 20 mujeres en Tioma, cocineras, asistentes y sirvientes de la Reina, llevaban siempre cubiertos sus rasgos femeninos y estaba estrictamente prohibido hablar con ellas, todo se pagaba con enormes castigos propuesto por mi difunto Padre.

Al bajar, pudimos sentir el calor que daba la propia tierra, como un vapor calentando nuestros pies, no había mayor briza y había mucho ruido. El puerto estaba lleno de comerciantes y mercaderes, mujeres acarreando canastos, niños pequeños corriendo por el lugar además de animales, perros, gallinas y gatos.

Los soldados de Cretos nos guiaron en fila hacia la calle principal del Reino, los aldeanos al vernos comenzaron a detenerse a los costados mirándonos detenidamente. La noticia se divulgo rápidamente por el Reino y los murmullos comenzaban a sonar por todos los rincones de esta gran ciudad.

Cretos era un poco más libre, las cortesanas paseaban por sus calles casi sin prendas, mujeres, jóvenes, ancianas, vestían de túnicas hasta las rodillas o más cortas sobre ellas. Mostrando sin importancia sus piernas, escotes y brazos, incluso algunas ocupaban sus ropas ajustadas para moldear sus cuerpos y sobre todo les daban gran énfasis a sus senos.
La pobreza era indiscutiblemente mayor en las faldas de la ciudad, mientras ascendíamos mayor era el cambio de la infraestructura.

Sin dudas Cretos era una ciudad hermosa, con gran vegetación y una gran, gran población. El territorio de este, era encerrado por grandes murallas, llenas de casas, caminos de tierra a los lados y camino de piedras en el centro, poseía un puerto abierto, sin muros que daba directo a la playa y a las primeras casas. Sus aguas, a medida que los barcos se acercaban se hacían cada vez más cristalinas, desde el mar se podía ver la calle principal que en la cima doblaba desapareciendo entre unas casas y al fondo de esta se levantaba el gran Castillo del Rey. Este se situaba en la parte más alta de Cretos encerrado por grandes murallas y pilares. Poseía grandes hectáreas de pastizales al fondo de este, terminando en enormes cerros y quebradas.

–¿Así deben ser las mujeres?- susurró un amigo de infancia.

–Guarda silencio.

–Mira a esa– señaló Eiric a una mujer adulta con cabellos naranjos.

–¿Cómo es posible?– susurraban mientras los soldados del reino reían de nosotros.

La poca costumbre de mis soldados ante una mujer había profanado rápidamente nuestros cuerpos y este deseo indecible de tomar alguna fue un problema para controlar nuestro ímpetu. Me incluyo en estos desafortunados e inquietantes sentimientos al verlas y admirarlas.

–Déjala ya– puse mi mano en la cabeza de uno de mis hombres y le bajé el rostro para que mirase el suelo–basta, caminen.

Subimos cuesta arriba, éramos bastantes soldados y tardaríamos en reagruparnos. Miré hacia atrás y los hombres habían llenado las calles de colores sombríos de nuestra vestimenta, sin duda un gran ejercito listo para luchar por este desconocido Rey.

Al poco tiempo llegamos a las murallas que encerraba el castillo, las grandes rejas se abrieron de par en par dando paso a su entrar. Nos encontramos rápidamente con un gran antejardín, arboles esparcido por el lugar, pastizal y arbustos de rosas. Había un gran árbol que daba con uno de los grandes balcones del castillo.

Cerca de las murallas, apoyados en estas sobresalían grandes estatuas que rápidamente pude distinguir a Zina, diosa se la tierra, la abundancia y la cosecha, Tir, dios de la guerra, Zocim, diosa del amor, la familia y la fertilidad y Frima, diosa de la sabiduría y la riqueza. Habían sido esculpidas en mármol con una base bañada de oro y se levantaban majestuosamente mirando al Reino.

