005
«Había una vez, un general que trata de deshacerse de sus enemigos»
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El chico era alto, sólo un poco más que Astrid, vestía una camisa de tela roja que se asomaba por su cuello y brazos, y encima llevaba una exterior de piel oscura que lucía vieja. También tenía desgastada bufanda roja que llevaba atada a su cadera y sus botas eran de un color oscuro al igual que sus pantalones.
No lucía mal, sus ropas lucían desgastadas en ciertos lugares, pero no importaba como lo mirara, realmente no había nada sospechoso en esa persona. Incluso su contextura era delgada y su única arma parecía ser un cuchillo envainado en su brazo, así que Astrid le dio el beneficio de la duda.
—Astrid —se presentó, y aunque su mirada seguía teniendo algo de sospecha, la rama en su mano ya había bajado unos centímetros—. ¿Tú me sacaste del agua?
El joven se encogió de hombros, asomando una sonrisa discreta.
—Temía que fueras a resfriarte si te dejaba a tu suerte. Sólo pensé en darte una mano.
Sonó tan sincero que Astrid se sintió un poco incomoda por todavía tener en la mano la rama con la que pensaba golpearlo.
—Te lo... agradezco —no sabía que más decir, así que se alejó un poco, examinando los alrededores—. ¿Y estás tú solo? ¿No viajas con nadie más?
—Oh, claro, siempre suelo viajar con un amigo —contestó rapidamente—, es sólo que él no está aquí hoy y... Tengo toda esta diversión para mi solo.
—Somos sólo tu y yo entonces...—eso no sonaba alentador. Astrid lo miró—. ¿A menos que alguien más haya sido arrastrado hasta aquí?
—Difícil saberlo, no me he aventurado en el resto de la isla, estoy muy... encariñado a mis extremidades —contestó con humor, recogiendo de la rama de un árbol lo que parecía ser una tela vieja a medio secar—. ¿Por qué? ¿Viajabas con alguien?
—Mis amigos.
Él sonrió por alguna razón.
—Bueno, si iban en el mismo barco, deben estar en la misma playa. Si caminas junto al mar, deberías de poder encontrarlos. Tengo una buena corazonada al respecto.
Astrid parecía querer ir en seguida, pero todavía preguntó: —¿Qué harás tú?
—¿Yo? —Se ajustó la tela alrededor de los hombros, como un bolero que cubría la parte superior de sus ropas, llegando hasta la mitad de su abdomen—. No lo sé, todo lo que tengo es un cuchillo viejo y esta isla parece estar llena de dragones desconocidos y peligrosos... Ah, una pena que esté solo...
Astrid levantó una ceja.
—¿Quieres...venir conmigo?
Y esa parecía ser justamente la oferta que el joven esperaba.
—¿Puedo? —Sin prisa, entrelazó sus manos detrás de su espalda y se unió a Astrid, de buen humor—. Estaré a tu cuidado entonces.
Ah, tan extraño.
Astrid empezó a caminar.
—Si mis amigos fueron arrastrados hasta aquí, deben estar en algún lugar de esta playa —dijo ella, retomando la conversación anterior—. Sino es así, exploraremos el resto de la isla.
—Me parece bien.
—Y ten los ojos bien abiertos —añadió—. No sabemos qué dragones puedan haber aquí.
Él tarareó pensativo: —Ah, no creo que nos topemos con alguno estando en la playa.
—¿Por qué lo dices?
—A los dragones salvajes no les gustan las zonas abiertas, la mayoría prefiere permanecer en el bosque donde nadie los molesta. Quizás alguno esté bajo tierra, pero es poco probable, ya hubiéramos visto señales de túneles o... caído en ellos. Soy bueno cayendo en ellos.
—Veo que sabes de dragones.
—Jaja, ¿se nota? Creo que he leído mucho.
Oh, vean eso, Patapez se llevará bien con él.
—¿Sabes de algún dragón difícil que podamos encontrar en las islas del oeste? —Preguntó.
—Creo que puedo pensar en uno —fue todo lo que dijo.
Mientras caminaban, fragmentos de todo tipo iban apareciendo por la playa. Unas veces eran pedazos de madera y otras retazos de velas; definitivamente los restos de un barco, pero no se veía a ninguna persona.
Astrid estaba a punto de insistir en el tema, cuando de pronto se escuchó un grito.
Ambos intercambiaron una mirada antes de correr hacia allí.
