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«Había una vez, un general que quemó Berk porque estaba de paso» Parte 2

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En Berk, era muy común que los dragones causarán estragos, pero que el nombre de cierta persona estuviera en esa oración, creó un completo caos en el salón.

Las personas de reacción más rápida tardaron un chasquido de dedo en tomar sus mazos y escudos; aquellos que tenían una pierna de pollo en la boca, tardaron mucho más en encontrar donde habían dejado sus espadas; pero los últimos en dejar el salón, corrieron directamente hacia las casas cercanas para sacar a los niños y ponerlos a salvo.

Astrid, por su parte, aunque no tenía idea de quién era el General Dragón, tan pronto clavó su mirada en la luz que se reflejaba de las llamas, dejó atrás cualquier atisbo de calidez y enderezó su espalda.

—Patapez —sin desviar su mirada, Astrid empujó al niño hacia los brazos de su amigo—. Ponlo a salvo.

—¿Eh? Ah, sí, yo me... ¡¿Alián?!

—Hola.

—¡¿Alián, qué estás haciendo aquí?!

—Ya tengo ocho, ¿no dijeron que cuando sea mayor podría sentarme con ustedes en la mesa de las fiestas?

—Oh, Thor santísimo, tu padre va a matarnos...

El comedor estaba casi vacío, sólo unas pocas personas permanecieron allí, así que Astrid se aseguró de dejar ambas puertas cerradas para mayor seguridad.

Todo el tiempo del banquete, su hacha había estado recostada junto a su silla, así que no tuvo que apresurarse a buscar un arma para defenderse, sin embargo, pronto descubrió que no había necesidad de ella.

En realidad, todos los vikingos que antes habían salido disparados del salón, listos para pelear, se habían quedado congelados al final de la colina, como si no supieran que hacer con lo que tenían delante.

Con cautela, Astrid avanzó entre las personas, hasta que finalmente pudo tener una mejor vista de lo que ocurría.

En un amplio espacio por el que circularían normalmente rebaños de ovejas, había dos grupos de dragones que acababan de hacer un desastre. Las casas cercanas estaban medio destruidas y tenían fuego en sus tejados, pero no sólo eso, varias cercas había sido derribadas y una que otra carreta se encontraba volcada o destrozada a los pies de los dragones, viéndose como un montón de astillas esparcidas por el suelo.

Aunque cotidiano, no dejaba de ser una escena complicada de ver, en especial por las personas que vivían en esas casas y eran dueños de los objetos destruidos, pero lo que había hecho que los vikingos no se apresuraran a despedazar esas bestias como normalmente lo harían, era porque no habían venido solos.

Astrid llegó hasta el frente del grupo y lo primero que pensó fue: «Qué brillante».

De espaldas a ella, había una persona que sólo se podía describir de una forma: como un dragón. Su singular traje era la imitación perfecta de las escamas de esas criaturas, siguiendo el mismo patrón que tendrían estas en la piel de un dragón, resultando casi hipnotizante por la luz que se reflejaba en ellas. Incluso el extraño casco que llevaba parecía tener escamas incrustadas en él. Este se ajustaba perfectamente a su cráneo, cubriéndolo por completo y escondiendo cualquier mechón de cabello.

Pero a pesar de tener ese tipo de apariencia, nada en la postura de esa persona indicaba una amenaza. Lo único que hacía que Astrid desconfiara, era aquel objeto que sostenía. Inicialmente, pensó que se trataba de una rama prendida fuego, pero ahora que lo miraba de cerca...

Era una autentica espada bañada en llamas.

Las personas cercanas a Astrid empezaron a susurrar.

—Es Infierno.

—Nunca la había sacado antes.

—Hoy incluso bajó...

Algunos comentarios fueron dichos con amargura, unos más disgustados que otros, pero todos estaban apretando con fuerza el mango de sus espadas, ansiosos por saltar a pelear. Sin embargo, ninguno lo haría sin el jefe no daba la señal.

—General Dragón.

Fuertes pasos se escucharon en el suelo y una brecha se abrió entre la multitud. Estoico el Vasto caminó entre su gente hasta llegar al frente, poniéndose por delante de su gente y sosteniendo una filosa hacha.

—¿A qué debemos el honor de su visita? —Preguntó, en un tono cortés que rozaba la ironía.