El castillo por otro lado se encontraba dividido en tres secciones. El primer edificio abarcaba la mayor parte del terreno, era el más grande de todos, tenía dos portales que conducían al patio trasero, uno de estos estaba al costado izquierdo y el portal más grande estaba en el centro custodiado por dos torres redondas hechas de piedra.

El edificio poseía 4 pisos con una terraza y estaba lleno de ventanas por donde se le mirase de color blancas, la infraestructura tenía un color marrón con burdeos dándole un toque de fina elegancia, además de todo esto, habían dos altas y finas torres distinguiendo así el inicio de esta estructura y el su término.

El segundo edificio se situaba arriba de las torres del portal, se levantaba grandemente por encima de todos, era el más alto y se posaba justo detrás de la terraza del primer edificio, las terminaciones, las cortinas en sus ventanas, y posición era digno de la familia real. Por ultimo quedaba un edificio que estaba apartado, en su fachada estaba sostenidos por pilares de bloques y un muro de piedras lo decoraba, era más rustico y sin lujos, tenía casi 4 o 5 piso y su tejado terminaba en punta rompiendo su poca elegancia con un ático y tres ventanas. Aun así, en cada una de sus ventanas estaban repletas de maceteros con flores. Este edificio tenía un puente en sus alturas que se conectaba con el primer edificio.

Sin duda alguna el primer edificio poseía los salones, baños, cocinas, habitaciones exclusivas para un gran grupo de invitados, y desde el segundo piso al último se encontraban los aposentos de los consejeros, comandantes, Generales y damas de compañía del Rey; el segundo edificio era absolutamente privilegiado del Rey y su familia real, invitados reales y gente de bastante linaje y títulos; por último el tercer edificio era de los sirvientes, doncellas, eunucos y recolectores.

Nos dirigimos rápidamente por uno de los portales, dentro de este estaba una gran escalera de casi 5 metros de ancho que se dirigían a los pisos superiores incluso a los inferiores, habían 4 puertas en cada lado y de ahí salían las sirvientas que al vernos entraban rápidamente al Castillo.

Enseguida llegamos al patio trasero donde nos fuimos formando, éramos soldados jóvenes. Guardamos absoluto silencio mientras esperaban el encuentro del Rey y sus hombres, casi 2 mil jóvenes de 18 a 26 años que solo vestían ropas ligeras.

El Rey se aproximó junto a sus consejeros entrando después de haber sido anunciado por un soldado, era alto y macizo. Tanto su pelo y su gran barba eran de color café, tenía ojos redondos de un color café verdoso, sus manos eran grandes y gordas. También una gran panza y hombros anchos. Vestía la armadura real junto con sus espadas y una capa roja que llegaba a sus pies, a sus lados estaban los consejeros con túnicas blancas muy parecidos a los sacerdotes cristianos.

El rey no pronunció palabra, nos miró he hizo una señal a un guardia, este rápidamente habló.

–Quitad sus trapos, desnudaos ante el rey de Cretos.

Todos los soldados obedecieron rápidamente, sus contexturas eran igualitarias; grandes brazos, piernas, pectorales, abdomen duros y formados. Además de buenos atributos masculinos, sus espaldas tenían perfectos recovecos complementando así su gran musculatura. La mayoría tenían cabellos largos amarrados con trenzas de distintas formas y otros se recortaban a los lados.

Nos paramos firmemente, llevamos nuestros brazos a los costados y nuestra mirada se concentró al frente. El Rey junto a sus hombres montaron rápidamente los caballos y sin palabra alguna comenzaron a pasar por las filas evaluándonos.

Tardaron un tiempo en llegar a la última formación, fue entonces que escuche a uno de los caballos acercarse por mi derecha

–Son perfectos –dijo uno de los consejeros.