Cruzando una gran distancia, lo primero que Astrid vio fue la mitad de lo que alguna vez fue un barco. Este yacía en la orilla, calado en la arena mientras las gentiles olas trataban de tirar de él, pero Astrid a penas y le dio una segunda mirada, pues pasando el barco, un grupo de personas se encontraban dispersas por la playa.
Estaban todos mojados y cubiertos de arena, pero estaban bien. Astrid se sintió secretamente aliviada y quiso reunirse con ellos, pero habiendo dado dos pasos, sintió un tirón en su codo.
—Oh, yo no haría eso. —El joven sostenía su brazo, mirando el frente con atención, y antes de que Astrid pudiera protestar, señaló con un movimiento de su barbilla—: Mira de nuevo.
Su voz fue baja y seria, no parecía que estuviera en guardia, pero Astrid siguió su línea de visión y se tensó.
Hace un momento, a penas y había prestado atención a la escena, pero fijándose mejor, descubrió que sus amigos no estaban solos. Estaban dispersos por la arena y sumamente quietos, porque rodeaban algo.
Tres dragones de menos de un metro estaban al acecho, sus cuerpos eran color verde menta con crestas y largas garras en las manos, además, no tenían alas y usaban dos patas para estar en pie.
Astrid entrecerró los ojos al ver una larga cola con una punta roja que serpenteaba en el aire.
—¿Es...?
—Aguijón Veloz —asintió el joven—. Por su tamaño deben ser adolescentes, no son tan peligrosos como los adultos pero, eh, su veneno todavía puede paralizar una extremidad o dos.
—Definitivamente te llevaras bien con Patapez —Astrid se soltó de su agarre y miró de forma desafiante a los dragones—. De casualidad, ¿a ellos te referías cuando te pregunté por un dragón difícil?
—Bueno, su veneno es problemático si estás en medio de la nada, justo como...estamos ahora
—Genial.
—Pero conozco una forma de lidiar con ellos.
—¿Oh?
—Sí, sólo deja que les piquen. Entonces se irán.
—....
—¿No es aceptable?
—Quédate atrás —esa persona podría saber de dragones, pero Astrid dudaba que supiera combatirlos—. ¡No intervengas!
Él suspiró y Astrid creyó escucharlo murmurar algo, pero si lo hizo no supo que fue, pues se apresuró a correr hacia sus amigos para ayudar.
Naturalmente, no fue directo hacia los dragones, rodeó la escena de forma sigilosa y rápida, llegando detrás de uno justo en el momento en que el intento de los gemelos por capturarlo fallaba.
Lo golpeó con la rama, tirándolo al suelo y sujetó su cola con las manos desnudas. El dragón rugió y trató de patearla, pero Brutacio ya se había arrojado sobre su lomo, inmovilizando su cuerpo.
—¡Astrid! —Patapez, quien estaba esquivando torpemente el aguijón del segundo dragón, casi saltó de alegría al verla—. Lo sabía, ¡estás viva!
Astrid miró en su dirección, sin soltar el aguijón en sus manos, y desvió la mirada hacia un tablón de madera en la arena.
—¡Patapez! —Pateó el tablón en su dirección
Este vaciló, y cuando el aguijón casi roza su mejilla, chilló y se arrojó hacia el pedazo de madera. Era lo suficientemente grande como para usar de escudo, pero también lo bastante desgastado como para que fácilmente fuera atravesado por el aguijón.
La buena noticia: la cola del dragón se quedó atascada y Brutilda lo ayudó a inmovilizarlo.
Eso sólo dejaba al tercer dragón y a Patán, pero Astrid se sintió un poco impresionada cuando miró en su dirección. Patán maldecía y gritaba, pero golpeaba la cara del dragón con nada más que sus puños, y de alguna manera se las arreglaba para no ser picado.
Vaya, quién lo diría.
—Qué genial, Patán —alabó, medio en broma, medio verdad.
Patán alcanzó a escucharla y fue ahí cuando su atención se distrajo, principalmente por la sorpresa, y luego por tratar de darle una sonrisa en un intento de lucir aún más genial. El dragón aprovechó y apuñaló su pierna, causando que gritara y cayera como un peso muerto al suelo mientras el dragón huía.
De esa forma, con Patán fuera de juego, el tercer Aguijón Veloz corrió hacia la persona más cercana: Patapez.
Este se había concentrado demasiado en mantener quieto a su aguijón, y quizás estaba absorto en poder observar a uno tan de cerca, así que no se enteró que iba a ser picado por la espalda hasta que Brutilda maldijo y se arrojó hacia delante, recibiendo la picadura en su lugar.