Pero la persona se mantuvo de espaldas a ellos, sin moverse del espacio que mantenía separados a los dos grupos de dragones. Incluso estiró su mano hacia uno de ellos, el más furioso de todos, como si no hubiera escuchado la pregunta de Estoico.

Astrid resopló.

—El jefe te hizo una pregunta —habló ella.

La mano que se acercaba a la cabeza del dragón, se congeló de pronto.

Fue sólo un segundo, pero incluso pareció temblar. Astrid frunció el ceño, pero mantuvo su rostro imperturbable cuando este giró su cabeza hacia ella.

El casco también cubría su rostro, no dejaba a la vista nada más que sus ojos, así que aparentemente todo lo que hizo fue mirarla, de forma muy breve en realidad, antes de olvidarse de su existencia y concentrase en Estoico el Vasto.

—Sólo estoy de paso —contestó por fin. Su voz sonaba algo distorsionada por el casco—. ¿Por qué? ¿Estropeé la...fiesta? ¿Era una fiesta?

¡Y tiene el descaro de preguntar!

Estoico se burló.

—Envías a tus bestias a robar nuestra comida, ¿y ahora te atreves a venir en persona a quemar nuestras casas? —Levantó su arma de forma tentadora, señalándolo con ella—. Dame solo una razón para no enterrar mi hacha en lo profundo de tu cráneo.

Suspiró.

—Jefe de Berk, ¿de nuevo con eso? Creí que ya había quedado claro ese tema, además, ni siquiera está en posición de quejarse —hizo un gesto hacia uno de los dragones que lo acompañaba—. ¿Hace unos días no hirió a un par de Nadders durante una expedición?

No había dicho demasiado, pero todos ya lo habían entendido.

¡Este repentino ataque era para vengar a su mascota!

Incluso Estoico se mostró incrédulo, antes de bufar y decir: —Ellos se metieron en mi camino, ¿debía sentarme y dejar que arranquen mi cabeza?

—¿Para qué un dragón querría su cabeza? Son malos jugando a patear la pelota.

—No pongas a prueba mi paciencia, General Dragón. ¡Si quieres venganza ven a mí y pelea!

—Aún si cumpliera su sueño de toda la vida y pelera con usted... —el humor desapareció de su voz—, eso no repararía el daño que le hizo a ese dragón, así que declino de su oferta, Jefe de Berk —se movió, apartando su mirada de él—. Tampoco me disculparé por los daños de esta noche.

—¡Tú...!

Estoico dio un paso al frente, con un brillo asesino en sus ojos, pero uno de los Nadder también dio un paso al frente y se inclinó, agitando las púas de su cola y abriendo sus alas en amenaza. Por obligación se detuvo, pero el General Dragón ni siquiera parpadeó.

Se movió, como si quisiera darle la espalda, y casualmente dijo: —Ah, y... Añadan más vikingos a la guardia nocturna, fue demasiado fácil aterrizar aquí.

Estoico parecía querer estrangularlo.

Y una vez dicho lo que quería decir, el General Dragón empezó a caminar.

Al verlo moverse, el sonido chirriante del mental se escuchó de manera consecutiva; volviendo a levantar sus armas de inmediato. El chico ni se inmutó. Parecía muy acostumbrado a tener espadas apuntando a él, así que continuó caminando tranquila y serenamente hacia la persona que había estado observando desde antes. Se detuvo a un metro de distancia.

—¿Eres Astrid Hofferson?

Astrid se sorprendió. Su máscara de frialdad se tambaleó por un momento, pero de inmediato se recompuso. Sostuvo su hacha más cerca.

—¿Y qué si lo soy? ¿Tienes algo que decir?

De repente, el General sacudió su espada. El fuego de esta se extinguió, desvaneciéndose junto con la hoja, y quedó nada más que un mango vacío en su mano.

Astrid se desconcertó ante eso, pero se desconcertó aún más cuando lo vio llevarse una mano al pecho y hacer una breve y educada inclinación.

—Me disculpo por haber interrumpido su banquete de bienvenida, mi lady —expresó con amabilidad, antes de levantar su cabeza y darle una mirada significativa—. Espero que en el futuro haya oportunidades de compensarlo.

Su voz fue baja y suave, muy diferente en comparación de hace un momento, pero se vio absolutamente serio en su disculpa, cualquiera le hubiera creído.

Cualquiera excepto la gente de Berk.

No se necesitaba leer sus mentes para saberlo, la expresión de todos decía exactamente lo mismo: ¡Compensarlo, mi trasero! ¿Quién creería en esas disculpas tan falsas?