–No hables de perfección si no hemos visto lo que pueden hacer –dijo el Rey dirigiéndose hacia el Castillo– aseaos y afeitaos, aquí es muy importante estar limpios y sin bello alguno. Las tradiciones de mi pueblo son muy distintas a las demás, las reglas aquí son claras, cualquiera que quiera pasar mi confianza estará destinado a sufrir en los barrotes de la plaza central. Mi familia es intocable y ustedes no deben tener contacto con ellas– volteo a hablarnos con gran autoridad- se quedaran en el edificio que está a su derecha, cualquier requerimiento se lo harán saber a mis guardias– Prosiguió acercándose a uno de los soldados de al frente– soldado, ¿Tienen algún líder?

–Sí, mi rey – contesto él.

–Que venga a mis aposentos antes de la cena– miró a unos de sus guardias, obteniendo de él la inclinación de su cabeza– denle las armaduras y ropas de esta tierra, lo demás quémenlo– marchó hablando con sus consejeros.

–Ya escucharon soldados, limpien sus cuerpos, vendrán las sirvientas del Reino a asearlos, controlar su ímpetu o les costara unos dedos menos– dijo mostrando su mano donde faltaba el meñique.

Cuando estos se fueron, quedamos solos en el patio, solo los soldados que se encontraban en los portales nos vigilaban, pero no tenían expresión alguna en sus rostros, se veían cansados y constantemente bostezaban apoyando sus espaldas en la pared.

–La Reina los haría castigar– dijo Cathal acercándose a mí, mientras yo amarraba la manta a mi cintura.

–Es una falta de respeto, estos soldados no están hechos para llamarse soldados– dije caminando al edificio que se nos había asignado.

–El Rey parece comprensivo y al igual que esta ciudad, es un poco liberal– dijo Kurok.

–Concuerdo contigo, la mirada de él no deja ese nudo en la garganta– dijo Thiao.

–No es como Da...– dijo, pero rápidamente se corrigió- la Reina.

–No hablen de la Reina libremente y no se refieran a ella con algún vínculo conmigo– dije advirtiéndoles. El Rey Thion conocía a mi madre hace muchos años, pero por alguna razón siempre se evitaban o cancelaban sus encuentros.

No tardó mucho hasta que vinieron las mujeres, eran hermosas damas con túnicas de ceda y tenían un delineado en sus ojos que los hacia ver más grandes. Los hombres se ponían nerviosos y tartamudeaban al hablar entre ellos, incluso yo me sentía un poco atraído a ellas. Era inevitable que nuestros alientos se disipaban con mayor rapidez en el ambiente, pero ellas no pronunciaron palabra, solo nos regalaron sonrisas.

–Es un poco humillante– susurre para mí mismo.

–Es el principio, después nos acostumbraremos– dijo Cathal al escucharme.

–Mi idea de tener una mujer arrodillada, era otra– rio Eiric y con él, rieron los demás.

–¿Enserio Eiric?, pensé que tus gustos ya estaban definidos– soltó Marlen y todos volvieron a reír.

-¿Ahora prefieres las mujeres?– dijo Cathal. El sonido de una gran nalgada sacó rápidamente rizas entre nosotros y al mismo tiempo Eiric fruncía el ceño.

–No te entusiasmes hombre– rio este.

–Asustarás a las damas.

–¿Debes ir a ver al Rey?– preguntó Thiao, otro de mis hombres más cercano.

–Sí– contesté mientras me sentaba en un tronco a observarlos.

–Aunque creo estar de acuerdo con todos ustedes, que la Reina tiene más presencia– Luca se hizo presente acercándose a mi lado.

–No hay quien supere a la Reina, Leo– dijo Kurok.

–Recuerden lo que les dije- seriamente los miré mientras cruzaba mis piernas.

–Lo sabemos Leo, pero ella es fabulosa– dijo Marlen.

–¿Contigo también era estricta?

–Tal vez –sonreí–, la verdad, ella es admirable.

La dulzura de esta mujer había sido pulida por los propios ángeles, a los ojos de muchos Reyes, ella fue y es codiciada con gran desesperación, una hermosa dama solitaria que gobierna un gran Reino y es responsable de un poderoso ejército.