—¡Ah, Brutilda! ¿Estás bien?
En el suelo, ella se quejó y murmuró: —Odio taaanto los dragones...
Patapez parecía querer decirle algo en consuelo, pero ahora que tenía que sujetar un Aguijón Veloz él solo, no pudo distraerse mucho.
Él se quejó y advirtió: —Chicos, los Aguijones Veloces son dragones nocturnos y el sol ya se está poniendo, sino regresan con su manada ellos vendrá a buscarlos y no creo que podamos con todos.
Mientras Patapez hablaba, el aguijón que andaba libre trató de asechar a Astrid varias veces, pero ella le dio una mirada fría y lo pateó lejos.
—Entonces, hay que matarlos antes de que llamen al resto —concluyó ella—. ¿Alguien tiene algo que podamos usar?
—¡Olvídalo! Perdimos todo en esa estúpida tormenta —contestó Patán, con voz forzada por tratar de arrastrarse en la arena.
—¡Casi todo! —Corrigió Brutacio, aferrado al dragón que él y Astrid sujetaban—. Aún tenemos una balista, me aferré a ella cuando creí que moriríamos.
—Querrás decir, nos aferramos a ella —corrigió Brutilda.
—¿Y donde está? —Preguntó Astrid.
—¡Aún a bordo! A bordo de lo que queda, en realidad.
—Déjame el dragón a mí —Astrid presionó su bota en el lomo del dragón, cerca del cuello, y le hizo un gesto a Brutacio—. Ve por la balista, ¡rápido!
Brutacio murmuró algo que sonó como "¿Por qué siempre yo?" antes de saltar y correr heroicamente hacia los restos del barco.
Astrid forcejeó en su ausencia y observó de reojo como Patapez perdía la batalla contra su propio Aguijón Veloz, soltándose de su agarre y picando su brazo al huir.
Astrid tampoco pudo hacer mucho, tuvo que soltar al dragón que tenía para lanzarse y sujetar la cola de otro, cuando este último trató de ir tras Brutacio.
En medio de eso, se escuchó el inconfundible sonido de una balista siendo disparada.
—¡Cuidado!
Una flecha larga zumbó en el aire y se clavó en la arena con un golpe seco, frenando a uno de los dragones.
Esto puso en alerta al resto, así que cuando la siguiente flecha vino, hábilmente la esquivaron. Su velocidad superaba a la balista, la cual tardaba mucho en ser recargada, pero ante la amenaza de un arma que podía herirlos, los Aguijones Veloces finalmente decidieron retirarse.
Dieron media vuelta y se alejaron a toda velocidad.
—¡Más les vale que huyan! —Les gritó Patán, levantando el torso con ayuda de sus codos—. ¡Si los vuelvo a ver les cortare la cola!
Astrid se puso de pie, nada contenta, y caminó hacia Brutacio a paso firme.
—Brutacio, ¿qué fue eso? —Le cuestionó—. Teníamos que matarlos, no ahuyentarlos, ¿por qué no les disparaste? ¡Estaba justo frente a ti!
—No sé qué pasó —dijo Brutacio, bajándose del barco con una expresión confusa—. Lo tenía en la mira y de repente... ¡Zaz! El barco se sacudió y me caí, ni siquiera sé a dónde fueron a parar las flechas.
—¿Es en serio? —Lo miró incrédula.
—¡Lo juro! Si esa cosa no se hubiera agitado de pronto, no hubiera fallado al disparar —Brutacio miró con mala cara esa mitad de la nave—. Tonto pedazo de madera, ni siquiera hay olas, ¿por qué te moviste?
Astrid suspiró de mala gana.
—Lo que sea, recemos a los cielos para que su manada no venga a querer ajustar cuentas con nosotros en medio de la noche.
—Descuida, los dragones no son tan rencorosos como la mayoría cree —dijo de pronto esa conocida voz.
En medio de su irritación, Astrid recordó su existencia y volteó. Hipo venía caminando tranquilamente hacia ella, y parecía haber salido de detrás del barco.
Con sospecha, Astrid preguntó: —¿Qué hacías allá?
Él sonrió, levantando sus cejas.
—¿No dijiste que me quedara atrás? Supuse que con "atrás" te referías a detrás de ese medio barco.
—...Claro.