Pero incluso si se atrevían a decirlo, ninguno tuvo tiempo de hacerlo, porque en ese momento, otro invitado indeseado hizo acto de presencia. En el oscuro cielo se vio una ligera perturbación pasar rozando las esponjosas nubes, y de repente todos recordaron porque nadie se metía con el General Dragón.

—¡Furia Nocturna! ¡Al suelo!

El rugido estremecedor del dragón que se escucha, pero jamás se ve resonó en los tímpanos de media isla y debilitó las rodillas de todos, haciendo que por mero instinto los vikingos se arrojaran al suelo y cubrieran sus cabezas.

El cielo parpadeó con destellos morados y una ráfaga de viento cruzó por encima de sus cascos, creando una conmoción que no duró más de unos segundos. Cuando las personas volvieron a levantar la vista, el General Dragón ya no estaba y su asedio de bestias tampoco.

—¡Se escapó!

—¡El Furia Nocturna se lo llevó! ¡Se están yendo!

—¿Qué hacemos? ¿Jefe?

Estoico era el más furioso de todos; escuchando las quejas de su pueblo, estaba a punto de partir en dos el hacha que sostenía, y así hubiera sido de no ser porque...

—¡Papá!

Esa infantil voz lo hizo detenerse.

Detrás de él, las puertas del salón acababan de ser abiertas y Alián Haddock venía corriendo con su madre y Patapez persiguiéndolo. El niño no se veía asustado, pero por alguna razón, fue y saltó directo hacia los brazos de su padre.

Estoico lo levantó, aún conmocionado, y al mirar esa inocente cara, de repente pensó...

¿Y si Alián hubiera estado donde el General Dragón atacó? ¿Y si la roca que derribó la puerta lo hubiera alcanzado también? No podía perder otro hijo, la posibilidad era... No, simplemente no podía.

—Todos —las personas lo miraron—, reunión en el Gran Salón. Ahora.

Autoritario y firme. Estoico dio media vuelta y empezó a caminar, aun sosteniendo a su hijo.

Naturalmente, el banquete no podría reanudarse después de eso. Algunos fueron a echar un vistazo a los destrozos y apagaron el fuego que aún quedaba; otros continuaron parloteando sobre lo que acababa de ocurrir; y unos pocos siguieron a Estoico de vuelta al gran salón.

Patán se acercó corriendo hacia Astrid tan pronto pudo.

—¿Astrid, estás bien? —Preguntó ansioso—. ¿Ese...alto, genial, elegante y muy increíble vikingo te hizo algo?

Astrid aun estaba mirando la dirección por la que esa persona se había ido. En el oeste, numerosas siluetas de dragones aleteaban detrás de una figura oscura que se volvía más y más pequeña en el cielo nocturno, pero Astrid no tenía sus ojos en el hombre.

No, a quien miraba con tanta intensidad al punto de apretar el agarre de su hacha, era a ese Furia Nocturna.

Casa en llamas.

Gritos.

Dos figuras escapando por el tejado.

Una luz morada.

El crujir del techo.

¡Mamá! ¡Papá!

Astrid lo recordaba como si hubiera sido ayer.

—Ese dragón...

—¿Eh? ¿La mascota del General Dragón? —Patán miró fugazmente hacia la misma dirección de Astrid y resopló—. Ah, lo sé, a veces tampoco puedo creer que el último de los Furia Nocturna haya sido domado por él, ¿pero eso no lo hace más genial? De verdad...

En silencio, Astrid apretó aún más el agarre de su hacha.

Lo había encontrado.

Finalmente había encontrado al asesino de sus padres.
























N/A:

¡Y así comienza nuestra historia!

No puedo creer que aquí voy de nuevo con otro drama Hiccstrid jeje, de momento tendrán actualizaciones semanales, así que aprovechen (?)

¿Y qué piensan? ¿Chimuelo mató a los padres de nuestra lady? ¿Cómo es que Hipo conoce a Astrid si no creció en Berk? ¿Donde estuvo Hipo todos estos años ¿En algún universo Patán tendrá una oportunidad con Astrid? [Spoiler: Nop]

¡Las teorías acertadas tendrán capítulos dedicados más adelante! ¡Gracias por leer!

Bonus

General Dragón: -destruye Berk-

Patán: ¿Alguien ha visto mi heterosexualidad?

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