Las noticias y sucesos de Tioma eran encerrados por sus muros, llegando a un punto donde el suceso más importante fue la muerte de Augusto, mi Padre. Tal suceso desquició rápidamente a los nobles y consejeros. Buscando día y noche algún hombre indicado para desposar a la viuda de la Reina, pero ella tuvo otros planes en su mente. Esta mujer débil, sumisa, callada se levantó en contra de las palabras y les dio muerte sin remordimiento a los que maldecían su puesto buscando una persona más digna. Mi madre me ocultó entre sus soldados principiantes, se levantó fuerte, poderosa y temible, rompió lazos con los Reinos, se nomino Neutral.

Los soldados la admiraban, buscando en ella siempre algún tipo de atención y aprobación. Ella era estricta y fría en los entrenamientos, pero seguía siendo una mujer amable y cariñosa. La mirada de la Reina agobiaba e intimidaba, cuando sus palabras llevaban mandato o nos reprimía de algún error, solo su mirada hacia bajar rápidamente nuestras cabezas, me sentía diminuto ante ella incapaz de responder. Mi madre era mi admiración, la mujer que me ayudo a no caer y a quien le debo mi vida entera, gracias a ella, hoy, pocas personas aún con vida, saben quién soy yo.

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Los soldados más cercanos a Leo eran 6.

*Kurok, un hombre que tenía gran carácter, era calculador y una de las mentes más frías del grupo. Compartía uno de los gustos más oscuros con Eiric y Leo. Su técnica con la espada lo hacía único ya que hacia gran uso de su fuerza con ella.
Kurok tenía una gran cicatriz en su cara que recorría desde la ceja izquierda, traspasaba su nariz, terminando en su mejilla derecha producto de un accidente mientras cazaban. Tenía una espalda y brazos macizos, era robusto, con su pelo negro rizado que era amarrado con una cola.

*Thiao, era el mayor de todos con 24 años, era un hombre tranquilo y pasivo. Muy bueno con el arco y la ballesta. A pesar de su joven edad, sabía mucho de geografía e historia, le fascinaba leer libros y el mismo creaba mapas y desvíos a nuevas tierras.
Su aspecto; pelo café y lizo, tenía dos trenzas a sus costados terminando en una cola, tenía brazos más delgados que los demás, era alto y con una manzana de adán pronunciada.

*Luca, este hombre era el más joven, también tenía una personalidad pacifica, admiraba a Leo y siempre lo observaba tratando de aprender día a día de este. Su cara de niño no había cambiado al pasar los años, la sonrisa en su rostro era pan de cada día y siempre hacía reír a los demás. Con temas de guerra su actitud cambiaba, respetaba la vida y la naturaleza, su destreza con la maza (arma como un martillo con púas) hacia de este un hombre despiadado al destrozar los rostros de sus enemigos, por lo que se reconocía por dejar irreconocible a los soldados que luchaban a muerte con este.

*Marlen, un hombre carismático, tranquilo y muy perezoso, su aspecto era muy parecido a Kurok, con grandes brazos, misma altura, cualquiera que los viese creería que eran hermanos. Se especializaba en usar un hacha doble de mano, y en lanzar cuchillos. La caza, el seguimiento de presas, personas le resultaba fascinante, tenía grandes conocimientos en rastros y trampas, muy pocas veces había perdido a su objetivo. Siempre estaba acompañado de Luca y entre estos hacían una pareja equitativa.