—Huh, ¿nos conocemos? —Brutacio lo miraba con ojos entrecerrados.
—Soy Hipo.
—Lo encontré en la playa.
—Me encontró en la playa.
Sin más explicación, Astrid les dio la espalda y caminó de regreso. Patapez, Brutilda y Patán todavía estaban tirados en la arena quejándose.
—¿Cómo se sienten, chicos? —Preguntó, ayudando a Brutilda a levantarse.
—¡Como si un Aguijón me hubiera dejado tiesa! —expresó Brutilda, paralizada del torso para arriba y apenas logrando hablar.
—¿Tú estás molestas? ¡Mírame! —Patán dio un manotazo en la arena—. ¡Mis piernas están muertas! ¡No puedo levantarme!
—Es pasajero, Patán —le dijo Patapez, examinando su propio brazo que colgaba como un peso muerto—. En un par de horas estaremos bien, siempre y cuando no encontremos más Aguijones Veloces.
—¿Y quién los enfureció?
Las miradas de Patapez y Brutilda recayeron en Patán. Este los miró ofendido.
—¿Qué? Me desperté y esa cosa me estaba mirando, ¡lo tenía justo frente a mí! No iba a dejar que hiciera el primer movimiento —en medio de su monologo, de pronto notó a Brutacio acercándose con una persona desconocida a su lado. Frunció el ceño—. Eh, ¿y ese quién es?
Hipo no contestó, se paró junto a Astrid con sus brazos cruzados y lo miró desde arriba, como si estuviera viendo algo divertido.
—Se llama Hipo —Astrid habló como si fuera irrelevante—, su barco también naufragó y está varado aquí.
—Oh, ya veo, ¿te atrapó la tormenta también? —Patapez se acercó a él y ofreció su mano—. Soy Patapez, ellos son Patán y los gemelos Brutilda y Brutacio —señaló a cada uno.
—Un placer —estrechó su mano.
—¿Y dices que quedaste varado aquí? —Con dificulta, Patán finalmente logró sentarse y pudo darle la mirada crítica que quería—. Que coincidencia, ¿dónde están los restos de tu bote, amigo?
Hipo ni siquiera lo miró. Distraídamente, hizo un gesto para señalar algo junto al agua.
—¿Ves ese remo de allá?
—Ajá.
—Listo, ya los viste.
—....
Astrid carraspeó, evitando sonreír, y desvió la mirada.
—Deberíamos movernos, estamos expuestos aquí y los dragones podrían volver —sugirió ella.
—Esa es una buena idea —afirmó Hipo de inmediato.
—Espera, ¿él vendrá? —Patán se indignó.
—La playa sigue siendo la mejor opción... —Astrid se giró hacia Patapez y Brutilda, ignorando por completo a Patán—. ¿Qué saben de los otros que viajaban con nosotros? ¿Están aquí también?
—Lo dudo.
—Despertamos hace poco, no hemos tenido la oportunidad de explorar —dijo Patapez—, pero siguiendo la misma lógica, ellos deben tener la otra mitad del barco.
—Lo que significa que donde sea que estén, no están mejor que nosotros... —Astrid suspiró—. En fin, sino hay nada aquí, hay que movernos.
—¡Eh, eh! —Patán agitó su mano—. ¿Y qué hay de mí? ¡Ese estúpido Aguijón paralizó mis piernas!
—¿Esperas que te cargue?
—Jajá, bueno...
—Oh, mira, Astrid —Hipo casualmente pateó algo y el grupo lo miró—. Una cuerda en buen estado.
Esa cuerda enrollada hizo que Astrid sonriera, pero Patán todavía se burló.
—Ja, oye genio, ¿para qué usaría...?
El grupo lo miraba fijamente.
—.... —Patán se dio cuenta—. ¡No! ¡Ni lo piensen! ¡No!
Al final, la idea de atar una cuerda en el tobillo de Patán y arrastrarlo fue... tristemente descartada.
El pedazo de tela que encontraron de las velas fue usado para llevarlo mientras se recuperaba del veneno. Se sentó allí y los dos extremos de la tela fueron tirados por Brutacio y Astrid. El humor de Patán realmente mejoró al ser llevado de esa manera.
—Bueno, no me quejo —dobló sus brazos detrás de su cabeza y los usó como almohada mientras era llevado—, pero todavía pienso que traer a ese tipo es una mala idea.
Astrid se burló: —¿Piensas que va a apuñalarte mientras duermes, Patán?
—Sólo digo, ¿no es extraño que casualmente despertaras junto a él? Y esa sonrisa suya... es taaan falsa.
—¡El depredador se siente amenazado! —Se burló Brutacio.
—Cierra la boca.
—Patán, no es como si no hubiera sospechado de él —le dijo Astrid—, pero piénsalo, ¿qué podría estar haciendo aquí? No tenemos nada que pueda robar y somos mayor en número, sino quedó varado aquí, ¿qué otra cosa estaría haciendo en una isla desolada?
—Sí, no es como si se hubiera dejado caer aquí a propósito —Brutacio soltó una risita—. ¿Quién tendría tanto tiempo libre?
Astrid sonrió un poco y casualmente miró hacia atrás, donde esa persona caminaba junto a Brutilda y Patapez.
Hipo miraba el océano de forma pensativa, pero pareció sentir su mirada, porque giró su cabeza y le sonrió.
El resto del día no fue igual de pacifico.
Astrid había pensado que con la personalidad tranquila de Hipo, no sería demasiado difícil para él encajar con su grupo de amigos, pero... ¿Era cómo si él no quisiera llevarse bien con ellos?
—Oigan, allí hay una cueva —había dicho Brutacio poco después—. Las cuevas son el mejor escondite para una buena siesta, ¿quién vota a favor?
—¡A favor!
Naturalmente, Brutacio fue a investigar, y poco después de que se fuera, Hipo se detuvo junto a Astrid y dijo: —No es buena idea.
Astrid lo miró.
—¿Por qué?
—Mm...
Un minuto después, Brutacio gritó y salió de la cueva con sus ropas en llamas.
Gusanos de Fuego, aparentemente.
Más tarde, el grupo estaba recogiendo algo de fruta sin adentrarse demasiado en el bosque; Patán estaba, de hecho, muy entusiasmado arrancando arándano tras arándano.
—¡Nunca estas cosas habían sabido tan bien! —Exclamó, arrojando uno a su boca—. Astrid, tengo una porción solo para ti, no me lo agradezcas.
Ella frunció el ceño, pero entonces Hipo emergió de algún lugar, sosteniendo jugosas bayas.
—Si fuera tú, comería las que están junto al río —le aconsejó de buena gana, ofreciéndole un puñado.
—¿Gracias?
—¿Qué tienen las que estamos recogiendo? —Preguntó Patapez.
—Nada, sólo son venenosas.
—....
Patán escupió lo que tenía en la boca, casi ahogándose, y todos lo imitaron.
¡¿Por qué no lo dijiste antes?!
Luego, al anochecer, todos estaban debatiendo sobre donde deberían encender una fogata y a Patapez se le ocurrió preguntarle a Hipo.
Él no había opinado en toda la discusión, y entonces, solamente dijo: —La playa.
Brutilda se echó a reír.
—¿Estás seguro de que los Aguijones no volverán o estás seguro de que Astrid te salvará si lo hacen?
—Ninguna de las dos.
—¿Entonces? ¿No es bueno este lugar?
—Quizás, pero me preocupa que le pises la cola a ese Alacambiante que está junto a ti.
—¿Eh?
Brutilda volteó y el Alacambiante canceló su camuflaje y le rugió en la cara.
...¡Así que por eso se sentó tan lejos!
Al final, Patán, Brutacio y Brutilda llegaron a una misma conclusión: Seguro ofendieron a esa persona en su otra vida, ¡porque en esta vida claramente se estaba vengando!
—Oigan, pero a mi me parece agradable —argumentó Patapez.
Aprovechando que Hipo se había ido con los gemelos a recoger leña, Patán se quejó todo lo que quiso: —No es agradable, ¡no es agradable en absoluto! Ese tipo nos odia, puedo verlo en sus ojos. Sé reconocer cuando alguien tiene un rencor personal conmigo ¡y este tipo definitivamente lo tiene!
—Para tener un rencor personal, no debería, no lo sé...¿conocerse? —Sugirió Astrid.
—Oh, bueno, no quería decir esto pero mientras más miro su pecosa cara, más siento que lo he visto en algún lugar —acusó Patán, sentándose en la arena junto a la fogata. Se quitó el casco de mala gana—. Y créeme, Patán Jorgenson nunca olvida una cara.
Con eso, se acostó y se dio la vuelta, yéndose a dormir. Patapez negó, como si ya hubiera escuchado esa línea muchas veces en el pasado, y desde el tronco en el que estaba sentado miró a Astrid.