*Eiric, la sonrisa de este hombre solo se podía apreciar dentro del grupo, una sonrisa con perfecta dentadura, era un hombre muy codiciado por las pocas mujeres de Tioma, ojos grandes y mentón pronunciado, su carácter a lo ajeno era indeseable, su lengua siempre era impropia y sin control. No media sus palabras y siempre iba de frente, chocaba siempre con Leo, pero este sabía muy bien cómo ponerlo en su lugar, es un hombre poco temperamental.
Tenía cabello café con el pelo suelto encima de su cabeza, que caían como finos hilos sobre su frente y rasuraba a los costados. Era más alto que los demás, pero más bajo que Thiao. La espada era su fuerte y sin ella también lo era, tenía gran puntería con la lanza a gran distancia, además era el único que de los 6 que había estudiado medicina y se encargaba de las heridas de los demás. Este era el segundo hombre, frio y calculador, luchaba mientras reía entre sangre derramada en su cara y manos, compartía uno de sus gustos con Kurok y Leo, sus gustos no eran especialmente las mujeres, a pesar de sus desacuerdos este siempre estaba junto a Cathal y Leo.

*Cathal, este hombre era el amigo más íntimo de Leo, tenía una mirada hermosa, sus ojos verdes le daban vida y alegría a su rostro. Era pequeño de altura, delgado y muy entusiasta. Luchaba con dos espadas haciendo de estas un vals inigualable al pelear.
Conocía muy bien a su amigo, sus cambios de humor, sus arrebatos y gustos, podía descifrar lo más mínimo que Leo trataba de ocultar y se ganaba muy rápido el respeto y amor de los demás. Su cabello negro sostenía con dos trenzas a cada costado, arriba tenía el pelo tieso y esparcido por toda su frente. Este y Eiric tenían algo que este grupo se habían empezado a dar cuenta.

*Leo, su musculatura era igualitaria a los demás, altura promedio, tenía unas manos hermosas, lizas y grandes, hijo de una gran familia con genes que hacían de este un hermoso hombre, nadie conocía más que Cathal sus gustos. Había experimentado todas las experiencias de un hombre joven en su adolescencia, era reservado, misterioso y se mantenía distante. Le gustaba salir solo, mirar y disfrutar de la naturaleza y sus paisajes como también le gustaba leer. Se mostraba ajeno a las conversaciones de sus soldados pero escuchaba cada palabra sin tomar algún tipo de rol en ella, le costaba entablar conversaciones y había aprendido a participar con sus hombres en acciones cotidianas. Era bastante serio y de muy pocas palabras, se aburría rápidamente de lo cotidiano, pero tenía un gran deseo de protección con los soldados asumiendo su rol de líder. Leo hacía de cada arma su propio cuerpo, no había impedimento para este, tenía un don muy especial y dominaba cada arma que se le diese, su actitud cambiaba drásticamente en una lucha, cuando las tomaba enserio bajaba su mentón y sus ojos se abrían más, su alta concentración hacía de estos una mirada penetrante y escalofriante. Además su sed de sangre era incontrolable incluso para el mismo. A los 18 años había aprendido a controlar su fuerza, había luchado a matar y la Reina prohibió a sus soldados que participaran con este en sus duelos pero poco a poco resulto ser un muy buen maestro para enseñar a los novatos las técnicas de la espada.

El gusto compartido con dos de sus hombres era ni más ni menos que la satisfacción de torturar a sus enemigos.
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–Ten cuidado– gruñí entre dientes mientras Cathal me ayudaba a amarrar la armadura.

–Quédate quieto, Leo.

–No es tan pesada– su peso se comparaba a la armadura de Liastian, esta era un poco incomoda en los hombros y no llevaba casco.

–Que te quedes quieto hombre, aun no la sostengo.

–Te ves bien– dijo Eiric asomándose en la habitación. Apoyó su hombro izquierdo en el dintel y cruzó los brazos mirándome atentamente.

–No empecemos– Eiric era muy celoso cuando yo estaba con Cathal y odiaba esa mirada con la que me observaba.