—A decir verdad, estoy más preocupado por nuestra flota que por el agradable desconocido. Astrid, ¿crees que estén bien? ¿Se habrán dado cuenta de que nos separamos?
—Bueno, en algún momento lo notarán —Astrid suspiró—. No pienses en eso, vete a dormir. Mañana debemos trabajar en salir de aquí.
—Pero ¿y si también les pasó lo mismo que a nosotros...?
—Esperemos que no —echó un vistazo hacia un lado, escuchando las voces de los gemelos. Parecían estar regresando—. Y es mejor no hablar de esto delante de Hipo. No necesita saber la razón de porque estamos aquí.
Patapez asintió y al poco tiempo Hipo y los gemelos volvieron. Ya eran altas horas de la noche, así que no pasó mucho hasta que los demás imitaran a Patán y se fueran a dormir. Hipo y Astrid permanecieron despiertos.
Aburrida, ella arrojó un tronco al fuego y dijo casualmente: —Entonces... ¿Está isla es muy aburrida para ti o realmente tratas de matar a mis amigos?
Con una fogata de por medio, el joven frente a ella se echó a reír.
—¿Eso piensas? Vaya, no tengo idea de que dio esa impresión.
—Si en verdad lo creyera, no estarías teniendo esta conversación conmigo —alegó ella, mirando perezosamente el fuego—. Pero... todavía tienes el beneficio de la duda.
—Entiendo, seré bueno —juró, aunque era difícil saber si lo decía en serio—. Estaba dejando de ser divertido de todas formas.
Astrid levantó una ceja.
—Dime, ¿nos conocemos de alguna parte?
—¿Por qué lo preguntas?
—Actuas como si tuvieras una deuda de vida conmigo, y no lo digo sólo porque evitaste que me sentara en la cola de un Alacambiante —lo miró interrogante—. ¿Hice algo para agradarte?
Hipo dobló sus rodillas, abrazando sus piernas.
—¿Debe haber una razón para que te agrade alguien? Si me gustas, entonces no querré que nada te pase. No hay nada complejo en eso.
—...Eres un poco extraño, ¿te lo han dicho?
—Algo.
Ella negó para sí misma y usó una rama para remover la madera en la fogata.
Habían elegido la entrada del bosque para acampar y el resto de sus amigos yacían roncando en la arena, algunos con sus cabezas recostadas sobre troncos y otros dormidos boca abajo sobre estos. Dichos troncos eran gruesos y largos; habían sido arrastrados hasta allí para usar como asiento y rodeaban la fogata, viéndose desde lo alto como un cuadrado sin esquinas.
Todo se había vuelto tan silencioso. Sólo se podía escuchar el chasquido de la madera y sus propias voces.
—Parece que estás acostumbrado a la naturaleza —señaló Astrid, mientras hurgaba en el fuego—. ¿Ya habías pasado por esto antes?
—No es mi primera vez estando por mi cuenta, así que... Sí.
—¿Oh? —Dejó la rama a un lado—. Me pregunto que hace un joven amo vagando en medio de la nada.
Hipo no reaccionó de inmediato, pero se sorprendió, y en seguida empezó a reír.
—Ja, ha pasado un tiempo desde que alguien me llamó así —confesó, todavía riendo—. ¿Qué? ¿Mi ropa no te engañó?
Negó.
—Tu forma de hablar y caminar es la de alguien que viene de buena familia, sólo un tonto no se daría cuenta —a eso añadió una mirada divertida—. Sin mencionar que eres un tipo de biblioteca andante.
—¿Biblioteca andante? —Hipo encontró divertido eso.
—Del tipo que puede decir que un arándano no es un arándano con sólo mirarlo a un metro de distancia —Astrid inclinó su cabeza, levantando sus cejas de una manera sugerente—. Los miré de cerca y realmente parecían arándanos...
Hipo carraspeó.
—No es la gran cosa, sólo he leído algunos libros y viajado mucho. Puedes aprender una cosa o dos estando fuera.
—¿Eso también incluye historias? —Inquirió Astrid.
—Historias, chismes... —divagó—. Lo único que la gente ama más que hablar sobre sí mismos es... hablar sobre los demás.
—Entonces has oído hablar sobre el General Dragón.
La rodilla que Hipo balanceaba se detuvo.
●Bonus●
Hipo: ¿Debería decirles que lo de los arándanos era una broma?
Astrid: ¿Debería decirle que sé que fue una broma?
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