La túnica que iba bajo la armadura eran rojas de manga corta, tenía una segunda pieza, una espaldera de cuero que pasaba por el cuello hacia el exterior, cubriendo por encima de la armadura el hombro y brazo izquierdo. En el hombro derecho se situaba un spaulder o hombrera forjada con hermosas piedras y metal, con diseños de Cretos. E su armadura pectoral se cubría por una franja de tela con un medallón que amarraba la túnica y el cuero en el centro del estómago, en los brazos desnudos se encontraban amarrados brazales de cuero con terminaciones de metal, la túnica caía hacia mis piernas con corte a los costados y en el medio, llevaban un pantalón de cuero con botas que llegaban a las rodillas. Por último en su hombro derecho llevaban una capa a la mitad que caían en punta por su espalda, negras al exterior y rojas por dentro.

Fui escoltado por la guardia real del propio Rey, entramos por el mismo portal subimos las escaleras y llegamos a un gran balcón donde un gran árbol no dejaba que la luz del sol llegase tan fuerte al lugar.
Habían unas bancas y una mesa baja en el medio de este y unas pocas decoraciones simples.
Luego nos encontramos con dos pasillos, entramos por el del medio y caminamos entre puertas, la luz era tenue y cálida. Las armaduras sonaban con cada paso que dábamos, el eco de estas se propagaba por todo el lugar, al llegar al final de este, nos topamos con más puertas, y hacia el lado izquierdo una escalera que conectaba al edificio de la familia real.

Al llegar arriba pude notar el cambio brusco de ambiente, mármol y oro decoraban los pasillos y puertas. A la derecha había un pasillo con ventanas que se divisaba todo el Reino, y se podía ver la terraza del edificio anterior. Seguimos subiendo por más escaleras, los soldados no pronunciaron palabras, uno me dirigía al frente y el otro me observaba desde mi espalda, vigilando cada movimiento que yo hacía. Pronto nos encontramos con un pasillo más pequeño y unas puertas de mármol con decoraciones de oro se levantaban enormes hacia el cielo, 5 metros de alto y casi 3 de ancho, los soldados al llegar se pusieron cerca de estas y empujaron con gran fuerza, dos soldados estaban dentro que rápidamente anunciaron mi llegada.

Al entrar las puertas rápidamente se cerraron a mis espaldas, había un salón pequeño dividido por telares que caían del cielo, se podía escuchar la música allí adentro, las risas y murmullos. Miré mi alrededor y había una mesa con comida, frutas, vino, carne y un gran sillón.

A los pocos segundos una hermosa dama apareció entre la tela y sin darme importancia se dirigió a servir vino, luego volteó a mirarme. Vestía una ceda fina de colores rosados, amarraba sus rizados cabellos en una media cola y los labios estaban pintados de un rojo carmesí. Era delgada con unos senos enormes, llevaba unos brazaletes y collares de oro que colgaban en su cuello.

–¿Eres el nuevo hombre del Rey?– Se acercó lentamente mientras al caminar movía sus caderas. La seguí con la mirada pero ella camino rodeándome mientras sus ojos me examinaban de pies a cabeza– ¿Sabes quién soy yo?– su voz era suave y un poco lenta al pronunciar cada palabra, sonreía mientras bajaba su mentón y sin dejar de mirarme continuó– ¿Eres tímido?– agregó posando sus dedos por encima de mi mano y subió acariciando mi piel– tienes buenos brazos.

El incómodo momento que generó esta mujer alteraba mi respirar, sin tener palabras que decir solo mantuve mis ojos en otro lugar. Siempre había sido arisco ante los afectos, desde niño no me gustaba las caricias y los roces, el solo hecho, que mi piel toque otra piel me incomodaba grandemente. Había aprendido a guardar mi tristeza, mi infancia a pesar de ser hijo de la Reina, fue bastante dura, luego de algunos acontecimientos el simple hecho de llorar y ser reconfortado por alguien comenzó a molestarme.

–Fadila– habló la voz del Rey y luego apareció en el lugar– discúlpala, ella puede ser grosera con los nuevos.

–Mi rey– saludé reverenciándolo.

–Así que, tú eres el líder de los soldados. Fadila es mi esposa, la Reina de Cretos.

–Mi reina– saludé.

Rápidamente bajé mi cabeza y lleve mi mirada al suelo. Podía ver adivinado quien era esta mujer tan déspota con su mirada y con sus manos atrevidas. Me disgustó su sonrisa, sus ojos achinados en busca de encender un deseo que yo mismo había suprimido.

–Ahora dime ¿Cómo te llamas?– tomó un vaso y se sirvió.

–Mi nombre es Leo, mi Rey– la mujer me miraba con gran atención mientras sonreía.

–¿De qué casa vienes?

–Mi Rey, nosotros...– él no me dejaba hablar.

–Son huérfanos mi Rey, no es correcta su pregunta– interrumpió Fadila sonriendo mientras se sentaba en un sillón y levantando su pierna izquierda sobre la otra, me miró detenidamente mostrando la belleza de sus piernas.

–Entiendo ¿Hace cuánto tiempo eres su líder?

–Hace 6 lunas, mi Rey.

–¿Y ellos te obedecen?, es poco tiempo – volteo a verlo extrañado, levantó una de sus cejas por encima de la otra y pensó.

–Sí, mi rey– contesté

–Debes ser bueno entonces, pero para mí solo eres un soldado, ¿Entiendes?

–Sí, mi rey.

–¿Cómo les ordenas sus quehaceres? dices que te respetan, ¿Cómo ganaste su respeto?, dime ¿Cómo los castigas?, ¿Cuál es el límite del dolor que pueden tener?, ¿Cuál es el extremo para que ellos se revelen contra ti?, necesito saber si puedo confiar en ellos.

–Mi Rey, ellos...

–No contestes– Interrumpió haciendo seña con su mano para dar poca importancia a sus preguntas, caminó hacia mí y haciendo lo mismo que su Señora me rodeo mirándome – Tienes buena musculatura ¿Qué edad tienes?

–19 Señor.

–Eres muy joven Leo, dime, ¿Eres ya un hombre?– el Rey pareció sorprendido con mi edad mientras que la Reina mordía sus labios mirándome

–Discúlpeme mi Rey– dije sorprendido– no entiendo que es lo que...

–¿Si ya has tomado a una mujer?– se paró frente a mí y me miró seriamente, abrí mi boca, pero no conteste, la Reina reía en silencio– ¿Tus hombres? ¿Qué?, ¿Se toman entre ustedes? – rio este – bien Leo, no importa. Desde mañana necesito que entrenes con tu gente, pueden ir con mis soldados, ellos los llevaran al lugar de las campañas. Pero te diré algo porque creo poder confiar en ti – dijo mirándome a los ojos y rápidamente corrí la vista – puedes mirarme- dijo dándome permiso y continuó- creo que aún no están listos, son muy jóvenes y necesito verlos aunque sea peleando con espadas de madera, necesito conquistar el Norte y me es indispensable que ustedes vallan, mi General es un hombre de edad suficiente para dejar el puesto y necesito el mejor soldado para guiarlos a todos, ¿Me entiendes?

–Sí, Rey– traté de ocultar rápidamente mi incomodidad, el Rey no tenía freno para su lengua, insultaba sin problema a mis hombres y se había metido sin permiso en mi vida personal.

–Para eso haré un torneo. A mi pueblo le gusta participar y ver estos espectáculos, y así, el futuro General se ganará al pueblo y mi confianza. Ahora vete y narra esto a tus hombres.

–Mi Rey– incliné mi cabeza y me marché sin decir nada. La primera impresión de él era bastante negativa pero antes de marchar escuché sus palabras.

–Oh Leo– dijo deteniendo mi caminar– si me ayudas a conquistar el Norte, créeme que estarás entre las piernas de nuestras hermosas mujeres, animad a tus hombres– rió alzando la copa de vino y me dio la espalda.


Próximo Capítulo 3.- Una Deidad hecha mujer

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